Compartir


Datos principales


Desarrollo


SESION DUODECIMA Dase noticia de las riquezas que encierran en sí los reinos del Perú; de los minerales de oro, plata y de otros varios metales y piedras exquisitas, con una razón de las muchas que, por descuido o falta de providencia, no se trabajan; de la grande fertilidad de aquellos países, su proporcionalidad para toda suerte de plantas y frutos, y su fecundidad en resinas y en toda suerte de simples 1. Son los reinos del Perú y de Chile tan fecundos en minerales y plantas que parece se esmeró la naturaleza en enriquecerlos de las cosas que pueden ser más apreciables para el servicio de la vida humana. Los minerales de oro que penetran aquellos vastos territorios, los de plata en que están engastadas sus entrañas, los de tantos otros metales como allí se ven depositados, ni son menos comunes ni menos abundantes que los de piedras preciosas o los de otras materias oleaginosas, sulfúreas y nitrosas que corren por sus venas. La muchedumbre de plantas y sus particularidades hacen competencia con sus frutos, las de unas, a las resinas que destilan otras, y cuando no se particularizan en lo uno o en lo otro, lo hacen con la admirable calidad de sus maderas, propias para todos fines. Así parece que la Providencia Divina quiso juntar, en la extensión de aquellos países, todas las preciosidades que en particular repartió a los demás del mundo, y que fuesen el depósito principal de todas las maravillas con que lo enriqueció, para que de allí se difundiesen a los demás.

2. En dos modos se deben considerar las riquezas del Perú. Unas son visibles a los ojos del mundo, porque no cesan de tributarse a los que se emplean en su solicitud, y tales son los metales ricos de las minas del Potosí y de otras muchísimas que se trabajan continuamente, así de plata como de oro; las pesquerías de perlas de Panamá, de donde se sacan muchas y muy finas, y algunas tan disformes en el tamaño que causan admiración, y a esta proporción los demás metales menos ricos de otras minas, con los simples y frutos que abundantemente se sacan de aquellos reinos, en que se debe comprender todo aquello con que se comercia y se hace granjería entre aquellos reinos y los de España, que todos son de la mayor estimación. El segundo orden de o clase de riquezas se ha de entender el de aquellas minas de oro y plata que, o por desconocidas o por abandonadas, no rinden ningún usufructo a causa de que no se trabajan ni se procuran extraer de ellas las riquezas en que abundan, y del mismo modo otras varias especies de materias minerales que hay allí, frutos raros y exquisitos, y la diversidad de simples que próvidamente se encuentran, de los cuales no hace ningún uso la aplicación: unos por estar ocultos o ser difícil el sacarlos, otros por no haberse extendido el comercio hasta ellos, y otros porque verdaderamente la falta de aplicación de aquellas gentes los aprecia en poco, dejándose llevar sólo de la abundancia de los metales o de las otras cosas que, por su importancia, son dignas de la primera atención.

3. No pretendemos dar noticia en esta sesión de la suma de riqueza que tributa a España el Perú, porque sería engolfarnos en un asunto muy prolijo y dilatado; ni tampoco pensamos en hacer relación de las muchas minas que se laboran, de las plantas a que se da cultivo con estimación o de los simples que se hallan entre aquellas gentes atendidos; porque además de pedir estas materias una mayor extensión no conviene su asunto con nuestra idea, la cual se ciñe a dar razón de lo más notable que encierran aquellos reinos, y entre esto, de lo que la incuria tiene abandonado. No podemos prometer tampoco el dar una noticia completa de todo lo que se encuentra en aquellos reinos de particular, porque para hacerlo sería necesario haberlo traficado todo, haber residido y visitado hasta sus más reductas poblaciones, haber corrido sus despoblados, sus cordilleras y sus páramos, y no haber dejado cosa que no se hubiese examinado, cuya obra pedía mucho tiempo para que llegase a verse perfeccionada. Lo que sí haremos será dar una completa idea de la provincia de Quito, por la cual podrá juzgarse de lo perteneciente a las demás, bajo del supuesto de que todas se compiten en las riquezas y producciones. 4. Las tierras del Perú gozan diversidad de temples, y éstos son con respecto a dos causas: una, a la situación que tienen en cuanto a la esfera, hallándose más o menos apartados del Ecuador y, por consiguiente, más o menos cerca de los polos, y otra, según la mayor altura de los parajes, o la mayor distancia en que están éstos del centro de la Tierra.

La diferencia de los territorios por la de su situación en la esfera causa variedad de temperamentos, y éstos son los que disponen la tierra en proporción para producir la variedad de plantas que se crían en ella. Por la de su mayor altura o elevación sobre la superficie del mar se igualan los climas, de tal conformidad que, en uno que está bajo el Ecuador, se hace igual su temperamento al de otro que está apartado de él 40, 50, 60 o más grados, de donde procede aquella admirable particularidad de la provincia de Quito de que, en el discurso de media jornada de camino, se varían todas las especies de los climas y temperamentos que se pueden mudar si uno caminase desde los principios de la zona frígida hasta lo más ardiente de la tórrida, encontrando en cada uno de ellos las plantas y frutos que sólo hallaría en países tan distantes, sobre cuyo particular queda dicho lo bastante en el tomo primero de la Relación de nuestro viaje. De esta tan admirable particularidad resulta la abundancia y generalidad en frutos, en plantas y en minerales, que es tan común en aquellos países, porque allí se crían los que son propios de ellos con la misma lozanía que los que se introducen de los extraños, y no estando ceñidos a los de una especie abundan los de todos temples, causando la combinada armonía de unos con otros producciones muy diversas de las que, a cada uno de ellos por separado, son naturales, y el conjunto de todos mantiene aquellos países en aptitud de ser propios para todo, y de que sobresalgan en él las mayores particularidades de la naturaleza, que suele notar la especulación en las producciones de todo lo vegetable.

5. No nos detendremos aquí en dar razón de la variedad de frutos, de que queda ya advertido lo bastante en los dos tomos de la historia de nuestro viaje, y así podremos empezar desde luego con la noticia de aquellas cosas que se omitieron allí, y para ello tomaremos principio en el reino de Tierra Firme, rico en minerales de oro y en pesuería de perlas, las cuales son el más seguro tesoro de los habitadores. 6. Abunda mucho el reino de Tierra Firme en minerales de oro, unos que caen hacia la provincia de Veraguas, otros que están en la de Panamá, y otros, que son los mayores y más abundantes, que se hallan en el Darien. Estos eran los que con más fervor se trabajaban en la antigüedad, pero después que se sublevaron los indios y se levantaron con casi toda la provincia, se hicieron dueños de las minas y se perdieron las labores de la mayor parte de ellas, con cuyo accidente quedaron reducidas a un número muy corto las que se trabajaban después; pero no deja de sacarse algún oro, aunque en pequeña cantidad, lo cual proviene parte del peligro que hay en tenerlas pobladas, parte por la poca aplicación que aquellos habitadores tienen a emplearse en este ejercicio, y parte también porque la inclinación los lleva a la pesquería de las perlas. Y esto es causa para que no se cultiven las labores de las minas con la eficacia que se haría si no tuviesen otro recurso los habitadores de aquel reino. 7. Los minerales preciosos de las perlas son principalmente las inmediaciones de las islas del Rey, de Taboga y otras, hasta el número de 43, que forman un pequeño archipiélago en la ensenada de Panamá.

El primer español a quien los indios dieron la noticia de ellas fue a Vasco Núñez de Balboa, cuando pasó a descubrir la mar del Sur, al cual regaló con algunas el cacique Tumaco. Al presente son tan comunes allí, que será muy rara la persona de algún posible, vecina de Panamá, que no tenga negros esclavos suyos empleados en pescarlas, cuyo modo es el siguiente. 8. Los dueños de negros escogen los más adecuados para el fin de la pesquería que, por hacerse debajo del agua, es preciso que sean nadadores y de largo resuello. Estos los envían a las islas, en donde tienen su asiento o ranchería, dándoles lanchas acomodadas para el intento; en cada una de éstas se embarcan 18 ó 20 negros con un caporal, más o menos según la capacidad de la embarcación y el número de la cuadrilla. Alárganse de tierra a los parajes en donde tienen ya reconocido que están los criaderos, y donde el agua no exceda de 10, 12 ó 15 brazas sobre el fondo. Llegados al paraje se zambullen en el agua (después que ha fondeado la lancha) y se echan atados con una cuerda y un pequeño peso para bajar con menos dificultad, dejando atado el otro cabo de la cuerda en el lugar señalado que cada uno tiene en la lancha. Luego que llegan al fondo, arrancan una concha y la ponen debajo del brazo izquierdo, la segunda agarran con la misma mano, y la tercera con la derecha, con las cuales surgen; dejan aquéllas en un costalillo que tiene cada uno en la lancha, y vuelven a zambullirse, en cuyo ejercicio se mantienen hasta que concluyen su tarea o están cansados del trabajo.

9. Cada uno de estos negros buzos tiene obligación de entregar diariamente a su amo un número de perlas que está ya establecido, y es el mismo entre todos; éste lo percibe el mayoral, que es el negro que gobierna la lancha. Luego que tienen en su saquillo las ostras necesarias, dejan de bajar y van abriéndolas y sacando las perlas que hay en ellas; entregan al mayoral el número de las que deben por obligación, las cuales no se repara que sean perfectas o pequeñas, porque todas han de pasar en la cuenta. Cumplido el número de las de obligación, son del negro todas las demás, aunque sean grandes, sobre las cuales no tiene su amo otro derecho que el de comprárselas por el mismo precio que el esclavo las hubiera de vender a otro particular. 10. No todos los días tienen seguridad los negros de poder completar su jornal, porque en muchas conchas de las que sacan o no hay perla, o no ha cuajado o, habiéndose muerto el ostión y padecido la perla con la descomposición de su productor, deja ésta de ser de recibo, en cuyos casos, todas las que salen en esta forma deben completarlas con perlas que lo sean, porque no se les admiten en cuenta los ostiones o las que tienen los defectos dichos. 11. Además del trabajo que les cuesta a los buzos esta pesquería, porque las conchas están asidas contra las peñas fuertemente, llevan el peligro de algunas especies de pescados que hay en abundancia, tan dañosos que, o bien se comen a los pescadores, o los oprimen contra el fondo, o en su mismo cuerpo, y los matan dejándose caer sobre ellos violentamente, y aunque en todas aquellas costas hay pescados de estas calidades y con las mismas propiedades, abundan mucho más en aquellos parajes donde el fondo es pródigo de esta riqueza.

Los tiburones y tintoreras, que son de monstruosa grandeza, hacen pasto propio los cuerpos de los pescadores, y las mantas, cuyo nombre conviene a su figura y grandor porque son rayas muy disformes en el tamaño, los comprimen, ya estrechándolos entre sí, o ya contra el fondo. Para librarse de tanto peligro, lleva cada negro un cuchillo fornido y agudo con el cual hieren al pescado luego que lo perciben y, para ello, lo buscan por parte donde no pueda hacerles daño, con lo cual huyen y los dejan libres. El negro caporal, que se mantiene en la lancha, hace guardia a los que puede descubrir y avisa con las cuerdas, a que está amarrada cada uno de los buzos, para que se prevengan, y aun se echa al agua él, con un arma semejante a la de aquéllos, para ayudar a la defensa. Mas aunque hay toda esta precaución, suelen quedar sepultados en los buches de estos peces algunos negros, y otros suelen quedar baldados con alguna pierna o brazo menos, según la parte por donde los cogió. 12. De las perlas que se cogen allí, que por lo regular son de buen oriente, se expende una parte para Europa, aunque es la menor, y la mayor porción se lleva a Lima, donde se venden con mucha estimación, y se introducen también en todas las partes interiores del reino del Perú. 13. No es, en la mar del Sur, sola la ensenada de Panamá en donde se crían las perlas, ni tampoco son las de allí, según el sentir de los antiguos, las mejores que crían aquellas saladas ondas, porque esta prerrogativa la ha gozado la costa que se extiende desde Atacames hasta la punta de Santa Elena, lo cual es en la equinoccial y en sus inmediaciones, por la parte del Sur y Norte.

En estos parajes hubo una gran pesquería de perlas en los tiempos pasados, y la principal estaba en el llamado Manta, cuyo nombre se le dio por la abundancia de peces mantas que hay en él, y este peligro contribuyó mucho a que se dejase perder la pesquería, pero el principal motivo de abandonarla fue el de haberse retirado de allí los vecinos acaudalados que la mantenían, huyendo de las pérdidas experimentadas en las invasiones de piratas enemigos que padecieron por repetidas ocasiones, contra cuyos insultos no tenían ninguna defensa, como tampoco la hay, aún en los tiempos presentes, en todas aquellas costas. La gente que habita ahora en las cortas poblaciones que han quedado, se reducen a indios y algunos mulatos, los cuales, escarmentados del destrozo que los tiburones y tintoreras o peces mantas han hecho en ellos, las han abandonado enteramente. 14. Esta pesquería de perlas de la costa de Manta corresponde a la provincia de Quito, de la cual empezaremos a tratar, examinando los minerales y demás cosas particulares dignas de atención que la adornan y hermosean. 15. Las riquezas de la provincia de Quito empiezan desde Barbacoas, que es el territorio más septentrional y occidental de ella. Este, pues, se compone todo de minerales de oro, cuyo metal es el que da ocupación a aquellos habitantes, porque a él se reduce todo el comercio del país y el que tienen con él los forasteros. Los minerales de este territorio no son de caja o en veta, sino de oro en grano y polvo, el cual se encuentra mezclado con la tierra en aquellos cerros, y por esta razón se diferencia del método común el que tienen para sacarlo.

