RELACIÓN DEL DESCUBRIMIENTO DEL RÍO DE LAS AMAZONAS,

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RELACIÓN DEL DESCUBRIMIENTO DEL RÍO DE LAS AMAZONAS, HOY S. FRANCISCO DEL QUITO, Y DECLARACIÓN DEL MAPA DONDE ESTÁ PINTADO La ciudad de S. Francisco del Quito en los reinos del Perú, no sólo famosa por su sitio y por edificada sobre montes en la más alta cordillera que corre por todo este nuevo orbe, sino también por cabeza de su provincia y asiento de la real Audiencia, es hoy, por elección del cielo, de las más felices ciudades del mundo. Nueva Menfis que Dios ha elegido por metrópoli de un dilatado imperio, por el que se ha descubierto en las vastísimas regiones del río de las Amazonas; por tenerlo a su jurisdicción y gobierno de esta ciudad famosa, hoy llave de la nueva Cristiandad, es la que asigna ministros evangélicos que llevan la fe de Cristo por aquellas extendidas provincias, sujetando a las llaves de S. Pedro más almas que las que hasta ahora conocen a Dios en la América; es la que ha de dar capitanes valientes que sujeten todas estas provincias, y los gobernadores que las rijan. Prueba de su fidelidad y de que, señora, ha de sujetar a todas las naciones ahora descubiertas, es que corriendo el río Grande de las Amazonas más de 2.500 leguas, no se avecinda tanto a ninguna ciudad de las Indias, cuyos muros llegará a besar a no impedirlo las ásperas montañas. Pero llegarán cerca; el embarcadero principal del río dista de la ciudad de Quito ocho días de camino, corta distancia en regiones tan extendidas. Bien se pueden gloriar Babilonia de sus muros, Nínive de su grandeza, Athenas de sus letras, Constantinopla de su imperio, que Quito las vence por llave de la Cristiandad y por conquistadora del Mundo.

A esta ciudad, pues, pertenece el descubrimiento del río grande de que ahora hablamos. El de las Amazonas, hoy S. Francisco del Quito, corre de Oriente a Poniente, esto es, como dice el navegante, Leste a Oeste. Desde la provincia de los Quijos, en el reino de Quito, hasta desaguar en el mar del Norte, hace siempre su curso vecino a la Equinoccial, a la banda del Sur, por dos grados, 3, 4, 5, 6 y dos tercios, en la mayor altura. Tiene de largo de la dicha provincia de los Quijos hasta la mar, donde desagua por una boca, 1.600 leguas castellanas; esto es, por la orilla que se acerca a la Equinoccial, porque por la contraria orilla serán más las leguas, por tener más vueltas y senos el río, que todo él camina culebreando por tan luengo espacio; y así, en el mapa que va con esta Relación, se atiende por longitud por la orilla que está vecina a la Equinoccial. La longitud deste río desde su nacimiento hasta llegar (a lo) descubierto de la provincia de los Quijos se ignora. Hay quien piensa que es su origen en las provincias del Cuzco y sierras dél; otros dicen que cerca del Potosí. La causa de esta variedad es, porque a sus principios es muy ganchoso y dividido en diferentes brazos y no se conoce el principio a el cual se agregan los otros ríos; y si tiene su origen o principio en el Cuzco o Potosí, será toda su longitud desde su nacimiento a su ocaso de más de 2.500 leguas. De latitud o ancho es muy vario en lo descubierto, porque por unas partes se explaya una legua, por otras dos, por otras tres, y por la boca, cuando llega a desaguar en el mar, pagándole tributo, parece que quiere disimular su vasallaje y no conocerse inferior al mar y se convierte en un nuevo Océano, explayándose 84 leguas.

El mayor estrecho donde este río recoge sus aguas es de media legua, en altura de dos grados y dos tercios, lugar que sin duda previno la Providencia divina, estrechando este dilatado mar (llamémosle así), y dando nombre a la congregación de sus aguas, de río; disimulo que usó, para que en su angostura se pudiese fabricar una fortaleza en sitio que impida el paso a cualquiera armada enemiga, aunque venga muy poderosa. Dista esta angostura 300 leguas del mar donde desagua el río, y desde la boca se puede dar aviso al fuerte (si allí se fabricase) con canoas y embarcaciones pequeñas, de la venida de los enemigos, en 10 ó 12 días. La profundidad del río es grande, como se verá en el mapa por los números que están señalados dentro del río. Por partes no se halla fondo desde la boca, cuando desagua en el mar, subiendo hasta el río Negro, distancia de casi 600 leguas. Lo más bajo es de 40 brazas, número que señala el mapa hasta este río Negro, no porque en todas partes tenga 40 brazas de fondo, sino porque son muchas más, y señálanse en éstos para significar su profundidad y para dar a entender que el más bajo será de 40 brazas; y así, por toda esta distancia pueden navegar navíos de enemigos, deseosos de descubrirle; navegación a que no impide la angostura del río, pues, como habemos dicho, está muy explayado y participa de las brisas del mar. Después que el río Negro se le ha juntado, baja mucho el de las Amazonas, subiendo al Oriente, y tiene de fondo las brazas que señalan los números del río.

