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Durante la primera mitad del siglo XV los reinos ibéricos se mantuvieron alejados de la Guerra de los Cien Años aunque, como Francia e Inglaterra, experimentaron las mismas luchas nobiliarias por el control de unas estructuras monárquicas consolidadas ya a principios de siglo. La política de Fernando de Antequera propició la unión dinástica de las Coronas de Castilla y Aragón y una mayor dependencia de Navarra a las directrices políticas castellanas. La lucha por el poder en Castilla fue el principal problema peninsular y afectó en mayor o menor grado a todos los reinos hispánicos. Mientras los reinos atlánticos dieron nuevos pasos en su expansión marítima, una Corona de Aragón en crisis abordó su última aventura mediterránea de la mano de Alfonso V el Magnánimo. En un contexto de hegemonía peninsular y recuperación demográfica y económica, la Castilla de Juan II (1406-1454) se vio alterada por una nueva pugna monarquía-nobleza -signo de los tiempos- en la que sobresalieron tres fuerzas políticas diferentes, aunque no cohesionadas ni totalmente autónomas: la monarquía, defendida por el valido Álvaro de Luna, la nueva alta nobleza dinástica de los Infantes de Aragón -Alfonso V el Magnánimo, rey de Aragón; Juan, duque de Peñafiel y heredero de la casa en Castilla; Enrique, maestre de Santiago; Sancho, maestre de Alcántara; María, esposa de Juan II; y Leonor, esposa de Duarte I de Portugal-; y la oligarquía de la encumbrada nobleza trastamarista, dispuesta a respetar a la Corona, pero también a someterla a sus intereses frente al autoritarismo regio y a los Infantes de Aragón.

En esta situación el carácter abúlico de Juan II fácilitó a los infantes Enrique y Juan dominar el reino por su potencia económica, política y militar según el proyecto de Fernando de Antequera. Pero las disputas surgidas entre ambos desde 1419 -mayoría del rey- condujeron a un enfrentamiento saldado con la victoria del infante Juan y de la nobleza descontenta encabezada por Álvaro de Luna, personaje encumbrado por Juan II contra el poder de los infantes. Entre 1422 y 1427 ambos gobernaron el reino. Elevado a condestable (1422), don Álvaro inició una política promonárquica con apoyo nobiliario que supuso la aristocratización del reino a costa de la anulación política de las ciudades de realengo (divididas en bandos y en pleno proceso de oligarguización) y de unas Cortes auténticamente postradas ante el poder real. El gobierno contra natura del infante Juan, rey de Navarra desde 1425, y Álvaro de Luna acabó en ruptura. El condestable se hizo con el reino atrayendo a la nobleza con el reparto de los bienes de los infantes y aprovechando el desinterés de las Cortes catalano-aragonesas en las luchas dinásticas de Alfonso V. En las treguas de Majano (1430) Álvaro de Luna logró una victoria total, es decir, la expulsión y desposesión de los infantes y el fin del apoyo de Alfonso V a sus hermanos. Entre 1430 y 1439 el brillante y ambicioso Álvaro de Luna prosiguió una política promonárquica con apoyo de los ciudades cuyos fundamentos eran: el apoyo a linajes poderosos, una oligarquía que acabó amenazando su propio gobierno; el aumento de sus dominios como soporte de su programa político; la reapertura de la guerra contra Granada como medio de prestigio personal, control de los recursos y ocupación de la nobleza (ambas políticas inspiradas en Fernando de Antequera); y el equilibrio anglo-francés en pro del comercio atlántico y de su estabilidad interna.

El enriquecimiento de Álvaro de Luna y su tiranía permitieron a los infantes erigirse en árbitros entre los bandos nobiliarios, recuperar el poder y desterrar por segunda vez al valido (1439). Sin embargo, la lucha condestable-nobleza se saldó a favor de los realistas en la batalla de Olmedo (1445), definitiva derrota de la nobleza dinástica de los Infantes de Aragón. Pero esta victoria real fue un espejismo: la nobleza, reacia al gran poder del favorito, se reorganizó en torno al heredero Enrique, Juan Pacheco y la reina Isabel de Portugal, quienes explotaron las derrotas del condestable contra los nazaríes, la pérdida de su apoyo portugués (1449) y el final de su influencia sobre Juan II para lograr que el monarca le abandonara. El condestable fue condenado por el oscuro asesinato del contador real Alfonso Pérez de Vivero y ejecutado en 1453. Don Álvaro de Luna había defendido un sistema autoritario cuyo eje principal era él mismo y no el rey, contradicción profunda que acabó precipitando su propia caída. Su herencia política, sin embargo, no sería olvidada. Un año después murió Juan II, dejando todas las rentas del reino y muchos lugares de realengo en manos de la nobleza, principal beneficiaria de la lucha entre el condestable y los Infantes de Aragón. La política exterior de Castilla en esta época estuvo siempre mediatizada por sus conflictos internos. La nueva ofensiva contra Granada (1430-1439) permitió avances fronterizos y alguna resonante victoria como la batalla de la Higueruela (1-julio-1431), pero todo se perdió en las derrotas posteriores a su victoria en Olmedo (1445).