Consiste éste en hacer conducto para el agua hasta el paraje en donde está el asiento, de suerte que ésta se precipite desde lo alto abajo del cerro de donde se pretende sacar el oro; en la caída del agua se forman al propósito cuatro o cinco remansos, de suficiente capacidad para que se detenga allí alguna porción de agua y lleve corriente de unos a otros. Estando así dispuesto, quitan el agua, echándola por otra parte, y empiezan a hacer corte derrumbando, a fuerza de brazos, una parte de aquel cerro. Luego que ésta cae en el primer remanso o estanque, dejan ir el agua por allí y se empapa toda la tierra hasta que se hace lodo muy blando; entonces lo menean con unos instrumentos que tienen al propósito para que se deshaga y quede disuelto todo, y el agua, que no cesa de correr, va sacando lo más ligero hasta que en el estanque no queda más que las piedrecillas y materia más pesada, entre lo cual está el oro. Esta materia la cogen después en bateas de madera que al propósito tienen para el fin, y a fuerza de moverlas alrededor, como cuando se cierne alguna cosa, y de mudar aguas, se va separando toda la escoria y queda el oro en el fondo de las bateas, reducido a pequeñas puntitas, polvo y pepitas. Concluido en el primer lavadero, pasan los trabajadores al segundo, en donde hacen la misma diligencia a fin de recoger lo que ha escapado del primero con la corriente del agua, en cuya forma continúan hasta evacuarlos todos. Este trabajo se hace con negros esclavos que tiene cada dueño del lavadero y, en parte, se hace también con mulatos y gente libre de la que habita allí, con cuyo método allanan un cerro en poco tiempo y sacan las riquezas que guardaba en sus entrañas.

Este oro tiene de ley de 22 a 23 quilates, pero también hay minerales en aquella jurisdicción donde baja la ley alguna cosa, aunque nunca de 21 quilates. 16. Es todo el país de Barbacoas muy abundante de arroyos y ríos, y por esto con poca dificultad conducen el agua a donde la necesitan, sin cuya oportunidad no podrían hacer ningún trabajo en aquellas minas, las cuales la necesitan con más abundancia que otras ningunas, no obstante el ser precisa en todas, para que siempre haya proporción de poderla llevar de unos cerros a otros, según el paraje en donde se trabaja. 17. En los términos de la jurisdicción de Loja, que son los últimos de la provincia de Quito por la parte austral, hay unos asientos de minas de oro cuya cabeza es la villa de Zaruma, y de ella toman nombre las minas. El metal que se saca de éstas es de ley muy baja, que no excede a la de 16 hasta 18 quilates, pero remuneran la poca ley en la abundancia, pues después de acrisolado y puesto el oro en la de 20 quilates, aún sale por menos costo que el que tiene el que con esta misma se saca regularmente de otras minas. 18. En la jurisdicción de la ciudad de Jaén de Bracamoros, cuya situación es en la entrada del río Marañón por aquella parte de Loja, hay asimismo minerales de oro cuyos metales son de más alta calidad que los que se sacan de Zaruma. En los tiempos antiguos, cosa de 80 a 100 años atrás, se trabajaban, pero ya en los presentes están abandonadas y sólo se saca de ellas algunas cantidades muy cortas, efectos de las labores de los vecinos de Jaén, que se dedican a ello.

Las de Zaruma se han trabajado con más fervor hasta aquí, pero aún ya empiezan a descaecer, por falta de fomento. 19. En la jurisdicción del asiento de Latacunga y términos del curato de Angamarca, hay una mina de oro nombrada de Macuche. Trabajola antiguamente un vecino de Quito llamado N. Sarabia y entonces contribuía muchos quintos a Su Majestad de los metales ricos que daban sus vetas. Tapósele la boca con un crecido derrumbo que en una noche tempestuosa cayó del cerro, y quedaron sepultados dentro de ella los negros que la trabajaban, porque su riqueza era tal que daba alientos al dueño para que de día la trabajase con indios, y de noche, con los negros esclavos que tenía para este fin. 20. Después que quedó tapiada la boca, gastó mucho caudal en procurar descubrirla, mas nunca pudo conseguirlo. La misma desgracia experimentaron otros muchos sujetos que lo emprendieron después y, entre ellos, don Juan de Sosaya, presidente que fue de Quito, hasta que por último un vecino de Latacunga, don Manuel Pérez de Avila, con el motivo de tener una hacienda de trapiche cerca de la misma mina, la tomó a su cargo y empezó a trabajar en el derrumbo el año de 1734 y, después de haber gastado en ella más de 12.000 pesos, consiguió que en una noche de tempestad de muchas aguas y truenos, con las avenidas que bajaban por un arroyo del mismo cerro, se moviese el derrumbo y que, corriendo gran parte de él, se descubriese la boca de la mina en 1743. Con este acaecimiento feliz volvió a alentarse de nuevo hasta que consiguió sacar metales y pasar con ellos a Quito a registrar la mina y pedir a aquella Audiencia que se le diesen indios de la jurisdicción del corregimiento para proseguir trabajándola, como los había tenido el otro poseedor.

Y aunque la Audiencia vino en ello y se los concedió, no llegó el caso de que se le cumpliese, porque los corregidores se desentendieron del orden llevados de otros particulares fines, con que, aunque la posesión de la mina permanece en el mismo sujeto, como no se trabaja con la eficacia que correspondería, no da utilidades ni a su dueño, ni a Su Majestad, ni a la provincia. 21. En la misma jurisdicción y términos del pueblo de Sicchos hay una mina de plata descubierta, cuyo nombre es Guacaya, y cosa de dos leguas hay otra empezada a trabajar superficialmente; pero en ninguna de ellas corren las labores en los tiempos presentes. 22. Cosa de 18 leguas del mismo pueblo de Sicchos hay otra mina de plata que tiene mucho crédito de ser rica; su nombre es Sarapullo. Esta se empezó a trabajar por un vecino de Quito llamado don Vicente de Rozas, pero habiendo gastado superfluamente un crecido caudal que tenía en fabricar palacio para vivienda, ingenio, y todas las demás oficinas correspondientes a una mina que está en la mayor opulencia, cuando miró por sí se halló sin caudal para hacer las labores de la mina, que eran las principales, ni quien se los facilitase, con que le fue preciso abandonarla. 23. En la jurisdicción de la villa de San Miguel de Ibarra, cerca del pueblo de Mira, hay cerros que desde la antigüedad conservan fama de contener minerales muy ricos; entre éstos es el más nombrado uno llamado Pachón, que dista poco del pueblo. Pocos años ha que un vecino de él a quien un indio vaquero había descubierto la entrada de la mina, sacó cantidad de oro de ella, y esto lo repitió por varias ocasiones hasta que enriqueció, según refieren los que le conocieron del mismo pueblo, pero nunca llegó el caso de que descubriese a otros la entrada de la mina, porque así que se vio con caudal, se ausentó del pueblo huyendo de las instancias y persecuciones de los demás vecinos.

24. En la jurisdicción del pueblo de Cayambe, perteneciente al corregimiento de Otavalo, hacia la parte del oriente de la hacienda nombrada Guachala, distante de ella cosa de dos días de camino, entre los muchos cerros que forma por allí la cordillera, hay tradición de que se hallan otros minerales de mucha riqueza que también se trabajaron en el tiempo de la gentilidad. 25. El cerro de Pichincha, que hace espaldas a la ciudad de Quito, conserva fama de rico de oro, y no ha muchos años que un indio llamado Cantolla lo sacaba, según refieren allí; y en tiempo de la gentilidad se extraía, a lo que aseguran las memorias que han quedado de ello, pero al presente se ignoran los parajes de las vetas. Es, sin duda, que lo hay, porque estando allí nosotros subía frecuentemente a este cerro un portugués avecindado en la ciudad, el cual tenía el ejercicio de ir a lavar a los arroyos que descienden de sus cumbres, con cuya diligencia sacaba algún polvo y pepitillas, aunque no en gran cantidad. 26. La jurisdicción del corregimiento de Riobamba es también muy abundante de minas de plata y de oro. Las registradas en la Caja Real de Quito por un solo sujeto de los que conocimos en aquella villa, eran 18, y todas de muchas abundancia y sobresaliente calidad. Pero no se trabajaba en ellas, porque varios accidentes sobrevenidos al dueño le hicieron variar la idea. 27. Los cerros de la jurisdicción de Cuenca tienen gran fama de encerrar minas muy ricas, pero de éstas son muy pocas las descubiertas, y no se trabaja en ninguna.

En la jurisdicción de Alausi, tenientazgo que es del corregimiento de Cuenca, como seis leguas al Occidente distante de una hacienda de trapiche nombrada Susña, hay asimismo una mina de plata de mucha fama. El dueño del trapiche, que lo era don Martín Argudo, la tomó por su cuenta; pero nunca la trabajó con formalidad, porque su caudal no alcanzaba a ello ni encontró quien le diese fomento. Esto no obstante, en algunos intervalos de tiempo que pudo emplearse en ella, haciendo labores con los indios y negros del trapiche, sacó bastantes porciones de plata, proporcionadas a las labores que hacían, y se reconoció que acudían los metales con riqueza. 28. Todas estas minas que se han nombrado, y otras muchísimas de que no se hace mención, han sido registradas en las Cajas Reales de Quito, y se han sacado muestras de sus metales, que es la prueba más segura de su realidad. Después que llegamos nosotros a Quito, alcanzamos todavía, entre las especies de monedas falsas que se han fabricado allí, una hecha por un mestizo, el cual sacaba la plata de la mina y, en lo oculto de una profunda quebrada, se escondía con ella para sellarla; hacíala éste tan sobrada de peso que la plata menuda en reales y medios (que era lo que él hacía) pesaba cada uno el doble casi de lo que le correspondía. Habiéndole hecho cargo, después de tenerlo preso, que de dónde sacaba la plata, denunció la misma, y dijo que el darle más peso del que correspondía a la moneda era para que, si llegaba a ser descubierto, no le castigasen con la pena ordinaria, mediante a que aumentaba en el peso para cohonestar el delito y hacerlo menos grave.

29. Si se dejan los parajes que pertenecen a los corregimientos de la provincia de Quito y se entra a reconocer los que tocan a los gobiernos que también son parte de aquella provincia, se reconocerá que todo el territorio del de Macas fue, en los tiempos pasados, de los más ricos de oro que se conocieron en ella, por cuya razón le dieron a la capital el nombre de Sevilla del Oro. Los indios de este territorio se sublevaron y quedaron hechos dueños de las principales poblaciones, de suerte que el gobierno quedó reducido a dos muy cortas, y perdidas las memorias de las minas enteramente, pero no las de que las hubo, pues las cajas reales que se hallan al presente en Cuenca tuvieron su primer asiento en Sevilla del Oro, de donde las llevaron a Loja cuando se perdió aquel gobierno, y de Loja pasaron a Cuenca. Estas estaban en Sevilla del Oro para recoger los quintos que pertenecían a Su Majestad, los cuales eran tan considerables que se recibían al peso de una romana que existe todavía, aunque sin uso, porque cesó la causa de él. A correspondencia de la riqueza que había en Sevilla del Oro y su jurisdicción, se sabe que los demás gobiernos son abundantes de estos minerales. El de Maynas, entre todos, está en gran reputación de tenerlos, y se acredita en que, cuando entraron allí las primeras misiones de la Compañía, comerciaban algunas de aquellas bárbaras naciones que lo pueblan con los franceses de la Cayena y con los holandeses, por el río Orinoco.

Y este trato lo mantenían por medio de otras naciones, y se reducía a planchitas de este metal, las cuales daban en trueque de hachas, cuchillos y otras herramientas y bujerías. Al presente se saca, si no es más abundancia, con la misma que entonces, y llega alguno hasta Quito. Los gobernadores de Maynas hacen también algún comercio con los indios cuando entraban a hacer sus visitas, llevando para este fin algunas mercancías menudas y bujerías, las cuales reparten entre los indios a trueque del oro. 30. De tanta mina, así de plata como de oro, en la provincia de Quito sólo hay labores corrientes en las de Barbacoas, y algunas, aunque cortas, en las de Zaruma, estando todas las demás abandonadas, lo cual procede de que aquellas gentes, unas se han atenido a las haciendas, y otras no tienen fondos para emprender el trabajo de ellas; con que, poco a poco, han ido perdiendo el uso de trabajarlas, y de este modo han llegado a olvidarlo casi enteramente. De lo cual ha resultado que siendo aquélla una de las provincias más pingües que hay en el Perú, se halle tan atrasada a todas, que está reducida, sobrándole géneros, frutos y minas, a que en ocasiones no corra en ella moneda, ni la haya, porque, aunque le entra de Lima la correspondiente a los efectos que salen de aquellos obrajes, como estas cantidades no paran allí, porque unas se sacan por la Caja Real en los situados que anualmente se remiten a Cartagena y Santa Marta, otras en trueque de géneros de Europa, y otras que pertenecen a distintos sujetos que, sin hacer allí ningún expendio, las sacan intactas y remiten a España, volviendo a salir todo el producto de lo que allí se fabrica, no hay lugar de que se detenga el dinero y de que corra de unas manos a otras, lo que se experimentaría al contrario cuando se hiciesen labores de minas, porque en este caso sería más lo que produjesen éstas y lo que entrase en Lima, que lo que saldría de la provincia, y así estaría siempre rica, como lo experimentó en la antigüedad.

31. Opónese a que se puedan trabajar las minas de la provincia de Quito, la precisión de haber de llevar el azogue para sus labores de las minas de Guancavelica, lo cual podría evitarse abriéndose las que están en la jurisdicción de Cuenca, de las cuales se dará razón porque con esta providencia lo tendrían más a mano los mineros y se les podría dar con más conveniencia mediante que se ahorrarían los costos de la conducción y la pérdida del que se desperdicia. Es sin duda, que la mayor oportunidad de tener azogues a mano y con conveniencia en su precio daría alientos a aquellas gentes para que se dedicasen a las labores de las minas, pero aún no bastaría esta providencia para que resucitase la inclinación ya muerta en aquel país, y se entregasen sus habitantes a este ejercicio casi del todo olvidado allí, ya que sería preciso facilitar medios de que tuviesen fondos para emprender tales labores, siendo cosa sentada que todas las minas necesitan aviadores para que se trabajen, y no se excusan éstos aun cuando los legítimos dueños tienen caudales muy floridos, porque, como suele suceder que lleguen a faltarles por el pronto, en este caso es indispensable el haber de ocurrir a los aviadores para que franqueen los caudales necesarios para que las labores no cesen. En la provincia de Quito se hace mucho más precisa esta circunstancia, por cuanto no hay ánimos en aquellos habitadores para arriesgar sus caudales en minas, por el poco concepto que tienen de ellas, y la desconfianza con que las miran, como también porque no hay muchos caudales crecidos de dinero físico, que son los que se necesitan para emprender la obra de las minas.

