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Vida cot fin XX

Desarrollo


El barón de Coubertin es personaje ineludible en cualquier manual de historia olímpica moderna. Su concepción del olimpismo revolucionó en muchos sentidos el organigrama impuesto por la historia hasta entonces. Pero no en todo acertó. En las memorias de sus discursos aparecen flagrantes equivocaciones, no exentas de conservadurismo. Sobre la participación femenina llegó a decir: "La presencia de las mujeres en el estadio resulta antiestética, poco interesante e incorrecta, salvo para la función que les corresponde: coronar al vencedor con las guirnaldas del triunfo". Ellas se han encargado de ridiculizar semejante declaración. La presencia femenina no sólo no es antiestética, sino que resulta atractiva para los objetivos fotográficos: en la última década aparecen los ejemplos de la alemana Katrin Krabbe, la jamaicana Merlene Ottey y la norteamericana Florence Griffith, que pulverizaba records embutida en llamativos bodies. Fuera de las pistas de tartán, las tenistas Gabriela Sabatini y Steffi Graf cosecharon victorias sin desmerecer en potencia los bolazos de sus colegas masculinos y sin perder un ápice de sus evidentes encantos femeninos. Siempre se ha dicho que las fortísimas nadadoras de la RDA, presuntas ayudas externas al margen, ganarían al 90 por 100 de los nadadores de competición. En pruebas largas, como la travesía a nado del canal de la Mancha o los cuatro kilómetros que exige el triatlon Ironman (una prueba salvaje de reciente creación que añade a la natación 180 kilómetros en bicicleta y una maratón consecutivos), las distancias entre la primera mujer y el primer hombre son escasas.

Poco a poco, con la evolución del concepto de ocio en los países desarrollados, el sexo femenino se abre paso para que otros les pongan las guirnaldas. Todavía en muchos países, como Gran Bretaña, el número de hombres que hacen deporte duplica al de mujeres, pero las diferencias físicas, con ser evidentes, remiten. Hay quien sitúa el origen de esta desventaja en Grecia, donde la mitología otorgaba a los dioses las cualidades masculinas de fuerza, vigor y actividad, y a las diosas, otras como belleza y sexualidad. En los Juegos estaba prohibida la presencia de mujeres, pero en algunas culturas antiguas se prestaba igual atención a la preparación física femenina que a la masculina. En Esparta, por ejemplo, se pretendía con ello que fueran madres de varones fuertes. Hay constancia de la presencia femenina en juegos deportivos populares y actividades cinegéticas en la Edad Media. El siglo XIX, en la Inglaterra victoriana supuso un fuerte parón en esta evolución de la entrada de la mujer en el deporte de masas. Los sesudos responsables deportivos de las islas estaban convencidos de que la actividad física masculinizaba a las mujeres (era, por tanto, peligrosa para su salud) y de que ellas no estaban interesadas en el deporte. Cuando lo hacían no se les podía tomar en serio, pues no lo ejecutaban bien. Poco a poco la permisividad social con determinados experimentos ha aumentado. Se consiente que las mujeres, sobre todo las de clases privilegiadas, participen en algunos deportes sin excesiva dedicación.

Con el auge del deporte de competición como espectáculo de masas, y la presión de los movimientos feministas en las revolucionarias décadas de los 60 y los 70, la mujer se ha ido abriendo puertas en cada vez más disciplinas deportivas en principio lejanas de su condición de mujer. Lo han tenido más fácil en la historia reciente los deportes que presentan el cuerpo femenino en actitud estéticamente agradable, que utilizan un artilugio para facilitar el movimiento, como el tenis. Se han rechazado frecuentemente los deportes que implican contacto, como el karate, el boxeo o el rugby. Sólo hay una federación, la de gimnasia, que supera el 50 por 100 de licencias femeninas, según un estudio de Manuel García Ferrando, de 1981, que no ha cambiado mucho hasta hoy. Le siguen, sin llegar a igualar el número de licencias masculinas, el voleibol y los deportes de invierno. A principios de los años 80, había nueve deportes sin ninguna licencia femenina: billar, boxeo, caza, colombicultura, fútbol, halterofilia, pesca, rugby y salvamento y socorrismo. Hoy, pocas son las que permanecen en blanco. Las mujeres hace ya años que comenzaron a considerar el deporte una profesión. Hay ejemplos frecuentes. La dedicación hace a las gimnastas renunciar a muchas cosas. Las componentes del equipo femenino español de gimnasia se recluyeron en un chalé de La Moraleja (Madrid) para preparar los Juegos de Barcelona 92. Era una reclusión, en estudios, en ocio y en todo: realizaban entre 4.

500 y 5.000 abdominales diarias. Pero las gimnastas no lo consideraban duro. La propia Eva Rueda, una de las mejores del campeonato -fue séptima en la final de la modalidad de saltos- reconocía turbada ante su inminente retirada, con sólo 20 años: "No creo haber sacrificado nada en mi vida. Entre otras cosas porque tampoco conozco a mucha gente fuera de esto. He sido y soy feliz así, y quiero seguir vinculada a la gimnasia como entrenadora". Nada más retirarse, la gimnasta crece entre 4 y 5 centímetros al año con sólo cambiar la alimentación. Durante su carrera no prueban las grasas, lo que retrasa su desarrollo como mujer: algunas no sufren el primer transtorno menstrual hasta los 19 años. No hay, por tanto, diferencias notables en la entrega profesional a su especialidad. Tampoco existen grandes divergencias en la prestación física de ambos sexos. Recientes estudios biomecánicos aprecian un progresivo acercamiento entre las curvas de progresión de los records femeninos y masculinos de atletismo. Hace unos años, en todas las pruebas que median entre los 800 metros y el maratón, la diferencia estaba en torno al 11,5 por 100. Hoy, la diferencia entre hombres y mujeres se ha reducido al 10,5 en la prueba de 1.500 metros, el 8,3 en los 3.000 y el 9,5 en los 10.000. Parece que los hombres están más cerca de su techo físico que las mujeres, sobre todo en las distancias largas. Registros como el de la norteamericana Florence Griffith en Seúl 88 en la final de los 100 metros (10,49) pisan los talones a los masculinos; en esa misma distancia, Carl Lewis tuvo el record del mundo en 9,86 segundos, sólo 63 centésimas menos que Flo.

