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Los viajes de Colón

Desarrollo


El aislamiento de América del Viejo Mundo se rompió a fines del siglo XV, cuando los europeos pudieron llegar a él movidos por unos incentivos económicos (importar oro y especias y comerciar con el fabuloso mercado asiático), gracias al perfeccionamiento de su técnica de navegación y a unas naves (las carabelas) capaces de surcar el Atlántico. La Europa de principios del siglo XIV, época en la que se iniciaron las grandes exploraciones geográficas, tenía unos 60 a 70 millones de habitantes (se había cuadruplicado en el período comprendido entre el año mil y 1.350), que demandaban no sólo alimentos, vivienda y vestidos, sino también telas suntuarias y joyas costosas para su burguesía, oro y plata para hacer moneda, y especias para aliviar una monótona dieta compuesta básicamente de legumbres y cereales. Estas especias llegaban a través de intermediarios, que cobraban 40 veces su valor. Más grave era la carencia de oro, ya que se habían agotado las minas de dicho metal y habían aumentado, en cambio, las transacciones comerciales, hechas por lo regular con dinero contante y sonante. Estos incentivos lanzaron a sus aventureros hacia el Oriente y África. Primero por vía terrestre, como la familia Polo, y luego marítima, con objeto de importar el oro africano y circunnavegar el continente negro para conectar directamente con Asia. Pioneros de la aventura atlántica meridional fueron los genoveses. A partir del siglo XII trataron de asegurarse la ruta a los mercados de Inglaterra y Flandes y recalaron pronto en África: Salé (Marruecos) en 1162, Safi en 1253 y más al sur, en 1291, con los hermanos Vivaldi.

En 1312 Lanceroto Mallocello, un genovés al servicio de Portugal, redescubrió las Islas Afortunadas, que habían conocido ya los romanos. Los portugueses tomaron entonces el relevo, contando con las naves apropiadas para la exploración africana. A fines del medievo Europa contaba con dos grandes escuelas de construcción naval, la mediterránea y la nórdica. El navío típico del Mediterráneo era la galera, una embarcación de guerra, adaptada al comercio. Era muy alargada, pues tenía una longitud o eslora que era siete veces su ancho o manga. Se impulsaba con el esfuerzo de unos 100 ó 200 remeros o galeotes. Si encontraba viento de popa utilizaba además una vela, que se envergaba en un palo abatible, situado en el centro de la nave. Como buque de guerra estaba dotado de un casco muy fuerte, hecho con unas cuadernas resistentes y perfectamente ensambladas entre sí, que permitían resistir los choques con otras naves para abordarlas. Su mayor inconveniente era su escasa autonomía, ya que era imposible hacer grandes viajes llevando a bordo los alimentos y el agua necesarios para el mantenimiento de los remeros que la impulsaban. De aquí que no se usara en el Atlántico. La embarcación típica de la escuela naval nórdica era la coca, inventada a fue s del siglo XII para el comercio de la Liga Hanseática. Tenía un casco redondo, una eslora de unos veinte metros y una manga de diez. Esto le permitía soportar bien el embate de las olas y almacenar una gran carga (hasta 200 toneladas).

Se gobernaba mediante un timón central fijado al codaste (columna vertebral de la embarcación), lo que le daba una gran maniobrabilidad. En cuanto al aparejo, consistía en una gran vela cuadrada, colocada en el centro de la nave, que podía aumentar o disminuir de superficie gracias a la boneta (una vela auxiliar que se colgaba de la mayor) y a las bandas de rizos, unas hileras de cuerdas cosidas a la vela, que recogían parte de la misma. A estas velas se añadió otra llamada bolina, que iba desde la mayor hasta un pequeño palo (bauprés), colocado en la proa. Ayudaba a mantener la tensión de la vela cuando se navegaba contra el viento. A comienzos del siglo XIV la coca se readaptó para la navegación mediterránea, formándose la carraca. Tenía gran capacidad (hasta mil toneladas de arqueo) y estaba dotada de tres mástiles, con velas cuadradas en el trinquete y mayor, y latina en la mesana. La vela latina era una aportación árabe. La carraca llevaba además otra vela supletoria en la parte superior de la mayor, el mastelero, que aumentaba la fuerza eólica impulsora. Finalmente se le alargaron los mástiles, permitiendo envergar varias velas en los mismos. Los españoles, especialmente los vascos, usaron carracas de menor porte que las italianas a las que llamaban naos. Una de estas, la Santa María, sería utilizada por Colón en su primer viaje. A los estímulos impulsores y a los barcos apropiados se sumó el arte de navegar, que mejoró mucho desde el siglo XIII, cuando llegó al Mediterráneo la brújula, invento chino traído por los árabes. Los europeos empleaban también los portulanos o mapas en los que se dibujaban los puertos con sus rumbos hacia la estrella polar. El primer portulano conocido es del año 1310 y es la famosa Carta Pisana. Los portulanos ocasionaban muchos problemas de rumbo, ya que eran representaciones planas. Se corregían utilizando la brújula o tomando la altura del sol por medio del astrolabio. Para orientarse por la situación de las estrellas existían, además, unos almanaques y para medir la velocidad de las embarcaciones se usaban las correderas o cuerdas con nudos y un peso en su extremo, auxiliadas de ampolletas o relojes de arena.

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