En los últimos años de su vida, Cézanne empleó como modelos para buena parte de sus obras a los campesinos que trabajaban en las cercanías del Jas de Bouffan o incluso a su propio jardinero, Vallier. De esta manera surgen obras tan impresionantes como las diferentes versiones de los Jugadores de cartas o un buen número de retratos como éste que contemplamos. El modelo sigue la pose favorita del pintor al situarse en tres cuartos, girado a la derecha y con la mirada perdida, interesándose el maestro más bien en cuestiones de volumetría que en mostrarnos la personalidad del hombre. En el fondo podemos observar una figura femenina, tan esbozada que no sabemos identificar si se trata de una pintura o de otra modelo. De esta manera, Cézanne centra toda nuestra atención en el campesino, dotándole de fuerza, como si de una talla de madera se tratara. El volumen y las formas del hombre están conseguidos utilizando el color como vehículo, aplicando las tonalidades de manera fluida, creando planos de color yuxtapuestos e incluso dejando algunas zonas sin colorear. Cada una de las pinceladas parece formar parte de un conjunto que, ensamblado, configura este excelente retrato. De esta manera, podemos considerar estos trabajos finales del maestro de Aix como la antesala del cubismo.
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Aun abundando los retratos de mujeres, en la serie de cabezas de campesinos que realizaría Vincent en el invierno de 1885 también encontramos algún hombre como éste que contemplamos. Se presenta casi de perfil, fumando en una pipa de barro con un gesto de ligera preocupación. La luz procedente de la izquierda resbala por su rostro, exaltando los gruesos y empastados toques de pincel que forman el busto, en un alarde de pintura rápida con la que Vincent ejecutará toda la serie. El personaje se recorta sobre un fondo neutro más claro que sus compañeros, otorgándole un mayor colorismo al colocarle un pañuelo rojo al cuello.
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El otoño de 1883 lo pasará Vincent en la región de Drente, interesado por olvidar sus relaciones con Sien Hoornik a la que había abandonado meses atrás. La vida campesina atraerá a este hombre de ciudad que ya había estado predicando durante tres años en la región de Borinage, compartiendo sufrimientos diarios con los mineros. De alguna manera Van Gogh quiere colaborar en el conocimiento por parte de la burguesía de la situación laboral en Holanda, a modo de crítica social. Para ello toma como referencia a Millet, presentando la ardua labor de los campesinos en sus lienzos. Así surgen imágenes tan admirables como Campesinas recogiendo turba o este hombre quemando maleza. La escena tiene lugar al atardecer, cuando el sol está prácticamente escondido y sólo quedan los reflejos en el horizonte. La silueta oscura del campesino procede a la quema de los rastrojos, intresándose el pintor por el fuego y el humo. Las tonalidades empleadas son tremendamente oscuras, ligeramente animadas por el blanco del humo. La inmensidad de la campiña donde el personajes se sitúa le hace más débil, sintiendo el espectador cierta tristeza al contemplar estas escenas.
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Hasta la llegada de Gauguin a Arles en el otoño de 1888 Van Gogh había buscado su inspiración en la naturaleza, fruto de la filosofía impresionista. Pero su nuevo compañero le va a convencer para que trabaje de memoria, considerando el sueño como un nuevo punto de partida. Vincent realizará alguna escena dentro del Simbolismo, pero la realidad que inspira al pintor resulta difícil de eludir. Este campesino sembrando y el Sembrador están claramente inspirados en Millet. La figura del hombre echando la simiente y el árbol tiene como punto de referencia la estampa japonesa. En el fondo contemplamos el inmenso disco solar, que adquiere un significado simbólico como cooperador de los hombres. Los trazos empleados por Vincent son rápidos y violentos, utilizando una pincelada a modo de facetas. El sol y el espacio circundante muestran los toques de pincel en círculo que harán tan famoso al artista. Pero el colorido es más triste que en otras obras de esta época - véase la Casa amarilla o el Dormitorio del pintor - quizá porque Gauguin tampoco era la persona encantadora y maravillosa que Vincent esperaba. O bien puede ser por el deseo de captar una luz otoñal que aun siendo del Mediterráneo no deja de ser fría.
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En febrero de 1885 Vincent ya tenía en mente la ejecución de los Comedores de patatas e inició una serie de trabajos preparatorios al que pertenece este campesino sentado a la mesa, agarrando un vaso con un gesto preocupado y cansado. Su rostro ya tiene algo de caricaturesco e incluso encontramos algunas deformidades en su figura como el enorme pie calzado con un zueco. Aunque el pintor no se interese excesivamente por los detalles, resulta entrañable como nos muestra los elementos de una casa campesina holandesa con su silla de enea y su mesa de tosca madera. El hombrecillo está bañado por un haz dorado de luz, creándose intensos contrastes que recuerdan al Barroco. Las tonalidades oscuras del periodo de Nuenen están presentes también en este trabajo, enlazando con la Escuela de La Haya. Quizá con esta figura Van Gogh quiere mostrarnos la realidad en toda su crudeza, entroncando con el realismo social que tan de moda se pondrá en Europa durante los años finales del siglo XIX llegando incluso a España y afectando a Sorolla.
contexto
Entre julio y octubre se producía la benefactora inundación del Nilo, que permitía el desarrollo de la agricultura en Egipto. Cuando finalizaba se ponían en marcha los instrumentos necesarios para desarrollar una de las economías más prósperas de la Antigüedad. En primer lugar se preparaban las tierras, marcando las lindes de los terrenos para evitar pleitos y establecer la base sobre la que pagar los impuestos. El arado de las tierras era el siguiente paso, utilizando vacas u hombres excepcionalmente. Después venía la siembra: espelta, lino y cebada eran los cultivos más habituales. El tiempo que transcurría hasta la cosecha se ocupaba en el riego de las zonas más alejadas del río, el adecuamiento de los canales, el trabajo colectivo o la lucha contra los pájaros que se comían los pequeños brotes. La cosecha solía ser vigilada por los inspectores de impuestos, que valoraban la cantidad que iban a solicitar al campesino, en función de lo cosechado También los escribas del propietario de las tierras e incluso el señor solían estar presentes en el momento más importante de la labor agrícola. El grano cosechado se guardaba en los silos. Además de los cereales, en los huertos se producían todo tipo de productos de regadío como melones, pepinos, alubias, frutas, hortalizas o vides. El vino y la cerveza serán las bebidas favoritas de los egipcios.
contexto
Hasta finales del siglo VIII se mantuvo un equilibrio favorable, en líneas generales, a los campesinos de tipo medio, nervio del ejército y de la fiscalidad imperial pero bajo la dinastía macedónica hubo un fuerte avance y renovación de la gran propiedad, hasta entonces más limitada, que alteró sustancialmente las condiciones de vida de la sociedad rural y el equilibrio político del imperio en favor de unas aristocracias que, según un texto del siglo X, estarían formadas por personas con más de 50 nomismata de renta anual, dueños de alguna dignidad, al menos la de spatario, y partícipes en el ejercicio de funciones militares, civiles o eclesiásticas de cierto rango. Había una relación continua entre funcionarios y aristocracias territoriales puesto que aquellos sólo podían invertir sus bienes en tierra, no en la práctica del comercio o del préstamo, salvo a intereses muy bajos (menos del 4 por 100), y existía igualmente una confluencia de intereses entre tales grupos sociales y las instituciones eclesiásticas propietarias de tierra. Por eso, al romperse a su favor el relativo equilibrio que hasta entonces se había conseguido con los medianos y pequeños propietarios, la capacidad de maniobra del poder imperial disminuyó al mismo tiempo.