Estas dificultades pudieran destruirse fácilmente dando fomento a la Compañía Real de Mineros del Perú, propuesta en 1738 por don Pedro García de Vera, y aprobada por Su Majestad, en la cual se reduce su fin principal a ser aviadora la compañía de todas las minas que necesiten su fomento para conseguir los caudales necesarios, y de tomar a su cargo el cultivo de las que no tuviesen dueño, por hallarse abandonadas. Con un recurso tan admirable como el que todos tendrían en esta compañía, no solamente se trabajarían las minas que están abandonadas en la provincia de Quito, sino también otras muchas que padecen el mismo descuido en las demás provincias del Perú, y aun en aquellas en donde el cultivo de los minerales está en su mayor vigor. 32. Además del beneficio que resultaría del establecimiento de esta compañía al fomento de las minas, se experimentarían otros de no menor utilidad, como el de que teniendo gente hábil para el beneficio de los metales, se adelantaría su perfección; las minas que se abandonan por aguadas procurarían ponerlas corrientes dándoles los socavones que fuesen convenientes, según lo reconociese la pericia de los ingenieros que la misma compañía se propone mantener para este fin, y asimismo pondría corrientes muchas minas de cobre, estaño y plomo que, aunque están descubiertas, no se trabajan por falta de personas que las quieran tomar a su cargo. Estos son los fines con que se propuso aquella compañía, por todos motivos útil para aquellos reinos, pues por su medio se adelantarán las labores de todas, y se descubrirán muchas que no lo están, de lo cual resultarán grandes intereses al Real Erario, a todos los particulares y, con especialidad, a los de aquellos reinos, donde se hace tan preciso el trabajo de las minas, que la provincia que carece de ellas es siempre pobre, aunque abunde en todo lo demás.

33. La labor de las minas necesita de dos circunstancias para poder subsistir. La primera y más esencial es que su riqueza sea tal que lo que se sacare de ella equivalga a los costos de la extracción de los metales, a los de sus beneficios, a lo que se paga por quinto a Su Majestad, y que dejen al dueño unas ganancias sobresalientes; esto se puede conocer en parte desde los principios por las muestras de los metales, porque de ellos se infiere la riqueza de la mina, y así, luego que se empieza a trabajar en alguna, se lleva el seguro de lo que puede producir, bien que esto está sujeto a varios contratiempos, como son los de perderse la veta, escasear en metales, aguarse con demasía, o hacerse algún derrumbo considerable, en cuyos casos es necesario trabajar sin fruto hasta vencer el embarazo. Estos son los casos en que las minas necesitan tener aviadores que las fomenten para que no cese el trabajo aunque cesen las ganancias, y ésta es la segunda circunstancia que se hace indispensable para que el trabajo de las minas pueda subsistir. La primera lo es para que no falte quien las quiera trabajar, porque es cierto que si el sacar una onza de plata de una mina tiene de costo ocho reales de aquella moneda, no habrá quien tan inútilmente quiera emplearse en ello, pues si cuesta más lo que se invierte que lo que se saca sería necedad el hacerlo, y así, solamente dejando aquellas ganancias que son necesarias, habrá quien las tome a su cargo. La segunda viene a ser precisa para que, en la decadencia de la mina, no falten sus labores, aunque se hagan sin el presente útil, cuando por todas las señales hay visos de seguridad en que volverá a su abundancia, en cuyo caso, si no hubiese aviadores que fuesen suministrando las cantidades conforme se van necesitando, habiendo gastado el minero todo su caudal con prodigalidad y sin orden, le faltaría al tiempo que lo necesitase más para poder proseguir.

34. La provincia de Quito es más propia para cultivar las minas que otra alguna, porque la abundancia de toda suerte de víveres que goza y la comodidad de sus precios proporciona el que los jornales de los trabajadores, y todos los demás gastos que se ofrecen en las minas, sean con más conveniencia que en aquellas donde todo es escaso y se necesita llevarlo de fuera, como sucede en otras provincias del Perú; con que, por todos títulos, parece que con justicia se debe poner la atención en el fomento de las minas de aquélla, porque, según toda apariencia, se puede esperar sean de no menos conveniencia que las de otra parte. En cuanto a la riqueza de ellas ser grande, hay entre otras razones la de que, habiendo llevado a Lima metales de una mina de plata el año de 1728 el mismo sujeto que tenía registradas 18 de oro y plata en la Audiencia de Quito, y habiéndolos hecho reconocer por el ensayador mayor de aquella ciudad, que lo era entonces Juan Antonio de la Mota y Torres, certifica éste el 27 de diciembre de 1728 que, según la pella que había sacado de los metales negrillos que se le habían entregado, correspondían a 80 marcos por cada cajón, que es cosa exorbitante respecto a lo que es regular en el común de las minas que se trabajan, pues basta que cada cajón dé, aun en los países más caros, de 8 a 10 marcos para que se costeen, como sucede en las minas de Potosí y de Lipes, que por estar en países incómodos donde es necesario hacer acarreo con los metales para llevarlos a otros más oportunos para el beneficio y que todo es caro en ellos, necesita dar 10 marcos de plata el cajón de mineral (que es a lo que llaman allí metal) para que se costee; pero en la provincia de Tarma no sucede lo mismo, y se costea el trabajo de las minas con cinco marcos de plata en cada cajón.

Debiéndose entender que el cajón está regulado o consta de 50 quintales de mineral y que en todas las provincias se compone de esta misma cantidad de peso, y supuesto que los metales ensayados en Lima de la mina de Quito daban a entender que debían rendir 80 marcos por cajón, que es aún algo más de marco y medio de plata por quintal de mineral, se deja concebir que las minas de la provincia de Quito ofrecen tantas riquezas como las que dan las más celebradas del Perú, y que el haberse dejado abandonadas es provenido, en parte, por falta de fomento y, en parte, porque la misma abundancia del país infunde pereza en los que lo habitan. 35. Así como la naturaleza hizo depósito de tantas riquezas en la provincia de Quito, del mismo modo puso en ella todo lo que debía contribuir a la mayor conveniencia de su extracción, y así la proveyó abundantemente de alimentos muy sazonados, de gente fornida y en crecido número, de abundancia de ríos y arroyos que ofrecen comodidad para mover los ingenios para la molienda de los metales y a su lavado y, finalmente, franqueó minas de azogue para que, sin salir de allí, no faltase nada de lo que se necesita para cultivo de las de oro y de plata. Estas minas de azogue se hallan hacia la parte austral de aquella provincia, en la jurisdicción del corregimiento de Cuenca, cosa de cinco a seis leguas distante de esta ciudad hacia el Norte, cuyos parajes son conocidos por el nombre de Azogues, por los minerales abundantes que hay de él.

En los tiempos pasados se trabajaban estas minas, y se sacaba tanto azogue cuanto se necesitaba para las minas de toda aquella provincia y para las de Cajamarca, pero después se mandaron cerrar, prohibiéndose con severas penas el que nadie pudiese extraerlo, lo cual se dispuso con el fin de que sólo se cultivasen las de Guancavelica, y que de éstas se llevasen azogues a todas las cajas reales para evitar el fraude que pudiese haber, tanto en los quintos como en el mismo azogue. Porque saliendo todo el que se consume en el Perú de una parte y haciéndosele cargo de él a los oficiales reales, a quienes se les remite, o a los particulares a quienes se les vende, quedan responsables los primeros a satisfacer, con la distribución que el azogue ha tenido y con el importe de su valor, el de los quintos correspondientes, y los particulares o con el mismo azogue o con la plata que quintan, porque teniendo ya regulado muy prolijamente los marcos y onzas de plata que pueden beneficiarse con cada libra de azogue, descontando las pérdidas que tiene este metal y lo que se consume, queda obligado el dueño de minas a quintar tantos marcos de plata cuantos corresponden a las libras de azogue que ha sacado del estanco, o de las cajas reales de donde se surtió, y, por consiguiente, lo está también a pagar los quintos y el importe del mismo azogue. Esto mismo pudiera hacerse en las minas de Cuenca, y sólo se ofrece el embarazo de que, si se pusiesen corrientes, podría entonces haber fraude en ellas y en las de Guancavelica, porque aunque no se hiciese en la misma provincia de donde se sacase, podría haberlo en la otra, y así, recíprocamente, se experimentaría en ambas.

Este fue, según parece, el motivo que dio ocasión a que se cerrasen las de Cuenca, pero las consecuencias de ello han sido el cerrarse juntamente todas las minas de plata que se trabajaban en aquella provincia, y el que en ellas se haya olvidado el ejercicio de mineros. Claro es que hay más peligro de poderse cometer fraude en el azogue cuando se extrae éste en dos partes distintas que no cuando solamente es una la que surte todas las provincias de este metal, pero también es innegable que, en faltando o en llegando a ponerse en un precio muy exorbitante, se cierran todas las minas, y no es fácil el volverlas a habilitar después, cuando se desea reparar este daño. Y así es preciso reflexionar cuál de los dos perjuicios es mayor, si el de que se haga fraude en la extracción del azogue, o el de que se abandonen las minas; grandes son uno y otro, pero, a nuestro sentir, aún es mayor el que se cierren las minas, lo cual vamos a hacer ver. 36. En defraudarse el azogue pierde Su Majestad su valor y el importe de los quintos correspondientes a la plata que se beneficiare, pero en que se cierren las minas de plata y oro hace el Real Erario las mismas dos pérdidas y, además, todas las de las contribuciones que deben hacer estos metales después de sellados. Pierde el Real Erario el importe del azogue y el de los quintos porque, cuando no se trabajan las minas en que se emplea este metal, ni hay para qué comprarlo ni de qué satisfacer quintos; si se sacara el oro y la plata de la tierra, habría de circular, corriendo de unas manos a otras y, siendo así, precisamente se habría de comprar y vender con ella, con que se pagarían derechos de alcabalas, entradas y salidas de los efectos, indulto de las porciones que viniesen a España y, por último, al fin pararía en el Real Erario todo lo que se sacase de las minas; con que tanto cuanto queda en ellas escondido deja de poseer el soberano.

Esta es una razón tan fuerte como que es innegable el que, a proporción de que los vasallos son ricos, lo es el soberano, porque cuanto poseen aquéllos llega, circulando, de ellos al príncipe, y tan presto está en unos como en otros; así se mantiene ínterin que no se extrae de los dominios y se lleva a otros ajenos, con que la provincia en las Indias a donde más riqueza tuvieren los vasallos, será la que más utilidad dé al príncipe, y consistiendo las riquezas de las Indias en plata y oro, de las cuales no participan más que aquellas provincias en donde se cultivan las minas, las que no gozan este beneficio no pueden contribuir al príncipe sobresalientemente. Con que parece que en el extremo de haber de perder el soberano por la extracción ilícita del azogue y de la plata, o por la falta de cultivo de las minas, debe mirarse aquélla como menos sensible que ésta y, por consiguiente, se debe sobrellevar el fraude que fuere inevitable en el azogue con tal de que las labores de las minas no descaezcan. Pero pueden tomarse tales precauciones para hacer la elección de los ministros que deban correr con las minas y distribución del azogue, que se cele esto con toda la eficacia necesaria para que del todo se evite el extravío o, a lo menos, para que sea el menor que fuere posible. 37. En la misma jurisdicción del curato de Azogues, cuya extensión en bastante grande, y no muy apartado del pueblo principal que hace cabeza de él, corre un río pequeño, el cual lleva, entre sus arenas, menudas chispas de una piedra que en el color, en lo duro de ellas y en su brío, persuaden bastantemente a que son rubíes.

De este sentir fueron algunos sujetos de la compañía francesa que tenían inteligencia en piedras y las examinaron. Pero todas las que se sacan son pequeñitas, que las mayores llegan a ser apenas del porte de lentejas. El modo de encontrarlas es yéndose al río y lavando la arena en la misma conformidad que se hace para sacar el oro en las minas de lavadero. Hasta el presente, no se ha puesto cuidado en buscar la mina principal, ni es propia aquella gente para ocuparse en semejantes especulaciones, por lo que, si se quisiese hacer el descubrimiento de ella, sería necesario encargarlo con orden expresa a algún sujeto celoso en este particular e inteligente, a fin de que aplicase a ello todo su conato y, después de descubierta, reconociese su calidad, enviando al mismo tiempo a España muestras de todas las especies de los que se sacasen para que las viesen los lapidarios más peritos y determinasen si son verdaderamente rubíes, como los orientales, o no, con cuya certidumbre se podría proseguir después en el trabajo de la mina, si pareciese conveniente el hacerlo. 38. En varias partes del corregimiento de Cuenca, en lo que se dilata, se encuentran señales de haber minerales de hierro, y la ciudad capital está fundada sobre ellos, según toda apariencia, pues así lo comprobaron algunas experiencias que se hicieron con la piedra imán. Y, por último, hay minas de cristal de roca, de otras varias y distintas piedras, de vitriolo y otras especies que, si se trabajara en todas, podría aquella sola provincia enriquecer muchas de Europa.

