Conde de Floridablanca

Datos principales


Autor

Francisco José de Goya y Lucientes

Fecha

1783

Material

Oleo sobre lienzo

Dimensiones

260 x 166 cm.

Museo

Colección Particular

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Don José Moñino nació en Murcia en 1728; inició su carrera legislativa en Murcia y Salamanca, entrando en contacto con importantes personajes que le permitirán el acceso al Consejo de Castilla en 1766 como fiscal de lo criminal. En sus primeros casos impondrá su política regalista en defensa de las prerrogativas regias, especialmente en los conflictos con la Iglesia, siendo uno de los impulsores de la expulsión de los jesuitas de España en 1767, lo que motivó su nombramiento como Conde de Floridablanca. Nombrado embajador en Roma, sus éxitos motivaron su ascenso a primer Secretario de Estado, cargo en el que permanecerá 15 años hasta que fue retirado por Carlos IV. Caído en desgracia en 1792, se retiró a su ciudad natal hasta 1808 al ser nombrado presidente de la Junta Suprema Central durante la Guerra de la Independencia. No pudo disfrutar mucho de su cargo ya que falleció en Sevilla el 30 de diciembre de ese mismo año. Cuando Goya le retrató estaba en la cumbre de su poder, presentándolo de pie, ciertamente distante y dirigiéndose al pintor que le presenta un cuadro. Tras el Conde encontramos otro personaje -quizá el arquitecto Ventura Rodríguez diseñando los planos del Canal de Aragón que vemos esparcidos por el suelo-, una mesa cubierta con un verde tapete sobre la que se muestra un elegante reloj dorado que marca las diez y media y en la pared cuelga un retrato oval de Carlos III. Gruesos cortinajes cierran el espacio a excepción de la zona izquierda donde parece abrirse una ventana.

Don José viste elegante traje en terciopelo rojo, chaleco y chorreras blancos, medias de seda, zapatos con hebillas doradas y la banda de la Orden de Carlos III cruzándole el pecho. Su inteligente rostro mira atentamente hacia el espectador, con cierto orgullo de su cargo. Los bordados y encajes de los trajes han sido perfectamente interpretados por un Goya que quiere hacer méritos y conseguir abrirse camino entre los nobles madrileños que pronto empezarán a encargarle retratos. Pero el maestro aragonés no olvidará mostrar también la personalidad de sus modelos, convirtiéndose éste en un rasgo identificativo de los retratos goyescos. El ambiente en el que se desarrolla la escena está excelentemente interpretado, existiendo cierta influencia de Velázquez al que el joven aragonés admira.

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