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Su peculiar talante, poco propicio a las finezas, no les había dado hasta ahora a los tebanos, y en general a las gentes del Alto Egipto, ocasión de demostrar qué eran capaces de hacer con el arte. Y así les vemos en el Imperio Antiguo seguir dóciles las directrices menfitas, haciendo de ellas el mejor uso que su índole les permitía. La topografía y la geología del territorio imponían casi, en lugar de mastabas, tumbas rupestres abiertas a ras del suelo en los paredones rocosos, los llamados hipogeos en lengua griega. Solían constar de una o varias cámaras rectangulares situadas una a continuación de otra y mostrando todas una tendencia a que el ancho predominase sobre el fondo, esto es, a cortar perpendicularmente el eje transversal o a formar un ángulo recto con el corredor de entrada. Desde la VI Dinastía esta relación se invierte, es decir, predomina el fondo sobre la anchura y se dejan en reserva, como si sostuviesen el techo, columnas o pilares de roca natural con sus correspondientes capiteles. Se trata de imitar el aspecto de la arquitectura arquitrabada y de reforzar el efecto de los relieves. El Imperio Medio acentuará la tendencia a alargar en profundidad las estancias de la tumba para situar al fondo de la misma, bien a ras del suelo, bien en lo alto de una escalerilla, el nicho donde la estatua del difunto es objeto de culto. En el largo túnel que es ahora la tumba pueden interponerse salas o mediar hileras de columnas o pilares a un lado y otro del pasillo.

Como variante del hipogeo nace, bajo el patrocinio de los tres reyes de nombre Antef, la tumba en saff (serie, en arábigo), de la que sobreviven más de cien ejemplos. Cuando el primero de los Antef adopta este tipo, sus arquitectos eligen una ligera pendiente para ponerle como antesala un rebaje de 300 metros de longitud y 70 de ancho, y como fondo, la pared de la montaña tebana en la que se abre el ancho pórtico de la tumba rupestre con sus dos filas de pilares cuadrados labrados en la roca. El hipogeo no era mayor de lo corriente: se internaba en la roca desde el centro del inmenso pórtico y podía estar acompañado de otras tumbas de esposas y miembros de la familia. Lo importante y revolucionario es un nuevo concepto de la arquitectura, en virtud del cual la tumba deja de ser un cuerpo ajeno al paisaje, un sólido geométrico que se le impone a éste como un acto de voluntad o de fuerza (la pirámide), para entender el edificio como espacio que se modela y engasta en el paisaje. He aquí algo en que Menfis no había pensado, una novedad tebana de tremendas consecuencias. La más inmediata de ellas fue el mausoleo de Mentuhotep en Deir el-Bahari.

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