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Datos principales
Rango
Tercer Milenio
Desarrollo
A la muerte de Pepi II, el heredero Merenré y la hipotética reina Nitocris son incapaces de contener el proceso de disgregación que va a dar al traste con el bloque histórico que denominamos Antiguo Reino . Manetón es el responsable de la división dinástica que inaugura con la VII el llamado Período Intermedio. El concepto representa realidades dispares para nosotros y para los egipcios. Nuestra imagen es de ruptura; sin embargo, quienes vivieron los acontecimientos -y conocemos sus supuestas impresiones por una literatura redactada en un momento inmediatamente posterior- sintieron que el caos inundaba sus vidas pero de forma progresiva. La dinámica del cambio no les era perceptible, pues cabía la esperanza del retorno de Maat, el orden propio del Reino Antiguo. Por otra parte, los egipcios de épocas posteriores percibían ese momento como un tránsito sin ruptura, como se pone de manifiesto en la propia composición de las dinastías manetonianas. En definitiva, hemos de entender el Primer Período Intermedio no como una cesura entre el Antiguo Reino y el Reino Medio , sino como una etapa de transición entre dos épocas de poder centralizado con dinámicas internas diferentes. De forma global y simplificadora podemos aceptar dos etapas en el Período Intermedio, que lo hacen más inteligible. La primera correspondería a las dinastías VII y VIII, durante las que la capital sigue estando en Menfis, caracterizada por una rápida descomposición seguida de una cierta estabilidad, que en conjunto no supera el medio siglo.
Las dinastías IX y X constituyen la segunda etapa que conoce la hegemonía heracleopolitana, cuyo poder es contestado al final de la etapa por los príncipes tebanos, que componen la XI dinastía. Su triunfo hacia el año 2000 y la instalación de la capital en Tebas suponen el fin del Primer Período Intermedio y el advenimiento del Reino Medio. No es posible trazar la secuencia dinástica de la VII dinastía, a la que Manetón atribuye setenta reyes que habrían reinado setenta días. En general todos los autores están de acuerdo en atribuir a este periodo intermedio el contenido de un texto conservado en un papiro de la XIX dinastía , pero que pudo haber sido compuesto durante la XI. No tenemos seguridad de que el ambiente de la VII dinastía sea el referido en dicho texto, pero con él se podría restaurar la semblanza de la época. Se trata de "Las lamentaciones del sabio Ipuer", una composición que transmite la pesimista imagen de un miembro de la clase superior que ve cómo se instala el caos y desaparece el antiguo orden: "se están produciendo acontecimientos que no habían tenido lugar desde la noche de los tiempos: el rey ha sido derrocado por el populacho. Aquel que había sido enterrado como Halcón ha sido extraído de su sarcófago. La cámara de la pirámide ha sido saqueada. Se ha llegado a un punto en el que un puñado de individuos que no sabían nada del gobierno han despojado al país de su realeza", afirma Ipuer y añade: "La sala del juicio, sus archivos, han sido saqueados, los despachos públicos allanados y las listas del censo destruidos, los funcionarios son asesinados y sus documentos robados.
..". Pero el desorden no afecta sólo a la monarquía o a la administración ; el caos se ha apoderado de todos los ámbitos del sistema: "El Nilo golpea y no se labra..., las mujeres son estériles, ya no se concibe..., los pobres se han apoderado de la riqueza y quien no tenía ni sandalias es ahora dueño de inmensas fortunas..., las puertas, columnatas y muros arden..., el desierto se abate sobre el país, los nomos son destruidos y los asiáticos han llegado a Egipto desde el exterior". Ignoramos hasta qué punto el conservador Ipuer está cargando las tintas, pero a nadie se le podrá ocultar que la inmensa cantidad de trabajadores dependientes que eran alimentados con raciones públicas pueden ser un tremendo foco de conflictividad social conducidos a la inanición, por lo que los detractores de la revuelta popular pueden estar equivocados (y no deja de ser sorprendente que se elimine la percepción del conflicto achacando las razones del desorden a elementos externos inconsolables, sean dioses o agentes climáticos, de manera que los beneficiarios de las desigualdades quedan exonerados de toda responsabilidad). Ipuer no alude a las causas que originan la anarquía. La alusión a los extranjeros es sospechosa y, en cualquier caso, aparece cuando ya reina el desorden. No obstante, da la impresión de que la anarquía no es absoluta, pues al frente del estado se encuentra un faraón al que el sabio recomienda firmeza: "la justicia está contigo, pero lo que tu propagas por todo el país con el murmullo de la revuelta, es la confusión.
