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Datos principales
Rango
vida cotidiana XVIII
Desarrollo
La idea del contraste entre los recursos físicos, emocionales e intelectuales de los sexos, tan desfavorable a las mujeres, se mantiene mayoritariamente en el siglo XVIII tanto a nivel popular como de elite, entre el común de la población analfabeta y entre la minoría cultural de los filósofos . La querelles des femmes, o debate sobre la valía y naturaleza femeninas, desarrollado en las cortes europeas desde el siglo XV, no variará mucho sus términos. Ni la revolución científica ni los cambios ideológicos , que cuestionan, como hemos visto, verdades y principios intocables hasta entonces, que hacen tambalearse los cimientos de la fe y el conocimiento humano, apenas modifican el pensamiento que ahora nos ocupa, al menos de forma esencial. Antes al contrario, apoyan sus justificaciones con la argumentación objetiva que deriva de la observación directa, del estudio empírico de la naturaleza de los hombres y del análisis racional. Si seguimos lo que Jancourt escribe en La Enciclopedia , la mujer constituye el mejor ornamento social, su misión es tener hijos y alimentarlos. Ésta, también, constituía para Rousseau , junto con la dependencia del hombre, la esencia natural femenina. Por ello, defensor de la educación de los individuos conforme a su naturaleza, establece diferencias tan considerables entre la que preconiza para Emilio y la de Sofía, cuya formación se completará tras el matrimonio de la mano de su esposo.
Incluso habrá quien justifique las desfavorables condiciones de la mujer por estar derivadas del plan divino para la humanidad. Aunque tales actitudes no pueden por menos que considerarse antifeministas desde la perspectiva de hombres y mujeres occidentales en vísperas del siglo XVIII, no es ésta la óptica de la labor investigadora, sino la de tratar de colocarlas en su aquí y su ahora. En este sentido, hemos de reconocer que respondían a las exigencias de su época, a las necesidades de las sociedades en que nacen. De igual modo que lo hicieron aquellos otros escritos, también aparecidos a lo largo de la centuria, sobre todo en la segunda mitad, donde algunos prohombres ilustrados alzaron la voz para cuestionar la justeza de tales ideas y, lo que es más importante, su carácter de verdades incuestionables. Se hizo constar la falsedad del principio de que la inferioridad de las mujeres tiene por causa su imperfecta naturaleza. Antes al contrario, su origen no es otro que el mal uso que se ha dado a sus facultades, de ningún modo peores que las masculinas, y la deficiente educación recibida. Por otra parte, impulsados, si se quiere casi obligados, por las ideas y proyectos de desarrollo económico, por la creciente demanda de mano de obra generada por la revolución industrial , se comienza a difundir la idea de permitir a las mujeres el ejercicio de la actividad laboral no como hasta ahora, en calidad de ayuda familiar casi o totalmente gratuita, sino de forma remunerada y, siendo preciso, fuera de los muros hogareños.
Finalmente, la fe ilustrada en la educación en tanto que instrumento transformador del género humano y la sociedad, la necesidad que sienten de ella sus defensores, hará que traten de extender sus beneficios al sexo femenino, si bien los resultados prácticos quedaron, al igual que en otros terrenos, lejos de los ideales y el impacto real de tales propuestas en la vida de sus beneficiarias son aún un tema a debate, dado el estado en que se encuentran las investigaciones en esta materia. Se ha dicho, porque es cierto, que los ilustrados entendieron la educación femenina antes como formación del carácter que de la inteligencia; primaron la instrucción doméstica sobre cualquier otra e introdujeron diferencias en los contenidos de los programas no sólo respecto a los de los varones, sino también entre las mujeres del pueblo y las de las capas sociales superiores. Los de aquéllas atendían, sobre todo, a preparar para el ejercicio de un trabajo que les permitiera sobrevivir o contribuir al pecunio familiar; los de las segundas, a dotarlas de lo que en terminología de la época se conocía como savoir faire, conjunto de conocimientos que permitían dominar a la perfección los modales sociales y daban una leve cultura intelectual para que sus receptoras salieran airosas en las reuniones pero sin espantar a los futuros maridos o humillar al ya existente por la altura de sus saberes. Ahora bien, si tenemos en cuenta que, ya lo dijimos en otro momento, los ilustrados sólo buscaban recursos homeopáticos para salvar un mundo que se desvanecía y que el objetivo que ellos dan a la educación es el de preparar mejor a quienes la reciben para cumplir con las funciones asignadas por la sociedad y que no cambian- para contribuir a su progreso, entenderemos porqué mayoritariamente no van más allá en sus propuestas ni sus peticiones sobrepasan el terreno de los cambios legales.
