La arquitectura del Gótico Tardío
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Datos principales
Rango
Arquitectura
Desarrollo
El volumen de obra llevado a cabo en estos años finales del medioevo no es comparable al de la etapa inmediatamente anterior , pero ello no quiere decir que no estén abiertas canterías trabajando continuamente en lugares muy diversos de toda la geografía europea. Sucede que no se emprenden, normalmente, obras gigantescas (la catedral de Sevilla o la de Milán serían prueba de que existieron, naturalmente, excepciones) sino que se actúa con frecuencia sobre edificios preexistentes o se comienzan obras de menor empeño. No se sabe qué llevó a Isabel la Católica a emitir un juicio nada halagüeño cuando vio las obras encargadas de San Juan de los Reyes en Toledo. Tal vez esperaba una construcción de grandes dimensiones y encontró otra, delicada y suntuosa en su decoración.Este último es un punto a considerar. La evolución de la arquitectura desde el siglo XII lleva un camino claro que afecta a lo esencial de una estructura cada vez más arriesgada y atrevida, pero, a partir de un momento, este tipo de experiencias, que trae en definitiva fracasos y gastos cuantiosos, se abandona. Se comienza a investigar en un terreno nuevo, el de la decoración embellecedora, complementaria y caprichosa. A medida que nos adentramos en el siglo XV si por un lado avanza y se hace más profuso y caprichoso este ornato, esto no implica ni pérdida de sólido oficio, ni ensayos que determinan diseños nuevos y aun experimentos estructurales inéditos.
En Inglaterra , por ejemplo, se trabajan esas bóvedas prodigiosas llamadas en abanico, que producen un fuerte efecto visual, pero que son resultado de un despiece y distribución de cargas algo distinto al normal en otros campos del gótico. Incluso en muchos lugares se juega situando una carga, un pinjante que pende en las claves de bóvedas, como si se invirtiera el papel tectónico que corresponde a este elemento.De igual modo se experimenta con trazados caprichosos e imaginativos de arcos. En este caso, es preciso indicar la frecuente necesidad de crear un verdadero arco como elemento válido estructural, poco visible o invisible, que abarque y cobije el capricho ostentoso del que no juega sino un papel meramente visual. Así se habla, junto a arcos carpaneles, conopiales, etc., de otros mixtilíneos o que están constituidos por elementos formales que difícilmente sostendrían nada. Pero también es normal que se despiece un arco prácticamente de medio punto que se bordea por el capricho de otro conopial de cuatro centros. Varias denominaciones se han dado a estas formas arquitectónicas. Hace mucho tiempo que se acuñó el nombre de flamígero (flamboyante), en alusión a las complicadas tracerías que cubren arcos de ventanas o de claustros con curvas y contracurvas sinuosas que parecen marcar las líneas de una llama. También se ha denominado florido, por la compleja red ornamental que cubre las líneas esenciales de su estructura.No existe en arquitectura un lugar claramente predominante de donde emanen las formas que se adoptan en otros lugares.
Francia tiene un papel interesante, pero no es el centro. Los Países Bajos y Borgoña (entendida como algo separado durante largo tiempo de Francia) por su pujanza económica y de poder son lugares donde se realizan algunas de las empresas más interesantes. Inglaterra sigue manteniendo una arquitectura que, aun sensible a las sugerencias del continente, se rige por leyes muy personales. El Imperio posee algunos de los arquitectos más originales y, la diversidad de las regiones que componen su mosaico político, favorece la existencia de escuelas muy distintas entre sí. En la Península Ibérica ciertas novedades llegan de fuera algo tardíamente pero se adaptan con rapidez hasta culminar en un arte que posee también fuerte personalidad, sobre todo en la Corona de Castilla a partir de la segunda mitad del siglo XV.
En Inglaterra , por ejemplo, se trabajan esas bóvedas prodigiosas llamadas en abanico, que producen un fuerte efecto visual, pero que son resultado de un despiece y distribución de cargas algo distinto al normal en otros campos del gótico. Incluso en muchos lugares se juega situando una carga, un pinjante que pende en las claves de bóvedas, como si se invirtiera el papel tectónico que corresponde a este elemento.De igual modo se experimenta con trazados caprichosos e imaginativos de arcos. En este caso, es preciso indicar la frecuente necesidad de crear un verdadero arco como elemento válido estructural, poco visible o invisible, que abarque y cobije el capricho ostentoso del que no juega sino un papel meramente visual. Así se habla, junto a arcos carpaneles, conopiales, etc., de otros mixtilíneos o que están constituidos por elementos formales que difícilmente sostendrían nada. Pero también es normal que se despiece un arco prácticamente de medio punto que se bordea por el capricho de otro conopial de cuatro centros. Varias denominaciones se han dado a estas formas arquitectónicas. Hace mucho tiempo que se acuñó el nombre de flamígero (flamboyante), en alusión a las complicadas tracerías que cubren arcos de ventanas o de claustros con curvas y contracurvas sinuosas que parecen marcar las líneas de una llama. También se ha denominado florido, por la compleja red ornamental que cubre las líneas esenciales de su estructura.No existe en arquitectura un lugar claramente predominante de donde emanen las formas que se adoptan en otros lugares.
Francia tiene un papel interesante, pero no es el centro. Los Países Bajos y Borgoña (entendida como algo separado durante largo tiempo de Francia) por su pujanza económica y de poder son lugares donde se realizan algunas de las empresas más interesantes. Inglaterra sigue manteniendo una arquitectura que, aun sensible a las sugerencias del continente, se rige por leyes muy personales. El Imperio posee algunos de los arquitectos más originales y, la diversidad de las regiones que componen su mosaico político, favorece la existencia de escuelas muy distintas entre sí. En la Península Ibérica ciertas novedades llegan de fuera algo tardíamente pero se adaptan con rapidez hasta culminar en un arte que posee también fuerte personalidad, sobre todo en la Corona de Castilla a partir de la segunda mitad del siglo XV.