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Japón

Desarrollo


Los orígenes históricos de Japón están envueltos todavía hoy en una nebulosa, habiéndose formulado numerosas hipótesis acerca de sus primitivos habitantes y de sus orígenes. Los ainu están considerados como los primeros habitantes del archipiélago nipón en fechas prehistóricas. El rasgo típico de este pueblo es la abundante y llamativa pilosidad del rostro, junto con su piel pálida, cráneo redondeado y pequeña talla. En tiempos prehistóricos tuvieron lugar varios movimientos migratorios desde el Continente asiático. Crónicas chinas y japonesas hablan de continuos combates con los ainu hasta su confinamiento en las montañas. Los invasores fueron probablemente pueblos chinos y otros diversos como coreanos, malayos y mongoles, que colonizaron primero el litoral situado al sur del río Yangtse. Esta población mixta constituyó muy pronto un pueblo homogéneo, si bien se ignora cuando se produjo esa fusión racial básica. Hasta el 405 d. de J.C. la historiografía oficial no estipula fechas políticas en las crónicas. Antes de esa época no se había difundido ningún sistema de escritura ni de calendario. Según parece hoy, todo el archipiélago sufrió un proceso de aculturación desde China a través de la península de Corea. Antes del siglo IV d. de J.C., esta cultura procedente de China, denominada yayoi, se extendió de Sur a Norte, sedentarizando a los habitantes y apareciendo instrumentos técnicos y guerreros de todo tipo.

Políticamente, la población del archipiélago estaba agrupada en unos 30 países, normalmente en guerra unos con otros. El núcleo más poderoso fue el que se formó en tomo al distrito de Yamato en donde residía el jefe del linaje del sol, designado, según la leyenda, por la diosa Amaterasu y acatado por las grandes familias aristocráticas dueñas de las tierras y de sus campesinos. De esta manera, en los siglos IV y V se formó un poder soberano en torno a una de las grandes familias, que, apoyada por los clanes o uji, dio con el tiempo origen a la familia imperial. Según datos cronológicos de la historiografía oficial, la fundación del imperio japonés tuvo lugar el 11 de febrero del año 660 a.C. En esa fecha sube al trono Jimmu Tenno y comienza el llamado reino de Yamato, si bien las crónicas dicen muy poca cosa sobre el reinado de sus sucesores, hasta que bajo Sujim Tenno (97-30 d. de J.C.) se forma por vez primera un gobierno unitario con varones de la familia imperial y se crea una administración. La épica más grandilocuente y las leyendas más coloristas están presentes en esta época y se centran sobre todo en el mítico príncipe Yamato-dake No Mikoto, hijo del emperador Keiko (71-130), que con su "Kusa-nagi" (espada de la fortuna) se hizo famoso por sus grandes hazañas combatiendo con un mago transformado en dragón. Lo cierto es, sin embargo, que las familias dirigentes entre los siglos VI y VII, se iniciaron en la escritura china y constituyeron poco a poco las bases del poder imperial, al que fueron dotando de los medios institucionales necesarios.

La continua penetración de influencias chinas impulsó la evolución de la sociedad japonesa: el budismo se introdujo a partir de 587 y el sistema imperial se diferenció del chino en que no preveía posibles cambios de dinastía. Se estableció una casa imperial, de descendencia divina, que debía regir ininterrumpidamente los destinos del nuevo país. Entre las reformas realizadas en tiempos del emperador Skotoku (593-622), se incluyó la adopción del budismo como religión oficial, aunque diferenciándolo del culto imperial, mantenido en la práctica religiosa llamada shinto, que no era más que el culto a las fuerzas protectoras familiares, locales, regionales y generales con las que se relacionaba el linaje del sol. Skotoku es la personalidad nipona más relevante de aquel tiempo, destacándose como gran estadista, artista y erudito. Con su código de 17 artículos (604), establece los fundamentos para transformar el Japón hacia el modelo chino, estableciendo en sus preceptos la unidad entre los diversos grupos sociales, exigiendo total obediencia al soberano, que es la personificación del cielo y de la divinidad. Las épocas Nara, Heian y Fujiwara continuarán este momento histórico.

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