39. A este respecto son todas las demás tierras del Perú y Chile, con sola la diferencia de contener más o menos riquezas. Y porque muchas de las que se encierran en sus entrañas son desconocidas en España, nos parece conveniente el dar una sucinta noticia de aquellas que más se particularizan y son comunes en nuestro conocimiento. 40. Desde las provincias de Chachapoyas y Cajamarca, por todas las otras que se extienden sobre la serranía y corren hacia el Sur, las minas de plata son en gran número y se trabajan con mucha emulación. En las que hacen inmediación a las provincias de Huancavelica y Huamanga, se encuentran varias vetas de lapislázuli, y de esta materia hemos reconocido en Lima algunos pedazos que decían ser sacados de allí. Entre los vecinos curiosos que tiene Lima, podrán contribuir con las noticias necesarias correspondientes a esta piedra, don Fernando Rodríguez, corregidor que fue del Cuzco, un francés avecinado allí, llamado don José Rozas, y un mestizo platero, hombre muy curioso y de grande habilidad, llamado don Francisco de Villachica. En la ciudad del Cuzco, podrá, asimismo, dar noticias tocantes a este particular don José Pardo de Figueroa, marqués de Valleumbroso, sujeto de gran capacidad, literatura y aplicación a la historia natural y a todo género de erudición. 41. El lapislázuli, piedra tan admirable por la hermosura de su color cuanto digna de estimación por su uso para sacar el "fino de ultramar", es tan despreciable en aquellos países como que, a vista de los minerales ricos de oro y plata, no llaman la atención ningunos otros, pero asimismo tan común que hay varios minerales de ella, y aunque se suelen encontrar vetas entre las minas de oro y de plata, no es en éstas donde únicamente se halla, ni donde la hay con más abundancia.

En las cercanías de Copiapó, y distando de ella 12 leguas, hay minas de esta calidad de piedra, descubiertas y reconocidas y, además, las hay de toda suerte de metales, como son de oro y de cobre, de estaño, de plomo, de hierro y de piedra imán. Pero solamente se trabajan las de oro, como que son las que, por excelencia del metal, se llevan la atención. 42. La virtud que tienen los imanes que se sacan de aquellas minas y, a su semejanza, las de otras que hay en las inmediaciones de Guamanga, es tan grande que excede incomparablemente a la de todas las piedras de su especie descubiertas hasta ahora en las demás partes del mundo. 43. En las cordilleras que corresponden a La Concepción, cosa de 80 leguas o algo más distante de esta ciudad, hay minas de lapislázuli según los informes que los vecinos de ella hacen sobre este particular, y la misma cordillera es abundante de minerales de cobre y de hierro; los de cobre atestigua la artillería que está montada en el pequeño fuerte que guarnece la ciudad, la cual dicen se fabricó con el que se sacó de aquellas minas. Estas montañas distarán de las pampas del Paraguay cosa de 14 a 18 ó 20 leguas, en lo cual puede haber alguna variedad, aunque no grande, porque el modo de estimar las distancias entre aquellas gentes es a discreción, según el paso de las cabalgaduras y del tiempo que emplean en andarlas. Pero en La Concepción son muy conocidos, tanto de los ciudadanos como de los guasos o gente campestre, los lugares de la cordillera en donde están patentes los minerales.

44. Alrededor de La Concepción hay varios lavaderos de oro, de donde la gente saca oro en polvo y pepitas, mas no se encuentra con abundancia grande, lo que sí sucede en las cordilleras, donde hay minas formales de toda suerte de metales, las cuales no se trabajan acaso por hallarse tan retiradas, como lo están, de las poblaciones de españoles y no lejos de las de indios bravos, los cuales habitan en las vecindades de aquellas cordilleras, y en algunas ocasiones se acercan a ellas más que en otras. Pero esto no debería ser motivo para que se dejasen abandonadas. 45. A este mismo respecto son abundantes de toda suerte de minerales las cordilleras que corresponden a Santiago, esto es, aquellas que están más inmediatas a esta ciudad, entre las cuales la que nombran de Lampaguay tiene muy divulgada la fama de su riqueza, porque en ella se encuentran minas de plata, de oro, de cobre, de plomo y de estaño. En ellas sucede lo que se experimenta en todas las demás del Perú, que es el que solamente se beneficien las de los metales más ricos y no se haga aprecio de las otras. También hay varias minas de oro en el cerro de Tiltil, que está en el camino que corre desde Santiago a Valparaíso. Todas estas minas de Chile estuvieron totalmente abandonadas hasta los años de 28 a 30, que empezaron a hacerse en ellas algunas labores; éstas fueron adelantándose poco a poco y, entrando la emulación en aquellas gentes, procuraron poner corrientes muchas de las que estaban entregadas al olvido y a la omisión; después se acabaron de adelantar mucho más con el motivo de haber entrado en el gobierno de aquel reino don José Antonio Manso de Velasco, y han tenido tanto aumento que se hace ya un comercio muy crecido con el oro de las minas de aquel reino, porque se vende a los negociantes de Lima, los cuales lo apetecen y hacen tráfico con él.

Su calidad es de 20 a 22 quilates, pero tienen todavía el defecto de que no han perfeccionado su beneficio los mineros con tanto adelantamiento que consigan extraerle el mercurio enteramente, y por esta razón se vende en Chile a precio muy bajo, de modo que, después de purificado y puesto en su ley, no es obstáculo la merma para que queden ganancias muy suficientes a los que lo compran en Chile y llevan a vender a Lima. 46. Al respecto que hay provincias en el Perú que son más próvidas de unos metales que de otros, y que cada una se señala en el que es más propio de ella, parece que el territorio de Coquimbo se particulariza en la abundancia de las minas de cobre, y en la buena calidad de este metal. Es tanto el que allí se saca que, aunque se abastecen de él todas las provincias del Perú, no por esto se pueden trabajar todas las minas que hay descubiertas, porque no iguala el consumo a lo que se podía sacar de ellas. Su calidad es admirable y el precio tan cómodo que vale el quintal de ocho a diez pesos comprándolo en barras de las mismas minas. La abundancia de éstas de cobre no estorba para que deje de haberlas también de oro y de lata y de otros metales. Entre las de oro hay algunas de las que llaman de criaderos, que son aquellas en donde superficialmente cría la tierra una especie de costra dura por la cual sobresalen las muestras de oro en muy pequeños granitos que resaltan a la vista, distinguiéndose de los demás de la materia terrestre; de esta especie las hay en varias partes de aquellos reinos y, con mucha frecuencia, en todo Chile.

47. Por este tenor no hay provincia en todos aquellos reinos donde las minas no estén en abundancia, ya de unos metales, ya de otros, o ya de todas especies, a los cuales acompañan, asimismo, los minerales de varias calidades de piedras, diversas en los colores, distintas en la dureza y particulares en sus castas y hermosura. Si se atiende a la piedra del gallinazo, se verá sobre una negrura que excede al azabache, un terso que no tiene comparación con el cristal más bien pulido, una dureza grande, una limpieza donde ni para hermosura admite veta que se haga reparable. Las piedras verdes, por otra parte, son también dignas de atención; las que llaman del Inca, los alabastros, los mármoles y los jaspes. Todo es común en aquellas altas montañas, pero todo parece que está de más en ellas, mediante el que nadie lo toca, ni se hace caso para emplearlo en nada. 48. En la jurisdicción de Quito corre un río que desemboca al mar por la inmediación del puerto de Atacames. Este tiene el nombre de Esmeraldas y parece, no sin razón, que lo toma de haber minas de estas piedras en su cercanía, porque de estos sitios las sacaban los indios gentiles y en ellos las encontraron los primeros españoles que fueron allí. De estas minas dan testimonio algunas piedras que se suelen encontrar todavía en aquellos mismos parajes, cuya dureza es incomparablemente mayor que la que tienen las que se sacan de las minas del reino de la Nueva Granada, y a proporción tienen más brío y son de mejor fondo que éstas.

Ahora no hay noticia del paraje en donde se hallan las vetas, ni tampoco de que, después de conquistados aquellos países, se hayan sacado ningunas; esto puede provenir de que todo el territorio que pertenece a este gobierno ha estado abandonado e inculto hasta estos últimos tiempos, y tan modernos como desde el año de 1730 acá, que es en los que se han empezado a conocer con el motivo de abrirse camino para transitar en derechura desde Quito a Atacames, y pasar de este puerto a Panamá sin tener que hacer el rodeo de ir a dar la vuelta por Guayaquil. 49. Pasando de los metales y de las piedras a especulizar los demás minerales, se encontrarán los de copé, situados en la jurisdicción de la Punta de Santa Elena, y en las cercanías de Amotape, que lo es de la de Piura. Este copé es una especie de alquitrán del cual se sirven en aquella mar las embarcaciones marchantes para preparar con él las jarcias, pero tiene el grave defecto de ser tanta su fortaleza que las quema, y para templársela mezclan mitad de él y mitad de alquitrán del que se lleva de la costa de Nueva España, que es muy bueno. 50. En el territorio de Macas, que pertenece a la provincia de Quito, se encuentran minas de polvos azules. Bien que éstas corresponden a países poblados de infieles, esto no obstante, los habitadores de aquellas cortas poblaciones españolas que hay allí, se suelen arriesgar a irlos a sacar en algunas ocasiones. Poblándose aquel país y procurando que los indios se redujesen, se podrían cultivar estas minas con formalidad, las cuales serían de grande útil, pues se ahorrarían las sumas crecidas que sacan los extranjeros de España con lo que traen de este mineral.

51. Tanto en aquellos países a que en el Perú dan el nombre de valles, como en los que pertenecen a la serranía, hay mucha abundancia de minas de sal, de salitre, de vitriolo, de azufre, y de otras especies semejantes cuyas materias se están haciendo patentes a la vista ellas mismas. Pero en los países de Valles parece que se encuentran con más frecuencia que en la Sierra, y que a correspondencia abundan más, lo cual puede provenir de estar más superficiales las materias en éstos que en aquéllos, y que por esto se descubran mejor, sin ser la causa la mayor o menor abundancia. 52. Dejando ya las materias de minerales pasaremos a dar razón de algunas resinas y frutos de los muchos que enriquecen los bosques espesos de aquellos dilatados países. Y para que no falte ninguno de los que se particularizan más, incluiremos en la noticia los que se hallan en Cartagena y su costa, según llegaron a nuestra inteligencia. 53. Hácese particular en Cartagena el bejuco, cuya planta produce la habilla conocida bajo el nombre de habilla de Cartagena. Esta es digna de la mayor estimación por ser antiveneno eficaz contra la picada de toda suerte de víboras y animales ponzoñosos. La gente de aquel país y la demás a quienes se ha extendido la fama de su virtud, cuando han de entrar en los montes se previenen tomando en ayunas una pequeña porción de este habilla, y por ser su calidad muy activa y cálida, se guardan de beber licores fuertes hasta haber pasado dos o tres horas, con lo cual, aunque les pique alguna culebra, no reciben más daño que la herida de la mordedura.

54. En las sabanas que nombran de Tolú hay una especie de árboles que destilan el bálsamo conocido por el mismo nombre del país. Este bálsamo de Tolú merece tanta estimación entre los franceses y otras naciones extranjeras que el botánico de la Academia de las Ciencias llevó particular encargo para examinar el árbol prolijamente, mas no pudo conseguirlo, porque no le dio lugar a emprender el viaje la corteda de la demora que hizo su compañía en Cartagena. En aquel y en otros muchos parajes de la misma jurisdicción destilan otras especies de árboles el aceite de María, tomando el nombre de la planta. 55. En las montañas de Guayaquil se saca una resina negra, de la cual se hace lacre, y éste es el que se usa en toda aquella provincia. Tiene consistencia, bastante lustre y arde bien. 56. En la jurisdicción de Pasto, que pertenece a la provincia de Quito, se extrae de algunos árboles una goma conocida, no menos en aquella provincia que en otras muchas partes de la América, por el nombre de barniz de Pasto. Con ésta se dan los barnices, mezclándola con toda suerte de pinturas, las cuales se sientan sobre madera y quedan los colores tan hermosos, tan tersos y tan permanentes como el maque del Oriente, a que se agrega asimismo la circunstancia de que no se ablanda con el agua hirviendo ni la disuelven los licores fuertes. 57. En el mismo territorio de Pasto se saca una resina de la cual se hacen teas, y es tan propia para esto que los hachotes fabricados de ellas sin más pabilo que la propia materia, arden hasta que se consume toda, sin derretirse demasiado; hace luz muy clara, poco humo y tarda mucho en consumirse.

58. En la jurisdicción de Macas, entre otras varias resinas y bálsamos que destilan los árboles y llenan de fragancia el aire, hay una llamada estoraque que lo es tanto, tan suave su olor y tan delicado, que no difiere del menjuí almendrucado. Los árboles que la dan no están en grande abundancia porque sólo se encuentran esparcidos en lo espeso de aquellos bosques; esto no obstante, y el peligro con que se transita allí por los montes, causado de los indios gentiles que los habitan, los vecinos de las poblaciones se aventuran y sacan algunas pequeñas porciones de él. 59. Cosa muy común es que la producción de la cascarilla o quina se hace en las espesas montañas de la jurisdicción de Loja. Las especies que hay de ella, según las dio a conocer el botánico M. de Jussieu, son cuatro o cinco distintas, pero la superior de todas, que es el verdadero febrífugo y específico contra las calenturas, se distingue de las otras en que su cáscara es más delgada y fina y su color un colorado hermoso. Aunque las recomendaciones de esta especie de cascarilla son grandes, no se trae de ella a España porque los indios (que son los que la cogen) no tienen el cuidado que sería necesario para separarla de las otras especies, ni acertaban ellos a distinguirlas hasta que el mismo botánico la dio a conocer entre ellos, y recomendó que no la mezclasen, haciéndoles comprender que de este poco cuidado procedía la decadencia que se experimentaba ya en su venta, porque con la mala echaban a perder la buena.

