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Datos principales


Rango

Batalla por Berlín

Desarrollo


Adolf Hitler se había acostado el 24 de abril hacia las 4 de la madrugada. El telegrama de Göring, hábilmente condimentado por los comentarios de Bormann, -y probablemente por los de Speer y Ribbentrop, ambos contrarios al mariscal del Aire y ambos presentes en el búnker -le había indignado, enloquecido y, luego, apenado (11), pues no en vano había estimado a Göring como su mejor amigo durante muchos años. Sin embargo, el 24 se levantó dispuesto, como siempre a olvidar las cosas que le molestaban: puesto que Göring era un traidor, lo más conveniente era sustituirle en sus funciones, neutralizarle políticamente y olvidarle como amigo. Para que se ocupara de las dos primeras medidas, Hitler ordenó que se trasladase a Berlín el general Ritter von Greim, jefe de la 6.? flota aérea con base en Munich. El viaje fue sumamente complicado. Con una fuerte escolta de caza alcanzó un aeropuerto próximo a la capital. Desde éste, en una avioneta ligera, conducida por la piloto de pruebas Hanna Reitsch, se dirigió a Berlín. Penetró en el cielo de la ciudad escoltada por cazas que debieron luchar duramente para que la avioneta consiguiera librarse de los aviones soviéticos, mientras "La Ultima Valquiria" (12) hacía prodigios de habilidad para sortear el fuego antiaéreo. Pese a esto, el aparato fue alcanzado y Von Greim, herido en un pie.

Hanna logró aterrizar cerca de la puerta de Brandenburgo y, desde allí, alcanzar el búnker de la Cancillería en la tarde del día 26. Von Greim quedó asombrado cuando Hitler, emocionado y tembloroso, le contó la traición de Göring y le comunicó el motivo de su llamada. Von Greim tuvo entonces la sensación de que se había jugado la vida mil veces aquel día por un maníaco (13); para designarle jefe de la semiinexistente Luftwaffe hubiera bastado un telegrama. Hanna Reitsch tuvo la oportunidad de dejar el último retrato de Hitler: "Con la cabeza caída hacia adelante, el rostro mortalmente pálido no pudo evitar que el mensaje (de Göring) ondulase violentamente por el temblor incontenible de sus manos, cuando se lo alargó a Greim. Mientras éste leía, la expresión del rostro del Führer era de mortal ansiedad. De pronto todos los músculos del mismo empezaron a estremecerse con rápidas contracciones y la respiración adquirió vaharadas explosivas. Haciendo un supremo esfuerzo, consiguió dominarse lo suficiente para gritar: "¡Un ultimátum! ¡Un torpe ultimátum!, ¡Nada queda ya!, ¡Tengo que sufrirlo todo! No ha habido deslealtades ni faltas al honor, ni desengaños de que no me hayan hecho víctima; ni ha habido traiciones que yo no haya tenido que soportar... Y ahora, encima de todo lo demás, esto. Nada queda ya. Se me ha hecho todo el mal que se me podía hacer..."

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