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En el año 628 los bizantinos habían arrebatado Egipto a los persas; el gobierno de Constantinopla se hizo a través del patriarca ortodoxo de Alejandría, circunstancia que provocó conflictos ya que la población, aunque de lengua griega y cristiana, era copta y por tanto ajena a la línea religiosa de Bizancio; los árabes, a cuyos ejércitos ya se habían ido incorporando otras etnias y distintas religiones, iniciaron la conquista de Egipto en diciembre del 639 y, en sólo dos años, ya había capitulado Alejandría que cayó en sus manos en noviembre del 641; tal velocidad pudo ser alcanzada gracias a la momentánea debilidad militar bizantina y el desapego que la población sentía por sus representantes: los recaudadores de impuestos y los clérigos ortodoxos.La ocupación del país, como en Iraq, vino propiciada por la fundación de un misr, Fustat, que significa campamento, y que pasó a ser la capital de la nueva provincia; las primeras manifestaciones artísticas de los musulmanes en Egipto fueron tan precarias como en el resto del Islam, pues aunque pronto se dio una cierta islamización, siguió siendo durante tiempo un país ocupado, en el que la población copta hablaba y escribía griego, y sostenía, con sus impuestos en especie y servicios, a los gobernadores enviados por Damasco y Bagdad; es interesante recordar que fueron artesanos egipcios algunos de los que se desplazaron a Siria, para colaborar en la construcción de los más emblemáticos edificios omeyas.

Uno de aquellos gobernadores fue el turco Ahmad Ibn Tulum quien, a cambio del reconocimiento formal de la autoridad central bagdadí, aplicó en Egipto los impuestos recaudados, dando origen a un interesante desarrollo artístico, muy atento a las novedades iraquíes. Tras un periodo de anarquía, a raíz de su muerte en el 884, tomó el poder otro aventurero turco, que inició la dinastía ijsidí, que vio su fin en el año 969.En Egipto tenemos, pues, una situación muy diferente ya que la cultura islámica fue un objeto de importación, sin raigambre nacional alguna, sustentada por unos militares asiáticos, a la que no faltaron aportaciones posteriores, tanto orientales como africanas e incluso andaluzas. Egipto fue, durante casi toda la historia islámica, un pasillo de pueblos y el solar propicio para que alcanzasen fortuna diversos aventureros, como había venido sucediendo desde los tiempos de Alejandro Magno que, no obstante, dejaron un patrimonio artístico impresionante.Más allá de Egipto, el proceso se repitió de nuevo; desde época fenicia el actual Túnez y la parte oriental de Argelia constituían un territorio diferenciado, una isla fértil rodeada por el desierto, el mar y las montañas del Atlas. Solar de cartagineses y provincia próspera del Imperio romano, Africa por antonomasia, sufrió crisis religiosas, el asentamiento del reino vándalo y la reconquista bizantina.Su aislamiento no le libró de correrías musulmanas en fechas tan tempranas como el 647, pero su conquista definitiva no ocurrió hasta el 670, cuando Uqba ibn Nafi fundó Qayrawan capital de la provincia más occidental del imperio omeya durante el resto del siglo VII Ifriqiya, a la que fueron agregando durante el VII el resto de las conquistas musulmanas hasta los Pirineos.

La provincia fue gobernada por enviados de la corte califal; un descendiente de uno de ellos, Ibrahin ibn Aglab consiguió hacer hereditaria su autoridad, organizando una copia a escala del gobierno de Bagdad bajo la autoridad de su familia, los aglabíes, que siempre se mantuvieron como súbditos del califa abbasí. Fue una etapa de prosperidad gracias a la paz y a la buena gestión de los impuestos recaudados entre la población indígena, beréberes islamizados, pero poco integrados en el Imperio omeya; la seguridad de Ifriquiya fue tal que incluso tomaron la iniciativa de la conquista de Sicilia. Sus realizaciones arquitectónicas presentaron unos visos de originalidad que serían decisivos para el futuro de esta materia en todo el Occidente musulmán, singularmente en Al-Andalus, por más que en la misma Ifriqiya quedasen encapsulados.Más al Oeste la conquista definitiva, lograda poco antes del salto a Europa a través de Hispania, fue conseguida a duras penas a costa de las tribus beréberes, entre las que se daban las cristianas, las judaizantes y las paganas. El resultado, a la larga, fue una serie de Estados .cuyas tendencias políticas y religiosas fueron las de los misioneros, gobernadores o simples aventureros que iniciaron o consolidaron el dominio del Islam en las comarcas o ciudades más significativas. Así, en 787 en Tahert se consolidó el Estado jariyí de los rustamíes, fundado por un persa; otro Estado jariyí fue el de Siyilmasa, al Sur del actual Marruecos; un tercero fue el de Fez, con la dinastía idrisi, descendientes del califa Ali, que fue fundado en el 788.

