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Desarrollo


Recibimiento y servicio que hicieron en Tlaxcallan a los nuestros Mucho sintieron en gran manera los embajadores mexicanos la venida de Xicotencatl al real de los españoles, y el ofrecimiento que a Cortés hizo para su rey de las personas, pueblo y hacienda. Y le dijeron que no creyese nada de aquello ni confiase en palabras; que todo era fingido, mentira y traición, para cogerlo en la ciudad a puerta cerrada y a salvo. Cortés les decía que aunque todo aquello fuese verdad, decidía ir allá, porque menos los temía en poblado que en el campo. Ellos, cuando vieron esta respuesta y decisión, le rogaron que diese licencia a uno de ellos para ir a México a decir a Moctezuma lo que pasaba, y la respuesta de su principal recado, que dentro de seis días volvería sin falta ninguna; y que hasta entonces no partiese del real. Él se la dio, y esperó allí a ver qué traería de nuevo, y porque, en verdad, no se atrevía a fiarse de los otros sin mayor certeza. En este intermedio iban y venían al campamento muchos de Tlaxcallan, unos con gallipavos, otros con pan, cuál con cerezas, cuál con ají, y todos lo daban de balde y con alegres semblantes, rogando que se fuesen con ellos a sus casas. Vino, pues, el mexicano, como prometió, al sexto día, y trajo a Cortés diez piezas y joyas de oro muy bien labradas y ricas, y mil quinientas ropas de algodón, hechas de mil maravillas, y mucho mejores que las otras mil primeras. Y le rogó muy ahincadamente de parte de Moctezuma que no se pusiese en aquel peligro, confiándose de los de Tlaxcallan, que eran pobres, y le robarían lo que él le había enviado, y le atacarían sólo con saber que trataba con él.

Vinieron asimismo todos los capitanes y señores de Tlaxcallan a rogarle les hiciese el honor de ir con ellos a la ciudad, donde sería servido, provisto y aposentado; Pues era vergonzoso para ellos que tales personas estuviesen en chozas tan ruines; y que si no se fiaba de ellos, que viese cualquier otra seguridad o rehenes, y se los darían; pero que le prometían y juraban que podían ir y estar con toda seguridad en su pueblo, porque no quebrantarían su juramento, ni faltarían a la fe de la república, ni a la palabra de tantos señores y capitanes, por todo el mundo. Así que, viendo Cortés tanta voluntad en aquellos caballeros y nuevos amigos, y que los de Cempoallan, de quienes tenía muy buen crédito, le importunaban y aseguraban que fuese, hizo cargar su fardaje a los bastajes, y llevar la artillería, y partió para Tlaxcallan, que estaba a seis leguas, con tanto orden y recado como para una batalla. Dejó en la torre y campamento, y donde había vencido, cruces y mojones de piedra. Salió tanta gente a recibirle al camino y por las calles, que no cabían de pies. Entró en Tlaxcallan el 18 de septiembre, se aposentó en el templo mayor, que tenía muchos y buenos aposentos para todos los españoles, y puso en otros a los indios amigos que iban con él; puso también ciertos límites y señales hasta donde podían salir los de su compañía, y no pasar de allí, bajo graves penas, y mandó que no tomasen sino lo que les diesen; lo cual cumplieron muy bien, porque para ir a un arroyo, que estaba a un tiro de piedra del templo, le pedían licencia. Mil placeres hacían aquellos señores a los españoles, y mucha cortesía a Cortés, y les proveían de cuanto necesitaban para su comida; y muchos les dieron sus hijas en señal de verdadera amistad, para que naciesen hombres esforzados de tan valientes varones y les quedase casta para la guerra; o quizá se las daban por ser costumbre suya o por complacerlos. Les pareció bien a los nuestros aquel lugar y la conversación de la gente, y disfrutaron allí veinte días, en los cuales procuraron conocer las particularidades de la república y secretos de la tierra, y tomaron la mejor información y noticia que pudieron del hecho de Moctezuma.

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