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Renacimiento Español

Desarrollo


Hernán Ruiz el Joven nació en Córdoba en el seno de una familia vinculada al arte de la cantería. Su formación la realizó junto a su padre y homónimo, iniciando su actividad profesional en 1530. Su trabajo en el Convento de Madre de Dios de Baena, siguiendo trazas de Silóe, le permitió ampliar sus conocimientos y decantarse, de manera definitiva, por la estética renacentista. Fue hombre de extremada curiosidad y ambición, buen dibujante, versátil y de fina sensibilidad, con extraordinaria capacidad de análisis y de asimilación. Desde muy pronto se interesó por la normativa y por los textos teóricos, recurriendo con aprovechamiento a las obras de Vitruvio, Alberti, Durero y Serlio. Prueba de ello es su "Manuscrito de Arquitectura", en el que se traducen páginas de algunos de tales autores, se copian sus dibujos y se interpretan sus contenidos. Fue el conocimiento de las normas lo que le permitió investigar y experimentar con ellas hasta subvertirlas, en un proceso de evidente naturaleza manierista. En el manuscrito se recogen materiales muy dispares que van desde las representaciones geométricas a los ejercicios perspectivísticos, pasando por esquemas estereotómicos y fórmulas compositivas o propuestas constructivas, algunas de ellas relacionadas con obras concretas. No parece que estuviera destinado a ser libro impreso, a pesar de su carácter docente. Posiblemente se destinara a la formación de sus oficiales y colaboradores, estando relacionado con las obras a ellos encomendadas.

La dispersión y magnitud de los trabajos que debía simultanear Ruiz debe estar en el origen del manuscrito. Su redacción fue cosa de varios años, agrupándose los distintos materiales en torno a 1562. Es evidente que su elaboración tuvo lugar en Sevilla. Antes de trasladarse a ella desarrolló en su tierra natal una amplia actividad con gran éxito. No obstante, tras su visita a la ciudad en 1535 acompañando a su padre para informar de las obras de la catedral, comprendió que sólo en Sevilla podría ver satisfecha su incontenible ambición. Por eso intentó en 1545, valiéndose de procedimientos poco ortodoxos, ser nombrado arquitecto del hospital de la Sangre, cosa que no logró, como tampoco consiguió ser designado en 1551 para dirigir las obras de la Capilla Real. Finalmente, a la muerte de Gaínza, pudo ver cumplidos sus deseos, siendo nombrado, en 1557, maestro mayor de la catedral sevillana. A pesar de ello no abandonó sus cargos cordobeses, los cuales simultaneó hasta su fallecimiento en 1569. Los once años sevillanos de Hernán Ruiz el Joven fueron de una actividad frenética. Además de su cargo en la catedral, fue maestro mayor del Ayuntamiento, del hospital de la Sangre y del arzobispado hispalense, trabajando también para las órdenes religiosas y la nobleza. De todos los encargos, por muy comprometidos que fueran o por muy mediatizados que estuvieran, salió siempre airoso, aportando soluciones atractivas y novedosas, por más que las composiciones resultaran ser variantes de temas previamente utilizados.

A comienzos de 1558 presentó las trazas de la Sala Capitular y un modelo para el campanario de la Giralda, sus dos más famosas obras en la catedral sevillana. Aquélla la concibió integrada en el volumen sureste del templo, iniciado por Riaño, completándola con la Casa de Cuentas y el Antecabildo con su patio. El conjunto se inició el mismo año, si bien la sala de cabildos fue el espacio más lento, al ser también el más comprometido. Los restantes ámbitos estaban ya avanzados en 1562. En el Antecabildo, con su vestíbulo y patio, se evidencian ya los rasgos manieristas de la arquitectura de Ruiz en razón de la peculiar forma de articular los muros y de emplear los órdenes. El efectismo de la composición se resalta mediante juegos bícromos, que se concentran en el enmarque de los grandes relieves, en los remates de los huecos y en la cubierta de la sala, aunque ésta se levantó tras fallecer el maestro. Sorprendentes resultan los juegos compositivos desarrollados en el patio, cuyos frentes se han organizado simétricamente mediante una serie de vanos reales y simulados. El carácter manierista de la arquitectura de Ruiz el Joven llega a su máxima expresión en la Sala Capitular y su acceso. El pasillo semielíptico de ingreso, cuya ventana está fechada en 1561, de carácter tortuoso, angosto y oscuro, se interrumpe bruscamente ante la puerta de la Sala Capitular, en donde la luz cae violentamente desde la citada ventana y una linterna, provocando la inquietud del espectador.

