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Datos principales


Rango

renovación macedónic

Desarrollo


Basilio I edificó también ocho iglesias de nueva creación y todas ellas dentro del Palacio Imperial, donde, al igual que sus antecesores, entre ellos el emperador Teófilo, lo agrandó con nuevas dependencias y enriqueció con una brillante decoración, alcanzando su máximo esplendor en el siglo X. Al trasladarse los Commenos al palacio de Blanquernas, el Palacio Sagrado sufrió un progresivo deterioro hasta alcanzar un estado ruinoso poco antes de la invasión musulmana. El primero de los edificios que acabarían por convertirse en el fabuloso Gran Palacio de los emperadores bizantinos fue levantado por Constantino, más o menos donde se levanta hoy la mezquita del sultán Ahmed. Sus sucesores añadieron otros recintos hasta que, en el siglo X, el Palacio ocupaba la zona que se extiende entre el hipódromo y el mar por un lado y Santa Sofía y el final del Sefendón por otro, alcanzando una superficie de 400.000 metros cuadrados. Esta superficie incluía patios, jardines, calles y estructuradas escalinatas; había numerosas iglesias y capillas; había cuarteles y depósitos de armas; factorías textiles y talleres de otros artesanos, como fruto del mecenazgo imperial; salones para audiencias y dependencias para los numerosos oficiales de la corte, y, finalmente, los propios palacios de los emperadores, cambiados, modificados y reconstruidos con notable frecuencia. Desde este recinto fue gobernado el mundo civilizado durante más de mil años; era el centro de una vida de fantasía y lujo que, hasta entonces, no había sido superada en su magnificencia.

Fue un extraordinario medio de propaganda; recuérdese, si no, los informes del enviado de Otón a Bizancio, Luitprando de Cremona, que están llenos de una mal reprimida admiración por las glorias impresionantes de la corte bizantina. Para los bizantinos, por el contrario, los búlgaros, rusos, normandos, germanos o francos, eran todos unos poderosos pero incivilizados bárbaros. Tenemos noticias del Gran Palacio porque ha sido mencionado por numerosos historiadores y escritores e incluso, en el siglo X, Constantino VII escribió un libro sobre él, relatando las ceremonias de la corte y aludiendo a las distintas zonas del Palacio donde aquéllas tenían lugar. De su lectura, sin embargo, el Gran Palacio surge como un laberinto en el que las partes antiguas y más recientes estaban entretejidas de forma inextricable. Por todo ello y por la ausencia de restos consistentes, los distintos intentos hechos para llevar a cabo su reconstrucción han dado diferentes resultados; una mayor coincidencia ha sido establecida a la hora de referirse a algunos monumentos concretos, como la denominada Casa de Justiniano. A la orilla del mar, al este de la iglesia de los santos Sergio y Baco, donde estaba el puerto de Bucoleón, fue ampliada y reconstruida sin cesar hasta el siglo VIII, cuando fue agrandada con una magnífica terraza abierta, cuyas portadas de mármol se abrían en la parte alta en una larga balconada que dominaba el Mármara.

Se entraba en la zona del Gran palacio por la Puerta Chalke o Casa de Bronce, a la que se accedía desde la Mese y que debía su nombre a las puertas de bronce que inicialmente tenía y que fueron reconstruidas por Justiniano tras los disturbios de Nika; además de su reconstrucción, decoró su interior con una serie de mosaicos que representaban las campañas de Belisario. Tras la puerta aparecía un patio rodeado por los pabellones de la guardia, salas de recepción, salas de audiencia y capillas. Fue conocido como la Scholae, al tomar el nombre de un destacamento de la guardia imperial, cuyos cuarteles se ubicaban aquí. También estaba aquí el Consistorio, donde los emperadores concedieron audiencias durante un tiempo y donde se guardaban la cruz de Constantino y otras reliquias. No lejos estaba el Zeuxippo, que en el siglo X acogía unos talleres de seda. Por esta época los aposentos de Estado y los recintos particulares de los emperadores -con habitaciones rectangulares, octogonales, cuadradas y circulares, vestidores, capillas y comedores- estaban dispuestos alrededor o cerca del Chrysotriclinio de Justino II. Era un gran hall octogonal, cubierto por una cúpula y con un ábside al este en el que se colocaba el trono del emperador. Fue decorado por Tiberio y vuelto a decorar por Miguel III. Los mosaicos de la cubierta, que representaban a Cristo entronizado, pueden ser de esta época. Teófilo hizo para él un extraordinario armario, llamado el Pentapyrgion, en el que eran guardadas coronas y otros tesoros; estaba hecho de oro y tenía cinco torres o pináculos.