Sin embargo, tampoco se les puede negar el que dieron pie a la creación de centros de enseñanza femenina escuelas, conventos...- y, lo que desde mi punto de vista resulta más significativo para el futuro, abrieron brecha con sus críticas en una forma de pensar a la mujer hasta ahora sólida en sus cimientos y hermética en sus enunciados. Algunos, incluso, llegaron a hablar de la igualdad de los sexos, si bien su número resulta tan escaso como la fuerza social que alcanzaron sus escritos, debido a la ausencia de un ambiente receptor favorable y a la lejanía mantenida por sus historias, situadas por lo general en un mundo utópico de héroes -Reinhard (1767)- o en remotas islas -Marivaux (1750)-, lo que venia a ser lo mismo. Sólo al final de siglo, el afán de los escritores por extender los bienes de la Ilustración a los grupos sociales hasta entonces alejados de ellos les lleva a hacer propuestas más cercanas. Citemos, a modo de ejemplo, las ideas igualitarias de Condorcet ; las de Theodor Gottlieb (1792) aplicadas a la educación y para quien el matrimonio es una técnica de control social, o las palabras de Kant suponiendo a las mujeres problemas diferentes a los de elección de marido y considerando su falta de instrucción como medio de supervisión por parte de quienes no desean su independencia. Su éxito práctico no resultó mayor que el de las anteriores. Con limitaciones y todo, no cabe duda de que el siglo XVIII abrió a las mujeres, sobre todo a las aristócratas y burguesas de la Europa occidental, un mundo social e intelectual más amplio.
Recordemos el papel de las salonniéres; de aquellas que solas o en colaboración con sus hermanos o esposos contribuyeron a los avances científicos; de lady Montagu difundiendo la inoculación; la existencia de numerosas literatas, pintoras, etc. De otro lado, la corte venía ofreciendo desde el Renacimiento notables oportunidades de mejora social a las mujeres, bien en calidad de damas de los miembros femeninos de la familia real, bien como amantes de los reyes, o ambas cosas a un tiempo. En Francia, por ejemplo, Luis XIV creará el titulo de maîtresse-en-titre a fines del siglo XVII para elevar a un rango oficial a su amante. En adelante todas lo usarán, siendo una de las más conocidas en la época que estudiamos madame Pompadour , a quien Luis XV otorgó también el titulo de marquesa. Estas mujeres no se dedicaban al mero papel de compañeras sexuales, además cumplían con el de consejeras, anfitrionas, mediadoras oficiosas en asuntos diplomáticos, etc. Por ello, habían de estar dotadas de buen gusto, inteligencia, saberes intelectuales; contar con suficiente preparación en múltiples materias. Su vida no era fácil, pues dependían de algo tan frágil como el favor real, la inclinación personal del monarca; mas, aunque solían morir en la miseria, vivieron en la opulencia y el poder. Tampoco podemos olvidar que es a partir del Setecientos que las propias mujeres activan su toma de conciencia y aumenta el número de voces que se elevan para criticar lo anterior, siguiendo el ejemplo de algunas antepasadas -María de Zayas , entre otras-, y pedir un nuevo lugar.
Aparecen entonces los primeros periódicos realizados por y para el sexo femenino: Journal de Dames, de París, publicado en 1761 por madame de Beaumer; Pomona, de Sophie von La Roche, en Alemania, o La Pensadora Gaditana, de Beatriz de Cienfuegos, supuesta versión femenina de otro periódico muy famoso en el momento, titulado El Pensador, que dirige Clavijo y Fajardo. A lo largo de sus páginas desarrollan una ideología al servicio de la mujer y de su educación, llegando las más críticas a responsabilizar al hombre de la inferioridad femenina. Mas, salvo estas excepciones, el tono general es más moderado y su acento no se dirige tanto a pedir transformaciones fundamentales como a reclamar cambios individuales y colectivos, a sugerir a sus posibles lectoras la posibilidad de exigir unos derechos que creen, están seguras, les corresponden. Posición defendida también por otras escritoras, tal es el caso de la española Josefa Amar y Borbón, defensora de las capacidades intelectuales de su sexo, y de la británica Mary Wollstonecraft , precursora del movimiento feminista del siglo XIX y en cuyas Vindicación de los derechos de las mujeres (1792) defiende el derecho femenino a ejercer un trabajo remunerado fundamentándolo en la necesidad que tienen muchas de sus miembros de hacer frente al mantenimiento propio y de los hijos. Para algunas investigadoras tal contención de peticiones ha de verse sólo en tanto que estrategia de quienes las defienden para obtener una más fácil aquiescencia social que facilite su consecución. Es difícil saber con exactitud si fue realmente así o si fue que las propias protagonistas mayoritariamente tampoco podían ir más lejos en sus demandas, toda vez que, no lo olvidemos, todos somos hijos de nuestro tiempo, y ellas también lo eran. En cualquier caso, un largo camino empezaba a andarse.
