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Pontificado y cultur

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Entre los meses de enero y marzo de 1415 se había negociado una entrevista entre Segismundo, Fernando de Antequera y Benedicto XIII, finalmente fijada para finales de junio en las proximidades de Niza; para ello fue preciso superar la inesperada dificultad planteada por la fuga de Juan XXIII y por el debate sobre el tiranicidio, con las complejas repercusiones que tal cuestión tenía sobre la política francesa y la conducta del duque de Borgoña. Ya en viaje, Segismundo hubo de dirigirse hacia Perpiñán a ruegos de Fernando, cuya grave enfermedad le impedía un desplazamiento mayor. Las entrevistas comenzaron a mediados de septiembre, en medio de un complejo panorama internacional; las propuestas de Benedicto XIII, irreprochables jurídica y teológicamente, fueron rechazadas: se alaba muy certeramente el peligro que encerraba el conciliarismo, pero nadie quería aceptar que, en último caso, siendo él el único cardenal anterior a 1378, por tanto de legitimidad indiscutible para cualquier obediencia, le correspondiese elegir un nuevo Papa, a pesar de que aseguró no elegirse a sí mismo. A pesar de lo mucho que Fernando debía a Benedicto XIII, el monarca hubo de ir distanciándose del anciano Pontífice; cautelosamente, Castilla, Aragón, Navarra y el condado de Foix fueron cediendo hasta acordar retirar obediencia a su Pontífice tras un triple requerimiento para que abdicase. El 14 de noviembre, Benedicto XIII hizo pública su decisión de no abdicar jamás: un mes después, los Reinos mencionados se comprometían a hacer efectiva la sustracción de obediencia y a incorporarse al concilio.

Todo ello por el bien de la Iglesia; nunca se dudó de la legitimidad de Benedicto XIII. Aragón retiró obediencia el día 6 de enero de 1416, pero amplios sectores del clero apoyaban al Papa refugiado en Peñíscola; el panorama en Castilla, plagado de benedictistas, era todavía menos claro. La muerte de Fernando vino a complicar todavía más la cuestión. Portugal envió sus representantes a Constanza en el mes de junio de este año; Navarra sustrajo obediencia el 10 de julio y, tres semanas después, el condado de Foix, aunque sus respectivos representantes tardaran varios meses en incorporarse al concilio. La incorporación de Castilla habría de exigir todavía complejas negociaciones. Durante estos meses el Concilio había abordado las posibles medidas de reforma, poniéndose de relieve las diferencias existentes en su seno. Sectores extremistas deseaban una modificación tal de los ingresos de la Curia que, con el argumento de devolver a la Iglesia su primitiva pobreza, quebrantaba el poder económico del Pontificado, reducido al papel que le reservaban los conciliaristas en una Iglesia más horizontal; otros sectores deseaban una reforma, pero rechazaban tan revolucionarios postulados. La esencial diferencia en la concepción de la reforma se complicaba todavía más en los medios para la ejecución de la misma; era casi imposible avanzar. Para entender la atonía del concilio hemos de añadir a esos problemas los enfrentamientos entre las naciones y en el seno de cada una de ellas: entre franceses e ingleses -recordemos que la batalla de Azincourt tiene lugar el 25 de octubre de 1415-; en el seno de la nación francesa, por la hostilidad entre borgoñones y armagnacs; en la nación inglesa donde convivían obligadamente ingleses, escoceses y galeses; en la nación alemana, donde tenían lugar frecuentes tensiones entre los polacos y los representantes de la Orden Teutónica.

Fricciones entre Segismundo y los italianos, entre los conciliares laicos y eclesiásticos, y entre los cardenales y el resto de conciliares. Lograr la incorporación de la nación española se convirtió en el gran objetivo; todos pensaban obtener un refuerzo de sus posturas con las nuevas incorporaciones. Sólo en octubre de 1416 se incorporaron los representantes aragoneses, casi al tiempo que Castilla nombraba a los suyos; en diciembre se incorporaban los navarros y los de Foix, mientras los embajadores castellanos instaban en Peñíscola al Papa para que se hiciese representar en Constanza. A finales de noviembre, el concilio ponía en marcha, con la citación del Pontífice, el proceso que iba a conducir a su deposición en la sesión 37, de 26 de julio de 1417. Entonces, ya se habían incorporado al concilio los castellanos a pesar de lo cual, y de haber sustraído obediencia, no asistieron a la lectura publica del documento de deposición, lo que demuestra lo inestable de la situación. La cuestión esencial para el concilio no era ésta, con ser importante, sino la realización de la reforma y, en especial, si ésta tenía lugar, o no, antes de la elección de Papa. Elección o reforma, esa era la cuestión; la preferencia por una u otra ocultaba antagónicas concepciones de la Iglesia. Los partidarios de la reforma previa concebían la Iglesia como una suma de naciones, reunidas periódicamente en concilios, presidida por el Papa, y en la que las decisiones se tomarían mediante votaciones; la elección previa a la reforma era reclamada por quienes concebían el Pontificado como la suprema autoridad de una Iglesia jerárquica, entre ellos todos los cardenales.

Las naciones alemana e inglesa sostenían la demanda de una previa reforma; Italia y Francia, esta última más por oposición a Inglaterra que por defensa de la posición jerárquica, defendían la postura opuesta. De los Reinos de la nación española, Portugal y Aragón se alineaban con los primeros; Navarra deseaba una elección previa. Castilla se convertía en el fiel de la balanza en el seno de la nación española y, en consecuencia, en el concilio. A finales de marzo de 1417 llegó a Constanza la delegación castellana; reclamados por ambos grupos, los castellanos exigieron garantías respecto al procedimiento de elección del nuevo Papa y, sobre todo, al modo en que se iba a proceder contra Benedicto XIII en el proceso que se le seguía, y que se hallaba casi concluido. Estaba claro que Castilla no suscribiría una reforma hecha sin el Papa, porque este Reino hacia tiempo que venia abordando una reforma de su Iglesia, y en ella había tenido sustancial importancia, precisamente, Benedicto XIII. La delegación castellana condicionó su incorporación al concilio a la aceptación de una elección pontificia anterior a la reforma, y de un procedimiento que, excepcionalmente, atribuía aquella a un cuerpo electoral integrado por un número de representantes de las naciones igual al de cardenales. Era imposible pensar que sólo estos podrían, en esta ocasión, designar al indubitado Papa. Las naciones francesa e italiana aceptaron la propuesta castellana, a cambio de una inmediata incorporación; Inglaterra y Alemania la rechazaron. La nación española debía deshacer el empate; en su seno, Castilla contaba con el apoyo de Navarra, frente a Portugal y Aragón. En una oscura lucha diplomática, los cardenales lograron captar el voto aragonés para la propuesta castellana, lo que significaba la mayoría en la nación española y, en consecuencia, también en el concilio. El 15 de junio de 1417 se incorpora al concilio la delegación castellana; tres día después hicieron pública la sustracción de obediencia de su Reino: es el impulso final al proceso contra Benedicto XIII que concluye a finales de julio.

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