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Postmodernidad

Desarrollo


En el caso de la caída del comunismo, tanto en la antigua URSS como en Europa del Este, el "efecto demostración", transmitido por unos medios de comunicación instantáneos y más fieles que nunca, jugó un papel decisivo, destruyendo la presunta omnipotencia de aquellos regímenes. Idéntico "snowballing" (literalmente: efecto de bola de nieve) se ha producido en otras partes del mundo, como Hispanoamérica. Además, el cambio parece mucho más irreversible que el que tuvo lugar durante los años de entreguerras: si entonces se produjo un reflujo que tuvo como consecuencia nada menos que la aparición del fascismo, ahora sólo se han producido fenómenos de autoritarismo o de cesarismo democrático en países africanos o hispanoamericanos -el Perú de Fujimori, la Venezuela de Chávez...- menos trascendentes, de cualquier modo, para el conjunto del mundo que la Alemania de los años treinta. Pero si ése es el balance positivo que se puede hacer de esta "tercera oleada", al mismo tiempo también se debe constatar su debilidad. Por más que una treintena de naciones haya llevado a cabo su transición desde mediados de los años setenta hasta los noventa, una ojeada superficial al mundo permite constatar que hay continentes enteros, como África, en que las circunstancias económicas y sociales ponen todo tipo de obstáculos al desarrollo de la democracia, mientras que en Medio Oriente y en Asia las razones que hacen aparecer barreras aparentemente infranqueables son de carácter cultural.

En este panorama de carácter general, merece la pena señalar que la situación existente en la Europa Central y Balcánica poscomunistas resulta bastante satisfactoria, en especial estableciendo una comparación con las repúblicas de la antigua URSS. Además, esta afirmación vale tanto en el terreno de la vida política como en el de la economía. A veces, las noticias de prensa acerca del mundo poscomunista transmiten la impresión de que, al tratar de este área geográfica, hay que hablar de conflicto y no de democracia. De los veintisiete países poscomunistas hay algunos que no tienen nada de democráticos como puede ser el caso de Turkmenistán, Uzbekistán y Serbia pero en este último cuando se han realizado elecciones, a pesar de no reunir las condiciones exigibles, las cifras globales parecen indicar el deseo de la mayor parte de la población. La mención a estos tres casos nos permite constatar una geografía de la libertad que resulta coincidente con la de la prosperidad económica y que distingue a la Europa del Este y a los países de la antigua URSS. Incluso cabe establecer una clara diferencia en los primeros entre la Europa Central y la Balcánica. Así se aprecia en materia de libertades políticas y vigencia de los valores democráticos. De acuerdo con los criterios objetivos elaborados por organismos independientes del mundo occidental, en Europa Central el régimen de libertades resultaba aceptable a mediados de los noventa, con la excepción de Eslovaquia y, en los Balcanes, con la de Rumania.

En cambio, de los que formaban parte de la URSS sólo en los países bálticos existía una situación parecida. Relativamente tolerable era la situación de Rusia, Armenia y Ucrania, mientras en la antigua Yugoslavia sólo Eslovenia podía presentar una equivalencia en grado de libertad a los Estados de Europa Central. Aun así, estos últimos países han tenido problemas políticos de gravedad, relacionados, por ejemplo, con un sistema de partidos muy inestable y una espectacular volatilidad del electorado que triplica, al menos, el de Europa Occidental. El aprecio del ciudadano por el sistema democrático sufrió una pronta quiebra en los primeros años de su vigencia y hoy, aun habiéndose recuperado, está claramente por debajo de Europa del Sur, que hizo su transición en los años setenta. No obstante, aun así, la situación es mucho mejor que en Rusia. En Polonia, por ejemplo, la satisfacción con la democracia pasó en los noventa de un tercio a tres cuartos de los ciudadanos -en la República Checa parece haber sido más alta-, cifras situadas muy por encima de las de Rusia. Otra cuestión política importante en Europa Central se refiere al regreso de los comunistas al poder en Polonia (1993) y Hungría (1994). Como el fenómeno tuvo un carácter general, Michnik pudo hablar de una "restauración de terciopelo", en paralelo con la revolución previa. Pero estas victorias electorales -como la de los ex comunistas en Lituania (1992)-, según el propio Michnik, no significaron una vuelta al pasado.

