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Norman/libro 3

Desarrollo


Consolidada la cabeza de puente de los distintos desembarcos, la densa y baja vegetación favorecía la defensa, por lo que los alemanes no dejaron escapar esta oportunidad. Después de un bombardeo intenso que, en realidad, obstaculizó a los atacantes, los aliados llegaron a los alrededores de Caen el 13 de julio. Rommel, mientras tanto, recibió refuerzos por el sur de Francia, con lo que consiguió reestructurar sus tropas acorazadas en espera de un ataque decisivo a los Ejércitos aliados. Era importante para Montgomery poder prevenir las acciones del enemigo, por lo que ideó dos alternativas de acción (la operación Epson y la operación Goodwood), las cuales constituirían, además, una prueba preliminar de las fuerzas de Rommel. La primera de las dos operaciones fue un fracaso que costó caro a los aliados; la operación Goodwood se llevó a cabo a pesar de la fuerte oposición enemiga, consiguiendo bloquear las unidades alemanes en los alrededores de Caen. Por la izquierda de la formación aliada, el II Cuerpo canadiense se abrió camino en la ciudad de Caen combatiendo calle a calle; el 18 de julio habían ocupado gran parte de la ciudad. El I Cuerpo de Ejército británico, que también participaba en la operación Goodwood, sobrepasó Caen, pero se vio obligado a detenerse por los cañones de la I y de la XII división SS Panzer. Caen cayó el 20 de julio y el frente aliado se prolongó algo más allá de la ciudad. El 26 de febrero de 1944, el XII Grupo de Ejército había hecho las previsiones de progreso que se podía esperar después del desembarco en las playas de Normandía.

Los aliados consideraban poder llegar a Brest cincuenta días después del desembarco (Día-D), y a París noventa días después del Día-D. En realidad los avances fueron mucho más modestos: cincuenta días después del Día-D (27 de julio) tan sólo la península de Contentin y la costa de Normandía estaban en manos de los aliados. A finales de julio las fuerzas aliadas en tierra francesa contaban casi con un millón de hombres, 150.000 vehículos y un millón de toneladas de abastecimientos. Sin embargo, habían perdido, hasta aquel momento, 122.000 soldados, frente a 114.000 alemanes, y habían sido hechos prisioneros 41.000 hombres. Los ataques de las tropas inglesas y canadienses contra Caen habían disuelto por el flanco derecho de la formación aliada tal número de fuerzas alemanas que a finales de julio, el Primer Ejército estadounidense de Bradley se encontraba en una posición desde la que podía abatir las defensas alemanas al oeste de St. Lô. El 25 de julio, después de un largo bombardeo aéreo denominado "bombardeo rasante", el VII, VIII y el XIX Cuerpo de Ejército estadounidense partieron al ataque. El VII Cuerpo de Ejército atravesó el corredor abierto en el anterior bombardeo y, a pesar de la fuerte resistencia de los alemanes, llegó a Avranches el 30 de julio. Los contraataques alemanes que ordenó el mismo Hitler no significaron ningún freno para este avance. Después del avance de Bradley en Avranches, las fuerzas aliadas fueron reorganizadas.

Bajo el mando de Bradley se constituyó el XII Grupo de Ejércitos estadounidense, grupo que comprendía el Primer Ejército americano (al mando de Hodges) y, a partir del 1 de agosto, el Tercer Ejército americano (al mando de Patton). Las fuerzas británicas constituían el XXI Grupo de Ejército al mando de Montgomery; dicho grupo comprendía el Segundo Ejército británico (al mando de Dempsey) y el Primer Ejército canadiense (al mando de Crerar). Montgomery, el comandante supremo de las fuerzas de tierra de Eisenhower, se quedó hasta el mes de septiembre. El 1 de agosto, el Tercer Ejército de Patton avanzó a través del corredor de Avranches. Sus vehículos acorazados conquistaron enseguida Bretaña y se dirigieron rápidamente hacia el sur, en dirección al Loira; su infantería, sin embargo, se dirigió hacia Le Mans. Al mismo tiempo, el Primer Ejército estadounidense, el Segundo Ejército británico y el Primer Ejército canadiense atacaron por el sur y por el este, teniendo delante de sí todas las fuerzas de oposición enemigas. El 16 de agosto, las tropas anglo-americanas colocadas al norte de las de Patton, que se encontraban al sur, habían rodeado las fuerzas enemigas en un saliente entre Falaise y Argentan. En este pequeño intervalo de tiempo, el Séptimo y el Quinto Ejército Panzer alemanes trataron, de forma totalmente desorganizada, de buscar una vía de escape.