Todo este río está poblado de islas, unas grandes, pequeñas otras, tantas en número, que no se pueden contar; de suerte que no se navega distancia de una legua sin encontrar con islas. El mapa las señala con unas Oes verdes. Las mayores islas de este río son 4 ó 5 leguas de largo, otras de 3, otras de 2, otras de 1 y otras muy pequeñas; y a estas baña el río, cuando crece a las avenidas, por grandes que sean. Estas islas grandes habitan indios en diferentes poblaciones y aldeas; las pequeñas cultivan aprovechándose de ellas para sembrar yucas y maíz en grande cantidad; y para que con las avenidas y crecientes no se pierda el fruto y el trabajo de la sementera, usan de la traza siguiente. -Cavan en la tierra unos silos o cuevas muy profundas y allí echan la yuca y la tapan muy bien, cuando las aguas bañan la isla; y después que se retiran y se descubre la tierra la sacan y comen, porque no se ha podrido con la humedad. Siempre la necesidad fue invencionera, y así si enseñó a la hormiga a fabricar trojes en las entrañas de la tierra, para guardar su grano y el alimento, ¿qué mucho diese traza al indio bárbaro para que previniese su daño y guardase su sustento?, pues es cierto que la Providencia divina más cuida de los hombres que de los pájaros. Desaguan en este famoso río en la distancia dicha de las 1.600 leguas otros muchos ríos y muy caudalosos, los que llegan a tributarle en sus corrientes en las primeras 300 leguas; subiendo hasta el fin de las 1.

600 descubiertas, son también sin número los ríos en desaguar. Los principales señala el mapa con sus nombres en las dos orillas del río. Los más caudalosos son tres, dos a la banda del Sur; al uno llaman el río de la Madera por la mucha que trae de ordinario, y tiene la boca al desaguar legua y media; al otro llaman Tunguragua y tiene de boca una legua. A la banda del Norte está un río muy grande con legua y media de boca y las aguas tan negras, que se distinguen de otras, efecto que dio nombre al río llamándole Negro. El piloto mayor, de quien después hablaremos, que navegó dos o tres días por este río Negro, dice que según la noticia que pudo tener de algunos indios, nace este río de unas sierras vecinas al Nuevo Reyno de Granada y que en su origen se divide en dos brazos; el uno de ellos con el nombre de río Negro desagua después de largo curso en el de las Amazonas, el otro viene a desaguar en el mar del Norte a vista de la isla de la Trinidad, y piensan que este río es el famoso río Orinoco. Los demás ríos, que perdiendo sus nombres mueren en el de las Amazonas, son comunes y casi iguales; cuyos nombres señala el mapa en las bocas de los ríos; y la distancia que hay de río a río señala a la orilla de los ríos, cuando desaguan en el río grande. Este es el famoso río de las Amazonas, que corre y baña las más fértiles y pobladas tierras que tiene el imperio del Perú, y sin usar de hipérboles, lo podemos calificar por el mayor y más célebre río del Orbe.

Porque si el Ganges riega toda la India y por caudaloso oscurece el mar cuando desagua en él, haciéndole que se llame Sinu Gangetico y por otro nombre golfo de Bengala; si el Éufrates, por río caudaloso de la Siria y parte de la Persia, es las delicias de aquellos reinos; si el Nilo riega la mayor parte de África, fecundándola con sus corrientes, el río de las Amazonas riega más extendidos reinos, fecunda más vegas, sustenta más hombres, aumenta con sus aguas a más caudalosos océanos; sólo le falta para vencerlos en felicidad, tener su origen en el Paraíso, como de aquellos ríos afirman gravísimos doctores que lo tuvieron. Del Ganges dicen las historias que desaguan en él treinta famosos ríos y que tiene arenas de oro: innumerables ríos desaguan en el de las Amazonas, arenas de oro tiene, tierras riega que atesoran innumerables riquezas. El Éufrates se llama así a letificando, como notó San Ambrosio, porque con sus corrientes alegra los campos, de suerte que los riega este año asegura abundante cosecha para el que viene. Del río de las Amazonas afirman los que le han descubierto, que sus campos parecen paraísos y sus islas jardines, y que si ayuda el arte a la fecundidad del suelo, serán entretenidos paraísos y sus islas jardines. La felicidad de la tierra que riega el Nilo celebra Lucano en estos versos: Terra suis contenta bonis, non indiga mercis-Aut Jovis; in solo tanta est fiducia Nilo!. No necesitan las provincias vecinas del río de las Amazonas de los extraños bienes; el río es abundante de pesca, los montes de caza, los aires de aves, los árboles de frutas, los campos de mieses, la tierra de minas, como después veremos.

