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Cd1018

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Para denominar buena parte de la producción artística de la segunda mitad del siglo XVIII empleamos el equívoco término de Prerromanticismo. Y decimos equívoco, pues al definir su presente como axioma de futuro no es término congruente para el análisis historiográfico, ya que subordina a posteriores consecuencias su propia determinación histórica. Es algo similar a lo que ocurre con términos como protogótico, prerrenacentista y otras invenciones surgidas a contratiempo. Pero, también es cierto que pinturas como las de H. Füssli, J. B. Piranesi, Hubert Robert, N. Abilgaard, C. Wolf y de otros autores del XVIII aficionados a los valores de lo pintoresco y lo sublime, están inmersos en una corriente estética que constituirá después una especie de avituallamiento para sus sucesores románticos, lo mismo que las reflexiones de Rousseau y Diderot y la poética de Young, Macpherson y del Sturm und Drang.A propósito de la evaluación de las continuidades de la tradición con la que conecta el Romanticismo, el panorama de la arquitectura del XVIII es muy ilustrativo. Podemos remontarnos hasta la antinormativa obra de J. B. Fischer von Erlach (1656-1723), y especialmente a su "Ensayo de una arquitectura histórica" que, con aplicación y fantasía, formó un compendio de edificios de muy distintas épocas y de civilizaciones exóticas, recreados por su imaginación, y que sirvieron para diversificar los intereses estilísticos en la arquitectura de la época de la Ilustración, caracterizada, entre otras cosas, por lo que escribió W.

Hogarth
en "Analysis of Beauty" (1753): Hay en el presente sed de variedad.Incluso en muchos arquitectos decantados hacia las formas clasicistas observamos un interés bastante relativo por las convenciones. James Paine (h. 1716-1789) en Inglaterra, por ejemplo, construyó a mediados de siglo con recursos y repertorios decorativos que enlazan con la moda de la rocalla, pero su arquitectura participó también de la corriente neopalladiana, quizá la que requería una coherencia estilística más estricta, y, aún así, destacan en sus construcciones más la irregularidad compositiva y la independencia de las partes que el primado de un decoro preceptivo. Algo parecido ocurría con arquitectos de principios de siglo como John Vanbrugh (1664-1726) y discípulos de Christopher Wren, que respetaron más bien poco el barroco clasicista y fueron capaces de diseñar en diversos estilos o de resolver eclécticamente sus construcciones, puesto que les preocupaba más el efecto escultórico singular en éstas que el empleo de un lenguaje arquitectónico diferenciado.Un margen de libertad estilística se hizo propio y característico de la nueva arquitectura, comprometida con la inventiva y la curiosidad histórica. George Dance el Joven (1741-1825) desarrolló un lenguaje clasicista austero y muy personal, lo que no impidió que hiciera uso de formas góticas en la iglesia de S. Bartolomé de Londres y en el Guildhall que construyó en 1789.

Otro arquitecto clasicista, C. G. Langhans (1733-1808) alternó el clasicismo severo con recursos del rococó, según lo que estimaba conveniente para la finalidad de los edificios que proyectaba, y en el fin de siglo levantó en Berlín un chapitel neogótico para la Marienkirche y, casi al tiempo, la famosa puerta de Brandenburgo, construcción emblemática del primer gusto neogriego.Casos como los mencionados podrían verse notablemente acrecentados con otros ejemplos de esa época, en cuyas construcciones primaba la independencia de concepto, como también la soberanía de las partes de que se componían. La fusión de criterios clasicistas y románticos se ve preparada por comportamientos como los aludidos, por reflexiones sobre la estética arquitectónica que luego retomará, por ejemplo, Sir John Soane en pleno Romanticismo en sus escritos: "Debe haber orden y justa proporción, entrelazamiento y simplicidad en las partes componentes, variedad en las masas y luz y sombra en todo, de modo que se produzcan las variadas sensaciones de alegría y melancolía, de impetuosidad y hasta de sorpresa y admiración".

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