Hitler, como de costumbre, había presionado hasta el extremo; se obstinó en su orden de contraataque. El ligero retraso del avance aliado fue lo que les permitió huir. Con todo, en el momento en el que el II Cuerpo de Ejército canadiense y el V Cuerpo de Ejército estadounidense cerraron la bolsa, se convirtieron en prisioneros 50.000 soldados alemanes, después de dejar en el campo de batalla otros 10.000 hombres. Kluge, que en julio había sustituido a Rommel, herido por un avión aliado, se encontraba en retirada en toda la línea con cuatro Ejércitos aliados en los talones y con la esperanza de alcanzar lo más rápidamente posible una vía de escape más allá del Sena. Los carros armados de Patton llegaron a la orilla del Sena en Fontainbleau el mismo día en que los aliados cerraban el corredor de Falaise, mientras que el XV Cuerpo de Ejército estadounidense conseguía establecer una cabeza de puente más allá del río, en los valles de París. El 25 de agosto, la capital francesa fue liberada. El avance aliado fuera de Normandía, en el Norte de Francia, fue una operación militar de gran importancia. Ello marcó la derrota definitiva de las fuerzas alemanas en la Europa Occidental, así como la apertura del camino hacia Berlín. Las noticias provenientes del frente, aun en la alternancia de optimismo y pesimismo, dejaban entrever que la caída de la línea defensiva alemana era ya inminente.

Los mismos alemanes se lo temían. En los encuentros privados, los oficiales de la Wehrmacht que habían prestado servicio en la guarnición parisina se estrujaban la cabeza sin esperanza. Todos los sueños de crear un Tercer Reich amo de Europa se habían esfumado; ya no quedaba mas que un hombre que creyera en dicha posibilidad: Hitler. A mediados de agosto, los angloamericanos consiguieron desbloquear la extenuada lucha que les había retenido a lo largo del Canal de la Mancha y comenzaban a desplazarse de Caen hacia Le Mans batiéndose entre las colinas de Normandía. Los alemanes intentaron resistir a pesar de la evidente superioridad del enemigo y el II Ejército británico, junto con el I americano, quedaron parcialmente retenidos. Cuando se hizo evidente que la presión sobre Falaise y Argentan había provocado un saliente peligroso para el enemigo, los aliados empujaron un poco más y cerraron el paso a algunas divisiones alemanas. Para los alemanes era el verdadero principio del fin desde el momento en que los ingleses se dirigieron a Rouen y los americanos corrieron hacia Orleáns y Chartres. Los generales alemanes se encontraban paralizados en el frente en espera de que Hitler, que había asumido toda la responsabilidad de las operaciones, tomara una decisión. Las últimas y descabelladas instrucciones que hizo llegar a von Kluge se referían a una contraofensiva en dirección de Avranches. En París, la resistencia estaba ya en plena ebullición: los más activos pedían pasar decididamente a la acción con una verdadera y propia revolución armada; los más moderados aconsejaban esperar y elaborar un plan detallado para el momento decisivo.

En este último período de nuestra historia, denso de frecuentes e importantes avances técnicos, se ha difundido poco a poco una gran fe en el valor determinante del progreso. En contraste con dicha concepción, la invasión de Normandía ha representado una indiscutible reivindicación de los valores del espíritu humano, aún no enrarecido ni envilecido por el entusiasmo gratuito de la violencia y del dominio. En aquella ocasión se trató de una operación admirable por el genio científico y por la sagacidad demostrada tanto en el terreno operativo como en el terreno táctico. El mando fue extraordinario; además, los Aliados, a pesar de las múltiples diferencias, habían estudiado, elaborado y realizado la batalla como si se tratara de un solo cuerpo a las órdenes de un único estado mayor. El resultado, de hecho, fue un enorme éxito. Hay que hacer observar que la potencia aérea fue un factor determinante en el desarrollo de los acontecimientos y un elemento de diferenciación entre ésta y todas las demás guerras. Sin embargo, aunque la aviación no puede ser menospreciada, tampoco se puede caer en el error de considerar como autónoma su capacidad operativa, la cual sólo podía realizarse gracias a la colaboración con las Fuerzas Armadas terrestres y navales. La batalla de Normandía tuvo momentos críticos que fueron, igualmente, de un valor determinante. Sería injusto pensar que la guerra no se podría haber vencido de otra manera. No es fácil establecer cuál será el juicio conclusivo de la historia. ¿Qué podemos decir de los alemanes? Ellos intentaron el todo por el todo hasta el final; sus esfuerzos fueron comprensibles, aunque inútiles, a pesar de que la batalla representó para ellos su última oportunidad.

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