Compartir


Datos principales


Rango

arte del Irán

Desarrollo


En el curso del año 1891, algunos de los escasos campesinos que vivían cerca del modesto santuario dedicado a la memoria del profeta Daniel, a orillas del Chaur, un riachuelo afluente del Karum, permanecían sentados en cuclillas y silenciosos sobre una de las cuatro colinas de Sus, observando el ir y venir de un curioso personaje. Vestido con una levita oscura y tocado con un gorro de piel, un alto y barbudo europeo subía y bajaba las colinas, inclinándose para recoger fragmentos de cerámica, ladrillos o cualquier cosa que llamara su atención. Cierto que no era el primero que veían por allí. No hacía sino cuatro años que un matrimonio francés, que había vivido con ellos algún tiempo, se marchó llevándose lejos un capitel de piedra y los guerreros de un muro de ladrillo. Pero éste, con su enérgico andar, su hablar para sí y su llamativo aspecto, les sorprendía sobre todos. Jacques de Morgan (1857-1927) -pues así se llamaba el estudioso-, se detuvo al pie de la mayor de las colinas de Sus, cuyos 38 metros de altura le dejaron sin respiro. Al ir a comenzar la ascensión, sus ojos repararon en unos sílex. Tras recogerlos cuidadosamente, los envolvió en un pañuelo y continuó su marcha pensativo. Si en su excavación de los años 1884-86 los esposos Dieulafoy habían documentado un palacio de Artajerjes II (404-359 a.C.), aquellos sílex suponían que allí, en la antigua Susa y bajo aquel enorme tell, podía hallarse toda la historia del antiguo Irán desde los orígenes del hombre.

Jacques de Morgan se frotó las manos satisfecho. Años después, el 18 de diciembre de 1897, un J. de Morgan feliz comenzaba la excavación sistemática de una de las más célebres ciudades del Irán. Cuando en 1907, y tras ímprobos esfuerzos, alcanzó la base de aquel gigantesco tell que tanto le impresionara en su juventud, encontró emocionado la huella de los primeros habitantes de Susa, una necrópolis del IV milenio; y en sus ajuares, la bella cerámica pintada, que, con sus íbices estilizados, escribe las primeras páginas del arte del Irán. Los inicios de la presencia humana en la meseta y los intrincados valles y laderas de las montañas iranias, en las estepas del Asia Central y en los pasos hacia el Indo y el Afganistán, se remontan a muchos miles de años atrás. Pero la magnitud del área y su difícil región, la existencia de muchas zonas todavía mal conocidas y los distintos estadios de la investigación, dificultan la visión global del proceso. No obstante, disponemos hoy de los suficientes elementos como para intentar esbozar un cuadro general y concluir que, contra lo que suele afirmarse, los distintos mundos del Irán llegarían en fechas tempranas a conocerse y a influirse mutuamente; y pronto también nacería un arte, pues con independencia de los valores que pudiera poseer, difícilmente podemos negarles el sentimiento artístico a las más jóvenes realizaciones de las gentes del Irán. Los primeros cazadores y recolectores del Zarziense (13000-12000 a.

C.), que habitaron las grutas del valle de Hulailán y Ghar-Khar en los Zagros, fueron acaso los primeros antepasados iranios conocidos. Se movían por las tierras altas, cazando y pescando lo que caía a mano: moluscos, pájaros, ungulados... Su industria del sílex era elemental y microlítica; pero el descubrimiento de microlitos semejantes en las regiones del norte del Makrán pudiera poseer un significado excepcional, porque podrían ser las huellas de la remota vía que, miles de años después, habría unido los distintos focos neolíticos del Baluchistán y los Zagros. Según un modelo propuesto por H. J. Nissen (1983), las regiones donde convergían biotopos distintos, al proporcionar una rica variedad de recursos, facilitarían el proceso de sedentarización y las experiencias en la domesticación de plantas y animales. Eso debió determinar el futuro de Ali Kos, al suroeste de los Zagros, donde los recolectores mejoraron la industria lítica, construyeron chozas semienterradas, ampliaron la caza -gacela, onagro, buey salvaje, jabalí, pesca- y comenzaron a manipular plantas y animales en el curso del noveno milenio. Sus experiencias debieron ser seguidas en muchos otros lugares de la región central de los Zagros, que, como sugiere G. Dollfus, desempeñó un papel esencial en el nacimiento del neolítico iranio. En el curso del VIII milenio se acentuó el dominio sobre plantas y animales, aunque en la dieta de los habitantes de las primeras aldeas de tapial, M.