Aragón, Navarra y Portugal participaron de forma directa o indirecta en los conflictos internos castellanos en función de quien tuviera el poder en Castilla: frente al bloque Aragón-Navarra-Infantes de Aragón, el condestable buscó la alianza del regente portugués Pedro de Coimbra (1438-1449) y de los beamonteses navarros enfrentados al rey Juan. A ello debe añadirse desde 1418 la dispute luso-castellana por el dominio de las Islas Canarias, nunca perdidas por Castilla. En el conflicto anglo-francés, adoptó una política ambigua. Aunque mantuvo la tradicional alianza francesa con ayudas privadas (mercenarios y apoyo naval), defendió el beneficioso control de las rutas atlánticas y de los puertos flamencos y franceses frente a ingleses y hanseáticos -victoria naval de La Rochelle (1419)-. En la cuestión del Cisma, Castilla apoyó a Benedicto XIII hasta 1417. A su llegada al trono en 1416, Alfonso el Magnánimo sufrió las ofensivas pactistas de las Cortes de Cataluña, ansiosas por obtener las reivindicaciones rechazadas por Femando I -Cortes de Barcelona (1416) y de Barcelona-Tortosa (1419)-. Sin embargo, Alfonso V logró los recursos suficientes para continuar respaldando a los Infantes de Aragón en Castilla y consolidar sus posiciones en el Mediterráneo occidental, donde retomó la tradicional política antigenovesa del Casal de Barcelona con la pacificación de Sicilia y Cerdeña, el intento de conquista de Córcega y el saqueo de Marsella (1423).

Esta guerra le permitió intervenir en Nápoles al extinguirse la dinastía local Anjou (1420-1423). Sin embargo, las dificultades en la Península y Nápoles le obligaron a regresar. Frente a los graves problemas socio-económicos de Cataluña Alfonso V se limitó a contemporizar. En un nuevo asalto pactista, las Cortes (1421-1423), imprescindibles para la política exterior del monarca, le humillaron al convertir la "Diputació" en fuerza política de la oligarquía como "custodia y defensa de la estructura constitucional del país frente a cualquier extralimitación del rey y de las autoridades públicas". Esta victoria pactista sería un nuevo obstáculo en la evolución de las instituciones catalanas hacia la monarquía autoritaria moderna, proceso que quedaría bloqueado al no poder los reyes ni acceder a los recursos hacendísticos -controlados por las Cortes y Generalidades ni alterar sin su permiso el ordenamiento jurídico vigente. En Castilla, la victoria de Álvaro (1430) significó el final del soporte aragonés a los Infantes de Aragón. Desligado de estos asuntos, Alfonso V retomó su proyecto napolitano en 1432, mientras los reinos peninsulares quedaban en manos de la reina María de Castilla. La conquista de Nápoles (1432-1458) representa una nueva fase de la secular pugna entre los reyes catalano-aragoneses y la case de Anjou iniciada en 1282, pero en este caso respondió más a los sueños de gloria del monarca y su dinastía que a las necesidades reales de una Corona de Aragón -especialmente Cataluña- sumida en una profunda crisis interna.