También enseñó a sacar el extracto de ella, en cuya forma sería el mejor modo de hacerla traer para evitar el que con el tiempo pierda lo vigoroso de su virtud. 60. En estos últimos años se han descubierto otras montañas muy dilatadas en donde también se crían los árboles que dan la cascarilla. Estas pertenecen a la jurisdicción de Cuenca, por la parte del Oriente, extendiéndose hacia el gobierno de Macas y ríos que entran en el Marañón, pero esta quina no está tan bien recibida como la de las montañas de Loja, y se duda que su calidad sea como la selecta que producen aquellas otras. En esta planta se comete un desorden nocivo para su comercio, y consiste en que el modo de sacar la cascarilla es derribando el árbol y descortezándolo después, y como no tienen el cuidado de volver a plantar otros en su lugar, no hay duda que con el transcurso del tiempo llegarán a quedar rasas aquellas montañas, pues aunque son muy dilatadas, tienen fin, y siendo continua la saca es preciso lo tengan también sus árboles. De este descuido o, por decirlo mejor, del desprecio con que aquellas gentes miran los tesoros que se ven depositados en sus países, se lamentaba, y con razón, el botánico francés, considerando que no solamente se hacen a sí propios el daño aquellos habitadores, perdiendo las utilidades de este mayorazgo con abusar de él de esta suerte, sino también a todas las naciones, en el menoscabo del específico. Para que no llegase, pues, el caso de que se pudiese extinguir la cascarilla, y que siempre estuviesen poblados de plantas de la calidad más superior todos aquellos montes, ya en mucha parte yermos, convendría que se mandase a los que envían a hacer corte de cascarilla que volviesen a dejarlos sembrados con plantas de la buena calidad, y que esto se hubiese de entender en cada uno de aquellos espacios que desmontasen.

Y para que no se dejase de hacer esto por falta de quien lo celase, se debería encargar de ello al corregidor de Loja y a los alcaldes y ayuntamientos de aquella ciudad, los cuales deberían anualmente nombrar un juez para que fuese a reconocer las montañas y a satisfacerse de que se habían plantado árboles en los cortes que hubiesen hecho aquellos vecinos. Y caso que alguno no lo cumpliese, o no lo hiciese bien, se le apremiase a que lo ejecutase con la formalidad que fuese correspondiente, y para este fin convendría que se les multase a los omisos en alguna pena pecuniaria. 61. En el gobierno de Macas, que confina por el Occidente con la jurisdicción de Cuenca, se cría canela, la cual toma el mismo nombre distintivo del gobierno. Esta es, según el dictamen de los más hábiles naturalistas que han estado por allí y la han examinado, tan buena como la del Oriente, y su flor mucho mejor, porque la fragancia y gusto excede al que tiene la misma canela cuando llega a ponerse en su sazón. De esto nació el que los primeros españoles pusiesen el nombre de Canelos a aquellos países y a los indios sus habitadores, el cual conservan todavía. El cura de Zuña (que es una de las reducidas poblaciones que han quedado), don Juan José de Losa y Acuña, nos facilitó ramas de este árbol, cuyas hojas tenían la misma fragancia que es regular en la canela, y puestas en la boca sucedía lo mismo con el gusto; los individuos de la compañía francesa consiguieron también algunas ramas y las enviaron a Francia y a Inglaterra.

En Londres, habiéndola recibido el año de 1739, se mandó por un acto del parlamento del año de 1741 que se abriesen láminas con la demostración de esta planta, que se hiciese su descripción y que se diese al público; así se ejecutó, y cuando yo me hallaba en aquella ciudad me regaló con uno de los ejemplares el secretario de la Sociedad Real, diciéndome que me daba una estampa de lo que todo el mundo tenía en estima y sólo los españoles despreciaban. Esta planta ha sido tan cuidada en la India Oriental que nunca se ha permitido el que se saque y haga su descripción con toda su perfección, y en el Perú no se hace aprecio de ella, porque sólo lo tiene lo que logra estimación en España, y como en tantos años no lo ha merecido la canela, tampoco allá la ha conseguido. 62. Hay en Macas dos especies de canela, siendo una sola la planta. Y nace la diversidad de que la que se saca del sitio que llaman Canelos es de unos árboles esparcidos en la montaña y ahogados con otros de varias especies y mucha mayor altura, los cuales les hacen sombra; la segunda está hacia Macas, y aunque crece en el monte sin otro cultivo que el que le da la naturaleza, están en sitios más desembarazados y libres. Esta diferencia de situación causa diversidad en las cortezas y hace que la de Canelos no iguale a la de Macas en la calidad; esto no obstante es la de Canelos la que se saca en más abundancia y la que tiene consumo en toda la provincia de Quito, porque su mayor cantidad da ocasión a que se trafique con ella.

El sitio que nombran Canelos cae al Oriente de la cordillera Oriental de los Andes, correspondiendo entre los corregimientos de Riobamba y Ambato, con que viene a caer al norte del gobierno de Macas y al sur del de Quijos, en la mediación de uno y otro, en 1 grado 34 minutos de latitud austral, según lo determina don Pedro Vicente Maldonado, gobernador de Atacames, quien, pasando a España y habiendo hecho su viaje por el Marañón en compañía de La Condamine, lo practicó desde Quito, para salir a aquel gran río por el camino de los Baños, uno de los tres que hay para entrar a él por aquella provincia. Este sujeto determinó hacer el viaje por Canelos para tener ocasión de examinar el árbol con su corteza en flor, y por las noticias que da de él se deja comprender que no hay diferencia en la especie del árbol al de Macas, y que la que se repara en la corteza debe provenir, como se ha dicho, de no tener cultivo aquellos árboles y de estar mezclados entre la variedad de otros, con cuya inmediación pierde su mayor vigor y delicadeza el suco nutritivo de la planta, y asimismo deja de perfeccionarse, porque el sol no la visita a proporción de lo que se requería, y de ello, sin duda, resultan dos causas: el que su corteza sea más impura, y de no tanta delicadeza en el gusto y olor como la de Macas. Por tanto, si la que se cría en Canelos estuviese cultivada y escombrados los árboles, se podría esperar que diesen tan buena canela como la que se coge en las inmediaciones de Macas, y que no cedería en nada a la de Oriente.

63. Como este sitio de Canelos hace división entre los dos gobiernos de Macas y Quijos, así como los árboles de la canela se extienden hacia Macas, del mismo modo crecen también en el territorio de Quijos, y con gran abundancia. Pero como todo el país no es menos cerrado de monte que el de Canelos, padecen los árboles de la canela el mismo embarazo que allí, y por esto no es mejor que aquélla. De ésta se saca bastante a la provincia de Quito, y por esta razón es conocida allí por el nombre de canela de Quijos. Con ella se hace algún comercio, el cual se extiende hasta valles, y se aprovechan de ella toda la gente pobre o de cortas conveniencias, que no puede costear la del Oriente; los demás la miran como cosa común, siendo propensión general de todas las Indias el no estimar lo que vale poco o lo que no tiene en España el mayor aprecio. Esta canela de Quijos o de Canelos se diferencia, en cuanto al gusto, de la de Macas y de la del Oriente, en que su picante es más seco y su fragancia no tan delicada. 64. Con gran facilidad podría conseguirse que se diese el cultivo necesario a estos árboles, y que los habitadores de los dos gobiernos se dedicasen a ello con toda formalidad, y sería disponiendo que se trajese de ella a España, y que se prohibiese enteramente la entrada de la del Oriente en todos los dominios del rey, lo cual sería justo por todos modos, pues es impropio que, habiendo en los países de España esta especería, no se haga aprecio de ella y se dé estimación a la que se introduce de los países extraños, y aunque su gusto y olor reconozca alguna diferencia a la del Oriente, no es tanta que se haga muy sensible en las cosas donde se pone, y así la mayor parte de aquellas gentes de Quito hacen labrar con ella el chocolate, y el que lo toma no puede distinguir si lo está con la de Quijos o con la de Castilla, que es la del Oriente.

Trayéndose a España esta canela, tendría estimación en el país, y esto sólo bastaría para que los habitadores de Macas y Quijos hiciesen plantíos de árboles en los sitios donde no los hay y que fuesen oportunos para ella; para que se dedicasen a cuidar de estos árboles, desembarazando los sitios de montaña en donde están; para que tuviesen cuidado de darle los beneficios que pareciesen convenientes y fuese dictando la experiencia, y para que atendiesen a cortarla o descascarar el árbol cuando estuviese en sazón, circunstancias todas a que no atiende allí la rusticidad de los indios y la cortedad de sus luces en este particular, las que era preciso facilitarles para que la canela saliese con toda su perfección. 65. En ningún otro país que en aquél hubiera sido mirado con tanto descuido este árbol y se hubiera mantenido tan largo tiempo sin conseguir la estimación que se merece. Pero esta desgracia no se limita en él, pues otras muchas cosas preciosas que produce el Perú se hallan comprendidas en el mismo caso, sin que su particularidad haya llamado la atención, a fin de que les demos la estimación que se merecen y es justa, y la que saben darles todas las naciones doctas en esta suerte de política. La francesa, apasionada mucho por el café, viendo que en traerlo del Asia perdía sumas considerables, arbitró llevar plantas de él a la isla de La Martinica y a la de Santo Domingo, y en pocos años se han aumentado tanto los plantíos que han conseguido el fin de que, con lo que se produce de café en aquellas dos islas, haya cosecha muy suficiente para el consumo en ellas y el crecido que hay en Francia.

Y para poder prohibir absolutamente la entrada y venta del del Oriente, no les sirvió para esto de objeción la grande diferencia que hay del uno al otro, no habiendo podido conseguir que el de estas islas sea tan bueno como aquél. Si esta nación tuviera en los países de su pertenencia un árbol tan estimable como el de la canela, ¿qué comercio no haría con él? Y ¿qué medios no pondría para cultivarlo y aumentar su especie a fin de acrecentar con ella la utilidad? Pues ¿por qué nosotros hemos de mostrarnos tan descuidados en aprovechar las riquezas que nos están brindando lozanamente los bosques dilatados del Perú? Lo cual no está ceñido a la canela, como se reconocerá. Pasaremos más adelante y registraremos lo que ofrece a la vista el Marañón. 66. Al oriente de los gobiernos de Macas y de Quijos corresponde el de Maynas, el cual se extiende por el río Marañón abajo hasta la boca del río Napo. Como se ha advertido en otra sesión, las orillas de este gran río y de otros muchos que le tributan el caudal de sus aguas, están pobladas de arboledas y bosques muy espesos, donde la diversidad de árboles, la variedad de hojas y la desigualdad en los tamaños es inexplicable. Entre éstos crece uno al cual le dan el nombre de clavo, porque su corteza tiene, con toda precisión, el mismo gusto, olor y actividad que el clavo de la India oriental; de ésta conservamos todavía algunos pedazos, que son la prueba más segura de su calidad y circunstancias.

Esta corteza del clavo es semejante a la de la canela, y a la vista se diferencia de ella en el color, porque es algo oscuro, casi musgo. Como los portugueses tienen tomada la mayor parte de este río, introduciéndose insensiblemente en los países que corresponden a España, son igualmente dueños de estos árboles de clavo, que también se hallan en los parajes por ellos ocupados; con esta ocasión han llevado algunas porciones cortas de esta corteza a Lisboa, y el año de 1746, hallándose uno de nosotros allí, vio una poca en casa de unos comerciantes ingleses de aquella ciudad, y supo que la enviaban a Londres para que allí se reconociese y ver si enteramente se puede sustituir en lugar del clavo del Oriente; sin duda que en estas diligencias (las cuales se practicaban con algún sigilo) llevan algunos fines ventajosos para el comercio de su nación. En España ha habido tan poca aplicación al comercio de frutos de las Indias, que nunca se ha puesto cuidado en averiguar los que producen con particularidad para aprovecharse de ellos, y así no será mucho el que hasta el presente se haya ignorado que en el Marañón, y en la comprensión de los dominios del rey, hay corteza de clavo, cuyas singularidades lo hacen igual al mismo clavo en el gusto y olor, aunque varíe de él en la figura. 67. En cuanto al fruto que produce este árbol, no podemos decir cosa alguna, porque, no habiendo estado en el Marañón, no hemos tenido ocasión de verlo, y las luces de la botánica han estado y permanecen tan retiradas del conocimiento de nuestros españoles de allá, que no han sufragado para hacer su descripción.

Y así, aunque desde los primeros misioneros de la Compañía que se establecieron en aquellos países se dio noticia de que se cría en ellos el árbol del clavo, han sido éstas tan sucintas que no se han extendido a más que a esta primera luz, sin pasar a la instructiva de su descripción particular, por lo cual, aunque se sacan de allí canutos de clavo, se ignora todavía la mayor individualidad de la planta de donde se quitan. 68. Ya tenemos en nuestras Indias, y sin salir de la provincia de Quito, descubierto el tesoro de los géneros de especería fina, de los polvos azules y del menjuí, los cuales extraen de España no cortas porciones de dinero, porque se compran a los extranjeros, de los que traen del Oriente, no solamente para lo que se consume en España, sino para lo que se gasta en las Indias, y aun en la misma provincia en donde ello se produce. Pero todavía será el descubrimiento mayor si entramos en la provincia de Chile, pues con ella se completarán las especerías finas que más se consumen en los dominios de España. 69. Las islas de Juan Fernández, que pertenecen al reino de Chile, son dos; la más inmediata a las costas de aquel reino, llamada de Tierra por esta causa, dista de Valparaíso cosa de cien leguas. En ella se crían, entre otros muchos árboles, unos que producen cierta semilla en todo semejante a la pimienta, cuya especie reconocimos personalmente el día 10 de enero del año de 1743, tiempo en que estaba ya cuajado su fruto, aunque verde todavía y empezando a sazonarse.

Del suelo se pudieron recoger muchos granos que todavía no había corrompido la humedad, y, examinados, se halló en el gusto, en el olor y en el tamaño, y aun en la configuración que hacen las arrugas de su pellejo, ser legítimamente pimienta. El árbol que la produce es de bastante altura, su tronco fornido, poblado de ramas que forman una copa hueca y desigual, y su hoja no es muy grande. Hay estos árboles con mucha abundancia en aquella isla, y todos ellos cargan del fruto considerablemente, pero no se encuentran muchos de la misma especie juntos entre sí, sino esparcidos en aquellos montes y mezclados con los de otras. 70. Aunque esta isla tiene puertos, y con particularidad uno bien capaz donde pueden entrar navíos de todos tamaños, es peligroso para ellos por la mucha agua que hay en él, por su mal fondo, por su desabrigo a los vientos nortes, que son los que allí reinan en tiempo de invierno, y por los contrastes y ráfagas continuas que se experimentan aun en el tiempo del verano. Por esta razón no puede poblarse la isla con comodidad para mantener comercio con la tierra firme, a menos de hacerlo con embarcaciones menores, y aun así es siempre difícil, porque casi en todos tiempos hay grande resaca en las playas, y tales olas que estorban desembarcar en ellas; no obstante, si se quisiere poblar absolutamente quedaría algún arbitrio de hacerlo mediante que, en tiempo de verano y en embarcaciones grandes, se podría ir a ella y fondear en el puerto sin peligro.