Constantino VII añade que el edificio tenía puertas de plata y en el centro una mesa rectangular de oro. Enfrente de la entrada había un pequeño vestíbulo, llamado Tripeton, y, al norte, el Oratorio de San Teodoro. Constantino VII restauró y remodeló el techo de la sala de banquetes conocida por los Diecinueve Lechos y que procedía de los siglos IV y V. Era alargada, terminada en un ábside y flanqueada a cada costado por nueve nichos abovedados, cada uno de los cuales acogía un diván: usado para las comidas oficiales, todos los recipientes empleados allí eran de oro. Esta sala y el Consistorio estaban unidas por un patio, mientras la Magnaura formaba otro salón independiente. Esta última estaba separada del núcleo principal por una vía que discurría suavemente desde el Augusteon hasta el mar; a su vez, comunicaba con Santa Sofía por medio de un pasaje y estaba rodeada por jardines y terrazas. Allí fue recibido Luitprando. Por último, no lejos de la nueva iglesia de Basilio I, la Nea, se encontraban los campos de polo, con cuadras y almacenes. Cada uno de estos pabellones era autosuficiente y más o menos compacto, aunque al parecer, todos variaban en composición, función y decoración. Pero ninguno tenía que ser necesariamente grande. Por el contrario, el ceremonial cortesano da idea de unas unidades bastante pequeñas, dispuestas a distancias relativamente cortas. La Magnaura, quizá de origen constantiniano, se utilizaba todavía como salón del trono principal en la época de los macedónicos.

De una a tres naves, terminaba en un ábside y se alzaba sobre una terraza cerrada por antepechos. Una sala de recepción más pequeña, la Triconcha de Teófilo, se organizaba en dos pisos: abajo una gruta acústica, cuatrilobulada, donde los sonidos susurrados en una de sus esquinas se transmitían ampliados a la otra; encima, un trilóbulo, cuyo ábside principal descansaba sobre cuatro columnas y su fachada se abría a una triple arcada. Tanto la gruta como el trilóbulo daban a un hemiciclo con columnas, superpuestas en dos pisos, de las cuales el inferior albergaba una complicada fuente de bronce "que tiene un borde coronado con plata y un cono dorado". Teófanes Continuatus describía así aquel ambiente: "Es la llamada Fuente Mística del Triconchos a causa de los edificios colindantes, esto es, el Mysterion y el Triconchos. Cerca de la fuente se encuentran gradas de mármol preconesiano y en medio de dichas gradas hay un arco de mármol soportado por dos columnas final como cañas. Aquí, además, próximos al lado largo del Sigma, se han colocado dos leones de bronce con la boca abierta. Arrojan agua e inundan la superficie hueca completa del Sigma, consiguiendo no pequeña cantidad de placer visual. A la hora de las recepciones la fuente se llenaba con pistachos y almendras, así como piñas, mientras vino picante fluye desde el cono para disfrute de todos aquellos que estaban aquí y tenían ganas de participar de ello, esto es, todos los sectores y aquellos que tocaban los óranos y los que cantaban en un coro".

Por todo el palacio, jardines cerrados, vestíbulos abiertos y animados por juegos de agua se extendían entre los pabellones. Dentro del palacio las estancias reconstruidas o redecoradas en los siglos IX y X, resplandecían de materiales polícromos. En el Kainourgion de Basilio I, la habitación principal estaba, al parecer, dispuesta en forma de basílica con un ábside rematándola. La nave central, precisa Constantino VII en su "Vita Basilii", se levanta sobre "dieciséis columnas situadas en una hilera, ocho de piedra verde de Tesalia, seis de oniquita (como se llama orgullosamente) decoradas por el escultor con formas de viña y en su interior con figuras de varios animales. Las otras dos columnas son también de oniquita, pero se han decorado de forma distinta, pues la suavidad de su superficie ha sido surcada por líneas serpenteantes; de esta manera y buscando la belleza y el encanto a través de la variedad ha escogido el escultor el modo de decorarlas. Desde las columnas hasta la parte superior del techo, así como en la cúpula oriental, todo el edificio ha sido embellecido con cubos de mosaico de oro. Se muestra en ello al creador de esta obra sentado en lo alto, escoltado por los generales subordinados que lucharon a su lado y que le ofrecen como regalo las ciudades que ha conquistado. Además de ello, en lo alto del techo se han representado las hazañas hercúleas del Emperador, sus fatigas en beneficio de sus súbditos, sus esfuerzos guerreros y el premio de la victoria otorgada por Dios".

En el dormitorio oficial contiguo, el pavimento de mármol jaspeado rodeaba un mosaico central en el que figuraba un pavo real. Las paredes se revestían de mosaicos: dibujos florales en la parte baja, un friso de flores en el medio y encima una zona dedicada a retratos de la familia imperial. Una cruz victoriosa, hecha de vidrio verde, ocupaba el techo plano: "Alrededor de ella, como estrellas brillando en el cielo, se puede ver al mismo ilustre emperador, su mujer y todos sus hijos levantando sus brazos a Dios y al dador de gracias signo de la Cruz, y todos gritando eso de " a causa de este símbolo victorioso todo lo bueno y agradable a Dios ha sido cumplido y conseguido en nuestro reino". El tono de estas descripciones evoca decididamente -Krautheimer- la imagen de unos interiores tardoantiguos, revestidos de mármol y articulados con columnas, pilastras, capiteles y cornisas de raigambre clásica, no tanto rebrotes como supervivencias de la antigüedad helenístico-romana, como sería de esperar en la época de la renovatio macedónica.

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