Pese a la derrota inicial de Ponza (1435), Alfonso V conquistó todo el reino napolitano en 1442. A continuación prosiguió la guerra contra Génova, lo que precipitó la intervención de Francia, convertida en el mayor peligro para el equilibrio político de Italia. Con ello se ponían las bases del futuro enfrentamiento por el dominio de Italia entre españoles y franceses. La paz de Lodi (1454) fue la respuesta de las potencias italianas a los avances francés y turco -conquista de Constantinopla (1453)-. Alfonso V mantuvo contactos con príncipes balcánicos como parte de una gran política mediterránea global cuyo fin era proteger el comercio catalán y hostigar el avance turco en Europa oriental. Desde 1436, el infante Juan de Navarra fue nombrado Lugarteniente en Aragón y Valencia, y Alfonso V se desentendió de los problemas peninsulares salvo para obtener recursos. Su absentismo envenenó los graves problemas internos de Cataluña, donde coincidían dos complejos procesos: las luchas por el gobierno en la ciudad de Barcelona entre los partidos de la "Biga" -patriciado urbano que regía la ciudad- y la "Busca" -menestrales y artesanos aspirantes al poder-; y la cuestión de los payeses de remensa de la Cataluña Vieja, enfrentados a la oligarquía feudal desde el siglo XIV por su negativa a desligar de la tierra a los campesinos siervos y a abolir los malos usos feudales. En ambos problemas el monarca apoyó con sus oficiales la organización y reivindicaciones de los sectores antinobiliarios -buscaires y payeses- para obtener los recursos que las oligarquías pactistas le negaban y recuperar el patrimonio real con el que reducir el poder señorial e imponer su autoridad.

Por orden suya, Galcerán de Requesens, "llochtinent" en Cataluña, organizó a los "buscaires" (1442) y en 1453 les entregó el "Consell" de Barcelona. Sin embargo, con sus medidas superficiales y los gastos en Italia, Alfonso V sólo agravó unos problemas catalanes que le estallarían en las manos a su sucesor Juan II. Alfonso V solucionó con energía las luchas socioeconómicas entre "forans" y "vilans" en Mallorca (1451-1454), pero no el bandidaje y el auge de la nobleza en el reino de Aragón. Sólo Valencia acrecentó en esta etapa su prosperidad económica. Alfonso V murió en Nápoles en 1458. Sus posesiones fueron divididas entre su hermano Juan de Navarra (II de Aragón) y su hijo bastardo Ferrante, rey de Nápoles vinculado dinásticamente a la Corona. El Magnánimo vinculó Nápoles a los dominios catalano-aragoneses, pero al precio de dejar Cataluña al borde de una gran explosión socio-económica y de un futuro enfrentamiento con Francia por el dominio de Italia. A mediados del siglo XV Portugal experimentó el auge de la nobleza portuguesa que había apoyado la entronización de la nueva dinastía y un nuevo impulso en la expansión ultramarina. El rey Duarte I (1433-1438) frenó la presión de la nobleza combinando el control de la concentración y herencia de bienes nobiliarios -Ley Mental (1434)- con la expansión marítima iniciada por su hermano el infante Enrique el Navegante -paso del Cabo Bogador (1434)-. La expansión portuguesa en el norte de África fracasó ante Tánger (1437), desastre que precedió a la muerte del monarca en 1438.

Ambos acontecimientos y la minoría del rey Alfonso provocaron la división de la nobleza en dos bandos: los nobles expansionistas vinculados a Enrique el Navegante, su hermanastro Alfonso, conde de Barcelos, y la reina Leonor de Castilla; y la nobleza dirigida por Pedro, duque de Coimbra, y Juan, maestre de Santiago, con apoyos en las burguesías atlánticas. El condestable Pedro de Coimbra se hizo con el poder y gobernó durante la minoría de Alfonso V (1438-1449) pese a la oposición nobiliaria encabezada por el conde de Barcelos, futuro duque de Braganza. El regente realizó una política promonárquica que se plasmó en la promulgación de las "Ordenaçoes Alfonsinas" (1446), primer código civil portugués. Su gobierno es comparable al de Álvaro de Luna, en cuyas luchas se vio envuelto el regente portugués. En el exterior acentuó decisivamente la expansión marítima combinando los intereses de burguesía y nobleza bajo la dirección de la Corona. Desde su mayoría de edad (1446), Alfonso V (1438-1481) se unió al conde de Barcelos en una reacción nobiliaria contra Pedro de Coimbra, que murió en la batalla de Alfarrobeira (1449). Su desaparición quebró el autoritarismo real y supuso un nuevo asalto nobiliario a las instituciones reales. Además de la inmersión de Navarra en la política interna castellana y del declive de la autoridad real, durante este periodo se produjo el agravamiento de la soterrada lucha entre agramonteses y beamonteses, los bandos nobiliarios que dividían el reino.