Este mosaico fue unificado por los fatimíes, de historia bastante compleja a su vez; resulta que los ismailíes, rama revolucionaria de los siíes, es decir de los heterodoxos adeptos del califa Ali, sólo reconocían como tales a los descendientes de aquel, lo que provocó, desde la inicial contienda con Muawiya, que sufrieran la encarnizada persecución de los abbasíes. Esto les obligó a una política secreta, en la que fue piedra angular la doctrina de la sucesión oculta de Ali; ni que decir tiene que la solución final del secreto, el desvelamiento, se produciría por la aparición pública y triunfal del Mahdi, el enviado, concepto mesiánico que no fue privativo de los ismailíes.La extensión de esta tendencia se debió, entre otros factores, a sus activos misioneros; uno de ellos, llegó hacia el año 893 a Ifriqiya para ampliar la predicación entre los beréberes; el éxito fue completo y ya en 910 pudo un supuesto descendiente de Ali proclamarse califa en Ifriqiya iniciando la rápida conquista de toda Africa del Norte, desde Egipto al Atlántico, destacando su labor de fundaciones urbanas: Mahdiya primera creación de una urbe marítima por parte del Islam, Mansuriya, en Túnez, y una ampliación de Fustat, el actual El Cairo, en Egipto, donde permanecerían hasta el 1171, tras haberse apoderado incluso de Siria en el año 978. Su dominio efectivo se concentró, durante los siglos X y XI en Egipto, que sustituyó durante este tiempo al decadente Iraq de los abbasíes.

Aunque los fatimíes alcanzaron el dominio del Valle del Nilo durante esta etapa de formación del arte islámico, no es menos cierto que su desarrollo ocurrió durante el siglo XI y por ello representan, dentro del convulso mundo musulmán de dicha centuria, una isla de cierta estabilidad política.Bajo la titularidad fatimí se desarrollaron en los actuales países magrebíes una nueva serie de dominios, centrados en ciudades concretas y detentados por dinastías de gobernadores o usurpadores locales. Así en Ifriqiya tuvieron amplia autonomía los ziríes, que eran beréberes y dominaron en Mahdiyya desde la fundación de El Cairo en el año 969, mientras otra rama beréber, los hammadíes desde la ciudad de la Qalat Bani Hammad domina el Magreb central; la diferenciación entre ambos dominios se produjo a causa de que los hammadíes sí reconocieron al califato abbasí, prolongándose su dominio hasta fecha tan tardía como 1152.También los ziríes acabarían reconociendo a los abbasíes y ello provocó, en 1051, que los fatimíes propiciaran la emigración de los Banu Hilal, beduinos nómadas que, procedentes de la zona norte de la Península Arábiga, estaban asentados entre el Nilo y el Mar Rojo. Estas qabail devastaron toda Ifriqiya reproduciendo el nomadismo que en aquellas tierras era sólo un fenómeno periférico e introduciendo la población arabófona que en la actualidad caracteriza a los países del Norte de Africa por oposición a los de lengua y raza beréber. De esta compleja historia lo que más nos interesa es la potencia y arcaísmo de su arquitectura, radicada casi toda ella en el actual Túnez y que, como anunciamos anteriormente, sería un ingrediente de la espléndida floración del arte andalusí.

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