Anglosajón
Desarrollo
El archipiélago británico se encontraba durante los siglos VI al X en un estado muy confuso y tendente a la anarquía. El primer intento de organización bajo un poder fuerte fue la confederación de los diversos reyezuelos gobernantes en la mítica Heptarquía, origen de la Tabla Redonda y de la leyenda de Arturo, el primero en imponer su mando a los demás. La realidad era menos romántica, y a las luchas internas había que sumar las violentas incursiones nórdicas perpetradas por los barcos vikingos, así como la rivalidad con Francia, que terminaría por traducirse en el futuro en la implantación de la dinastía normanda, precisamente al final de este período, a principios del siglo XI. La agitación tuvo su traducción en el arte y en la pintura, como cabía esperarse. El poder cultural más influyente era el celta, en la vecina Irlanda. Desde allí partieron monjes misioneros que se encargaron de cristianizar las islas, levantar monasterios-fortalezas para resistir a los vikingos y en cuyo seno pudieran trabajarse la ciencia y el arte. Además de los monasterios y los copistas celtas, se implantaron cerca de la corte escritorios de libros italianos, es decir, centros especializados en la traducción y copia de manuscritos procedentes del recién disuelto Imperio Romano, en un intento de salvaguardar el conocimiento que aquellos habían alcanzado. Esto proporcionó al arte anglosajón ciertos rasgos de clasicismo de los cuales carecían otras artes coetáneos, como el merovingio o el ostrogodo. La escuela más importante de miniaturistas anglosajones se desarrolló en Canterbury, alcanzando su esplendor naturalista hacia el siglo VIII, aunque también fue muy importante el escritorio de Winchester, del cual destaca su Salterio.