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Final siglo

Desarrollo


Ya que hemos tratado de la proyección que las transformaciones de los sesenta tuvieron en aspectos importantes de la evolución histórica posterior, no viene mal tratar de algunos de ellos de forma un poco más pormenorizada. A continuación, se abordará el cambio en el compromiso político de los intelectuales, en las nuevas formas de la creatividad cultural y en la evolución de la Iglesia católica. Sin duda, los años sesenta fueron menos propicios al compromiso como demuestra la "nueva novela" de Robbe-Grillet; al menos no existió en este período una tan lineal identificación de la fórmula creativa con la expresión literaria ni una simplificadora identificación del mundo literario comprometido con el comunismo. Los dos grandes intelectuales franceses optaron en 1968, como siempre, por posiciones por completo antitéticas. Sartre se entusiasmó mientras que Aron se mostró nervioso ante un suceso inclasificable. "Lo importante es estar con los estudiantes rebeldes", proclamó Sartre. Su análisis no tenía nada de marxista al proclamar que lo que le interesaba de los estudiantes era que llevaran la imaginación al poder. Aron se arriesgó, contra la tendencia predominante en el mundo intelectual, a calificar a lo sucedido como un psicodrama. Por una vez la polémica entre ambos adquirió un tono virulento. Sartre dijo que Aron había quedado desnudo ante el público pero lo cierto es que, por una vez, éste último parece haberse desprendido de su papel de observador sereno de la realidad aunque no le faltó la razón en la mayor parte de sus juicios.

Los tiempos posteriores al 68 fueron de "izquierdismo", es decir de proliferación de grupos minúsculos de significación ultrarrevolucionaria o maoísta en el mundo intelectual francés. Sartre, ya con 65 años, vivió en este período la juventud por la que no había pasado en otro tiempo. Aprobó la violencia de los estudiantes, llamó "prostituta" a la Universidad y propuso una tensión revolucionaria permanente; para él el parlamentarismo era una trampa y un elector entrando en un colegio electoral equivalía a un traidor en potencia. Ni aun así, a pesar de visitar a Andreas Baader en la cárcel durante 1974, consiguió ser un líder intelectual indisputado. Foucault, profeta de la violencia terrorista, se convirtió en el intelectual punto de referencia del "izquierdismo" en comparación con un Sartre envejecido. La ortodoxia dentro del Partido Comunista se hizo cada vez más complicada: Aragon vio fenecer Les Lettres françaises, que había sido órgano del PCF, cuando perdió las suscripciones de Europa del Este por su proclividad hacia la heterodoxia. Pero si el final de los sesenta había sido una época de eclosión de izquierdismos el comienzo de los setenta vio aparecer iniciativas en la derecha. En algún caso aparecieron incluso fórmulas intelectuales que recordaban un cierto etnocentrismo. Ya en los setenta el liberalismo experimentó una reacción, principalmente de manos de Aron, quien en 1978 vería aparecer la revista Commentaire, muy vinculada a su pensamiento.

Pero probablemente el gran acontecimiento intelectual en la década de los setenta fue la publicación de El archipiélago Gulag por Solzhenitsin en 1974, que revelaba la verdad de los campos de concentración de la URSS. En ese mismo año publicaron libros Glucksmann y también Lefort que coincidían en un pensamiento crítico de la URSS desde la óptica de la izquierda. En 1975 apareció La tentación totalitaria de Revel y en 1977 La barbarie con rostro humano de Bernard Henri Levy todos ellos muy críticos con el mundo de la izquierda intelectual procomunista. Ya a finales de los setenta se dibujaba un acercamiento de posturas. En 1979 Glucksmann logró una aparente reconciliación de Aron y Sartre con ocasión de una común declaración de intelectuales a favor de los vietnamitas que huían de su país. Al año siguiente murió Sartre y en 1983 le siguió Aron. El primero había tenido una vejez un tanto patética y dominada por su último secretario. El segundo en 1981 fue entrevistado por dos personas de la generación del 68 y en 1983 publicó sus memorias. Ambos libros tuvieron un gran éxito y se dijo que Francia se había vuelto "aroniana". En gran medida fue así, pero también puede interpretarse lo sucedido diciendo que el pensamiento liberal había obtenido una victoria tras la desaparición de su principal mentor. Sartre había sido un seductor mientras que Aron, más frío y distante, había sabido estar más a menudo contra corriente.