Allí el espacio se abre en sentido contrario, resultando sorprendente la dilatación perimetral de la planta elíptica. Esta es anterior a las experiencias italianas y se complementa con la presencia de un orden suspendido para articular los muros. La ambigüedad del esquema y de la articulación se enfatiza por las líneas del pavimento, inspirado en el trazado por Miguel Angel para la Plaza del Capitolio de Roma. La contraposición entre el sentido centrípeto del alzado y el valor centrífugo del suelo da la sensación de un espacio que se contrae y dilata al mismo tiempo. El largo proceso de la construcción hizo que sobre el recinto presentaran informes Alonso Barba y Francisco del Castillo, además de Asensio de Maeda, quien llegó a cerrar la bóveda. El recinto fue completado con una serie de relieves, labrados por Diego de Velasco el Mozo, Juan Bautista Vázquez el Viejo y Marcos de Cabrera, que junto a las inscripciones latinas y a las pinturas realizadas por Pablo de Céspedes componen un programa iconográfico sobre las virtudes a practicar por los canónigos, redactado por Francisco Pacheco. A partir de 1562 Ruiz prosiguió la edificación de la Capilla Real, levantando su bóveda, los edículos que rematan los contrafuertes, las balaustradas con sus remates y las portadas de ingreso a las sacristías. Sin embargo, en aquellos años su principal ocupación era el cuerpo de campanas de la Giralda, que concluyó en 1568, demostrando su habilidad compositiva y su capacidad de resolución de los problemas de estabilidad.

El arquitecto incorporó al viejo alminar almohade cuatro cuerpos, rematándolos por una escultura en bronce representando el Triunfo de la Fe Victoriosa, que sirve de veleta. Se trata de una obra excepcional, característica que también poseen muchos de sus elementos. Magistral es la combinación de piedra, ladrillo y azulejería, materiales que con el color almagra que se dio a la torre permitieron unificar visualmente el conjunto. En relación con el empleo del ladrillo debe recordarse que redactó un "Manuscrito de Mazonería", que no se ha conservado pero que fue conocido por algunos arquitectos sevillanos del barroco. El programa decorativo de la torre se completó con la incorporación de balcones en las bíforas, mediante el programa escultórico que integran junto al Giraldillo cincuenta y dos carátulas, la inscripción latina de la base y las pinturas al fresco realizadas por Luis de Vargas. Inspirada en la Torre de los Vientos vitruviana, sus representaciones figurativas y leyendas exponen un programa contrarreformista alusivo al triunfo de la fe católica. Fue también en 1558 cuando Ruiz el Joven se hizo cargo de las obras del hospital de la Sangre. En el edificio hospitalario, además de concluir algunas naves y galerías, levantó su iglesia. Tras el acuerdo de los administradores sobre la ampliación del espacio destinado a la misma, el arquitecto optó por presentarla aislada, a eje con el ingreso. Para su definitiva plasmación el arquitecto experimentó distintas soluciones, todas ellas próximas, como se comprueba por los dibujos del "Manuscrito de Arquitectura", en el que también figuran algunos detalles relativos a tipos de bóvedas, puertas y soportes del orden columnario interior.

Este es jónico y aparece suspendido de unos originales capiteles-péndola dispuestos a la altura de las tribunas asentadas sobre las capillas de cada tramo. Aunque las bóvedas y ventanas termales del recinto son posteriores a Hernán Ruiz y distintas a sus previsiones, contribuyen a la majestuosidad del espacio. En el exterior recurrió a la superposición de pilastras para articular los tersos muros, resaltando sobre ellos las portadas. La mejor es la del hastial, compuesta en forma de arco triunfal y organizada con dos cuerpos rematados por frontón. Personalísima es la articulación de los elementos y la ornamentación, que incluye relieves con imágenes de virtudes, labradas en 1564 por Vázquez el Viejo. Esta iglesia ha sido considerada como síntesis estructural, espacial y decorativa del siglo XVI sevillano. En torno a 1560 se fecha el nombramiento de Ruiz el Joven como maestro mayor del ayuntamiento. Con su trabajo se relaciona el piso alto del sector del arquillo en las Casas Capitulares, estando documentada su presencia en la construcción de la doble galería porticada que, a modo de balcón, se añadió al edificio por su flanco norte y que se demolió el pasado siglo. Mayor trascendencia tuvo su actuación remodelando las puertas de la ciudad y el trazado de las vías a ellas conducentes. Su trabajo se destinó a la ampliación, rectificación y embellecimiento de las estructuras medievales, mediante el empleo de elementos clásicos y la colocación de escudos e inscripciones.

