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Datos principales


Desarrollo


El libro III: su contenido A diferencia de los libros anteriores de asunto variado, el tercero posee una unidad temática. Todo él está dedicado a exponer la vida religiosa de los nahuas, a excepción del último capítulo, que presenta una descripción de Tlaxcala. Como introducción, Hernández ofrece una síntesis del panteón mexica enfatizando la figura de tres dioses, Tezcatlipoca, el dios creador, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli. Se detiene también en el culto al sol, al cual llama lámpara esplendentísima del orbe45, y nos presenta un esbozo del precioso mito del nacimiento del sol y la luna en Teotihuacán. La parte principal del libro es la integrada por los capítulos dedicados a explicar las 18 fiestas del calendario, una por mes. En las fiestas se hacía presente el sacrificio de los dioses, quienes a su vez regían el destino de los hombres, el tonalli. En ellas el hombre mexica vivía los momentos culminantes de lo sagrado y además recreaba y afianzaba la vida comunitaria. Imposible es hacer aquí un estudio sobre el complejo significado de las fiestas como creaciones importantes dentro del ámbito cultural nahua. Me limitaré a describirlas brevemente y a ofrecer algunas interpretaciones recientes de especialistas de este tema. Para Hernández, el año comenzaba el día 2 de febrero en el mes denominado Atlcaualo, que quiere decir "son dejadas las aguas", y estaba consagrado a Tláloc, dios de la lluvia46. En el segundo mes, denominado Tlacaxipeualiztli, "Desollamiento", se hacían sacrificios a Xipe Tótec, nuestro señor el desollado.

El tercero y cuarto mes tenían parecido significado ritual. Se llamaban Tozoztli, "Vigilia", y Huei Tozoztli, "Gran vigilia", y estaban dedicados respectivamente a Tláloc y a Cintéotl, este último dios del maíz en forma de mazorca. En el quinto mes, Tóxcatl, "Sequedad", se recordaba al dios supremo, Tezcatlipoca. Los tres meses siguientes eran también tiempo de evocación del agua y el maíz. El sexto, Etzalcuiliztli, "Comida de maíz y frijol", era dedicado a los dioses de la lluvia. El séptimo, Tecuilhuitontli, "Fiestecita de los señores", a Huixtocíhuatl, diosa de la sal, emparentada con los dioses de la lluvia, y el octavo, Huey Tecuílhuitl, "Gran fiesta de los señores", a Xilonen, diosa del maíz tierno. Durante los tres meses siguientes, el hombre nahua volvía sus ojos a otras divinidades igualmente importantes. Así en el noveno mes, Tlaxochimaco, "Se ofrecen flores", recibía culto Huitzilopochtli, dios supremo de los mexicas. En el décimo, Xócotl Huetzi, "árbol que cae", los ritos eran para Xiuhtecuhtli, el dios del fuego, dios viejo, y en el undécimo, Ochpaniztli, "Barrimiento", se adoraba a la diosa madre bajo la advocación de Toci, nuestra abuela o Teteoinan, la madre de los dioses. El mes doceavo era el denominado Teutleco, "Llegada de los dioses", y en él se hacía recordación de los dioses en general. El decimotercero se dedicaba a los montes, que en el pensamiento nahua se tenían como origen de las lluvias. Por eso era llamado Tepeílhuitl, "Fiesta de los montes".

Quecholli, "Flamenco", era el nombre del mes decimocuarto consagrado a Mixcóatl, dios de la caza. De nuevo Huitzilopochtli era venerado en el mes decimoquinto, el llamado Panquetzaliztli, "Acción de levantar banderas". En el siguiente, el decimosexto, los nahuas volvían a implorar los favores de los dioses de la lluvia. El mes se llamaba Atemoztli, "Bajada del agua". El penúltimo mes del calendario estaba dedicado a la diosa madre bajo la advocación de Tonan, "Nuestra madre", y de Ilamatecuhtli, la señora abuela, y se llamaba Tititl, "Arrugamiento". En el último, el decimoctavo, se hacía la fiesta a Xiuhtecuhtli, el dios viejo. Esta última fiesta se llamaba Izcalli, "Resurrección", y revestía especial resplandor en el bisiesto que, según Hernández, se celebraba cada cuatro años. Las 18 fiestas, más otras movibles dedicadas a diversos dioses, constituían las coordenadas sobre las cuales se cimentaban no sólo el cómputo del tiempo sino también los momentos más importantes en la vida en el México antiguo. En ellas se plasmaba una síntesis de fenómenos naturales y sobrenaturales vividos por el ser humano. El hecho de que Panquetzaliztli y Etzalcualitztli fueran celebradas en el solsticio de invierno y de verano, respectivamente, indica una percepción por parte del hombre de dos fenómenos astrales y de su consecuencia en el clima de la tierra. Dentro de un contexto similar se sitúan Tlacaxipeualiztli y Tóxcatl, la primavera celebrada el equinoccio de primavera y la segunda durante el lapso cenital del sol47.