Otros son más sospechosos, como el de la checa Jarmila Kratochvilova, que desde 1983 ostenta el record de los 800 metros en 1.53.28, a sólo 12 segundos del británico Sebastian Coe, con 1.41.73. La apariencia de la atleta del Este, excesivamente musculada y con vello poco frecuente en otras atletas, hizo sobrevolar sobre su asombroso record la sospecha de dopaje. El de Griffith, en 1988, significó cierto techo en la progresión femenina. Tras el positivo del canadiense Ben Johnson en el control antidopaje, al que privaron del record del mundo que había obtenido fraudulentamente por consumo de anabolizantes, Griffith se retiró de puntillas para ejercer de modelo. No falta quien asegura que esa retirada, al ver las orejas al lobo, era una forma de reconocer su culpabilidad. Su marcha coincidió con un capricho cronológico: las mujeres, desde aquel momento, dejaron misteriosamente de batir records. El parón lo han aprovechado las españolas para acercarse a los registros internacionales. Durante 1991, por ejemplo, se batieron 24 records de España femeninos. Sandra Myers, "la española de Kansas", pulverizó cinco. Margarita Ramos, lanzadora de peso, cuatro, y María José Mardomingo, "recordwornan" de 100 metros vallas, tres. Otro dato, independiente de las competidoras foráneas, que habla de la mejora de las competidoras españolas: en 14 años, de 1978 a 1992, en la prueba de maratón se ha rebajado en 80 minutos el record nacional. Fuera de España, en cambio, los retrocesos de las mujeres se plasman en dos metros menos en lanzamiento de peso, cinco en disco y diez en jabalina en el mismo período.

El atletismo femenino no reaccionó hasta el otoño de 1993, cuando emergió una potencia latente: China. En los juegos nacionales chinos, la joven Wang Junxia batió el record de los 10.000 metros por 42 segundos, algo insólito. Tres días después, igualó el record de 1.500 que batió su compañera Qu Yunxia, y mejoró dos veces el de 3.000 metros en 10 y 6 segundos, respectivamente. El record de 3.000 metros, 8.06.13 estaba en una escala de valores casi masculina: el español Enrique Molina logró el mejor registro nacional en 7.42.38, apenas 24 segundos menos. Junxia y Yunxia no son familiares, pero se pusieron de acuerdo para asestar un recorte a los records y entrar de la mano en el palmarés. En todas las pruebas antidopaje realizadas no se han encontrado evidencias de que las atletas de porcelana ingieran sustancias prohibidas. Si acaso, las papilas gustativas podrían prohibir tragar los tónicos que fabricaba su entrenador Ma Junren con la sangre de orugas y tortugas. Algunos atletas keniatas, reyes del fondo y el medio fondo, tienen su secreto en una pócima a base de sangre de vaca y oveja y unos tizones de leña ardiendo, mezclados con calabaza. Pero, a diferencia de los negros, sobre los records de las chinas vuelve a planear la sombra de la duda. Junren pone la mano en el fuego y el cuerpo en la tumba para demostrar su inocencia y la deportividad de sus pupilas: "que me muera si he visto estimulantes en mi vida", dijo. Además de los peculiares métodos del entrenador, el éxito es consecuencia de la planificación del gigante del Este.

Con el objetivo de lograr la organización de los Juegos del año 2000 para Beijing (antes, Pekín), las autoridades deportivas chinas habían enclaustrado a 50.000 adolescentes sometidos a duras sesiones de entrenamiento, para lograr medallas en su casa. Los Juegos del año 2000 fueron a Sydney (Australia), no sin antes lograr insólitas rebajas en la tabla de récords femeninos. En principio, existe una serie de características físicas que distinguen a un atleta de una atleta, más allá de la evidencia formal, como explica el jefe de los servicios médicos de la Federación Española de Atletismo, José María Villalón: "-Las articulaciones masculinas son más fuertes, consecuencia de una mayor capacidad de tracción en los tendones. Las mujeres, en cambio, disfrutan una hiperlaxitud ligamentosa que beneficia la práctica de deportes como la gimnasia.- El atleta tiene una mayor estabilidad mental. Pero está en desventaja ante las reacciones más rápidas en los centros motores y neurovegetativos de la mujer, lo que le permite una mayor coordinación.- El hombre tiene una menor frecuencia cardíaca basal que la mujer, y un consumo máximo de oxígeno mayor. La mujer tiene una caja torácica menor.- Las fibras musculares del hombre almacenan más proteínas. Tienen un 40 por 100 de tejido muscular (33 por 100 en la mujer) y un 10 por 100 de tejido adiposo (17 por 100, ellas)". Todos estos parámetros pueden variarse con el entrenamiento, advierten los especialistas. El debate no se centra en una ingenua y absurda guerra de sexos, sino en conocer el techo de la mujer en el deporte de elite. Experimentos en este sentido, realizados, por supuesto, en Estados Unidos, se han saldado con la imposición de cierta lógica. Hace unos años, el enfrentamiento entre los tenistas profesionales Martina Navratilova y Jimmy Connors, aunque se adaptaron las reglas del partido a una mayor aproximación de las posibilidades de ambos, terminó con la victoria holgada de "Jimbo".

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