Incluso habrá quien justifique las desfavorables condiciones de la mujer por estar derivadas del plan divino para la humanidad. Aunque tales actitudes no pueden por menos que considerarse antifeministas desde la perspectiva de hombres y mujeres occidentales en vísperas del siglo XVIII, no es ésta la óptica de la labor investigadora, sino la de tratar de colocarlas en su aquí y su ahora. En este sentido, hemos de reconocer que respondían a las exigencias de su época, a las necesidades de las sociedades en que nacen. De igual modo que lo hicieron aquellos otros escritos, también aparecidos a lo largo de la centuria, sobre todo en la segunda mitad, donde algunos prohombres ilustrados alzaron la voz para cuestionar la justeza de tales ideas y, lo que es más importante, su carácter de verdades incuestionables. Se hizo constar la falsedad del principio de que la inferioridad de las mujeres tiene por causa su imperfecta naturaleza. Antes al contrario, su origen no es otro que el mal uso que se ha dado a sus facultades, de ningún modo peores que las masculinas, y la deficiente educación recibida. Por otra parte, impulsados, si se quiere casi obligados, por las ideas y proyectos de desarrollo económico, por la creciente demanda de mano de obra generada por la revolución industrial , se comienza a difundir la idea de permitir a las mujeres el ejercicio de la actividad laboral no como hasta ahora, en calidad de ayuda familiar casi o totalmente gratuita, sino de forma remunerada y, siendo preciso, fuera de los muros hogareños.
Finalmente, la fe ilustrada en la educación en tanto que instrumento transformador del género humano y la sociedad, la necesidad que sienten de ella sus defensores, hará que traten de extender sus beneficios al sexo femenino, si bien los resultados prácticos quedaron, al igual que en otros terrenos, lejos de los ideales y el impacto real de tales propuestas en la vida de sus beneficiarias son aún un tema a debate, dado el estado en que se encuentran las investigaciones en esta materia. Se ha dicho, porque es cierto, que los ilustrados entendieron la educación femenina antes como formación del carácter que de la inteligencia; primaron la instrucción doméstica sobre cualquier otra e introdujeron diferencias en los contenidos de los programas no sólo respecto a los de los varones, sino también entre las mujeres del pueblo y las de las capas sociales superiores. Los de aquéllas atendían, sobre todo, a preparar para el ejercicio de un trabajo que les permitiera sobrevivir o contribuir al pecunio familiar; los de las segundas, a dotarlas de lo que en terminología de la época se conocía como savoir faire, conjunto de conocimientos que permitían dominar a la perfección los modales sociales y daban una leve cultura intelectual para que sus receptoras salieran airosas en las reuniones pero sin espantar a los futuros maridos o humillar al ya existente por la altura de sus saberes. Ahora bien, si tenemos en cuenta que, ya lo dijimos en otro momento, los ilustrados sólo buscaban recursos homeopáticos para salvar un mundo que se desvanecía y que el objetivo que ellos dan a la educación es el de preparar mejor a quienes la reciben para cumplir con las funciones asignadas por la sociedad y que no cambian- para contribuir a su progreso, entenderemos porqué mayoritariamente no van más allá en sus propuestas ni sus peticiones sobrepasan el terreno de los cambios legales.