J. Schoeninger ha demostrado que todavía dominaba la carne sobre el cereal; y poco después, entre el 7000 y el 6000 a.C., el proceso de sedentarización y producción de alimentos culminaría con las aldeas construidas en adobe sobre cimientos de piedra y paredes rectas. Las primeras cerámicas a mano de pasta oscura, con abundantes desgrasantes de paja y cocidas a fuego bajo, pronto se harían decoradas en el mismo Ali Kos, Qal'i Rustam -al sur de la actual Isfahán- y en Hayyi Firuz junto al lago Urmia. Y con ellas, como con las estatuillas de barro de Tépé Sarab, en el corazón de los Zagros, nacería el arte iranio. La célebre diosa de Tépé Sarab, una típica figurita femenina realizada uniendo partes distintas, evoca en sus formas a las más o menos contemporáneas figuritas anatólicas de Çatal o Hacilar, pero también se hermana con el horizonte de la cultura de Djeitun en el Turkmenistán. A lo largo del lento proceso que lleva de las simples aldeas a la ciudad (ca. 6000-3200 a.C.), iría madurando el arte de la cerámica pintada, que resulta ser la más acusada característica estética de la región. Dice E. Porada, en su ya clásico "Irán Antiguo", que podría suceder que los únicos temas ornamentales de la cerámica pintada del Irán hubieran sido algo más que una simple decoración, pero que sería vano entrar en suposiciones. Mas no deja de ser evidente que, entre otros temas posibles, los grandes musmones de cuernas retorcidas, las gacelas y las cabras monteses impresionaran siempre la mirada del hombre del Irán, que los llevaría a sus cerámicas en Sialk, Tall-i Bakun y Susa, o a sus metales en Hissar, Ziwiye, Luristán o Persépolis.

Demasiada constancia para una simple casualidad. En los pasados años treinta, R. Ghirshman consiguió en Tépé Sialk, una colina localizada en el límite oeste de la meseta al pie de los Zagros, una amplia sucesión estratigráfica y una buena información sobre el desarrollo de la cerámica pintada. Presente ésta desde los pasos primeros de la ocupación humana, en lugar alcanzaría su cenit en los niveles II -con recipientes de paredes finas, mejor pasta y cocción, color rojo y pintura negra- y III, que debió iniciarse a comienzos del IV milenio. En esta época apareció el torno, que haría posibles las bellas y sorprendentes formas del período. La mejora en la cocción -pues se construyeron los primeros hornos de calidad- daría pastas más claras primero y verdosas -como en Mesopotamia- después. Las superficies, pulimentadas con frecuencia, se llenaron de temas naturalistas y geométricos con una interpretación típica e inconfundiblemente irania. Las superficies de copas, cálices, cuencos, vasos, platos se cubrieron con las siluetas de carneros, aves, gacelas, cabras monteses, motivos geométricos e incluso humanos pintados en negro. Y aquí, como en Hissar o en Tel-i Iblis, en el camino hacia el Sistán, se confirmó la primera metalurgia que, como no podía ser menos, nacía así en las proximidades de los yacimientos de cobre. En 1928, en la región de la vieja Persépolis, E. Herzfeld comenzó a excavar una pequeña colina, Tell-i Bakun, cuya espléndida cerámica pintada se prolongaría en la de Susa.

Pues a comienzos del IV milenio, la llanura del río Karum al pie de los Zagros, conoció el nacimiento de lo que andando el tiempo sería una de las más viejas y famosas ciudades del Irán. Sus gentes dejaron recuerdo en una gran necrópolis con cientos de tumbas pegadas a una especie de gran plataforma en talud, decorada con conos de arcilla y descubierta por M. J. Steve y H. Gasche en los años sesenta. Con toda certeza, la plataforma de Susa fue el primer edificio monumental del Irán -con todas las consecuencias que puedan derivarse, como las supuestas por J. D. Forest- pionero quizá sobre Eridu en una ciudad cuyos numerosos sellos de estampilla -raros en Eridu-, sugieren una gran vitalidad. No obstante, la llamada cerámica de Susa I -Susa A-, con sus bien conocidos vasos pintados, es su más perfecta realización artística. Extendida por todo el Juzistán, su popularidad se comprende por la calidad de su pasta y manufactura, la elegancia de sus formas y su cuidadosa decoración en negro o pardo sobre engobe claro, con temas geométricos y zoomorfos muy estilizados.

Obras relacionadas


Contenidos relacionados