Los ex comunistas llegaron al poder a menudo en colaboración con otras fuerzas y habían cambiado ya de forma sustancial su ideario. El presidente de Polonia, Kwasniewski, por ejemplo, había sido uno de los más aperturistas negociadores con "Solidaridad". En el fondo, este fenómeno constituyó la demostración de que la democracia se estaba convirtiendo en la única posibilidad política vigente y de que la antigua oposición anticomunista debía someterse a las mismas exigencias ante el elector que sus adversarios. En general, en toda Europa Central ha habido alternancia política real y escasos problemas con las minorías: el caso de la secesión de Eslovaquia se solucionó de un modo no sólo pacífico sino ejemplar. En los Balcanes, la alternancia se ha producido en Bulgaria y Rumania tan sólo a mediados de los años noventa, pero tampoco se han producido problemas graves con las minorías. Como veremos, el caso yugoslavo resultó diametralmente distinto testimoniando que allí, como en la antigua Unión Soviética, el nacionalismo se había convertido en un sustitutivo de la antigua ideología totalitaria. Un ensayista francés, Jacques Julliard, ha llegado a escribir que ese género de nacionalismo es "el fascismo del futuro". En realidad, parece más oportuno describirlo como un autoritarismo o una dictadura tradicional apoyada en un sentimiento de identidad más que en una ideología: en este sentido, sería más correcto afirmar que, en el mundo poscomunista, las posibilidades no democráticas más cercanas a la realidad tienen mucho más que ver con un régimen cercano a lo que fue el franquismo que con el fascismo propiamente dicho.

La evolución de la economía está, como es lógico, muy relacionada con el juicio de la población respecto al régimen político. En todos los países del área poscomunista ha sido imprescindible una profunda reforma económica: en Europa del Este, por ejemplo, el porcentaje de la producción en manos del Estado variaba entre el 65 y el 97%. Los cambios que han tenido lugar han respondido a dos modelos distintos, la terapia de choque o la actuación más lenta, pero siempre han producido un resultado a corto plazo negativo que, de todos modos, lo ha sido mucho menos que el obtenido en la antigua Unión Soviética. En 1992, ningún país poscomunista tuvo crecimiento positivo, excepto Polonia; en toda Europa del Este, la disminución de la renta per cápita debió ser del orden del 25% pero las cifras variaron mucho. Durante el período 1989-1993, la inflación fue del 52% en la República Checa, pero en Polonia los precios se multiplicaron por siete (en Armenia y Tayikistan, en la antigua URSS, lo hicieron por 100 y 70, respectivamente). La producción industrial se mantuvo en los años cruciales en un volumen aproximado de dos tercios de la cifra previa en Europa del Este, pero en Yugoslavia fue de tan sólo un tercio. En general, en Europa Central no hubo una resistencia dramática a la reforma económica y a partir de 1993 se produjo un crecimiento, que resultó muy rápido en alguno de esos países. No es casual que existiera esta diferencia en lo que respecta al modo de realizar la transición económica entre la Europa del Este y la antigua Unión Soviética.

En parte, se explica por la subsistencia de unos sectores económicos privados -la agricultura polaca, por ejemplo- pero también de tradiciones culturales previas. De cualquier modo, un papel fundamental en la prosperidad económica se explica por la realización completa de una reforma política e institucional capaz de crear un marco estable e igual para todos, de cara al desarrollo económico. Lo fundamental ha sido crear una "sociedad económica" más que un mercado absolutamente libre desde el primer momento; es decir, sentar unos fundamentos en forma de reglas e instituciones antes de poner en marcha la competencia. De hecho, en la antigua URSS, la privatización ha podido producir desastres a corto plazo cuando no se había creado el imprescindible marco para que el mercado funcionara con normalidad.

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