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Pontificado y cultur

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La designación de sede del futuro concilio para lograr la unión de las Iglesias se había convertido, en realidad, en una lucha de principios, sólo inteligible en el marco del enfrentamiento entre Papa y Concilio. Numerosos conciliares subrayaron los peligros de ruptura del concilio si no se ponía fin rápidamente a las tensiones que se vivían en su seno. A pesar de las voces que venían levantándose solicitando prudencia, el 5 de diciembre de 1436 el concilio decidía que la propia Basilea sería la sede del concilio ecuménico; de no ser aceptada por los griegos, seria Aviñón o, en último caso, un lugar de Saboya. No se hacía mención en la conclusión a los acuerdos anteriores con los griegos, que habían establecido que sería una ciudad italiana la elegida, o Viena o Buda, antes que Saboya. Los griegos rechazaron la permanencia en Basilea y también Aviñón, por no estar contenida en los acuerdos previos y ser tan poco adecuada para ellos. Rotunda fue también la negativa de Eugenio IV, no sólo a la aceptación de las ciudades designadas, sino también a la predicación de indulgencias, que consideraba sin sentido al no existir acuerdo sobre la ciudad sede del concilio. En Carlos VII la decisión conciliar despertó verdadero entusiasmo, cuidadosamente disimulado para no distanciarse del Papa; sin embargo, la actividad que despliega ante Eugenio IV, el emperador griego, y Segismundo, manifiesta con meridiana claridad el interés con que veía la celebración del concilio en Aviñón.

El Concilio busca toda clase de apoyos a su decisión durante los primeros meses de 1437; entretanto, se lanza a decisivas acciones contra Eugenio IV. Todo ello le hace perder apoyos internacionales y provoca crecientes divisiones en su interior, causa de deserciones en sus filas; el Concilio abandona sus preocupaciones por la reforma y toma el camino de la rebelión. Las dificultades insuperables que el Concilio halla para que se acepte su decisión del 5 de diciembre, hacen que Aviñón exija garantías sobre la efectiva celebración allí del futuro concilio, antes de realizar los desembolsos previstos. El Concilio da cuantas seguridades puede y, sobre todo, decide el envío, en febrero de 1437, de una embajada a Constantinopla con objeto de lograr lo imposible: la aceptación por los griegos de aquella decisión conciliar. Nombra también otra embajada para lograr el asentimiento del Pontífice y que éste curse las oportunas convocatorias, ordene la predicación de indulgencias y expida los salvoconductos. Como es fácil suponer la negativa pontificia fue rotunda, ya que la decisión conciliar no tiene en cuenta ninguno de los acuerdos previos. Vino a confirmar los temores aviñonenses, de forma que éstos cumplieron sólo en parte sus obligaciones económicas en el plazo previsto, lo que significaba decaer en el nombramiento de sede. Es el argumento que se utilizará en el seno del Concilio para solicitar una nueva designación de sede, causa próxima de la ruptura de la asamblea.

Durante el mes de abril de 1437 tienen lugar violentísimos debates en el seno de las diputaciones conciliares. Culminan en la congregación general del día 26, con la adopción de dos conclusiones contrapuestas. Una minoría, considerando a Aviñón decaída en su nominación, designaba sucesivamente Florencia, un lugar de Friul, o cualquiera de los lugares contenidos en el primer acuerdo; la mayoría, sin embargo, se reiteró en el acuerdo de diciembre y requirió a Aviñón el cumplimiento de los acuerdos. La celebración de la sesión del concilio, que habitualmente era una cuestión protocolaria para anunciar las decisiones adoptadas en el seno de las diputaciones y de la congregación general, se convirtió en una verdadera batalla; pudo celebrarse esta sesión, la numero XXV, el 7 de mayo, pero únicamente para hacer públicos dos decretos, grande y pequeño, expresión de las resoluciones de la mayoría y minoría conciliar, respectivamente. El escándalo se completó con el sellado de ambos decretos, recurriendo a toda clase de maniobras difíciles de imaginar; el ambiente era de ruptura inevitable. El 24 de mayo, Eugenio IV, a petición de los griegos, considerando incumplidos los compromisos conciliares, acordaba con éstos, de acuerdo con el Concilio, convocar el nuevo concilio ecuménico en Florencia. El 3 de septiembre de 1437 llegaban a Constantinopla los embajadores pontificios, portadores de la decisión; tres semanas después llegaban las naves, con las tropas prometidas y el dinero.

El 3 de octubre llegaban los embajadores de Basilea para anunciar el concilio en Aviñón; no traían tropas, ni dinero. El emperador Juan VIII hubo de impedir un choque armado entre ambas delegaciones y sus barcos; hizo gala de neutralidad entre ambos y mostró sus temores a negociar con una Iglesia dividida en su seno, pero no era difícil aventurar cual sería su decisión. El 27 de noviembre se hacían los griegos a la mar acompañando a los embajadores pontificios rumbo a Venecia. El 18 de septiembre había publicado Eugenio IV una bula que decretaba el traslado del concilio de Basilea a Ferrara; las decisiones adoptadas por el Concilio en las semanas siguientes hacían inviable cualquier esperanza de reconciliación. A comienzos de febrero de 1438 llegaron los griegos a Venecia, y un mes después hacían su entrada en Ferrara, donde desde el 8 de enero tenían lugar las sesiones del Concilio. La primera sesión conjunta tuvo lugar el 9 de abril. Se consumaba una ruptura que no pudo superarse a pesar de los esfuerzos realizados todavía a lo largo de este año. En Ferrara se mantuvo el Concilio hasta enero de 1439 en que, por decisión conciliar, se trasladó a Florencia. Allí continuaron los debates que permitieron alcanzar un acuerdo de unión hecho público el 6 de julio de 1439. Mientras, se estaban diluyendo los últimos apoyos de los reunidos en Basilea.

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