Sólo en el caso de la Puerta Real se procedió a una reedificación. Con los esquemas empleados en la reforma de los ingresos a la ciudad se relaciona la portada que levantó en el compás del convento de San Agustín en 1563, así como las construidas para la iglesia de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús. Dicho templo se levantó con arreglo a sus diseños, siendo de destacar en su interior las monumentales columnas toscanas que apean los arcos torales y la potente bóveda casetonada que éstos soportan. Punto culminante de su afán acaparador fue su nombramiento como maestro mayor del arzobispado de Sevilla, ocurrido en 1562. A raíz del mismo sus trabajos se multiplican. En unos casos tuvo que proseguir obras de diferente sentido estético al propio, en otros su actuación se destinó a la construcción de portadas y otros elementos significativos, existiendo un tercer grupo de edilicios en los que procedió a su completo replanteo o a construirlos desde cimientos. Entre los primeros se incluye la sacristía de San Miguel de Jerez, iniciada por Gaínza, y en la que Ruiz levantó su majestuosa bóveda. Continuación de proyectos de Riaño fueron su intervención en la parroquia de la Asunción de Aracena, en donde le corresponden algunos abovedamientos y soportes, así como sus trabajos en el crucero de San Miguel de Morón. Al segundo grupo corresponden sus actuaciones en las parroquias de Aroche, Constantina, Real de la Jara y Villamartín.

En aquella, además de contribuir a la transformación del espacio interior, levantó las portadas laterales, en las que se unen ortodoxia y experimentalismo. De la portada construida en Real de la Jara hay que destacar su frontón de triple curvatura, apeado en un orden toscano. Los hastiales de los otros dos templos se resuelven a modo de torre-fachada. El de Constantina fue iniciado por Gaínza, debiéndose a Ruiz el diseño del campanario, aunque no su construcción, labor que correspondió a Díaz de Palacios. Tampoco concluyó el arquitecto la torre-fachada de Villamartín, cuyos cuerpos inferiores se relacionan con dibujos del "Manuscrito". Organizada en dos cuerpos, se remata por un frontón de triple curvatura, completándose la composición, demasiado esbelta por ajustarse al ancho de la torre, con esculturas e inscripciones. Una de ellas data la obra en 1565. Entre los edificios replanteados o trazados ex novo se encuentran las parroquias de El Cerro del Andévalo, Corterrangel, Encinasola y la sacristía de la parroquia de la Oliva en Lebrija. Los dos primeros, más que por su configuración y espacio interno, destacan por las portadas de sus respectivos hastiales. Si sus composiciones pueden considerarse ortodoxas, sus recursos ornamentales son claramente manieristas. En la primera empleó estrechas bandas con embutidos de piedra triturada, mientras en la segunda usó cerámica de desecho, troceada y también embutida en fajas, buscando los efectos contrastados y los juegos de textura, típicos del manierismo.

En la iglesia de Encinasola incorporó a una estrecha cabecera gótica una amplia nave ordenada por monumentales semicolumnas y cubiertas por bóvedas vaídas. En sus muros abrió tres portadas cuyos modelos no guardan relación entre sí ni respetan la escala del espacio interior y en las que existen evidentes licencias. Con respecto a la sacristía de la Oliva, es evidente que el maestro pudo intervenir poco, pues falleció en 1569, un año después de presentar sus planos. No obstante, por su esquema está claro que pretendió la actualización del modelo centralizado empleado por sus predecesores. Al fallecer Hernán Ruiz II se produce una crisis en la arquitectura sevillana. Sus sucesores no estaban a la altura de las circunstancias, mostrándose incapaces de continuar sus trabajos. Como maestro mayor del Ayuntamiento y del hospital de la Sangre aparece el italiano Benvenuto Tortello, quien en los escasos tres años que duró su presencia al frente de las respectivas obras poco o nada reconocible hizo. De la catedral y arzobispado fue designado arquitecto Pedro Díaz de Palacios, siendo prueba de su falta de preparación su despido de las obras catedralicias en 1574. Continuó al frente de las del arzobispado, demostrando en sus escasas intervenciones -capillas sacramentales de Santa María de Carmona y El Pedroso y campanario de Constantina- sus débitos respecto al estilo de su predecesor, su arcaísmo y torpeza compositiva. Por el contrario, trabajó con éxito trazando retablos.