Este nuevo Ganges, pues, este alegre Éufrates, este fecundo Nilo, es el que Dios ha descubierto en este siglo para gloria de la Corona de España y para bien de infinitas almas. La causa de su descubrimiento fue la siguiente. Muchas veces inquietó el deseo de descubrirle así por el mar como por los reinos de Quito y nunca llegaron los deseos a navegarlo todo; porque, aunque muchos, no llegaron a cumplir sus deseos. Finalmente, el celo de la salud de las almas pudo más que la cudicia del oro. Arrojándose el río abajo algunos religiosos en compañía de soldados españoles, cuyo caudillo era el capitán Juan de Palacios, llegaron a la provincia de los Encabellados, numerosa mucho, donde se alojaron, deseosos los religiosos de su conversión y los españoles de ayudarles. De allí, por justas causas, se volvieron a Quito algunos de los religiosos, otros quedaron con los españoles, y en cierto encuentro que los indios tuvieron con ellos, mataron al capitán Juan de Palacios. Hallándose sin caudillo, desampararon la provincia soldados y religiosos dividiéndose en dos cuadrillas. Algunos de los religiosos y parte de los soldados se volvieron a Quito; otros seis soldados con dos religiosos legos, llamados Fr. Andrés de Toledo y Fr. Domingo de Brieva, en una canoa se dejaron llevar de la corriente río abajo, no con otro intento, a lo que pienso, más que llevados del divino impulso y obligados de la falta de mantenimiento. Echaron de ver que Dios favorecía este viaje, porque los ayudó en algunos sucesos milagrosos.

El primero fue, que, dudando cuál orilla del río seguirían, echaron suertes con muchos Sanctos escritos en papel y salió por dos veces san Joseph a mano derecha, que cae a la banda del Sur. El segundo fue, que abriéndoseles la canoa, embarcación pequeña y vieja, Fr. Domingo, religioso de conocida virtud, la tocó con la mano invocando el favor divino y la dio sana, de suerte que pudieron navegar en ella. El tercero, que llegando al fuerte de portugueses, de que después hablaremos, libres de innumerables peligros, la canoa se hundió en la orilla de la mar sin ser más de provecho, como quien dice, hasta allí fue útil, y que pues ya los dejaba en tierra de cristianos y con otras embarcaciones, ella, como inútil, se iba a pique. El cuarto, que entrando en tierras de innumerables bárbaros y muchos dellos caribes, no les hicieron mal, mas antes les dieron sustento para su viaje. El quinto, afirman los soldados de Fr. Domingo, llevado de los indios a que visitase sus enfermos, invocaba sobre ellos el dulcísimo nombre de Jesús y con el contacto de sus manos los daba sanos. No dudo yo que Dios hiciese estos milagros; lo que se extrañará es, que a vista de aquellos infieles no les hiciera argumento, a mi ver, claro, que Dios quiere dilatar su fe entre aquellas gentes. Llegaron después de muchos días de navegación los religiosos y soldados al Gran Pará, población de portugueses, y de allí pasaron al Marañón, cabeza del gobierno, y lo que resultó de su llegada fue, que el gobernador portugués de aquellas provincias envió una armada de 47 canoas, con general, soldados y muchos indios, al descubrimiento cierto del río, los cuales llegaron a Quito, como después diremos.

A la boca del río de las Amazonas, a la orilla que cae a la parte del Sur, en medio grado de altura hay una población de portugueses que llaman la ciudad del Gran Pará. Tiene esta ciudad para su defensa un castillo fabricado sobre un peñol, a la boca del río que hace cara al mar, y una ensenada delante en figura de media herradura. Tiene el fuerte parapetos que caen al río y a la ensenada, cubiertos de teja hasta la retirada de las piezas, para la defensa de las cureñas en que están encavalgadas veinte piezas de artillería, las dos de hasta 30 libras de bala, 18 de a 8, de a 10 y 12 libras de bala; y en la plaza de armas, aunque pequeña, casa de vivienda para el capitán y otra casa separada para la munición, labrada de piedra. Está labrado todo el fuerte con muralla de terrapleno sobre cimientos de cantería y con foso, y en la puerta no hay puente levadizo, pero tiene reducto de dos puertas con troneras. Hay dificultad en la entrada de los navíos en este puerto y ordinariamente esperan marea para no tocar en los arrecifes que arroja la punta de la ensenada. Subiendo el río arriba 40 leguas, hay otra población pequeña de portugueses a la banda del Sur, que llaman Conmutá, la cual no tiene defensa ni fuerte. Más arriba, cien leguas dél está el castillo de los portugueses adonde llegaron los dos religiosos y seis soldados que dijimos bajaban derrotados por el río; está fabricada la dicha fortaleza en un lugar alto, a la orilla del río, con plataforma y en ella cuatro piezas de artillería de hierro colado, la una de 4 y la otra de 5 y la otra de 7 y la otra de 8 libras de bala, puestas en carretones de madera bajos encarados al río, con parapetos hasta los pechos.

