Arquitectura, pintura y escultura

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FormaciónArteEtrusco

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Pero las tumbas principescas y el fasto funerario de los príncipes lograron alumbrar otros valores plásticos, y de enorme importancia para el futuro del arte etrusco. Al fin y al cabo, los ricos ajuares pronto decaerían, mostrando lo efímero de su aceptación y el esnobismo de sus dueños. En cambio, aportaciones aparentemente menores, secundarias a primera vista, tardarán poco en revelarse como las conquistas esenciales del fenómeno orientalizante. Nos referimos, sencillamente, a la introducción de las que pronto podrán ser consideradas las artes mayores, capaces de relegar la platería o la joyería al rango de técnicas artesanales. Podemos comenzar, por ejemplo, con el nacimiento de la arquitectura. En la primera mitad del siglo VII a. C., la vieja cabaña villanoviana, que ya antes ha ido perdiendo su forma oval para adquirir la rectangular, toma un aspecto más sólido: enseguida se harán de piedra las bases, mientras que el tapial de los muros cederá su puesto a los adobes, y las tejas sustituirán el ramaje en la cubierta. A la vez, y paralelamente, las tumbas de fosa, o simplemente excavadas en el suelo, cobran un carácter monumental: las habrá que mantendrán la idea del foso, pero engrandecida, cubierta con falsa cúpula, y a veces reforzada en el centro con un gran pilar pétreo. Otras, en cambio, empiezan a adquirir la forma interna de las casas, bien tallándola por completo en la roca (Tumba de la Cabaña en Caere), bien completando con falsa bóveda una fosa esbozada en la toba volcánica.

(Tumba Regolini-Galassi, también en Caere). A través de estas obras comprobamos que la casa empieza a dividirse internamente en dos habitaciones: la primera, que es la sala de estar, y la segunda, al fondo, que sirve como dormitorio. También la pintura mural da por entonces sus primeros frutos seguros. Decimos seguros porque cabe la posibilidad de que ya las chozas villanovianas estuviesen pintadas o decoradas por el exterior, y que, por tanto, las urnas cinerarias que las imitan no hagan sino reproducir, engrifadas, estas decoraciones geométricas. Mas, dejando a salvo esa duda, lo cierto es que el ejemplo más antiguo de pintura parietal etrusca que se conozca aparece en la Tumba de los Ánades, en Veyes (h. 660-650 a. C.), y su tema es ya figurativo, aunque muy simple: una mera sucesión de patos esquemáticos. En cuanto a la escultura, es asimismo a mediados del siglo VII a. C. cuando se supera la fase de las simples figurillas de bronce para acceder a la gran plástica en piedra. Hace pocos años, en efecto, han sido halladas en una tumba principesca de Ceri, cerca de Cerveteri, varias figuras de antepasados. Se trata de unos altorrelieves toscamente labrados en la roca de los muros, pero, pese a su aspecto bárbaro, su interés es manifiesto: en efecto, no sólo muestran que la escultura llegó a Etruria al mismo tiempo que a Grecia (h. 650 a. C.), sino que denotan una cierta originalidad en su procedencia: mientras que la Dama de Auxerre, la primera escultura griega bien conocida, tiene un marcado aspecto egiptizante, las figuras de Ceri ostentan un estilo inconfundiblemente sirio. Hacia el 630 a. C., por tanto, el mundo etrusco ha cubierto, en poco más de un siglo, toda la distancia que separa un poblado tribal de cabañas y artesanía doméstica de una civilización urbana jerarquizada y creativa. Incluso ha llegado a inventar una técnica cerámica peculiarísima, el negro bucchero, evolución muy refinada del impasto villanoviano, hecha ya a torno y con suave brillo, capaz de competir en el comercio con las multicolores vasijas chipriotas o los diminutos ungüentarios protocorintios. La fase formativa del arte etrusco puede darse por concluida.

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