A Díaz de Palacios sucedió en la catedral Juan de Maeda, cuya efímera presencia, sólo dos años, no dejó huella ni obra capaz de ser reconocida como propia. A su muerte le sucede su hijo Asensio de Maeda, quien da nuevos impulsos a la arquitectura sevillana. Concluyó las obras del cuadrante suroriental del templo con indudable maestría, cerrando las bóvedas del Antecabildo, de la Casa de Cuentas y de la Sala Capitular. En ésta siguió los proyectos de Hernán Ruiz II, facilitados por su hijo y homónimo Ruiz III, supervisando las labores ornamentales anteriormente citadas y añadiendo uno de sus detalles más significativos, el pavimento. Fue visitador de las obras del hospital de la Sangre, supervisando el cerramiento de las bóvedas de su iglesia y añadiendo, al parecer, la portada de acceso al edificio hospitalario. Para el Ayuntamiento efectuó labores de reforma y monumentalización de algunas de las puertas de la ciudad, caso de las de Carmona y de la Carne, en un estilo claramente manierista y con débitos vignolescos. Trazó la Aduana, diseñó fuentes y concluyó la urbanización de la Alameda de Hércules. Por otra parte, tuvo una episódica intervención en los Reales Alcázares, actualizando algunos espacios del palacio gótico y favoreciendo su relación con los jardines. Sin embargo, la gran personalidad artística de fines del quinientos y comienzos del seiscientos es el arquitecto milanés Vermondo Resta. Gracias a su formación, a sus contactos con el arte cortesano, a sus múltiples relaciones artísticas, aportó a la arquitectura sevillana unos nuevos parámetros estéticos que la hicieron salir de la crisis en que estaba sumida.

Sus nuevas concepciones espaciales, su novedoso sentido de las superficies murarias y su renovado repertorio ornamental de raíz manierista fueron el punto de partida y el modelo de los arquitectos de la siguiente generación. Inicialmente aparece vinculado a la figura del arzobispo don Rodrigo de Castro, de quien recibe los primeros y más significativos encargos, contándose entre ellos el diseño de los hospitales del Espíritu Santo y del Amor de Dios, cuya construcción dirigió hasta 1602, y el del Colegio de los Jesuitas de Monforte de Lemos, edificio en el que el prelado sería enterrado. Tanto en este colosal conjunto como en la parroquia de La Campana, proyectos ambos de la última década del siglo, se han apreciado influencias escurialenses. Otra de sus grandes creaciones es la iglesia y salas paredañas del convento de San José de Sevilla, templo que responde al tipo llamado de cajón, de tanto éxito durante el seiscientos. Como maestro mayor del arzobispado se responsabilizó de las obras de numerosas iglesias, trazando para ellas portadas, torres y sacristías. Así, se le relaciona con las esbeltas y sencillas portadas de la iglesia de Galaroza, con la torre de la parroquia de Zalamea y con las sacristías centralizadas de las iglesias de San Pedro de Sevilla y Santa María de Zufre. Por otra parte, intervino en la construcción de las parroquias de Aracena y Aroche, así como en la conversión en iglesia columnaria de la parroquial de Cortegana.

Con sus trazas y condiciones se inició, además, la obra de la colegiata de Olivares, en la que destacan las columnas pareadas que, apeando arcos de medio punto, dividen el interior en tres naves, y la rítmica articulación de las paredes. Coincidiendo con su cargo de arquitecto del arzobispado debió intervenir, antes de 1609, en la remodelación del palacio arzobispal, en donde se le atribuyen los dos patios y los salones inmediatos, para cuyos alzados recurrió a modelos vignolescos. Sin embargo, sus trabajos más destacados fueron los que durante el primer cuarto del siglo XVII desarrolló en los Reales Alcázares y sus posesiones. En el desempeño del cargo de maestro mayor de los mismos llevó a cabo un programa de obras de enorme amplitud y trascendencia, a las que se debe, en buena medida, la imagen definitiva de la residencia real. Entre sus grandes aportaciones se cuenta el Apeadero, trazado en 1607 y organizado en tres naves con columnas pareadas apeando arcos de medio punto, como si de un interior sacro se tratase. Su portada prueba su habilidad en el manejo del léxico manierista y sus dotes para la composición. Preparatorios de la anunciada, aunque no realizada, visita de Felipe III fueron la construcción de las cocinas, caballerizas y restantes dependencias para el servicio real. Pero su principal aportación se localiza en los jardines, ejemplar plasmación de la dialéctica entre naturaleza y artificio típica del manierismo.

