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I Guerra Mundial

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"Recuerdo -le contó el 24 de julio de 1914 Albert Ballin, un influyente hombre de negocios alemán a Churchill, entonces ministro de Marina británico- que el viejo Bismarck me dijo un año antes de morir que, un día, la gran guerra europea estallaría a causa de alguna maldita estupidez en los Balcanes". Cuando la conversación tenía lugar, la "maldita estupidez" ya se había producido. El 28 de junio de aquel año, un joven estudiante serbio de 19 años, Gavrilo Princip, vinculado a la organización nacionalista clandestina Mano Negra había asesinado en Sarajevo (Bosnia-Herzegovina) al heredero del trono austro-húngaro archiduque Francisco Fernando y a su esposa, la duquesa Sofía. La imprudencia y la casualidad habían sido factores determinantes. Primero, porque la visita de Francisco Fernando a Sarajevo fue una obstinación personal pues le había sido desaconsejada por razones de seguridad. Y porque, ya en la capital bosnia, el archiduque insistió en continuar con los actos programados para la jornada incluso después que se produjera un primer atentado, al lanzar los terroristas (eran cuatro) una bomba contra su automóvil, hiriendo a 20 personas. Segundo, porque un error del conductor de ese mismo vehículo hizo que, horas después, retornando de uno de aquellos actos desviase su trayectoria y fuera a detenerse prácticamente junto al joven Princip (que había huido desconcertado y desalentado tras el fracaso del primer atentado).

El carácter azaroso del atentado reforzaba -sobre todo vistas las catastróficas consecuencias que tendría- la tesis de la "estupidez balcánica" del viejo Bismarck. La guerra, además, no estalló de inmediato. Incluso, en un primer momento el atentado de Sarajevo pareció algo remoto e irrelevante. Se dijo que el subdirector de la agencia de prensa Reuter de Londres pensó que el mensaje urgente que le llegó vía París transmitía el resultado de una carrera de caballos: Sarajevo (1°), Fernando (2°), Asesinado (3°). A Stefan Zweig, el escritor vienés, la noticia le sorprendió en Baden, cerca de Viena, y pudo comprobar que el asesinato no produjo pesar, que la gente charlaba y reía en los paseos como de usual, y que a última hora de la tarde la música había vuelto a sonar en los lugares públicos.

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