En lo restante del año da muestras el país de mucha abundancia y de que cuanto se sembrase en él produciría con lozanía, lo cual en algún modo confirma el que habiéndose pasado más de un año de la salida de ella del vicealmirante Anson; y siendo natural llevase en los navíos toda especie de verduras, las raíces de éstas o algunas semillas que hubieron de quedar esparcidas en la tierra habían vuelto a retoñar y se hallaban en los jardines que formaron los de aquella escuadra enemiga, y aunque en corto número, el bastante para conocer la fecundidad de la tierra y su aptitud para toda suerte de plantas de temples fríos. 71. En aquellos sitios que están más descampados y son lomas donde bate el viento libremente y el temporal no encuentra oposición se crían avenales tan altos y viciosos que queda oculto en ellos, con mucho exceso, el hombre más alto; a cuya similitud crece todo lo demás, y se da a conocer el vicio de la tierra en los árboles de todas especies, con su corpulencia y lozanía. Así es, sin duda, que, poblada aquella isla, produciría bastantemente para mantener a la gente que la habitase, y no sucedería en ella lo que en la de Fernando de Noroña, que tienen poblada los portugueses en el mar del Norte casi a la misma distancia de la costa del Brasil y en latitud de cuatro grados, con poca diferencia, austral, pues sin producir nada, y antes bien siendo forzoso mantenerla de todos víveres a expensas de las poblaciones de Brasil, la tienen poblada y muy fortalecida con el fin de evitar que otra nación extranjera se apodere de ella y haga establecimiento allí, como lo intentó ya en otros tiempos la francesa.

Si se considerase igual riesgo en la de Juan Fernández, convendría poblarla para que nunca llegase el caso de ello, pues de ocuparla los extranjeros resultarían a aquellos reinos los perjuicios graves que se dejan considerar; mas parece irregular el que lo puedan hacer, o tener subsistencia, aunque lo emprendiesen, respecto a las circunstancias que se oponen a ello, siendo la principal la falta de puerto para permanecer en el invierno, y la distancia tan dilatada desde Europa allá, que hace remotos y casi imposibles los socorros. Y así, no parece pueda recelarse el que los extranjeros intenten poblarla y formar colonia en ella, en cuyo supuesto es excusado el hacerlo por parte de España. 72. Por otra parte se debe considerar que, aunque el puerto de aquella isla sea malo, no estorba esto el que los enemigos que pasan de los mares de Europa a aquellas lo tomen, y, aunque con parte de riesgo, se detengan en él, carenen las embarcaciones, refresquen la gente, hagan aguada, leña y fabriquen bizcocho con las harinas que llevan embarriladas, como lo practicó Anson y lo han ejecutado los demás corsarios y piratas, de que se sigue con todos éstos se han reparado suficientemente para cometer después sus hostilidades, lo que no les hubiera sucedido si no hallasen aquel recurso. Con que ya se prueba, con la propia experiencia, que aquella isla y su puerto, desamparado como hoy está, perjudica a la mar del Sur y que, sin su abrigo, ni el vicealmirante Anson, ni los corsarios o piratas, hubieran podido perjudicar sus costas, sus puertos y su comercio, y antes se hubieran visto precisados a entregarse ellos mismos, faltándoles dónde repararse y dónde refaccionar la aguada, la leña y aun los víveres con la grande abundancia de bacalao y otras especies de pescados que hay en toda la isla, y con particularidad en su puerto principal.

Por lo que, para evitar que en adelante tengan los enemigos aquel recurso, somos del sentir que se debería construir una fortaleza en un sitio tal que desde ella estuviese guardado todo el puerto principal, cuyo paraje se determinará en la relación perteneciente a marina, y haciéndose presidio la isla, con algún corto número de guarnición se podría desterrar a ella la gente mala de todo el reino de Chile, y alguna de los del Perú, así hombres como mujeres, con la cual se fuese poblando insensiblemente de gente que se aplicase a su cultivo y, con particularidad, cuidase de los árboles de pimienta, haciendo plantíos formales de ellos para aumentar su número y acrecentar la cosecha, lo cual serviría de comercio entre ella y el reino de Chile, además del crecido que pudiera hacer con el bacalao y otras especies de pescados que abundan allí. 73. El que la isla de Tierra de Juan Fernández se poblase, no estorbaría a que se llevasen plantas de pimienta a Valparaíso y La Concepción, y que se les diese cultivo y procurase acrecentar este plantío, pues siendo poca la diferencia del temperamento de esta isla al de la tierra firme de Chile, no hay duda que prevalecerá allí, y que podrá hacerse su cosecha tan cuantiosa cuanto sea necesaria, porque la bondad del país y su fertilidad lo promete así. Y de este modo se podrían abastecer con ella todos aquellos reinos y traer a España la que fuese necesaria para el consumo de acá. 74. No decimos nada de la isla de Afuera de Juan Fernández, la más pequeña de ellas, porque ésta no tiene ningún puerto, malo ni bueno, ni se puede desembarcar en ella por ninguna parte, estando escarpada por todos lados con peñolería muy alta, y costa brava.

75. Por lo dicho antes, queda visto que las tres especerías más finas que se gastan en España las produce el Perú y que son propias de aquellos países, sin que haya contribuido a su producción el trasplante o la industria humana, con que no hay duda en que la naturaleza del país es adecuada para ello y que, si se le diese cultivo a estos árboles, se afinarían sus cortezas y frutos, y los que ahora no llegan a ser tan perfectos como los de la India, lo serían después que la industria se emplease en ellos. Lo cual se puede tener por cierto con el antecedente de ser el árbol de canela de Macas, al parecer, más perfecto que el de la India oriental, mediante que su flor exhala mucha mayor fragancia que la corteza, y su gusto es asimismo más vivo y aromático, lo que no sucede con la flor del de la India oriental; no solamente excede la flor del de Macas a su propia corteza, sino igualmente a la canela más selecta del Oriente, con que se puede inferir que, en teniendo cultivo, mejorará la calidad y será, si no excesiva a la de la canela oriental, nada inferior a ella. 76. Si pasa el cuidado de aquellas plantas que sirven sólo para el gusto, a examinar las que, por ser medicinales, se hacen recomendables en la estimación y necesarias para los accidentes a que está sujeta la naturaleza humana, no hallará menos asuntos para suspender la admiración en los páramos de aquellas agigantadas cordilleras, porque en ellos se encontrarán las hierbas exquisitas, tan llenas de virtudes cuanto rodeadas de aridez, pues, al reparar el suelo, entre arena muerta, peñolería y continuo hielo, apenas se concibe cómo producen tan admirables propiedades.

Entre éstas debe mirarse, como prodigio de aquellos países, la hierba conocida en todos ellos por el nombre de calaguala. Su virtud es tan particular que sólo faltando su conocimiento en España y careciendo de las noticias de su uso para la medicina, puede no tener la estimación que le corresponde. Ella es un legítimo específico para hacer evacuar los humores de toda suerte de abscesos interiores, y lo mismo para los tumores exteriores, siendo disolvente y precipitativa. La más selecta es la que se cría en los páramos de las provincias meridionales del Perú, y aunque también la producen los que están inmediatos al Ecuador, no es tan eficaz como aquélla. Lo mismo sucede con la contrahierba o raicilla, que es, asimismo, producción de los páramos. 77. Otra hierba se cría también en los páramos, conocida por el nombre de canchalagua. Esta es febrífuga, diaforética y propia para otros medicamentos, cuyas particularidades, aunque han sido más felices que las de la calaguala, pues han conseguido divulgarse hasta España, con todo es muy poca la que se trae, porque no está puesto en práctica en el comercio el traer drogas medicinales, si no es de aquellas que absolutamente son necesarias y que su uso está muy establado. 78. Además de las hierbas ya citadas, hay otras varias que, aunque no tanto, son particulares por sus virtudes, siendo rara la que no se distingue en alguna. Mas, dejándolas como que se ha dicho lo suficiente de ellas, será justo tocar alguna cosa de los animales terrestres, acuátiles, insectos y aun los mariscos que se crían en aquellos países, para que se conozca que no hay parte por donde no contribuya todo a hacerlos prósperos y que, por cualquiera, los colma de las mayores dotes con que puede adornarlos la naturaleza.

79. Ya queda visto que las playas de Panamá y las de Manta son un tesoro inestimable por las perlas que se nutren entre sus ondas. Y a imitación de la particularidad de estas conchas, hay otra especie de marisco en la jurisdicción de la punta de Santa Elena, territorio perteneciente al corregimiento de Guayaquil, digna de atención por dar en su jugo la púrpura, que fue tan celebrada de los antiguos cuanto sentida después su pérdida. Extraése este color de unos caracoles que se crían en las peñas que bate el mar, los cuales contienen un licor lácteo que es con el que se da color de la púrpura, sin más diligencia que la de oprimir el animal para hacérselo expeler y untar en este suco lo que se quisiere teñir; y porque el animal se halla encerrado en un caracol, le dan allí el nombre de caracolillo a este color. Es éste tan fino y permanente, que existe con más vigor y viveza cuanto más se usa y se lava con mayor repetición. En la provincia de Nicoya, que es jurisdicción de Guatemala, se coge asimismo esta casta de caracol marino, y se extrae de él el mismo color, y en uno y otro paraje, no menos que en todo el Perú y reino de Nueva España, es estimado todo lo que se fabrica con el algodón teñido en este color. 80. En las costas del reino de Chile, hacia Valdivia y Chiloé, se coge mucho ámbar, pero no es de tan buena calidad como la que se lleva de la China al reino de Nueva España, y de allí pasa al del Perú. Por esta razón no se hace gran comercio con él, y siempre tiene estimación el de la China.

81. En el puerto de la isla de Juan Fernández, según toda verosimilitud, se cría coral, si nos atenemos a lo que se experimentó cuando estuvimos allí, pues al levar un ancla, salió con ella una ramazón de esta planta que, aunque no estaba madura perfectamente, no dejaba duda en que lo era, y lo confirmaban otros varios pedazos pequeños que se sacaron en otras ocasiones, los cuales estaban más perfectos que la ramificación, y aun en ésta se encontraban algunos que lo estaban, asimismo, más que los restantes. 82. En este mismo puerto de Juan Fernández se cría una especie de pescados que se asemejan en la figura a los tollos. Este tiene dos espolones pequeños en el encuentro o nacimiento anterior de cada una de las dos aletas que están sobre su lomo; sacados estos espolones del animal, y puesta en la boca de una persona la parte que encarna en el cuerpo de él y le sirve de raíz, aplaca el dolor de muelas, y es tan eficaz para ello que, en el término de media hora, y en menos, lo desvanece totalmente. Así se acreditó en la ocasión que estuvimos allí por repetidas experiencias que se hicieron, pero deberían continuarse con los mismos huesos o espolones después que hubiese pasado mucho tiempo de haberlos sacado de él, para conocer si mantienen constantemente la virtud. 83. Entre los insectos terrestres o animales menores se encuentra de particular, en la jurisdicción del corregimiento de Loja, la cochinilla, conocida comúnmente por el nombre de grana, la cual es tan sobresaliente como la que se cría en la provincia de Oaxaca, que es en donde se coge la más fina.

Con ésta de Loja se dan los tintes a las bayetas que se fabrican en Cuenca, y por esta razón son estimadas en todo el Perú con preferencia a todas las demás que se hacen en lo restante de la provincia de Quito. En la jurisdicción de Ambato, perteneciente al corregimiento de Riobamba, se cría también alguna, pero es muy poca porción respecto de la que se beneficia en Loja, y aquí no es toda la que podría producirse, porque no es grande el consumo, mediante el no haber saca de ella. 84. En las montañas que se forman de las pendientes de las cordilleras orientales de los Andes que corren hacia Quijos y Macas, se cría el palo de tinta, semejante al conocido con el nombre de campeche, cuya tinta tiene algún consumo en las fábricas de Quito para teñir aquellas cosas menos recomendables, porque su calidad no es tan buena como la del añil. 85. Entre tanta variedad de cosas como el Perú produce y se crían en aquellas territorios y temples, se hacen recomendables, no menos que lo demás que allí se nota, las vicuñas, cuyo animal da la lana que se distingue por el mismo nombre, y su finura es bien conocida en todo el mundo, siendo tanta que aún excede a la de la seda. Los indios la aprovechaban en tiempo de su gentilidad para tejer mantas muy finas y otras cosas correspondientes a sus vestuarios, pero sólo gozaban de ella el inca y las demás personas reales o los que eran de la familia real, no consintiendo que se hiciese vulgar tanta finura. Y así, para los demás indios, se hacían los tejidos con la lana de las llamas y con la de los guanacos, que no es tan fina como la de la vicuña.

Los españoles no hacen ya otro uso allá de ella que en sombreros y pañuelos, siendo así que su delicadeza la hace recomendable para otros tejidos de más consideración. 86. Aunque la lana de vicuña es tan fina que manejada entre las manos se desaparece al tacto, con todo esto no sabían en el Perú darle el beneficio que requería para la fábrica de los sombreros, porque al trabajarla la ponían tan bronca o áspera que quedaban bastos como si hubieran sido hechos con lana muy ordinaria, y por esto sólo podían servir entre los mestizos, los indios y aquella gente ordinaria. Así corrió lo que se fabricaba con esta lana sin ninguna estimación hasta los años de 1735 ó 1737, en que con el motivo de haber pasado al Perú, entre los extranjeros que penetran a aquellos reinos, un inglés sombrerero de profesión, se aplicó éste a su oficio y empezó a trabajar con la lana de vicuña en Lima, y a hacer sombreros tan finos que no cedían en calidad a los regulares de castor. Este inglés, aunque tomó allí oficiales del país que le ayudasen en su fábrica, reservó siempre en sí el secreto de darles lustre y de que la suavidad sobresaliese en ellos, para que ningún otro pudiese fabricarlos y partir con él las ganancias. Desde que en Lima se empezaron a ver estos sombreros, se inclinaron a ellos todos los sujetos de más distinción, porque, no siendo inferiores a los que se llevaban de Europa, hallaban en el precio una diferencia tan considerable como la de costar un sombrero de castor ordinario de París o de Londres de 12 a 16 pesos, y los de allí no exceder su valor de 4 a 5.

