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Datos principales


Rango

Antoninos

Desarrollo


Tanto en escultura como en pintura -y en ésta los retratos en tabla de las momias del Fayum, merecen sitio de honor- la época que inaugura Antonino Pío y llega a la de Septimio Severo, incluyéndolo a éste, es realmente estelar. El busto de C. Volcacio Myropnous, del Museo Ostiense, demuestra no sólo el interés en el ser humano que caracteriza a la época del emperador filósofo -el busto fue ejecutado en la década del 160-, sino un refinamiento en la técnica de trabajo del mármol insuperable en todos los sentidos. La época flavia había comenzado a pulimentar la epidermis del rostro y del cuello, sobre todo de los retratos femeninos, en busca del contraste con el claroscuro de los altos y aparatosos tocados de rizos a tenacilla. Pero todavía las fisonomías claras y sencillas, de fuertes acentos lineales, dominan la retratística hasta comienzos del reinado de Antonino Pío. A partir de entonces, las formas plásticas se reducen al mínimo y a lo que se aspira es a disolverlas en luces positivas y sombras negativas. En el retrato de Volcacio, las cejas, el bigote y el vello de las patillas están grabados con tal finura, en zonas mínimamente resaltadas de la superficie del cutis, que parecen sombras difuminadas. Y este es el retrato de un particular, enterrado en la Isola Sacra de Ostia, del que no sabríamos siquiera el nombre si no estuviese grabado en caracteres griegos en la tablilla de la peana. La iconografía de Antonino Pío no plantea problemas.

Gracias a las monedas, sus efigies están sólidamente distribuidas entre las del primer decenio de su reinado (tipo de Formia) y las posteriores a las decennalia. Los primeros retratos lo representan como hombre de edad madura, con el rostro cubierto por la barba que Adriano había puesto de moda, y con la cabellera poblada, formada por capas de bucles ondulados que desde la coronilla van envolviendo la cabeza hasta la nuca, las sienes y la frente, una frente alta y abombada que los años han despejado sin que el breve flequillo alcance a disimular el estrago. Como otros retratos del mismo emperador, de su esposa Faustina la Mayor y de su hija Faustina la Menor, esposa de Marco Aurelio, están teñidos de una expresión levemente melancólica. Sólo el del petulante Commodo abandona esta triste pesadumbre del clan familiar para adoptar la expresión arrogante del déspota. Una cabeza de niña, con la cándida mirada y la expresión propias de la infancia, apareció en el Palatino y debe de representar a una de las princesas de la casa imperial, probablemente una de las dos hijas de Antonino y Faustina, padres además de dos hijos. Quizá el retrato, típicamente antoniniano, representa a Faustina la Menor, prometida en el 140 al joven Marco Aurelio; no tendría ella más de diez años. Por entonces en los ojos se graba el contorno del iris y la pupila se ahonda en forma de media luna. La visita a la National Portrait Gallery de Londres depara entre otras una grata sorpresa: una magnífica serie de retratos del Fayum inicia la galería de los grandes retratistas de la pintura mundial.

Los grecoegipcios del Fayum y de otras comarcas del Egipto romano envolvían en las bandas de sus momias los retratos, pintados a la encáustica sobre tabla, del difunto o de la difunta. Son retratos de una sinceridad y de un naturalismo admirables. La mirada concentrada y pensativa que los personajes dirigen al espectador se torna más intensa en el siglo II al hacerse los ojos mayores y más perfilados. Las formas del busto y del escote, los peinados de moda en las mujeres; el corte de pelo y de la barba de los hombres, el estilo lineal o impresionista, la expresión y otros elementos de juicio, han permitido a los estudiosos fijar una cronología bastante precisa para las innumerables manifestaciones de este género, que perdura hasta el siglo IV en que la momificación cayó en desuso en el Egipto copto.

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