.. Ordena, pues, que se te rindan cuentas" No sabemos cuánto duró el caos, si afectó al territorio más allá de Menfis, ni cómo acabó; en realidad ignoramos si realmente existió. En cualquier caso, los monarcas de la VIII dinastía parecen onomásticamente vinculados a los de la VI, lo que se considera como una restauración del poder central. Uno de los miembros, Aba, llega incluso a construir su propia pirámide en Sakkara y conocemos documentos correspondientes a otros diecisiete faraones. Los últimos monarcas son conocidos por decretos dictados en favor del visir de Coptos, que pueden interpretarse en la doble vía del incremento del poder de los nomarcas, pero al mismo tiempo también recuerdan la tutela, aunque sea simbólica, que Menfis sigue ejerciendo sobre el Alto Egipto. El Delta, por su parte, ha sido arrebatado a la autoridad central por invasores asiáticos. El Egipto Medio se va articulando en torno al nomarca de Heracleópolis, próximo a El Fayum por su entrada meridional. El nomarca Meribré Kheti I se autoconcede la titulatura oficial del faraón y establece un poder absoluto de facto sobre todo el valle hasta Asuán. Este es el fundador de las dos dinastías heracleopolitanas divididas entre sí por Manetón por razones que no conocemos. En principio no parece que la herencia menfita autoasignada por Kheti I fuera contestada por otros nomarcas; la continuidad afecta a la propia Menfis, que sigue siendo capital administrativa y Sakkara, seguramente, necrópolis real.
Por tanto, el tránsito de la VIII a la IX dinastía no se realiza de forma conflictiva, da más bien la impresión de un cambio de familia reinante. Prácticamente no sabemos nada más sobre la historia política de la IX dinastía. Es más, los datos disponibles no justifican una separación respecto a la siguiente. La X dinastía se mantiene en el poder durante un siglo aproximadamente. Conocemos algunas secuencias de las relaciones diplomáticas establecidas entre los monarcas heracleopolitanos y los gobernadores de los nomos. La situación está en plena efervescencia, pues ciertos nomarcas pretenden ensayar la fortuna de la independencia; por otra parte, se aprecian ciertas tendencias unificadoras cuando constatamos la presencia de un nomarca que gobierna sobre varios nomos y, además, se establecen alianzas entre nomos para contestar el poder heracleopolitano. Ankhtifi, el nonarca de Hierakómpolis, al sur de Luxor, dejó en su tumba una autobiografía en la que nos hace saber su fidelidad al rey de Heracleópolis; este Ankhtifi unió bajo su mando, además, el nomo de Edfú y atacó la ciudad de Armant, en el nomo de Tebas (Luxor), donde se habían acantonado su ejército y el de Coptos, el nomo aliado. No sabemos cuál fue el desenlace; es improbable que saliera derrotado, pues habría omitido toda la información. Quizá no llegó a haber enfrentamiento pues Ankhtifi tampoco se jacta del triunfo. Hizo entonces frente a la hambruna que se había declarado tanto en el Alto Valle como en el norte y la mitigó con grano del sur, demostrando así su capacidad energética.
En Tebas gobernaba su enemigo Antef I, que pertenece a una familia en la que varios personajes, con titulatura real según se desprende de la Cámara de los Antepasados de Karnak, repiten el nombre de Antef y el de Montuhotep, lo que ha causado serias complicaciones en la restauración de la dinastía, cuya importancia estriba en el hecho de que constituye el origen de la XI dinastía, fundadora del Reino Medio. Entretanto, algunos nomos permanecen neutrales y cuando se produce el enfrentamiento más directo entre Tebas y Heracleópolis, los príncipes locales saben mantenerse en la posición adecuada para conservar en sus manos y en las de sus descendientes los nomos respectivos, en algún caso ininterrumpidamente hasta bien entrada la XII dinastía . Por el contrario, el nomo de Asiut mantuvo unas estrechas relaciones con la casa reinante de Heracleópolis, hasta el punto de que sus nomarcas llevaban los mismos nombres que los faraones heracleopolitanos y alguno de los príncipes fue educado en la corte; su fidelidad impidió que la familia gobernara el nomo por más de tres generaciones. El monarca más destacado en Heracleópolis es Kheti III, cuya época se reconstruye a través de un texto, "Las Instrucciones a Merikaré", que se le atribuye a pesar de las dudas sobre su autoría. Kheti III es contemporáneo de Antef II de Tebas, el cual consigue al final de su reinado controlar prácticamente la totalidad del Alto Egipto, excepto el nomo de Asiut.