Luego se sigue la plaza de armas y una casa de munición, en donde vive el condestable de la artillería; y todo el dicho sitio está cercado de muralla con cimientos de piedra. Por la parte de afuera tiene foso y en la entrada puente levadiza de madera; de manera que, levantando la puente, está bien defendido el dicho fuerte. Fuera dél viven los soldados portugueses y los indios amigos, y allí cerca del fuerte hay otras poblaciones de indios subjetos a los soldados. Hasta este castillo ha llegado algunas veces el enemigo holandés y se hace fuerte en la orilla contraria, que cae a la banda del Norte; y, cuando los soldados portugueses los han visto alojados, han dado sobre ellos más de diez veces en diferentes años y los han vencido y quitado los fuertes que habían fabricado y aprisionado a los que quedaron vivos; de suerte que en ocasión llegaron a tener cautivos en su poder más de 1.600 holandeses; y entre los despojos cogieron una nao grande con 20 piezas de artillería, en donde venía el gran piloto Matamatigo, que por orden de los gobernadores de las islas rebeldes venía a descubrir de propósito este río y llegó con su nao hasta la provincia de los Trapajosos, que dista 200 leguas del Gran Pará. Desde el Gran Pará, corriendo la costa del mar a la banda del Sur por el rumbo de Leste Sueste, distante 130 leguas, hay una ciudad llamada S. Luis del Marañón en una isla que está en la boca del río Marañón, que desagua en el mar. Es este paraje de altura de dos grados y dos tercios, al Sur.

Esta ciudad es metrópoli de todas las poblaciones que tiene el portugués en estas partes, en donde asiste el gobernador. Hay en la ciudad del Marañón tres conventos de religiosos, de San Francisco uno, otro de Ntra. Sra. del Carmen y otro de la Compañía de Jesús. En la ciudad del Gran Pará hay dos conventos, uno de frailes Franciscos y otro de Carmelitas. En todo este gobierno y sus poblaciones no hay más de seis clérigos sacerdotes, que administran los sacramentos por operarios para tan copiosa mies. ¿Cómo es posible que puedan los ministros del Evangelio, celosos de la salvación de las almas, tolerar tal desamparo? En todas las doctrinas y pueblos son los religiosos los curas. Hará tres años que salió del Gran Pará para España un Padre de la Compañía, llamado Luis Figueira, hombre grave y anciano, el cual fue a informar al rey del estado destas provincias y particularmente de algunas islas que están en el río de las Amazonas, para que se acudan con ministros evangélicos que enseñen la fe a los naturales dellas, que son casi infinitos, y con menos que con muchos ministros no se puede acudir a todos. Tenía este Padre orden de S. M. que le informara del estado de las provincias, y así fue a hacerlo personalmente. En estas poblaciones de portugueses hay pocas mujeres que sean de su calidad; si vinieren de España, serían bien recibidas. Los indios que están reducidos en las tierras que poseen los portugueses y los que son amigos y pueden, convertidos, recibir la fe católica, son más de un millón.

Hablan diferentes lenguas y entienden todos una general que corre toda la costa de Brasil; y esta lengua entienden también muchas naciones de indios del río de las Amazonas, subiendo por el río más de 400 leguas. La ciudad del Marañón fue primero fundación de franceses, a los cuales venció y echó de aquel punto Jerónimo de Alburquerque y después Gaspar de Sosa. Los dos entraron en la ciudad y mataron 600 hombres al enemigo y lo despojaron; y vinieron al Brasil, porque supieron que el enemigo estaba poblado en aquel paraje y desde allí infestaba las costas del Brasil, haciendo presas de importancia; y desde este tiempo no ha vuelto el enemigo a poseer la tierra. Había en la isla del Marañón, que tiene 18 leguas de box, más de setenta aldeas de indios y en cada una más de 300 de pelea, cuando el portugués la entró. Algunos años después vinieron los portugueses conquistando los indios de la costa hasta el paraje adonde solían venir navíos de holandeses y franceses, pero no tenían poblaciones, y así le fue fácil al portugués edificar ciudad en la boca del río de las Amazonas. De parte de los indios hubo contradicción y con ellos tuvieron encuentros y batallas los portugueses con muerte de muchos soldados y de gran número de indios. Desde la fundación del Gran Pará hasta hoy, que habrá 18 años, están aquellas provincias por de la Corona de Portugal. Con la llegada de los dos religiosos de S. Francisco y los seis soldados y noticias que dieron del río que habían navegado, determinó el gobernador enviar gente práctica que lo descubriese todo y llegase hasta la ciudad de Quito.