En un mismo plano que estos fenómenos astrales el calendario recogía también las inquietudes y preocupaciones del hombre respecto de su mantenimiento diario. Estas preocupaciones se reflejan en la serie de fiestas dedicadas a los dioses de la lluvia y del maíz, y en menor medida del frijol, el segundo alimento básico de Mesoamérica. Los meses dedicados a tales fiestas integran un verdadero ciclo agrícola de importancia capital para los nahuas, en especial para los macehualtin. Desde un punto de vista social, las fiestas agrupaban a los pipiltin, a los macehualtin y a los grupos profesionales. En ellas había intercambio de regalos y se convivía en los banquetes rituales. Johanna Broda, que se ha ocupado de profundizar en el significado social de las fiestas, señala cómo en ellas se establecían lazos entre los diferentes rangos sociales y esto contribuía a calmar las grandes diferencias de la sociedad mexica48. En todas las fiestas, y como elemento sustancial, está la divinidad, el dios alrededor del cual se aglutina el sentimiento religioso y se articula el culto, principio y fin del sentimiento de lo sagrado en un pueblo que vivía intensamente la religiosidad. De ésta decía Alfonso Caso, que intervenía en todos los actos del individuo y era la suprema razón de las acciones individuales y la razón de Estado fundamental49. Y en verdad que el sentimiento religioso vivido en las fiestas estaba íntimamente unido a la exaltación del poderío del imperio mexica y de su papel histórico en los cuatro rumbos del mundo.

Esta exaltación se hacía presente a través de la actuación de los guerreros victoriosos y de los cautivos sacrificados, todos ellos protagonistas principales de un drama en el que lo sagrado tenía una importante función política. Las fiestas, pues, cumplían la gran misión de unir a todos en las cosas divinas y humanas. Ellas eran el núcleo alrededor del cual giraba la vida y la historia de los pueblos nahuas. Como final del libro, y como para ampliar el contexto nahua, el protomédico se ocupa de los cholultecas y tlaxcaltecas. De los primeros pondera la gran fiesta que dedicaban a Quetzalcóatl cada cuatro años, durante la cual los sacerdotes hacían ayunos y penitencias corporales durísimos. Tal fiesta se realizaba en la gran pirámide de Cholula, la mayor del ámbito mesoamericano. Hernández la calificó de portentosa y vasta máquina que ya casi tocaba el cielo50. Al hablar de Tlaxcala, resalta Hernández su cercanía cultural y a la vez su enemistad con los aztecas. Culturalmente, los tlaxcaltecas eran gentes de habla nahuatl y participaban de una cultura común con otros pueblos nahuatlanos, entre ellos los mexicas. Pero esta comunidad cultual no implicaba hermandad ni siquiera amistad en conflicto permanente y habían establecido entre ellos un tipo de luchas muy sui géneris, lo que se conoce como guerras floridas. Tales luchas no tenían como meta aniquilar al enemigo ni incorporarlo a su imperio, sino proporcionar permanentemente un vivero de cautivos con que alimentar los sacrificios humanos. La historia universal está llena de muchos tipos de guerras, pero no abundan en ellas las guerras floridas como las de mexicas y tlaxcaltecas. A grandes rasgos, los tres libros de las Antigüedades son una síntesis breve pero muy compendiosa de la vida y las creaciones culturales del ámbito central del México antiguo, el de los pueblos nahuas. En pocas páginas, y de manera sencilla, el lector de esta obra puede lograr una cabal aproximación al pasado inmediatamente anterior a la Conquista de los citados pueblos. Y al hablar de Conquista conviene describir, aunque sea brevemente, el libro que Hernández dedicó a este suceso y que lleva por nombre De Expugnatione Novae Hispaniae.

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