Y puesto que en las Instrucciones se recomienda a Merikaré que no se enfrente a Tebas, se supone que Merikaré es el autor del texto en el que justifica su pasividad frente al enemigo meridional como una orden paterna. En tales condiciones no es de extrañar que Kheti III se preocupe especialmente por la situación en el Delta, que aparentemente se va recomponiendo bajo su autoridad tras la expulsión de los invasores. En efecto, allí instala colonos para reactivar la producción agrícola y para evitar nuevas penetraciones de nómadas. Cuando Merikaré recibe el reino la situación parece estabilizada. El sur está bajo control del nuevo jefe tebano Antef III, que ha conseguido el dominio incluso del nomo de Asiut y que pronto es sucedido por su hijo Montuhotep II. Nada sabemos de la sucesión de Merikaré, ni de cómo se opera la toma de poder de Heracleópolis por Montuhotep. El hecho cierto es que hacia el año 2000 Egipto queda reunificado tras el esfuerzo antagónicamente coincidente de Tebas y Heracleópolis. Daba comienzo el Imperio Medio.
Las dinastías IX y X constituyen la segunda etapa que conoce la hegemonía heracleopolitana, cuyo poder es contestado al final de la etapa por los príncipes tebanos, que componen la XI dinastía. Su triunfo hacia el año 2000 y la instalación de la capital en Tebas suponen el fin del Primer Período Intermedio y el advenimiento del Reino Medio. No es posible trazar la secuencia dinástica de la VII dinastía, a la que Manetón atribuye setenta reyes que habrían reinado setenta días. En general todos los autores están de acuerdo en atribuir a este periodo intermedio el contenido de un texto conservado en un papiro de la XIX dinastía , pero que pudo haber sido compuesto durante la XI. No tenemos seguridad de que el ambiente de la VII dinastía sea el referido en dicho texto, pero con él se podría restaurar la semblanza de la época. Se trata de "Las lamentaciones del sabio Ipuer", una composición que transmite la pesimista imagen de un miembro de la clase superior que ve cómo se instala el caos y desaparece el antiguo orden: "se están produciendo acontecimientos que no habían tenido lugar desde la noche de los tiempos: el rey ha sido derrocado por el populacho. Aquel que había sido enterrado como Halcón ha sido extraído de su sarcófago. La cámara de la pirámide ha sido saqueada. Se ha llegado a un punto en el que un puñado de individuos que no sabían nada del gobierno han despojado al país de su realeza", afirma Ipuer y añade: "La sala del juicio, sus archivos, han sido saqueados, los despachos públicos allanados y las listas del censo destruidos, los funcionarios son asesinados y sus documentos robados.
..". Pero el desorden no afecta sólo a la monarquía o a la administración ; el caos se ha apoderado de todos los ámbitos del sistema: "El Nilo golpea y no se labra..., las mujeres son estériles, ya no se concibe..., los pobres se han apoderado de la riqueza y quien no tenía ni sandalias es ahora dueño de inmensas fortunas..., las puertas, columnatas y muros arden..., el desierto se abate sobre el país, los nomos son destruidos y los asiáticos han llegado a Egipto desde el exterior". Ignoramos hasta qué punto el conservador Ipuer está cargando las tintas, pero a nadie se le podrá ocultar que la inmensa cantidad de trabajadores dependientes que eran alimentados con raciones públicas pueden ser un tremendo foco de conflictividad social conducidos a la inanición, por lo que los detractores de la revuelta popular pueden estar equivocados (y no deja de ser sorprendente que se elimine la percepción del conflicto achacando las razones del desorden a elementos externos inconsolables, sean dioses o agentes climáticos, de manera que los beneficiarios de las desigualdades quedan exonerados de toda responsabilidad). Ipuer no alude a las causas que originan la anarquía. La alusión a los extranjeros es sospechosa y, en cualquier caso, aparece cuando ya reina el desorden. No obstante, da la impresión de que la anarquía no es absoluta, pues al frente del estado se encuentra un faraón al que el sabio recomienda firmeza: "la justicia está contigo, pero lo que tu propagas por todo el país con el murmullo de la revuelta, es la confusión.
.. Ordena, pues, que se te rindan cuentas" No sabemos cuánto duró el caos, si afectó al territorio más allá de Menfis, ni cómo acabó; en realidad ignoramos si realmente existió. En cualquier caso, los monarcas de la VIII dinastía parecen onomásticamente vinculados a los de la VI, lo que se considera como una restauración del poder central. Uno de los miembros, Aba, llega incluso a construir su propia pirámide en Sakkara y conocemos documentos correspondientes a otros diecisiete faraones. Los últimos monarcas son conocidos por decretos dictados en favor del visir de Coptos, que pueden interpretarse en la doble vía del incremento del poder de los nomarcas, pero al mismo tiempo también recuerdan la tutela, aunque sea simbólica, que Menfis sigue ejerciendo sobre el Alto Egipto. El Delta, por su parte, ha sido arrebatado a la autoridad central por invasores asiáticos. El Egipto Medio se va articulando en torno al nomarca de Heracleópolis, próximo a El Fayum por su entrada meridional. El nomarca Meribré Kheti I se autoconcede la titulatura oficial del faraón y establece un poder absoluto de facto sobre todo el valle hasta Asuán. Este es el fundador de las dos dinastías heracleopolitanas divididas entre sí por Manetón por razones que no conocemos. En principio no parece que la herencia menfita autoasignada por Kheti I fuera contestada por otros nomarcas; la continuidad afecta a la propia Menfis, que sigue siendo capital administrativa y Sakkara, seguramente, necrópolis real.