Sin embargo, tampoco se les puede negar el que dieron pie a la creación de centros de enseñanza femenina escuelas, conventos...- y, lo que desde mi punto de vista resulta más significativo para el futuro, abrieron brecha con sus críticas en una forma de pensar a la mujer hasta ahora sólida en sus cimientos y hermética en sus enunciados. Algunos, incluso, llegaron a hablar de la igualdad de los sexos, si bien su número resulta tan escaso como la fuerza social que alcanzaron sus escritos, debido a la ausencia de un ambiente receptor favorable y a la lejanía mantenida por sus historias, situadas por lo general en un mundo utópico de héroes -Reinhard (1767)- o en remotas islas -Marivaux (1750)-, lo que venia a ser lo mismo. Sólo al final de siglo, el afán de los escritores por extender los bienes de la Ilustración a los grupos sociales hasta entonces alejados de ellos les lleva a hacer propuestas más cercanas. Citemos, a modo de ejemplo, las ideas igualitarias de Condorcet ; las de Theodor Gottlieb (1792) aplicadas a la educación y para quien el matrimonio es una técnica de control social, o las palabras de Kant suponiendo a las mujeres problemas diferentes a los de elección de marido y considerando su falta de instrucción como medio de supervisión por parte de quienes no desean su independencia. Su éxito práctico no resultó mayor que el de las anteriores. Con limitaciones y todo, no cabe duda de que el siglo XVIII abrió a las mujeres, sobre todo a las aristócratas y burguesas de la Europa occidental, un mundo social e intelectual más amplio.
Recordemos el papel de las salonniéres; de aquellas que solas o en colaboración con sus hermanos o esposos contribuyeron a los avances científicos; de lady Montagu difundiendo la inoculación; la existencia de numerosas literatas, pintoras, etc. De otro lado, la corte venía ofreciendo desde el Renacimiento notables oportunidades de mejora social a las mujeres, bien en calidad de damas de los miembros femeninos de la familia real, bien como amantes de los reyes, o ambas cosas a un tiempo. En Francia, por ejemplo, Luis XIV creará el titulo de maîtresse-en-titre a fines del siglo XVII para elevar a un rango oficial a su amante. En adelante todas lo usarán, siendo una de las más conocidas en la época que estudiamos madame Pompadour , a quien Luis XV otorgó también el titulo de marquesa. Estas mujeres no se dedicaban al mero papel de compañeras sexuales, además cumplían con el de consejeras, anfitrionas, mediadoras oficiosas en asuntos diplomáticos, etc. Por ello, habían de estar dotadas de buen gusto, inteligencia, saberes intelectuales; contar con suficiente preparación en múltiples materias. Su vida no era fácil, pues dependían de algo tan frágil como el favor real, la inclinación personal del monarca; mas, aunque solían morir en la miseria, vivieron en la opulencia y el poder. Tampoco podemos olvidar que es a partir del Setecientos que las propias mujeres activan su toma de conciencia y aumenta el número de voces que se elevan para criticar lo anterior, siguiendo el ejemplo de algunas antepasadas -María de Zayas , entre otras-, y pedir un nuevo lugar.
Aparecen entonces los primeros periódicos realizados por y para el sexo femenino: Journal de Dames, de París, publicado en 1761 por madame de Beaumer; Pomona, de Sophie von La Roche, en Alemania, o La Pensadora Gaditana, de Beatriz de Cienfuegos, supuesta versión femenina de otro periódico muy famoso en el momento, titulado El Pensador, que dirige Clavijo y Fajardo. A lo largo de sus páginas desarrollan una ideología al servicio de la mujer y de su educación, llegando las más críticas a responsabilizar al hombre de la inferioridad femenina. Mas, salvo estas excepciones, el tono general es más moderado y su acento no se dirige tanto a pedir transformaciones fundamentales como a reclamar cambios individuales y colectivos, a sugerir a sus posibles lectoras la posibilidad de exigir unos derechos que creen, están seguras, les corresponden. Posición defendida también por otras escritoras, tal es el caso de la española Josefa Amar y Borbón, defensora de las capacidades intelectuales de su sexo, y de la británica Mary Wollstonecraft , precursora del movimiento feminista del siglo XIX y en cuyas Vindicación de los derechos de las mujeres (1792) defiende el derecho femenino a ejercer un trabajo remunerado fundamentándolo en la necesidad que tienen muchas de sus miembros de hacer frente al mantenimiento propio y de los hijos. Para algunas investigadoras tal contención de peticiones ha de verse sólo en tanto que estrategia de quienes las defienden para obtener una más fácil aquiescencia social que facilite su consecución. Es difícil saber con exactitud si fue realmente así o si fue que las propias protagonistas mayoritariamente tampoco podían ir más lejos en sus demandas, toda vez que, no lo olvidemos, todos somos hijos de nuestro tiempo, y ellas también lo eran. En cualquier caso, un largo camino empezaba a andarse.