Con esto decayeron enteramente los sombreros negros de Europa y tomaron estimación los fabricados en Lima, la cual se extendió en las demás provincias, de suerte que, dentro de muy corto tiempo, se hizo corriente el no gastarse otra calidad de sombreros negros más que los de Lima, y habiéndose llevado siempre a vender a Lima, para el uso de la gente ordinaria, los sombreros de vicuña que se fabricaban en Quito, repentinamente se cambió este comercio, y se llevaban a vender a Quito los de Lima, sin mutación en los precios, porque lo mismo había valido en Lima uno de los que se hacían en Quito, siendo ordinarios, que en Quito los fabricados en Lima, siendo finos. La comodidad del precio y la buena calidad y finura de los sombreros que fabricaba este inglés, le facilitaron un comercio tan crecido que ya casi no le era posible el poderlo sostener más. Habiendo hecho un competente caudal en el breve término de cuatro o cinco años, quiso retirarse con él a Inglaterra, como lo hizo, pero, agradecido al país que le había enriquecido, y a uno de los oficiales criollos que trabajó en su compañía desde los principios para ayudárselo a ganar, quiso premiarle descubriéndole el secreto de la última perfección para darles el lustre, suavidad y finura, y que quedase entablado en aquellos reinos el modo de aprovecharse de una de sus riquezas (que lo es con justo título de lana de vicuña) en la fábrica de sombreros finos. 87. Este mestizo de Lima, a quien el mismo inglés había enseñado el oficio de sombrerero desde los principios, cogiéndole de poca edad y cuando todavía no tenía aplicación a oficio alguno, quedó por heredero del secreto.

Llámase Felipe de Vera y, con las buenas lecciones del maestro, ha continuado en Lima, de suerte que, no sólo no se echan de menos ya allí los sombreros finos de Europa, sino que es pérdida considerable el llevarlos, porque todos usan generalmente los de aquella fábrica. Este mestizo, no pudiendo callar el secreto, o no sabiendo guardarle, lo divulgó entre los demás del oficio, y de tal suerte se ha cundido que el año de 1742 trabajaban ya todos los sombrereros de Lima en sombreros finos, bien que de ninguna mano salían tan finos y perfectos como de la de Vera. Uno de los que éste fabricaba, no de los más superiores, y hecho el año de 1740, se conserva en nuestro poder, y no habiendo dejado de servir desde entonces acá, y de rodar entre las montañas del Perú al temporal, y en las navegaciones estando expuesto a los aires del mar, al agua salada y a otros accidentes que les perjudican, con todo esto está todavía en tal estado que, por su finura y suavidad y por la calidad que demuestra, hace increíble lo que ha trabajado y servido. 88. Tenían los sombreros de vicuña contra sí el defecto de que el sol y el agua los ablandaba tanto, o les quitaba el brío de tal suerte, que se les caían las alas y perdían toda su consistencia. Pero esto sólo se experimenta en aquellos ordinarios que se fabricaban en el Perú por los sombrereros de allí, y aún ahora sucede con algunos de los que se hacen con el secreto del inglés, pero es necesario reparar que ésta era una de sus circunstancias, porque en ninguno de los que él hacía se notaba tal defecto, ni concurre en los que hace su discípulo Felipe de Vera, como se puede comprobar todavía por el que conservamos de su mano.

89. La fábrica de sombreros de lana de vicuña del Perú se extiende también a los blancos, los cuales tienen allí, asimismo, un consumo muy crecido, porque, según la costumbre del país, los usan blancos para el traje de capa, y el negro lo acostumbran únicamente para cuando andan en cuerpo. De estos blancos se fabricaban también finos en el Potosí y otras provincias de aquella parte aún antes que el inglés llevase el secreto para los negros, y se hace mucho comercio con ellos, pero no tanto como pudiera ser, porque no cesando de llevarse los de castor extranjeros, o esta particularidad, o la de alguna diferencia que se encuentre, ya en el tacto o ya en la vista, hace más apreciables estos últimos; pero con todo, no es dudable que si se pusiera la atención en perfeccionarlos, se podrían hacer de la misma calidad que los de castor extranjeros, y se lograría así como con los negros: que se destruyesen estos dos renglones de comercio activo que tienen las naciones extrañas con las Indias de España y con los mismos reinos de España, pues, dado el necesario fomento a estas fábricas, bastarían para proveer todos los reinos de las Indias meridionales y septentrionales. Y si pareciese que esto perjudicaba al comercio activo de España y se quisiese evitar este inconveniente, en este caso podría disponerse que el mismo Vera o, si fuese muerto, el discípulo más aventajado que hubiere dejado, viniese a España y concurriese en la fábrica establecida modernamente para ayudar a perfeccionarla, pues, séase porque haya diferencia en los materiales, o porque en esta moderna fábrica no se han conseguido todavía las más exactas noticias que corresponden a su perfección, no hay duda que, comparados los sombreros hechos en ella a los fabricados en Lima, hay una grande diferencia a favor de estos últimos, lo que podría repararse fácilmente con aquella providencia, la cual se hace precisa para conocer perfectamente la excelencia del material.

90. Cosa impropia es que, siendo en los países pertenecientes a la Corona de España en donde se halla el material principal que conduce a la fábrica de los sombreros, haya de ser forzoso que los españoles, contribuyéndolo en parte a las naciones extrañas, reciban de éstas, después, lo que se labra con él. No es de admirar esto en los sombreros cuando con todo lo que se fabrica de lana ha sucedido lo mismo, pero si ha pasado en esta forma hasta ahora, parece que se debería poner remedio a que no continuase así, puesto que llegamos a conocer lo que nos importa esta sabia economía. 91. Establecidas en España fábricas de sombreros blancos finos para el consumo de las Indias, debería cuidarse de que la lana de vicuña no se extrajese para llevarse a los reinos extraños, con lo cual se imposibilitaba más el que pudiesen subsistir las fábricas de sombreros extranjeras, porque, aunque es cierto que los de castor se hacen con la lana de este animal, el cual se coge en el río de San Lorenzo y en todos aquellos países del Canadá, no es sola esta lana la que contribuye a su composición, porque si no entrase otra, ni pudiera hacer mezcla, no sería capaz que bastase a la crecida cantidad de sombreros que se fabrican solamente en los dos reinos de Inglaterra y Francia; y así, aunque se les da el nombre de castor, y efectivamente tengan parte del pelo de este animal, la mayor porción de que constan es de otras distintas especies, y entre éstas se debe considerar la vicuña como la que contribuye a ello más que otra.

Es cierto que en Francia está prohibida la entrada de la lana de vicuña con el fin de que se trabaje todo con la de los animales que se cogen en el Canadá (lo que no sucede en Inglaterra, porque en este reino entra descubiertamente), pero esto no estorba a que se introduzca mucha, ni arguye mejoría (a excepción de los hechos íntegramente con el pelo del castor y de algunos otros animales que la tienen más fina) en todos sus sombreros con respecto a los demás, que tienen mezcla con la lana de vicuña. 92. Algunos poco instruidos en este particular dudarán, y no sin razón, el que se hagan los sombreros más finos que se fabrican en Inglaterra mezclando la lana de castor con la de vicuña, y por esto es forzoso advertir que la vicuña, aunque animal grande, tiene en su cuerpo varias especies de lana, unas más finas que otras, según del paraje que son, pero generalmente en todo él tiene dos: una es la lana pequeña, que es la más inmediata a la carne, y otra es la larga, la cual, habiendo crecido, ha engrosado asimismo, y ya no es tan fina como la otra. Los españoles no se detienen en hacer separación de estas lanas, y así no pueden fabricar con ellas más que una calidad de sombreros; los extranjeros tienen gran cuidado en apartarlas y, por esta razón, hacen sombreros más finos unos que otros, en cuya forma lo ejecutaba el inglés que pasó a Lima y lo ha practicado después su discípulo Felipe de Vera, y así hacía sombreros finos de todos precios, desde tres pesos, que era el inferior, hasta seis, que era el de los más superiores.

93. No debe tenerse por obstáculo, para que con la lana de vicuña se puedan fabricar sombreros blancos, el que su color sea musgo claro, porque este animal tiene toda la barriga, los hijares, parte del pecho y desde casi la mitad de los muslos hacia abajo, blanco, que es la lana de que ahora se sirven para los sombreros que se hacen. 94. La vicuña queda ya descrita en la Relación histórica de nuestro viaje, por cuya razón no volveremos a repetir aquí las noticias de su tamaño y estructura, pero no omitiremos decir que los parajes en donde este animal habita más, o donde se encuentra con más abundancia, es en los páramos de aquellas provincias del Perú más meridionales, como La Paz, Oruro, Potosí y otros parajes de puna. Allí es animal silvestre, pero no dañino, antes bien de la mansedumbre que las ovejas de España, aunque arisco y montaraz. Cuando le quieren coger, rodean entre mucha gente aquellos páramos en donde tienen destinada la cacería, y van acosando las vicuñas que encuentran para que, al fin, se acojan todas en alguna cañada; así que las tienen en ella, rodean una cuerda, sostenida sobre estacas, alrededor de las vicuñas, de suerte que les corresponde algo más arriba del pecho, de la cual cuelgan algunos trapos de varios colores, y con esto es bastante para que primero se dejen coger que aventurarse a salir. Cógenlas, pues, con lazos, y las van matando para quitarles la piel, dejando perdida allí la carne, que es muy buena, porque el fin es únicamente aprovecharse de la lana.

Este es un método que no puede dejar de condenarse por abuso, porque tal es forzoso considerar el matar un animal que no hace daño, para sólo quitarle la lana. Así se han disminuido tanto que ya no se hallan sino con mucha dificultad, y antes que pasen muchos años se verá perdida la casta por el sumo descuido que tenemos en la conservación de aquello mismo que nos utiliza. 95. Cuando los incas eran soberanos del Perú, no había quien se atreviese a matar uno de estos animales, y hacían rodeo todos los años para juntarlos y quitarles la lana, después de lo cual volvían a dejarlos que se esparciesen por los campos, y de este modo iban siempre en aumento. Si se hubiera practicado esto después que los españoles entraron en aquellos países, no se hallaría tan deteriorada la casta de este ganado, mas, atendiendo únicamente a la comodidad del día, no han procurado nunca por su subsistencia, y así, unas veces matándolas con armas de fuego en la caza, y otras con las de corte, ya encorraladas, las han ido extinguiendo a gran priesa, sin atender a que una vez perdida su casta, no será fácil después el reparar la falta. 96. Nace en gran parte el motivo que tienen aquellas gentes, en los tiempos presentes, para matar las vicuñas, de que este animal es tan parecido en todo a los guanacos y a las llamas que se equivocan las lanas de unos y otros en el color, aunque no en lo largo, en que hay mucha diferencia, como también en el tamaño del cuerpo. Dicen, pues, los que compran esta lana en aquellas ciudades para trabajarla allí, que no siendo en pellejo, esto es, con pellejo y todo, hay engaño, porque la mezclan los vendedores con la de los guanacos y llamas, en cuya forma es imposible el separarlas.

Y así nunca quieren tomarla si no es en las mismas pieles, que es el modo en que no puede haber engaño, mediante que la desigualdad de los tamaños hace conocer la especie del animal, y por esto todos los que se emplean en ir a coger esta lana, en lugar de trasquilarlos y volverlos a soltar, los matan y desuellan. 97. Esta cautela, que en Lima y otras ciudades del Perú donde no se crían las vicuñas tiene todo su valimiento, cesa en las otras provincias a donde el animal se cría y no está tan en su punta. Así, después de haber matado y quitado el pellejo a las vicuñas, las trasquilan y ponen su lana en sacos, en cuya forma baja después a venderse en la feria de galeones, pero no con la total seguridad de que no tenga mezcla de las otras de guanaco o llama; siendo éstas equivocables a los poco inteligentes, y pareciéndoles toda de vicuña, sólo podrá distinguir que aquella saca que tuviera más mezcla de la de llama o guanaco no es de tanta calidad como la que tuviere menos, y no sucede con éstas lo que con la de las ovejas, que quedando los vellones casi separados aún después de lavada, se distingue con facilidad la más fina de la que no es tanto. 98. Si la vicuña fuese un animal bravo y dañino, incapaz de haberlo a las manos sin exponerse a algún peligro, habría disculpa para matarlo por aprovecharse de su lana, pero siendo de una naturaleza tan doméstica y dócil como el ganado de lana común, es inconsideración grande el matarlos pudiendo conseguir el fin dejándolos vivos.

Y por esto, atendiendo a su conservación y procurando su aumento, convendría ordenar con las penas más rigurosas que parezcan propias para el fin, que ninguno pudiese matar estos animales con cualquiera pretexto que fuese, y antes bien, que los indios vecinos de aquellas provincias en donde ahora han quedado con más abundancia, procuren domesticar algunos y tener cría de ellos para pagar los tributos que les corresponden, o por lo menos a mitad, en esta lana; éste es el modo de que volviesen a acrecentarse. Pero, para que no hubiese maldad en la lana mezclando la de vicuña con la de guanacos y llamas, se debería nombrar un reconocedor de lanas en cada ciudad de aquellas en donde hay tráfico en ellas, hombre inteligente, el cual las debería examinar todas, y de encontrar alguna mezclada, debería dar parte al gobernador y justicias del paraje para que castigasen al dueño con la mayor severidad que fuese dable, como a falsario, mediante que el ejecutar la mezcla con las lanas es faltar a la fe pública y contravenir a las leyes de la razón y de la justicia. Reconocidas estas lanas en aquella primera ciudad en don-de entrasen después de haberse quitado de las vicuñas, y enzurronadas, se deberían sellar las sacas con el sello real, y correr así por todo el reino, con cuya providencia se extinguiría el abuso de adulterarlas con las otras, y se perdería la bárbara costumbre de aniquilar la casta de un animal tan digno de ser estimado, siendo aún cosa vergonzosa el que la publicidad de este hecho se murmure entre las demás naciones de Europa como propia, únicamente, de unas gentes faltas de policía y de gobierno.