Para esto nombró por general de este descubrimiento a Pedro Texeira, el cual en 47 canoas de mucho porte y con 70 soldados portugueses y 1.200 indios de boga y guerra, que con las mujeres y muchachos de servicio serían por todos 2.500 personas, partieron del Gran Pará en descubrimiento del río a principio de agosto del año de 1637. Duró la navegación hasta llegar a Quito tanto tiempo, porque venían con grande espacio descubriendo los ríos y marcando los puertos. El dicho piloto mayor, que tiene medidas todas las jornadas y distancias, dice que se podría navegar el río, subiendo por él, en dos meses. Todo este río de las Amazonas, en las islas, en las orillas y en la tierra adentro, está poblado de indios y tantos en número, que para significar su multitud, dijo el piloto mayor de esta armada, Benito de Acosta, hombre práctico en estos descubrimientos, que navegó el río y todos los que en él entran hasta llegar a Quito, marcando la tierra y advirtiendo sus propiedades, que son tantos y tan sin número los indios, que si desde el aire dejaran caer una aguja, ha de dar en cabeza de indio y no en el suelo. Tanta es (su) numerosidad, que no pudiendo caber en tierra firme, los arrojan a las islas. Y no sólo el río de las Amazonas está tan poblado de gente, sino también los ríos que en él desaguan, por los cuales navegó el dicho piloto tres y cuatro días y dice que cada uno de estos ríos es un reino muy poblado y el río grande un mundo entero mayor que lo descubierto hasta ahora en toda la América.

De suerte que tiene por cierto que son más los indios de estos ríos que todo el restante de las Indias descubierto; porque las provincias no tienen número y la tierra adentro está tan poblada como las orillas; de suerte que si todos los sacerdotes que hoy hay en las Indias se ocupasen en la labor de tan extendida viña, estuvieran bien ocupados y faltaran ministros. Hasta ahora no hay otros cristianos en estos ríos sino son los pocos que los portugueses han convertido en el Marañón y en el Gran Pará y en las demás sus poblaciones. A muchos destos doctrinan los Padres de la Compañía, que andan en perpetuas misiones, visitándolos, convirtiéndolos, baptizándolos, porque de otro modo no pueden acudir con todos ni estar en puesto fijo, por la falta que hay de operarios; y sin aquestos puestos que visitan, tienen algunas doctrinas propias suyas. Preguntado Fray Domingo, religioso de quien arriba hablamos, si en el Pará y tierras que había visto halló muchos cristianos, respondió: Desengáñense, no hay cristianos en este gran mundo descubierto sino son los que doctrinan los benditos Padres de la Compañía de Jesús. Todo este copioso rebaño está sin pastor, vendido a sus vicios y subjeto al Demonio, condenándose cada día infinitas almas por falta de obreros evangélicos, dejando el campo libre a Lucifer, para que reine en tan vastas provincias y sea adorado de aquellos miserables que viven en tinieblas y sombra de la muerte, sin que haya quien los alumbre con la luz del santo Evangelio.

Las naciones que habitan en el río principal y sus adjuntos, son muchas y de diferentes costumbres; las más no son belicosas, algunas tienen valor, pero ninguna de ellas es muy brava ni fiera; esto se entiende en lo descubierto, porque no hay noticia de las demás naciones que habitan la tierra firme. Todos son idólatras que adoran dioses falsos; no tienen ritos ni cerimonias para venerarlos, ni templos de sus ídolos, ni sacerdotes. A los hechiceros temen, a quienes consultan, y éstos al Demonio, de quien reciben oráculos y con embustes engañan a los miserables indios. Casi todas estas naciones andan desnudas, los hombres en todo el cuerpo, las mujeres de la cintura para arriba; lo restante tapan con unas como pampanillas. Los indios Omaguas visten camisetas y mantas de algodón pintadas con pincel y de diversos colores, azul, amarillo, anaranjado, verde y colorado, muy finos, de donde se colije que hay madera o yerbas. En las orillas del río de las Amazonas, espacio de treinta leguas, uno de los seis soldados que bajaron el río con los dos religiosos de S. Francisco sabía hablar la lengua de los Omaguas, y así, encontrando con indias en una canoa, les puso unas gargantillas de avalorio y otros dijes y les dijo en su lengua que no les haría mal, porque no era gente de guerra, que les dijesen a sus maridos que les trujesen comida, y ellas les respondieron que ya habían oído decir que los hombres barbados no les hacían mal, que ellas irían a hacer que les trujesen comida; y fueron y brevemente vinieron adonde estaba este soldado con sus compañeros, más de quinientos indios hombres y mujeres cargados de maíz, yucas y tortugas.

