Torrigiano y los enterramientos reales de Westminster
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Datos principales
Rango
Cd8-3
Desarrollo
Auténtico oasis clasicista en la gótica Inglaterra de entonces, la obra de Pietro Torrigiano (1472-1528) pudo ser el detonante que permitiera el desarrollo de los presupuestos de la nueva cultura renacentista en este país, pero el devenir histórico-religioso del mismo fue un condicionante negativo al respecto. Hábil escultor florentino, Torrigiano gozó de una notable fama en su época, más que nada por la célebre disputa con Miguel Angel , cuando ambos perfeccionaban su arte bajo el patrocinio de Lorenzo el Magnífico . Buonarroti, favorito de éste, fue físicamente agredido por Torrigiano, que se vio obligado por ello a abandonar la ciudad del Arno, iniciando una errática carrera que le haría terminar sus días en España , tras el capítulo inglés de su trayectoria artística, que es el que ahora nos interesa. Suele asociarse la presencia de Torrigiano en Inglaterra con Enrique VII, al ser el sepulcro de este monarca y su esposa la principal obra del maestro italiano en este país. No parece que esto fuera así a tenor de los datos, sino más bien que fuera requerido por círculos cortesanos en torno a la siguiente reina de Inglaterra, Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos , esposa primero del príncipe heredero Arturo y luego, tras el prematuro fallecimiento de éste, de su hermano el futuro Enrique VIII . En 1503 se colocaba la primera piedra de la Capilla Real de la londinense abadía de Westminster que, en su testamento de 1509, Enrique VII destinaba para su enterramiento y el de su esposa.
Son los albaceas testamentarios de este rey, fallecido ese mismo año de 1509, los que gestionaron la venida a Londres de Torrigiano; éste residía en la ciudad del Támesis a fines de 1511 y, según su propio testimonio de 1518, fue la protección del cardenal Wolsey la que le mantuvo en el país. La citada capilla real de Westminster es una de las obras más representativas del último gótico inglés -el Tudor style- en la cual, entre 1512 y 1518, realiza Torrigiano el monumento funerario de Enrique VII y su esposa Isabel de York; al parecer, nuestro escultor encontró serias dificultades en la dirección de esta obra por la poderosa tradición gótica en que sus ayudantes se movían. Como afirma Hernández Perera, "bajo las estalactitas góticas de la capilla de Enrique VII, el escultor hubo de imponerse un sepulcro exento a la manera gótica, solución extraña para un florentino acostumbrado a los sepulcros toscanos adosados a un muro". El aval profesional de Torrigiano en Inglaterra, que le permitió contratar su principal realización citada, fue la obra cuya escritura de ejecución firmó el escultor a fines de 1511. Se trata del sepulcro, también en la capilla mencionada de la abadía de Westminster, de Margarita de Richmond, madre de Enrique VII. Es un sencillo túmulo exento de mármol negro, con la figura yacente encima que luce sus tocas de viuda, apoya sus pies en un unicornio y presenta el rostro descarnado, propio de una ejecución a partir de la correspondiente mascarilla mortuoria.
Una especie de baldaquino gótico, ajeno a Torrigiano, enmarca la escultura de la regia dama. A su vez, ocho escudos metálicos, de taller inglés, con sus respectivas guirnaldas en mármol negro, adornan las paredes del túmulo. Cualquier idea preconcebida sobre el impetuoso y violento Torrigiano, según los relatos posteriores de Benvenuto Cellini y Vasari referidos a la famosa disputa florentina, desaparece ante el sepulcro de los primeros reyes de la casa Tudor; como también señala Hernández Perera, "el monumento produce una impresión de serenidad y armonía que va desde los elementos ornamentales y los materiales empleados, bronce dorado y mármol negro con algunas estrías de mármol blanco, hasta las yacentes estatuas de los Monarcas". En la efigie de Isabel de York, tallada por Torrigiano diez años después de fallecida aquélla, a partir de la mascarilla mortuoria conservada en Westminster, optó el escultor por modelar un retrato idealizado de la reina; en cambio, la cabeza de Enrique VII muestra toda la expresión de un rostro vivo, en la línea donatelliana del realismo escultórico quattrocentista. Dos leones sirven de escabel a los pies de la real pareja, en tanto que en las esquinas del túmulo se sitúan cuatro ángeles de abolengo muy florentino, que recuerdan producciones de Desiderio da Settignano, e incluso algo a Andrea Verrocchio. Medallones circulares de guirnaldas de flores y frutos, conteniendo parejas de Santos, adornan las paredes laterales del túmulo, mientras que sus frentes presentan escudos sostenidos por angelotes.
