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Datos principales


Rango

fin siglo XVII

Desarrollo


En la larga paz que siguió a la guerra del Norte, el comercio del Báltico conoció un nuevo momento de esplendor, en el que los holandeses ocupaban el lugar preferente como intermediarios. Sus comerciantes gozaban de tarifas preferentes y del estatuto de país más favorecido, y muchos de ellos se asentaron y nacionalizaron definitivamente en Suecia, desde donde continuaron las relaciones mercantiles con sus socios de Holanda. Inglaterra no tenía más que un papel secundario y los franceses reafirmaron su papel de aliado político, con el establecimiento de relaciones económicas directas con los puertos nórdicos. La posición hegemónica de Suecia estaba amenazada por la carencia de una flota a la medida de las necesidades de sus extensos territorios, repartidos alrededor de la costa báltica, mientras sus rivales más inmediatos habían aprendido las innovaciones militares introducidas por Gustavo Adolfo. En el norte de Europa había surgido entretanto una nueva estrella con vocación protagonista: el electorado de Brandeburgo, que había unido por herencia la Prusia oriental, que en Westfalia había conseguido la Pomerania oriental y que en Oliwa había logrado evadirse de la soberanía polaca. Ya era evidente la decisión expansionista, de tanto éxito en el siglo siguiente, y para lo cual el mantenimiento de un ejército permanente bien equipado y adiestrado se había convertido en uno de los objetivos de los Electores. Este incómodo enemigo es el que encontró Suecia cuando decidió en 1675 intervenir junto a Francia en la guerra contra Holanda y Brandeburgo.

La potencia militar sueca manifestó ser claramente insuficiente ante el ejército prusiano, que contó con la alianza holandesa y danesa, y sólo se salvó del desastre por la intervención directa francesa, que permitió restaurar la situación inicial y preservarle sus posesiones por el Tratado de Saint Germain (1679). En los últimos decenios del siglo, Suecia llevó a cabo un considerable esfuerzo de mejora de su ejército y su marina, que unido a la creación de una red de carreteras que unían Estocolmo y las principales ciudades del interior a los puertos, asegurando la movilidad de las tropas, la volvió a situar entre las grandes potencias militares de Europa. Por ello, Carlos XI (1660-1697) pudo permitirse negociar con su neutralidad para conseguir ciertas concesiones. De esta manera logró que Francia le devolviese el ducado de Zweibrücken, que había sido motivo de tensiones entre los dos aliados. La actitud pacifista fue descartada por Carlos XII (1697-1718), empujado por su espíritu soñador a aventuras caballerescas. En 1700 Suecia venció fácilmente a la coalición de Polonia, Rusia y Dinamarca e infligió duras derrotas a Dinamarca y Rusia. En 1702 invadió Polonia, conquistó Varsovia y sustituyó a Augusto II por Estanislao Leszczynski en 1704. La recuperación de Rusia decidió a Carlos XII a asestar un golpe definitivo con la toma de Moscú. En 1707 su ejército se internó en Rusia, sin lograr enfrentarse con el ejército ruso que le rehuía obligándole a avanzar hacia el Sur, hasta que derrotado por el frío y el hambre fue fácilmente vencido en Poltava (1709), fin del predominio militar sueco.

La odisea del rey sueco fue aprovechada por la antigua coalición para derrotar a Suecia en varios frentes y expulsarla de la costa sudoriental del Báltico (1713). En un intento de recuperación con la invasión de Noruega, Carlos XII murió, provocando un movimiento revolucionario en Suecia. Los tratados que dan fin a la guerra terminaron con la hegemonía sueca e iniciaron un período de equilibrio en el Báltico. Por los tratados de Estocolmo (1718-1719) Suecia entregó a Prusia la Pomerania occidental; a Hannover, los obispados de Bremen y Verden, y a Dinamarca, el ducado de Schleswig. Por su parte, Rusia obtuvo en los acuerdos de Nystadt (1721) Ingria, Estonia y Livonia, parte de Carelia y las islas de Dago y Oesel, aunque hubo de devolver a Suecia la Finlandia meridional.

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