Estos indios dijeron al soldado que los entendía, que en la banda del Norte, adonde ellos iban una vez cada año, había unas mujeres y se estaban con ellas dos meses, y si de las juntas habían parido hijos, se los traían consigo, y las hijas quedaban con sus madres; y que eran unas mujeres que no tenían más de un pecho, muy grandes de cuerpo, y que decían que los hombres barbados eran sus parientes, que se los llevasen allá. A estas indias llaman comúnmente las Amazonas. Estos mismos soldados y dos religiosos, cuando bajaron el río, llegaron a unas muy dilatadas provincias, cuyos habitadores llaman los portugueses los Estrapajosos. Estos agasajaron a los religiosos y soldados y por señas les dijeron que fuesen con ellos por un río arriba, en cuya orilla hallaron una población grande. Entráronlos en una casa muy grande con maderas labradas, con galdas, con mantas de algodón entretejidas en ellas hilos de diversos colores, en donde pusieron una hamaca para cada uno de los huéspedes, de palmito, labrada con diferentes colores, y les dieron de comer cazave y pescado. En esta población vieron los soldados calaveras de hombres, arcabuces, pistolas y camisas de lienzo; y avisando desto después a los portugueses, les dijeron que aquellos indios habían muerto algunos holandeses que llegaron hasta aquellas provincias, cuyas eran aquellas calaveras y armas. Unas naciones con otras tienen continuas guerras. Usan de flechas, dardos y otras armas semejantes a éstas.

Los Omaguas juegan bien del dardo, porque son muy diestros en este género de arma. Los Trapajosos usan de flechas y veneno tan fino y eficaz, que no tiene contrayerba. Muchas destas naciones o las más son caribes, muy aficionadas a carne humana, y así se comen a los que cautivan en la guerra, y ésta es causa principal de sus guerras; y también pelean por quitarse las tierras los unos a los otros. Muchas veces, en el tiempo que duró la navegación de la armadilla, ni viniesen portugueses a ella, vinieron gran suma de indios a ella, con canoas pequeñas, mostrándose afables con los portugueses, porque, aunque a los principios temían, por la novedad de la gente, que no habían visto otra vez, a quienes ellos llamaban hijos del sol, después que comunicaban con los soldados y recibían dellos algunos dijes como cuchillos, anzuelos y muchas veces pedazos de paño roto, que colgaban al cuello como reliquia, les traían después refresco de maíz, yuca, camotes, plátanos, cañas dulces y mucho pescado, todo esto en abundancia y liberalmente, sin pedir paga. Nunca acometieron los indios en el río ni fuera dél a los españoles, y si alguna vez saltaban en tierra los soldados y se entraban por la montaña distancia de una legua a descubrir la tierra, iban delante indios amigos, a quienes acometían los de la tierra, pero en llegando los soldados, huían enemigos, y después, llamados, venían de paz y ofrecían sustento con liberalidad. Las orillas todas destos ríos están pobladas todas de árboles tan altos, que suben a las nubes.

Es llana la tierra al principio, y después se van levantando unas sierras muy altas; por partes se descubre a los campos con valle o sabana, sin árboles, y algunos matorrales. Todo lo que anduvo por la tierra adentro el piloto mayor en diferentes partes del río, es montaña limpia de matorrales y poblada de muy buenos árboles; éstos son altos y gruesos. Hay mucha diferencia de maderas de que se pueden fabricar navíos en cualquier parte en la distancia toda deste río. Las especies de árboles son muchas, cedros, ceibos y otros de grandísimo grueso. Hay en algunas orillas palo de campeche, granadillo y palo colorado que parece brasil y gran cantidad de zarzaparrilla. Hay muchas resinas en los árboles, en tanta abundancia, que con ella brean las canoas y se pueden brear muchos navíos. La fábrica de las naos se facilita con estas montañas, así por la grande abundancia de maderas y brea, como por el mucho algodón que se coge y teje y tener muy grande abundancia de pencas, de que se hace la pita, y árboles de palmas, de que se puede hacer jarcia tan fuerte como de cáñamo. De los árboles, por ser muy gruesos, se labran con facilidad canoas. En las provincias de Marañón y Pará se fabrican de gran porte. El modo de labrarlas es en la forma siguiente: cortan el tronco del árbol dándole el largo que quieren y el ancho todo del tronco, y después de haberle chaportado las ramas, le van socavando por de dentro, dejándole de boca media vara; por allí lo desentrañan, y luego llenan el hueco de agua caliente y lo cercan de fuera con fuego, con lo cual el madero se ablanda de manera, que poniéndole dentro unos palos, le van abriendo todo lo que quieren y dejan el plano grueso cuatro o seis dedos y los costados dos y tres; de suerte que vienen a tener estas canoas de ancho, las más angostas, dos varas, y las más ordinarias nueve palmos.