Las intervenciones, desarrolladas entre 1606 y 1624, duplicaron la superficie ajardinada del palacio, ordenándose en una serie de parterres entre paseos con burladores de agua y fuentes y delimitándose por un muro en el que se abrieron ventanas y puertas. Complementaria fue la construcción, a partir de una vieja muralla, de la Galería del Grutesco, en la que se dispusieron una serie de grutas con representaciones mitológicas y órganos hidráulicos. Entre los edificios relacionados con el Alcázar en los que trabajó Resta se encuentran el hospital Real, en donde efectuó diversos reparos; el palacio de Lomo de Grullo, cuya reforma efectuó entre 1612 y 1624; la Casa de la Contratación, reconstruida bajo su dirección tras el incendio que sufrió en 1604 y para la que en 1611 construyó una nueva cárcel, y los almacenes y viviendas inmediatos a la Torre de la Plata y Postigo del Carbón. De todas ellas sólo parte de estas últimas, aunque muy alteradas, se ha conservado. En ellas se ensayaron estructuras industriales y residenciales que en etapas posteriores tendrían enorme trascendencia en la ciudad. Igualmente importante es su organización de fachadas, tersas y bien articuladas, con las que logró un modelo de prolongada vigencia en la arquitectura sevillana. Por último, es preciso citar su labor de diseñador del teatro Nuevo Coliseo en 1620 y del Corral de la Montería, teatro cuya construcción dirigía en 1625, fecha de su fallecimiento. El mismo año desapareció Juan de Oviedo y de la Bandera, artista que se inició como escultor y retablista y que a partir de 1603 ocupó el cargo de maestro mayor del Ayuntamiento.

Aunque formado en la tradición del arte de Hernán Ruiz, en razón de vínculos familiares, su capacidad y ambición le permitieron evolucionar con éxito tanto en el terreno artístico como en el social. En el campo profesional, su primera obra arquitectónica fue el túmulo de Felipe II en 1598, levantando en 1611 el correspondiente a Margarita en Austria. Fue maestro mayor de la orden de Santiago en la provincia de León y hacia 1600 llegó a ser ingeniero militar. Sus trabajos para el municipio incluyen labores de infraestructura, dedicadas fundamentalmente a resolver el problema del abastecimiento de aguas y a evitar las inundaciones del Guadalquivir, y de reparación de edificios municipales, entre los que se contaba el propio Ayuntamiento. Trabajó para el duque de Alcalá y otros nobles sevillanos, remodelando sus viviendas o efectuando en ellas importantes reparos. Mayor trascendencia tuvo su actuación en el campo de la arquitectura religiosa. Entre sus obras más significativas se encuentran la iglesia y convento de la Merced, obra iniciada en 1602 y de largo desarrollo, en la que destaca la articulación de sus tres patios a partir de su monumental escalera la iglesia conventual de la Asunción, comenzada en 1615; la iglesia del monasterio de San Benito, en donde recurre a los soportes pareados empleados por Resta, y la reforma de la iglesia de Santa Clara, en la que se revistieron su muros interiores en yeserías y se incorporó un pórtico delante de su ingreso, monumental síntesis entre la serliana y el arco del triunfo.

Sus tareas de ingeniero las desarrolló tanto en las costas andaluzas como en la frontera pirenaica, levantando una serie de fuertes, trabajos muchos de ellos en colaboración con otros ingenieros. Importantes fueron sus propuestas para la defensa de la Mamora, Gibraltar y Cádiz, así como su proyecto de muralla abaluartada para Almería y su labor de reconocimiento de las fortificaciones de Guipúzcoa y Navarra. La misma estética seguida por Oviedo en las obras mencionadas comparten otros arquitectos sevillanos de su tiempo, con escasa producción y vinculados al mundo de la retablística. Es el caso de Diego López Bueno, cuyas obras constructivas más destacadas son la cabecera y portadas de la iglesia de San Lorenzo y la portada lateral de la parroquia de San Pedro, fechada en 1624. Muchos de los trabajos mencionados fueron coetáneos de la construcción de la Casa Lonja, edificio importante para la transformación urbanística de la ciudad, pero de escasa repercusión en su tiempo, desde el punto de vista arquitectónico. De hecho, hasta el siglo XVIII no se extraerían de él las oportunas consecuencias.

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