99. Aún se puede adelantar más sobre el particular de las lanas de vicuña, y es que no sería difícil el traer a España algunos de estos animales y mantener cría de ellos, con lo cual se aseguraría más bien su casta. Sobre esto se ofrecerán algunos inconvenientes, y entre todos podrá serlo el de que, en tal caso, se esparcirán en todas las demás potencias de Europa, lo cual será lo mismo que despojarnos voluntariamente de las utilidades que produce este género, siendo único en nuestras Indias, pues dándolo a los extranjeros, los relevamos de la precisión de haberlo de comprar a los españoles. Si todo el punto consistiese sólo en hacer partícipes a las potencias extrañas de la lana de vicuña, porque la ocasión de haber en España este animal les facilitase la cría, no debería sentirse como pérdida con tal que los españoles no nos despojásemos del mismo animal, porque se ha de suponer que los simples que sacan los extranjeros de España es con el seguro de que, después de tejidos, los han de volver a introducir, y que han de sacar de ellos unas ganancias muy aventajadas. Pero si supieran que sólo en sus países se habían de consumir estos tejidos, debemos creer que, como fuese posible el pasarse sin ellos, lo harían, pero si absolutamente no lo pudiesen dispensar, sacarían lo menos que pudiesen. 100. Esto asentado, si se fabricasen en España sombreros finos blancos y negros con la lana de vicuña, y se consiguiese el quitar la venta a los sombreros de fuera del reino, no habría extranjero que quisiese extraer la lana, porque con las de otros animales que se hallan en los países de sus dependencias tendrían suficiente para mantener la fábrica de lo que se hubiese de consumir en su propio reino, y sería totalmente excusado el venir a España a comprar la de vicuña.

Siendo esto así, de ningún perjuicio sería para los españoles el que se extendiesen las vicuñas a los extranjeros, toda la vez que, teniéndolas o no, de ningún modo habrían de venir a comprarla a España. El grave daño que resultaría de esto consiste en que si tuviesen la lana de vicuña por cosecha, siendo más baratos en los países extraños los jornales de los oficiales en toda suerte de manufactura, saldrían los sombreros fabricados en ellos por menos costo que los hechos en España, y así podrían darlos con más conveniencia, con lo cual irían destruyendo la fábrica de los de España insensiblemente, hasta que lograsen enteramente su ruina. Porque hemos de estar persuadidos a que siempre que los extranjeros puedan dar el género equivalente al que se hiciere en España, más barato que éste, siendo de una misma calidad, o es forzoso prohibir su entrada absolutamente o, siem-pre que tenga libertad para introducirse, ocasionará menoscabo en las fábricas de España. Este es, a nuestro sentir, el mayor obstáculo para el establecimiento de la cría de vicuñas en España; si no fuere de bastante fuerza para embarazar el que se haga, los demás que se pueden ofrecer aún son de mucha menor entidad y no servirán de estorbo para que se plantifique. 101. Las dificultades para traer a España la vicuña y establecer crías de este animal consisten, primeramente, en si el temperamento de acá será tan propio para estos animales como el de las Indias o, a lo menos, si será bueno para que puedan subsistir; en segundo lugar, si los pastos serán adecuados para ellos y, últimamente, si perjudicarán a los demás animales domésticos de lana, de piel y de cerda, ocupando parte de las tierras que tienen éstos para pacer.

102. En cuanto al temperamento, parece que en España lo hay igual al que ellos tienen en el Perú, y será bueno para este animal el de todas las serranías altas, como los Pirineos, las que dividen las Castillas, las de Granada, en Andalucía, y todas aquellas donde en el invierno haya fuerza de nieve y en el verano no deje de conservarse alguna, siendo frío su temperamento en todos tiempos, porque este animal habita siempre en las montañas de las cordilleras y, aunque no sobre el mismo hielo o nieve, en aquellas faldas que descienden de estos cerros y distan poco de lo muy frío. Con que no hay duda que los cerros elevados de las montañas que atraviesan a España son tan adecuados para ellos que será muy corta la diferencia del temple que tendrán allí al que gozan en las cordilleras del Perú. 103. En cuanto al pasto con que regularmente se sustenta este animal y es propio de aquellos sitios, no hay duda que se notará alguna diferencia, pero es menester suponer que cuando las vicuñas bajan a los llanos y cañadas, lo cual hacen muy frecuentemente, comen gramas y se alimentan con todas las especies de hierbas que comen las vacas y ovejas, con que, sucediendo esto allá, no hay razón para pensar que el pasto de España no sea adecuado para ellos. Lo único que se puede discurrir es que la diferencia de pastos podrá hacer que bastardee la lana, pero esto tiene la contra de que las ovejas, cuyo animal fue llevado de España a las Indias y se alimenta ahora con las mismas especies de pasto que las vicuñas, ni han afinado la lana, ni tampoco se les ha embastecido o bastardeado, con que, por la contraria, el animal que allá se mantiene con el propio pasto que las ovejas y vacas de España, traído acá, no tendrá mutación en su lana, ni en ninguna otra particularidad.

Apóyase esto más con el ejemplar de lo que se experimenta en el Perú, y es que ni la diferencia de temperamento, ni la variedad de pasto, causan mutación sensible en él, porque de los páramos de la serranía lo llevan a Lima y, siendo considerable la diferencia del temperamento, no hace operación en él, y vive como si estuviera en sus páramos; traído a Lima y domesticado en las casas (donde lo hemos visto), lo alimentan con alcacer o cebada verde, y con alfalfa, y siendo hierbas que nunca ha comido, no le hacen novedad, que es lo mismo que sucede con nuestras ovejas, pues aunque su pasto regular son las hierbas silvestres del campo, no por esto dejan de comer cebada verde y otras hierbas como la alfalfa y semillas que se siembran. De lo cual se infiere que la naturaleza de la vicuña no es muy diversa de la de nuestras ovejas en cuanto a la propensión de lo que escoge por alimento y de las hierbas que les son propias para él. 104. La diferencia del temperamento, de uno frío a otro que no sea tanto, no causa en ellos mucha novedad, y proviene de que este animal es de tal naturaleza que se hace connatural en uno y en otro, y por esto, en tiempo que los emperadores incas reinaban en el Perú, que había prohibición para que ninguno pudiese matarlo, era tan común que no menos habitaba en los llanos templados que en los páramos fríos, y con indiferencia pasaba de unos a otros, ya fuese por buscar los pastos que le son más lisonjeros, o ya por gozar del temperamento a que su naturaleza se inclina en algunas estaciones del año; con que entonces habitaban en todos parajes, como se ha dicho, a menos de aquellos en que los temples son cálidos continuamente, y esto con exceso.

No sucede ahora lo mismo, y es la causa porque desde que entraron los españoles en aquellos países, dieron en perseguirlos, como lo han ejecutado con todos los de otras especies, ya con el fin de aprovecharse de su lana, o ya con el motivo de hacer diversión [con su caza; con que, habiendo muerto la ma-yor parte de las vicuñas que encontraban, sólo se preservaron de este estrago las que, huyendo de él, se retiraron a los parajes más distantes y a los páramos más elevados, en donde no es tan frecuente el arrojo de los cazadores. 105. Este animal es de tal naturaleza que, si se quiere, se puede reducir a manadas en tropa, como las ovejas, y si no, dejarlo a su libertad en los montes. Puede mantenerse en los llanos con tal que en tiempo de verano se retire a las faldas de los cerros, donde pueda gozar siem-pre un temperamento fresco, y sin ninguna diferencia se puede hacer con él lo mismo que con las ovejas, porque, aunque mucho más crecido que éstas y diferente en la figura, es tan manso como ellas, y en todo muy semejante a su docilidad. 106. Nunca perjudicarían las vicuñas a los otros ganados, si se trajesen a España, por quitarles las tierras que ocupan ahora, o por disminuirles las dehesas, mediante que las vicuñas pueden pacer en aquellos parajes donde los ganados de las otras especies no llegan por la rigidez del clima. Y si para aliviarlas del destrozo que podrían hacer los lobos en ellas se quisiesen guardar como las ovejas, no habría embarazo para ello, y su carne podría servir lo mismo que la de los carneros cuando se hubiese aumentado el número suficientemente, porque es de buen gusto y muy sana.

107. Ni el país, como se ha dado a entender, ni los gastos son contrarios para la cría de la vicuña en España, y sólo queda el inconveniente en la facilidad con que se podrían mantener, no menos que en España, en los demás reinos extraños, siendo éste el único embarazo que se opone al establecimiento de su cría. Esta no es necesaria en Europa con tal que se procure conservar la casta en el Perú, y que, en virtud de las providencias que se dieren, se cele su aumento y se prohiba con penas muy severas el que se maten para quitarles la lana, que es la causa de que se destruyan y de que se pueda temer su total exterminio. Y como en aquellos países no hay animales dañinos que las persigan y aminoren, será mucho más breve su restablecimiento. 108. Aunque se vive en España en la inteligencia de que se sacan de las vicuñas los bezoares, es con equivocación, por la que causa la semejanza de los guanacos, que son los que los crían. La diferencia que hay de un animal al otro sólo consiste en el tamaño, porque el guanaco es mayor que la vicuña, y en lo demás son totalmente parecidos. Estos guanacos son de un gran servicio en el Perú, porque en ellos se acarrean los metales, desde los minerales en donde se sacan hasta los ingenios en donde se benefician, y no pudiera hacerse en otra especie de animal por lo escabroso y áspero de las montañas por donde se hacen estos acarreos, tan malos y difíciles que sólo los guanacos y las llamas pueden andar por ellos con seguridad, saltando como los corzos o cabras de unas peñas a otras, sin que ellos ni la carga peligren.

Estos guanacos son los que crían las piedras bezoares, y aunque las llamas y las vicuñas las críen también, no es tan común como en aquéllos, y así es lo regular buscarlas en los guanacos y no en las otras dos especies. 109. Los guanacos y las llamas tienen lana, como las vicuñas, mas no tan finas y más largas. Esto no obstante, los indios la aprovechan en mantas para sí, y en otras obras que tejen, correspondientes a la calidad de ellas. Pero pudieran aplicarlas a telas de más estimación si hubieran alcanzado el modo de hacer los hilados más delgados y los tejidos finos, porque la lana, aunque no sea de tanta delicadeza como la de la vicuña, es muy fina y muy suave al tacto. 110. Todas estas cosas que el Perú produce, y otras muchas que habrá particulares en aquellos dilatados reinos y países, cuyas noticias se ignoran por falta de aplicación, serían riquezas bastantes para otra nación que supiese darles la estimación que se merecen. Pero en poder de la nuestra, no sólo no sirven de adelantamiento, haciendo comercio con ellas y sacando de las otras naciones, que no las gozan, las utilidades de su valor, sino que ni aun sabemos aprovecharnos de ellas para nuestro propio uso. Y ésta es la causa esencial de que entre nosotros no se luzcan las riquezas que producen nuestras Indias, porque nos sujetamos a las del oro y la plata, dejando abandonado todo género de simples, para vernos después en la precisión de desposeernos del oro y de la plata por los mismos simples que poco antes despreciamos.

Si volvemos los ojos a la política de las demás naciones, a pocos pasos que demos en la especulación de sus máximas, nos encontraremos con el tesoro de sus riquezas. La Francia estableció en sus colonias de Santo Domingo y la Martinica el comercio del café para excusarse de traerlo del Oriente con extracción de sus riquezas, y luego que lo vio en estado de sostener todo el consumo de sus reinos, no obstante el no ser tan bueno como el del Oriente, prohibió la entrada de éste con penas muy severas; lo mismo ha hecho con el añil, del cual hizo plantío en la isla de Santo Domingo, y al punto que empezó a prevalecer prohibió la entrada del extranjero con dos fines: uno, el de fomentar los plantíos propios, y otro, el de evitar los motivos de que se extraigan las riquezas que una vez entran en su reino; lo mismo sucede con las lanas de pellejo que sirven para la fábrica de los sombreros, y lo mismo con el tabaco y otros simples. 111. Si se va a examinar la conducta de la Inglaterra, aún todavía se descubrirá en ella mayor sutileza, pues en toda la colonia de Nueva Inglaterra, faltando minas de plata y de oro, se han hecho poderosos con sólo los frutos que produce la tierra, y con moneda de papel han fabricado ciudades de oro y plata, como lo está manifestando la de Boston, capital de la provincia de este mismo nombre, y otras varias ciudades, tanto en la misma provincia como en las demás que les son contiguas. 112. Para sacar, pues, nosotros iguales ventajas a las que las demás naciones reconocen, nos bastaría al presente el hacer que floreciese nuestro comercio de lo que las Indias producen y está descubierto, aun omitiendo lo mucho que falta por descubrir para que rinda utilidades correspondientes a toda la nación. Y no será pequeño triunfo si se consigue, porque de él se seguirán después los descubrimientos de lo que ignoramos, y el hallar en las Indias un tesoro más cuantioso y seguro que el de las ricas y celebradas minas de Potosí, Puno y el Chocó, en sus frutos, en sus resinas, en sus hojas, en cortezas, en animales y, por decirlo de una vez, en todo lo que produce, porque todo es particular y digno de estimación.

Obras relacionadas


No hay contenido actualmente en Obras relacionadas con el contexto

Contenidos relacionados