Foucault, que hubiera podido suceder a Sartre en la izquierda, murió en 1984. En esta fecha se pudo decir que había desaparecido ya el intelectual oráculo o profético, el que creía en la religión de la revolución y a ella sacrificaba su pensamiento. En adelante en la propia Francia el intelectual se limitaría a una labor crítica más que a la defensa de un ideario revolucionario omnicomprensivo. La narración de lo ocurrido en Francia en donde el intelectual tuvo siempre una relevancia excepcional podría completarse con lo acontecido en otras latitudes como, por ejemplo, en Estados Unidos. Allí los problemas de política exterior jugaron un papel más importante pero las líneas de tendencia fueron parecidas. A comienzos de los años setenta un grupo de intelectuales que habían estado vinculados al Partido Demócrata -Kristol, Podhoretz, Moynihan, Glazer...- derivó hacia una postura de dureza contra el adversario soviético y de defensa de los valores tradicionales de la democracia norteamericana. Los años posteriores a 1968 vieron aparecer las tendencias posmodernas en el arte. Todas ellas se caracterizaron no ya por el espíritu de la vanguardia sino por recurrir a una especie de cita fragmentaria del arte del pasado. El concepto de "transvanguardia" fue elaborado por el crítico italiano Achille Bonito Oliva a finales de los setenta para hacer alusión a una serie de manifestaciones artísticas que se caracterizaban por su nomadismo sobre los más variados períodos artísticos del pasado pero también por los más diversos modos de expresión.

A menudo este paseo por el pasado tenía mucho de irónico. De cualquier modo lo buscado no era ya la originalidad vanguardista. De esta manera el mundo de las artes plásticas se ha caracterizado por ser realmente caleidoscópico. El neoexpresionismo alemán tomó como punto de arranque las experiencias de comienzos de siglo. Baselitz, pintor y escultor, se significó por su gestualismo exaltado mientras que Kiefer ofreció visiones un tanto apocalípticas. De la transvanguardia italiana la mejor expresión han sido Mimmo Paladino, Enzo Cuchi o Francesco Clemente. En este último resulta evidente la relación con la cultura india, hecho importante porque revela la condición cosmopolita del arte del fin de siglo. En Estados Unidos también la existido una pintura neoexpresionista como la de Basquiat, caracterizada por su agresividad (fue un pintor de "graffitti" originariamente) o la de Julian Schnabel. Pero ha habido también un neominimalismo y una pintura neopop (Scharf) o relacionada con lo kitsch (Koons). En cierto modo también se puede decir que existe una cierta arquitectura posmoderna caracterizada por una vuelta parcial a la tradición constructiva de otros tiempos. El carácter instantáneo de la comunicación ha permitido, además, un trasvase generalizado de influencias que ha permitido hablar de un "eclecticismo mundial". Algo característico del momento arquitectónico posterior a los setenta ha sido también la utilización de parodias, metáforas plurales y la ambigüedad estilística.

El primer arquitecto actual que utilizó procedimientos como las molduras decorativas y arcos en las entradas principales puede haber sido Robert Venturi. Arata Isozaki, Aldo Rossi y Mario Botta ha demostrado interés por el clasicismo pero también por el manierismo. También en la literatura hubo entre el final de los sesenta y el comienzo de los setenta una sensación de ruptura. El francés Lyotard en "La condición posmoderna" (1979) estudió este cambio. Por un lado la literatura dio la sensación de perder la significación tradicional que había tenido como vehículo de conocimiento pero por otro empezó a reconquistar al público que había perdido a consecuencia del experimentalismo de la vanguardia. Si, de un lado, se volvieron a utilizar los procedimientos de la forma novelesca tradicional, por otro lado no se tuvo inconveniente en poner en evidencia la ficción o la construcción misma que la vanguardia había hecho patente en sus relatos. Frente al hermetismo de los relatos más modernistas ha surgido un tipo de narración que parece volver a la novela tradicional, incluso a la histórica. Lo que aparece como más característico es un tipo de novela híbrida, mezcla de realismo tradicional y de modernismo experimental. A veces la literatura imita a la literatura pero con la adición de intriga y con una reflexión filosófica o ensayística que tiene que ver con una interpretación del mundo actual (el caso de El nombre de la rosa de Umberto Eco).

Otras opciones son, por ejemplo, una literatura femenina basada en experiencias muy peculiares o la biografía y autobiografía que contiene una buena parte de ficción. Se ha producido, en definitiva, una destrucción de los géneros, pues en la narración actual se mezclan, por ejemplo, el ensayo y la narración. Finalmente, debe hacerse una reflexión acerca de la evolución de la Iglesia católica. Sin duda, en este aspecto el punto de referencia esencial sigue siendo el Concilio Vaticano II y el Papa Pablo VI. El Concilio se puso en marcha con la labor previa de dos mil encuestas, una parte de ellas centradas en cuestiones de menor trascendencia, pero en 1962, poco antes del inicio de las sesiones, aparecieron algunos temas que habrían de centrar las discusiones conciliares: la participación de la Iglesia en la búsqueda de una Humanidad mejor, la renovación -"aggiornamento"- de las estructuras o de la presentación del mensaje de la Iglesia y la preparación del camino hacia la unidad con los no cristianos. El propio Juan XXIII no tenía una idea muy clara de lo que iba a resultar el Concilio, inaugurado en octubre del año citado. Probablemente pensó que se trataría de un encuentro no conflictivo y quedó sorprendido por el vendaval polémico levantado pero nunca pensó que hubiera que limitar de algún modo el debate. El nuevo Papa fue mucho más consciente de las posibles dificultades, del peligro de acabar sin un resultado preciso y de la necesidad de imprimir una dirección al Concilio sin, al mismo tiempo, manipularlo.