El prestigio conseguido por Torrigiano con el monumento real de Westminster fue grande, granjeándole otros encargos entre altos dignatarios palatinos; éste fue el caso del sepulcro del archivero real Dr. John Young (1516), esta vez no exento, sino en arco-solio. Hasta cuatro bustos-retratos en terracota, muy en la línea de los florentinos de finales del Quattrocento, son obras atribuidas a Torrigiano, pero también muy discutidas; entre ellos, los de Enrique VII y su caballerizo mayor Sir Henry Guilford, que se fecharían en los años 1509-1510, y que, de ser cierta la autoría del escultor florentino, probarían su presencia en la corte de Enrique VII. En cualquier caso, estos bustos muestran que el germen clasicista introducido en Inglaterra por Torrigiano, tuvo un pronto florecimiento que los inmediatos acontecimientos protagonizados por Enrique VIII harían que fuese efímero y sin continuidad. En 1518, Enrique VIII, literalmente entusiasmado con el monumento funerario de sus padres, encargó otro similar, pero de mayores proporciones, para sí mismo y la reina Catalina, que debía estar finalizado en cuatro años. Contratando colaboradores para esta obra, Torrigiano está en Florencia en 1519; debió de regresar a Inglaterra, pero, sin que sepamos los motivos, abandona la corte británica sin realizar nada más, hallándose en Sevilla en 1525, según nos testimonia el tratadista portugués Francisco de Holanda .
Son los albaceas testamentarios de este rey, fallecido ese mismo año de 1509, los que gestionaron la venida a Londres de Torrigiano; éste residía en la ciudad del Támesis a fines de 1511 y, según su propio testimonio de 1518, fue la protección del cardenal Wolsey la que le mantuvo en el país. La citada capilla real de Westminster es una de las obras más representativas del último gótico inglés -el Tudor style- en la cual, entre 1512 y 1518, realiza Torrigiano el monumento funerario de Enrique VII y su esposa Isabel de York; al parecer, nuestro escultor encontró serias dificultades en la dirección de esta obra por la poderosa tradición gótica en que sus ayudantes se movían. Como afirma Hernández Perera, "bajo las estalactitas góticas de la capilla de Enrique VII, el escultor hubo de imponerse un sepulcro exento a la manera gótica, solución extraña para un florentino acostumbrado a los sepulcros toscanos adosados a un muro". El aval profesional de Torrigiano en Inglaterra, que le permitió contratar su principal realización citada, fue la obra cuya escritura de ejecución firmó el escultor a fines de 1511. Se trata del sepulcro, también en la capilla mencionada de la abadía de Westminster, de Margarita de Richmond, madre de Enrique VII. Es un sencillo túmulo exento de mármol negro, con la figura yacente encima que luce sus tocas de viuda, apoya sus pies en un unicornio y presenta el rostro descarnado, propio de una ejecución a partir de la correspondiente mascarilla mortuoria.
Una especie de baldaquino gótico, ajeno a Torrigiano, enmarca la escultura de la regia dama. A su vez, ocho escudos metálicos, de taller inglés, con sus respectivas guirnaldas en mármol negro, adornan las paredes del túmulo. Cualquier idea preconcebida sobre el impetuoso y violento Torrigiano, según los relatos posteriores de Benvenuto Cellini y Vasari referidos a la famosa disputa florentina, desaparece ante el sepulcro de los primeros reyes de la casa Tudor; como también señala Hernández Perera, "el monumento produce una impresión de serenidad y armonía que va desde los elementos ornamentales y los materiales empleados, bronce dorado y mármol negro con algunas estrías de mármol blanco, hasta las yacentes estatuas de los Monarcas". En la efigie de Isabel de York, tallada por Torrigiano diez años después de fallecida aquélla, a partir de la mascarilla mortuoria conservada en Westminster, optó el escultor por modelar un retrato idealizado de la reina; en cambio, la cabeza de Enrique VII muestra toda la expresión de un rostro vivo, en la línea donatelliana del realismo escultórico quattrocentista. Dos leones sirven de escabel a los pies de la real pareja, en tanto que en las esquinas del túmulo se sitúan cuatro ángeles de abolengo muy florentino, que recuerdan producciones de Desiderio da Settignano, e incluso algo a Andrea Verrocchio. Medallones circulares de guirnaldas de flores y frutos, conteniendo parejas de Santos, adornan las paredes laterales del túmulo, mientras que sus frentes presentan escudos sostenidos por angelotes.
El prestigio conseguido por Torrigiano con el monumento real de Westminster fue grande, granjeándole otros encargos entre altos dignatarios palatinos; éste fue el caso del sepulcro del archivero real Dr. John Young (1516), esta vez no exento, sino en arco-solio. Hasta cuatro bustos-retratos en terracota, muy en la línea de los florentinos de finales del Quattrocento, son obras atribuidas a Torrigiano, pero también muy discutidas; entre ellos, los de Enrique VII y su caballerizo mayor Sir Henry Guilford, que se fecharían en los años 1509-1510, y que, de ser cierta la autoría del escultor florentino, probarían su presencia en la corte de Enrique VII. En cualquier caso, estos bustos muestran que el germen clasicista introducido en Inglaterra por Torrigiano, tuvo un pronto florecimiento que los inmediatos acontecimientos protagonizados por Enrique VIII harían que fuese efímero y sin continuidad. En 1518, Enrique VIII, literalmente entusiasmado con el monumento funerario de sus padres, encargó otro similar, pero de mayores proporciones, para sí mismo y la reina Catalina, que debía estar finalizado en cuatro años. Contratando colaboradores para esta obra, Torrigiano está en Florencia en 1519; debió de regresar a Inglaterra, pero, sin que sepamos los motivos, abandona la corte británica sin realizar nada más, hallándose en Sevilla en 1525, según nos testimonia el tratadista portugués Francisco de Holanda .