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Los códices mayas que se asemejan a los murales pintados en algunos centros de finales del Postclásico, denominados Dresde, París, Madrid y Grolier por los sitios donde están depositados, contienen una valiosa información sobre el sistema de creencias, rituales y los cálculos astronómicos de los mayas inmediatamente anteriores a la conquista, y han servido para la reconstrucción de la sociedad del Postclásico.
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Esta miniatura pertenece al Códice de Egberto realizado por la escuela de miniaturistas de Reichenau, uno de los más importantes talleres del arte otónida. Egberto, arzobispo de Tréveris, recibió de los monjes de la abadía de Reichenau este códice, cuyas ilustraciones sorprenden por una búsqueda de la espacialidad. En este caso, la animación y el sentido de la profundidad se consigue a través de diferentes planos cromáticos de los que se vale el artista para representar el cielo y la tierra.
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Esta ilustración forma parte del Códice realizado en el "scriptorium" del Monasterio de San Pedro de Cardeña (Burgos), escrito en lengua carolina-gótica. Por beato conocemos la obra escrita por el monje lebaniego en el reino astur durante los últimos años del siglo VIII. Se componía de doce libros con comentarios sobre el Apocalipsis, que se ilustró con imágenes para la mejor comprensión de los fieles. La belleza de las escenas de este códice burgalés provocaría la dispersión de sus diversos folios, encontrándose repartidos entre el Museo Arqueológico de Madrid, el Metropolitan de Nueva York, la Biblioteca Francisco de Zabálburu y Basabe de Madrid y el Museo Diocesano de Gerona.