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Datos principales


Desarrollo


En el reparto de las provincias romanas realizado después de la batalla de Filipos, resultaba ventajosa la posición de M. Antonio al controlar una extensión territorial mayor y seguir contando con un Senado mayoritariamente favorable, además de dejar en Roma y en Italia a un nutrido grupo de familiares, amigos y clientes que vigilaban estrechamente los pasos de Octaviano. Éste había adquirido además el difícil compromiso de asentar en Italia a varios miles de veteranos, lo que arriesgaba su popularidad. Fulvia, la mujer de M. Antonio, así como su hermano Lucio Antonio, estimularon los descontentos de todos aquellos que se veían privados de tierras por la intervención de Octaviano. Ante las quejas de los veteranos que acusaban a Octaviano de lentitud en el reparto de las tierras, las protestas de los propietarios y el silencio de M. Antonio ante las misivas de Octaviano para que colaborara con esa difícil tarea, Octaviano apostó por atender por todos los medios a las exigencias de los veteranos. El hermano de M. Antonio, entonces cónsul, tomo la ciudad de Perugia como base militar de operaciones a donde acudieron todos los descontentos contra Octaviano. Este, con la ayuda de su general Agripa, cercó la ciudad hasta que los sitiados se vieron en la necesidad de rendirse. La ciudad fue dejada al saqueo de los soldados (año 40 a.C.). Muchos de los defensores murieron. Pero para evitar una masacre total, se permitió a otros muchos que huyeran y buscaran refugio en el ejército disidente de Sexto Pompeyo.

Octaviano perdonó la vida al hermano de M. Antonio. El éxito militar sobre Perugia y las dudas ante el comportamiento de M. Antonio contribuyeron a reforzar la posición de Octaviano ante muchos cesarianos. Así, el legado de Antonio para la Galia, Caleno, se puso a las órdenes de Octaviano con once legiones. M. Antonio, alarmado por la nueva situación, llegó con sus tropas a Bríndisi dispuesto a resolver con las armas el mantenimiento de su hegemonía sobre Octaviano. La mediación de amigos de ambos logró evitar la guerra y ponerles de acuerdo para concertar un nuevo reparto de las provincias: todo el Occidente, excepto África que se asignaba a Lépido, quedaba bajo la autoridad de Octaviano mientras M. Antonio seguía con el control de Oriente. El convenio de Bríndisi selló prácticamente la división del Imperio en dos partes, pues Lépido no constituía ningún peligro; poco más tarde, las tropas que mandaba se pasaron a Octaviano. La única dificultad seria residía en Sexto Pompeyo quien había conseguido ya adueñarse de Sicilia, Córcega y Cerdeña, además de contar con apoyos sólidos en el sur de Hispania y en África. Sexto disponía de una gran flota y estaba en condiciones de dificultar el aprovisionamiento de víveres destinados a Roma así como todos los intercambios comerciales realizados por el occidente del Mediterráneo. En el año 39 a.C. se llegó a un acuerdo con Sexto Pompeyo que contemplaba las condiciones precisas para una normalización de sus relaciones con el Estado: le eran devueltos los bienes confiscados a su padre, él y sus seguidores libres eran amnistiados y se le concedía un mando legal sobre las islas que controlaba.

Pero tales medidas, objetivamente ventajosas para Sexto, no resolvían la situación de todos sus seguidores ni atendían a todas las promesas que había hecho a esclavos y libertos huidos de sus dueños para engrosar sus filas. Cuando en el 37 a.C. se renueva el Triunvirato por otro quinquenio, Octaviano consigue de M. Antonio ayuda significativa para reforzar su armada, argumentando que era necesaria para defenderse de Sexto Pompeyo, quien no cumplía con los compromisos pactados. Así, la renovación del Triunvirato incluyó en el programa de Octaviano la preparación sistemática de un ataque militar para privar a Sexto Pompeyo de su poder. Como preparación para el enfrentamiento, en las costas de Italia se erigieron torres de vigilancia y se construyó una gran armada que fue entrenada sistemáticamente. Los mejores generales de Octaviano, Agripa y Estatilio Tauro, fueron encargados de mandar parte de la flota. El 36 a.C., ante Nauloco, cerca de Sicilia, la flota de Sexto sufrió una gran derrota. Sexto huyó a Oriente donde moriría poco después. Desde ese momento, el mundo romano sólo tuvo dos gobernantes: Octaviano para todo el Occidente y M. Antonio para Oriente.

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