Por tanto, el tránsito de la VIII a la IX dinastía no se realiza de forma conflictiva, da más bien la impresión de un cambio de familia reinante. Prácticamente no sabemos nada más sobre la historia política de la IX dinastía. Es más, los datos disponibles no justifican una separación respecto a la siguiente. La X dinastía se mantiene en el poder durante un siglo aproximadamente. Conocemos algunas secuencias de las relaciones diplomáticas establecidas entre los monarcas heracleopolitanos y los gobernadores de los nomos. La situación está en plena efervescencia, pues ciertos nomarcas pretenden ensayar la fortuna de la independencia; por otra parte, se aprecian ciertas tendencias unificadoras cuando constatamos la presencia de un nomarca que gobierna sobre varios nomos y, además, se establecen alianzas entre nomos para contestar el poder heracleopolitano. Ankhtifi, el nonarca de Hierakómpolis, al sur de Luxor, dejó en su tumba una autobiografía en la que nos hace saber su fidelidad al rey de Heracleópolis; este Ankhtifi unió bajo su mando, además, el nomo de Edfú y atacó la ciudad de Armant, en el nomo de Tebas (Luxor), donde se habían acantonado su ejército y el de Coptos, el nomo aliado. No sabemos cuál fue el desenlace; es improbable que saliera derrotado, pues habría omitido toda la información. Quizá no llegó a haber enfrentamiento pues Ankhtifi tampoco se jacta del triunfo. Hizo entonces frente a la hambruna que se había declarado tanto en el Alto Valle como en el norte y la mitigó con grano del sur, demostrando así su capacidad energética.
En Tebas gobernaba su enemigo Antef I, que pertenece a una familia en la que varios personajes, con titulatura real según se desprende de la Cámara de los Antepasados de Karnak, repiten el nombre de Antef y el de Montuhotep, lo que ha causado serias complicaciones en la restauración de la dinastía, cuya importancia estriba en el hecho de que constituye el origen de la XI dinastía, fundadora del Reino Medio. Entretanto, algunos nomos permanecen neutrales y cuando se produce el enfrentamiento más directo entre Tebas y Heracleópolis, los príncipes locales saben mantenerse en la posición adecuada para conservar en sus manos y en las de sus descendientes los nomos respectivos, en algún caso ininterrumpidamente hasta bien entrada la XII dinastía . Por el contrario, el nomo de Asiut mantuvo unas estrechas relaciones con la casa reinante de Heracleópolis, hasta el punto de que sus nomarcas llevaban los mismos nombres que los faraones heracleopolitanos y alguno de los príncipes fue educado en la corte; su fidelidad impidió que la familia gobernara el nomo por más de tres generaciones. El monarca más destacado en Heracleópolis es Kheti III, cuya época se reconstruye a través de un texto, "Las Instrucciones a Merikaré", que se le atribuye a pesar de las dudas sobre su autoría. Kheti III es contemporáneo de Antef II de Tebas, el cual consigue al final de su reinado controlar prácticamente la totalidad del Alto Egipto, excepto el nomo de Asiut.
Y puesto que en las Instrucciones se recomienda a Merikaré que no se enfrente a Tebas, se supone que Merikaré es el autor del texto en el que justifica su pasividad frente al enemigo meridional como una orden paterna. En tales condiciones no es de extrañar que Kheti III se preocupe especialmente por la situación en el Delta, que aparentemente se va recomponiendo bajo su autoridad tras la expulsión de los invasores. En efecto, allí instala colonos para reactivar la producción agrícola y para evitar nuevas penetraciones de nómadas. Cuando Merikaré recibe el reino la situación parece estabilizada. El sur está bajo control del nuevo jefe tebano Antef III, que ha conseguido el dominio incluso del nomo de Asiut y que pronto es sucedido por su hijo Montuhotep II. Nada sabemos de la sucesión de Merikaré, ni de cómo se opera la toma de poder de Heracleópolis por Montuhotep. El hecho cierto es que hacia el año 2000 Egipto queda reunificado tras el esfuerzo antagónicamente coincidente de Tebas y Heracleópolis. Daba comienzo el Imperio Medio.