Bajo su enfrentamiento se observa el choque de dos modos de vida diferentes. Los beamonteses (por Carlos de Beaumont, primo de Carlos III) representaban la Montaña, la zona norte del reino de economía pastoril y los agramonteses (por los Agramunt) representaban la Ribera, la zona sur del reino de economía agrícola. Ambos bandos continuaron su enfrentamiento durante todo el siglo XV, aunque agravado por las luchas políticas que sacudirán el reino. A finales del reinado de Carlos III (1387-1425), la hegemonía castellana fue reforzada con el matrimonio de la infanta Blanca (14251441), viuda de Martín el Joven y heredera del reino, con Juan, el segundo de los Infantes de Aragón (1419). Pese a la oposición de los navarros, Juan I (1425-1479) asumió el control del reino y lo convirtió en soporte de sus luchas en Castilla. Desde 1430 (treguas de Majano) el monarca se replegó a Navarra, abriéndose un breve periodo de paz roto en 1441 al morir la reina Blanca, viuda del reino según los fueros navarros. Aunque el trono pertenecía legalmente a su hijo Carlos, Príncipe de Viana (titulo creado por Carlos III para el heredero en 1423), Juan I tomó el poder, iniciando una larga y compleja guerra dinástico-nobiliaria. En 1441 Juan I volvió a sus intereses castellanos, hasta que la derrota de Olmedo (1445) le alejó definitivamente de Castilla. Su matrimonio con la castellana Juana Enríquez (1447), que ponía fin a su legitimidad como rey-consorte, provocó la guerra.

Los beamonteses se rebelaron tras Carlos de Viana y con el apoyo castellano de Álvaro de Luna, interesado en debilitar al infante-rey. La guerra civil entre Juan-agramonteses y Carlos-beamonteses duró hasta 1455. Carlos de Viana y su hermana Blanca fueron desposeídos del reino en favor de su hermana menor Leonor, casada con Gastón de Foix. El heredero buscó entonces el apoyo francés y la mediación de Alfonso V de Aragón, pero la muerte de éste (1458) complicó aún más la situación. Juan I de Navarra se convirtió en Juan II de Aragón (1458-1479) y la pugna con el Príncipe de Viana, ahora también heredero de la Corona de Aragón, se extendió a toda la mitad oriental de la Península. Navarra se convirtió en "el centro de gangrenamiento de la política hispana". Tras el reinado de Yusuf III (1408-1417), Granada inició un periodo revolucionario de proclamaciones violentas de reyes apoyados por clanes nobiliarios (Zegríes y Abencerrajes) oscilantes entre la legitimidad y caudillos militares nacionalistas susceptibles de recibir ayuda norteafricana de Hafsíes y Meriníes. En este contexto de descomposición interna jugó un papel decisivo la influencia de Castilla, interesada en acentuar las divisiones internas de cara a una futura conquista total. En 1419 los Abencerrajes, con apoyo de los Hafsíes de Túnez, destronaron a Muhammad VIII el Pequeño (1417-1419 y 1427-1429) y entronizaron a Muhammad IX el Zurdo, cuyo gobierno (1419-1427; 1430-1431; 1432-1445 y 1447-1453) fue alterado por continuos enfrentamientos dinásticos y periódicas ofensivas castellanas.

Entre 1427 y 1429 Muhammad VIII recuperó el trono de la mano del clan de los Bannigas (Venegas), pero fue asesinado al cabo de dos años y Muhammad IX regresó al poder. El gobierno de Álvaro de Luna supuso la reanudación de las ofensivas castellanas (1430-1439), que produjeron graves derrotas- Higueruela (1431)-, escasez, disturbios y nuevas discordias nobiliarias atizadas por Castilla. Muhammad IX fue depuesto (1431) por el efímero Yusuf IV (1432). La reanudación de la luchas en Castilla dieron un respiro a Granada, aunque en el interior se reprodujeron las disputas. En 1445 los Abencerrajes entronizaron a Muhammad X el Cojo (1445-1447), a lo que siguió un periodo de anarquía total y de lucha por el poder entre éste, Muhammad IX (1447-1453), Yusuf V (1445-1446 y 1446-1462), Muhammad XI el Chiquito (1448-1454) y Abu Nasr Sa'd (1454-1462 y 1464). Finalmente, en 1453 castellaños y Abencerrajes impusieron a Abu Nasr Sa'd (1454-1462). En esta situación, la suerte de Granada quedó a merced únicamente de la prolongación de las guerras nobiliarias en Castilla.

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