Para él los objetivos debían ser: una definición más clara de la Iglesia, su renovación, tender un puente hacia el mundo contemporáneo y dirigir la mano a los "hermanos separados". Pablo VI entregó el mensaje conciliar al mundo de manos del filósofo francés Jacques Maritain, quizá la figura más significada en el pensamiento católico del siglo XX. El Concilio había sido preparado por una mentalidad de curia romana pero poco a poco pasó a ser protagonizado por las preocupaciones intelectuales de la teología centroeuropea. Algunos episcopados habían vivido muy alejados del diálogo con corrientes espirituales de la época. Ellos y la curia, que se identificaron muy a menudo con el romano pontífice, como si el Concilio fuera un adversario, tenían muy poco deseo de que las cosas cambiaran. La figura del Papa Pablo VI está estrechamente vinculada al Vaticano II. Había permanecido treinta años en la Curia romana hasta ser alejado de ella en 1954. Le tocó dirigir una de las etapas más difíciles en la Historia del catolicismo e incluso soportar que contra él se dirigieran las pasiones de las dos grandes tendencias en que el catolicismo quedó dividido. Fue persona de gran finura intelectual y amplia cultura que, sin duda, padeció por la división del mundo católico en torno a las tareas conciliares. Como en tantos otros aspectos, así como el comienzo de los sesenta fue una época de esperanza en grandes reformas, el final de la década concluyó con desgarros, conflictividad y polarización.

De sus encíclicas la Populorum progressio acuñó el concepto de "civilización del amor" como compendio del desarrollo social y humano. En la Octogesima adveniens afirmó que la Iglesia no tenía "una palabra única", es decir una solución de valor universal en materias sociales aunque sí unos principios esenciales. Sus reformas eclesiales empezaron por la fijación en 120 del número de cardenales y de setenta y cinco años como edad de jubilación pero, además, siguiendo las enseñanzas del Concilio procedió a una renovación general de las estructuras eclesiales. Durante su pontificado, el Papa descubrió una nueva dimensión misionera de su labor pastoral. En el propio Concilio expresó su deseo de visitar Palestina pero también viajó a India, Colombia, Filipinas y Australia. Dos de sus viajes tuvieron una especial significación en cuanto que presupusieron una profunda novedad: en la ONU presentó a la Iglesia como "experta en humanidad" y ofreció su concurso de cara al establecimiento de una paz universal y en Ginebra, ante el Consejo Mundial de las Iglesias, testimonió su voluntad ecuménica. Con el patriarca ortodoxo se entrevistó en Jerusalén y en Estambul y se levantaron las respectivas excomuniones cruzadas entre ambos, símbolo de la mentalidad de otro tiempo. Inició la apertura hacia el Este y Yugoslavia fue el primer país comunista que estableció relaciones diplomáticas con el Vaticano. La Humanae vitae, acerca del matrimonio y la contracepción, tuvo como resultado su enfrentamiento con la mayoría no sólo de los católicos sino con buena parte del mundo moderno.

Otros motivos de enfrentamiento con opiniones extendidas fueron su rechazo de la violencia en América y su decisión de no aceptar algunas medidas de la jerarquía holandesa. "Tal vez soy lento, pero sé lo que quiero", dijo en una ocasión el Papa y probablemente era cierto. Su pontificado fue menos popular que el precedente y tuvo la incomprensión de muchos pero fue probablemente uno de los más complejos e interesantes de la Historia. Los documentos conciliares supusieron una profunda renovación litúrgica pero también de la propia estructura de la Iglesia, de tal modo que nada se entiende de la posterior evolución del catolicismo sin tenerlos en cuenta. La Lumen gentium supuso la aparición de las conferencias episcopales. La Dignitatis humanae ofreció una doctrina de ruptura con el pasado y llena de confianza respecto al futuro en lo relacionado con la libertad religiosa. La Gaudium et spes trató de definir lo que la Iglesia podía aportar al mundo y recibir de él. En todos estos terrenos, no sin contradicciones y conflictos, la Iglesia católica había experimentado una profunda renovación.

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