Y después que se les ha dado todo el ancho que quieren, quitan el agua y el fuego y se vuelve a enderezar el madero. Algunas embarcaciones destas son capaces de cien hombres. Entre los árboles deste río hay uno que llaman los portugueses burapiniona, de tanta estima como el palo del brasil; madera muy galana, porque toda ella está ondeada, como camelote de aguas, con ondas negras, de que se labran canoas y escritorios muy curiosos. Tienen los indios mucha carne de monte, como son dantas, venados, puercos monteses, ycoteas, pacas, conejos y otros animales comestibles. Hay en la montaña gran suma de monas de diferentes maneras, algunas tan grandes, que muerta una, no la pudo cargar un negro. En el Marañón hay algunos caballos y yeguas; espérase multipliquen estos ganados de suerte que llenen los campos, según son de fértiles. Del Brasil trujeron los portugueses al principio de las fundaciones cabras y puercos, de que hay gran cantidad; trujeron también un carnero y una oveja, y aunque la oveja parió, no crió el cordero, porque con el vicio de la tierra estaba tan gorda, que no le dio leche y le dejó morir; y así no multiplicaron. Hay muchas aves en la montaña y árboles del río, regaladas, para el sustento humano, como son pavas del monte, paujíes y perdices tan grandes como gallinas, en grande abundancia; algunas matan flechándolas, otras, levantándolas de sus puestos, vienen revoleando a caer en el río y allí cogen a manos. En el Pará y Marañón hay muchas gallinas de España.

Todas estas provincias son abundantes de mantenimientos y capaces de que si en ellas se sembrasen las semillas de España, se darían con abundancia. Las frutas son muchas y diferentes; todas las que son propias de Indias mejores y más regaladas que en otras partes. En algunas provincias hay caña dulce muy alta y muy gruesa y por todo el río infinidad de cacao, tanto que se pueden cargar naos; de tabaco hay mucho, y beneficiado es muy bueno. Todas las provincias vecinas a este río son de tal temple, que ni hay calor que enfade ni frío que fatigue, ni variedad que sea molesta, sino una primavera continua. A las mañanas hace algún frío y todo el año es uniforme, por que no varían los tiempos por estas tierras. Debajo de la línea los días son iguales. Los campos que no están con sementeras, producen flores y los más llevan gran cantidad de batatas sin beneficio de la tierra, sino que de suyo las produce. La montaña por partes es espesa y abierta, y todo el río están entoldadas sus orillas de árboles y palmares, que rinden cocos en abundancia. De las palmas hacen los indios vino regalado. Frutas silvestres hay muchas por la mañana y a la orilla del río, y en los troncos de los árboles se coge gran cantidad de miel de abejas. La cera es prieta, y beneficiada, terná color amarilla. En el Marañón y Pará no se gasta otra para misas. Hállase miel en todo el río, que es regalo para el que navegare. Todos los años son apacibles y la tierra un retrato de la que Dios prometió a su pueblo, y a tener los ganados de Judea, dijéramos que la regaban arroyos de leche y miel.

Afirmó el piloto mayor, que por muchas alabanzas que digan del río y sus provincias, son más los bienes que hay en ellas, y si el arte ayudara a la naturaleza, pudieran labrarse jardines en donde ni la diversidad de temples ni las inclemencias de los tiempos pudieran ofender a los hombres. En la provincia llamada Culimán, vecina a los Omaguas, que corre más de 200 leguas, es cierto hay oro y mucho; colíjese de que los indios traen planchas de oro colgadas en las orejas y narices, de las cuales rescataron algunas los portugueses en cantidad de más de 50 ducados de los que llegaban a la playa, porque no entraron la tierra adentro; y preguntándoles que de dónde sacaban aquel oro, respondieron que de unas sierras allí vecinas, en donde lo había en tanta abundancia, que si con los picos que traían las manos cavasen la tierra, sacarían lo que quisiesen. El mismo color de la tierra de esta provincia y otras indica que es tierra de oro. Entre las demás planchas, hallaron una que traía un indio en las orejas pendiente de un hilo de oro muy fino y muy bien labrado, cuya labor no la pudo hacer sino quien supiese del arte de platero. No se pudo saber su artífice, por no haber lengua que preguntase a los indios; presúmese hay por aquellas provincias algunos naturales que llaman plateros. Hallaron también los soldados en algunas partes plata y señales de ella y mucho cobre, y se presume ser tierra de muy ricos minerales y que, como está en poder de bárbaros, no se aprovechan de su riqueza.

Por todas partes corre este famoso río manso y ledo, de suerte que todo es navegable, sin corriente que impida a las embarcaciones; y por más que se estrechen las aguas, nunca el río olvida su mansedumbre, antes más bien por la parte más angosta, que es el de media legua, en donde van las aguas de innumerables ríos encanaladas, es la corriente más mansa, sin que haya ni sumidero de las aguas ni olaje que asombre: ordinaria condición de ríos grandes, que mientras más fondo tienen, más disimulan el ruido, seguros de su riqueza y caudal, de que hacen vana ostentación los arroyos pequeños, pues desde que se despeñan de las montañas las fuentecillas, bajan dando voces y avisando que tienen caudal de agua. Admira ver la grandeza deste río, que, como rey de los otros, jamás quiere descomponerse y antes guarda su magestad con pasos graves; si ya no es que decimos, que no alterarse las olas, no hervir las aguas, ni rifar los ríos cuando se encuentran este grande de las Amazonas ni cuando se estrechan en la angostura, lo hacen para convidar a los ministros evangélicos, facilitándoles el paso, para que lo naveguen y visiten sus provincias, ofreciendo llevarlos sobre sus hombros con toda seguridad y regalarlos con toda la fecundidad de sus campos. En todas las orillas de este gran río tienen sus poblaciones los indios, unas grandes, pequeñas otros; de ordinario viven apartados en diferentes rancherías. Una población hallaron los portugueses tan grande por una y otra banda del río, que navegando todo un día a vista suya y comenzando la navegación tres horas antes del día hasta que se puso el sol, no pudieron dar fin a los edificios ni hallar lugar en que alojarse que no estuviese ocupado con casas y unas continuadas con otras.

Los que descubrieron la longitud de esta población no pudieron saber si era muy ancha; el piloto dice que le pareció angosta. Las casas y edificios de todos los indios son de madera, labradas con curiosidad y cubiertas de palmas; ninguna hay de piedra ni cubierta de teja. Por dentro están limpias y con aseo; no tienen alhajas sino son las que dijimos de los de la provincia de los Trapajosos. Alrededor de estos galpones vieron los portugueses muchas calaveras de hombres; sospecharon serían de gente que habían muerto y comido. Las hamacas donde duermen son de hojas de árboles o de pajas. El piloto mayor, principal descubridor deste río, dice conviene mucho que S. M. mande edificar un fuerte en el lugar y estrecho señalado y ponga en él presidio para impedir el paso al enemigo holandés, para que no suba por el río y se apodere de sus provincias; que como la embarcación es fácil, apacible el río, los mantenimientos abundantes y los indios poco belicosos, será fácil al enemigo navegar este río y aprovecharse de las riquezas y frutos de la tierra. Esta fortaleza servirá de custodia material de tan extendidas provincias. A la espiritual custodia convida Dios, por Isaías, a los ministros evangélicos, para que cultiven su viña, para que la guarden y la defiendan: Ite (dice, capítulo 18), angeli veloces, ad gentem convulsam et dilaceratam, ad populum terribilem, ad gente expelinea. Por los ángeles cierto es que de ordinario se entienden en las divinas letras los apóstoles y ministros del Evangelio; la frase ad gentem expectantem seu lineae, lineae admite el siguiente sentido, "Ángeles míos, -dice Dios a los operarios de su viña- que cultiváis el campo de mi iglesia y, misioneros del Evangelio, lo lleváis por remotas provincias, apresurad los pasos, acelerad los vuelos ad gentem expectantem seu linea, line; esto es, como explica Mendoza, ad gentem super quam est (?) Linea, ut destrua.

Visitad veloces la gente que está en el extremo peligro de su salud, condenada sin duda a eternos castigos, si no los socorren los ministros evangélicos." O querrá decir: "Id veloces, ángeles míos, a las innumerables provincias sobre las cuales tengo yo echados mis cordeles para edificar una nueva Iglesia; libradla de la infidelidad con que vive y fabricad en ella el edificio de la fe; id a la gente que vive debajo de la Línea y para visitar sus provincias se pasa muchas veces la Equinoccial; id ad gentem convulsam et dilaceratam, a una gente miserable, entregada a las manos de sus vicios, a quien destroncan sus pasiones; ad gentem expectantem, a las naciones que aguardan nuestro socorro." ¿Quién, según esto, no ejecutará el orden de Dios que intima su profeta? ¿A quién no enternecerán los suspiros de la gente que aguarda? ¿Quién, si tiene celo de la gloria Divina, consentirá que el Demonio cause tan miserable destrozo en las almas? ¿Quién no apresurará los vuelos como ángel, que para socorrer a la gente que vive debajo de la Línea quiere Dios que sean veloces los pasos: ite, angeli veloces?Y para que no haya rémoras que retarden los de los ministros, todo lo hace fácil Dios, porque los infieles están aguardando abiertas las puertas para recibirlos; la embarcación del río los convida con su facilidad, las aguas con su pescado, la tierra con sus regalos y el temple con su apacibilidad. Y pues Dios con tanto afecto exhorta a esta misión, confío en su Divina Magestad que han de venir infinitos misioneros que saquen de la sombra de la muerte estas almas y las lleven al cielo, haciendo oficio de ángeles.

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