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Desarrollo


Manuscritos y ediciones Hemos citado varias veces el manuscrito de la Biblioteca (deberíamos llamarla Biblioteca Real, pues fue iniciada por Felipe II y muchos de sus volúmenes procedían de entregas hechas por los monarcas españoles) del Monasterio de San Lorenzo del Escorial. Ya vimos que Harrosse la cita y seguramente es esta pista la que puso en movimiento a los primeros editores, de que hablamos más adelante. Antes de llegar a ellos veamos título de la obra. Este título estaba ya previsto por Cieza, que en el proemio a la Primera Parte prometía que la segunda trataría: Del señorío de los yngas yupanques, reyes antigüos que fueron del Perú, y de sus grandes hechos y gobernación, qué números dellos hubo y los nombres que tuvieron; los templos tan soberbios y suntuosos que edificaron, caminos de extraña grandeza que hicieron, y otras cosas grandes que en este reino se hallan. Este título tan largo no fue el que luego le dio a su obra. El manuscrito de El Escorial, que es copia hecha como hemos visto para el Presidente del Consejo de Indias, Juan de Sarmiento, lleva el título siguiente: Relación de la sucesión y gobierno de los / yngas señores naturales que fueron / de las provincias del Perú y otras / cosas tocantes a aquel reyno. A este título más conciso, se añadía para / el Ilmo señor don Juan Sarmiento / Presidente del Consejo Real de Yndias;19. Jiménez de la Espada utiliza para su edición este texto de la biblioteca escurialense, a la que diputa como malísima --detestable por todo extremo20-- pero que corrigiendo su mala transcripción, es el que ha quedado como definitivo, hasta el punto de que todas las ediciones posteriores no hacen otra cosa que reproducirlo, con ligerísimas variantes, como veremos.

El propio erudito español hace referencia a otra copia seguramente la de El Escorial, en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia21, y otra en poder de D. José Sancho Rayón más correcta que la del Escorial, según sus palabras-- que tiene la ventaja de ofrecer un texto más amplio del primer capítulo conocido, que es el 3? de la obra. Pasemos a las ediciones. Parece obligado reconocer, pese a las dificultades que la rodearon, que la primera edición de esta Segunda Parte o Señorío de los Incas22 fue la intentada por el sabio presbítero Señor la Rosa según lo llama Jiménez de la Espada23. Se trata en realidad de una edición non-nata. La inició González de la Rosa en Edimburgo en la imprenta de Ballantayne, Hanson and Company, en relación con el librero Trübner, pero agotados sus fondos, no pudo llevarla a cabo y quedó en lo que en términos de imprenta se llaman capillas, pliegos sin encuadernar, hoy rarísimos. Gayangos, que hizo el catálogo de manuscritos hispanos de la Biblioteca del Museo Británico. Debió hacerse con un ejemplar, que Portas asegura se halla en la colección de este erudito en la Biblioteca Nacional de Madrid, y Horkheimer24 afirma existía otro en la Biblioteca de Berlín. González de la Rosa, cuando aparece la edición de Jiménez de la Espada, queriendo reivindicar su primacía en la identificación del autor del anónimo escrito de la Biblioteca de El Escorial, acusa al sabio español de haber copiado su texto, dando lugar a una bizantina polémica, en la que Jiménez de la Espada explica que nada tuvo que ver en ello.

Aranibar25 pormenoriza esta quisquillosa discusión, llegando a concluir que los dos editores (el frustrado González de la Rosa y Jiménez de la Espada) obraron paralelamente. Así pues, la primera edición completa de esta obra es la que hizo en 1880 Jiménez de la Espada, y muy justamente Aranibar26 dice de ella que la lección del manuscrito, de Jiménez es limpia y confiable, como todas las suyas, y versión standard27 del Señorío. El texto fue ilustrado con numerosas notas, cuya finalidad sustantiva era purgar al manuscrito de los infinitos errores introducidos en su texto por un bárbaro copiante... Curiosamente, esta obra, cuyo valor analizamos más adelante, ha tenido pocas ediciones posteriores. Hay una de 1883 del peruanista británico Sir Clemens R. Markham, que no es otra cosa que la traducción del texto editado de Jiménez de la Espada, cuyas notas reproduce, con alguna aclaración suya sobre términos en quéchua. Hasta sesenta años después no aparece una nueva edición, esta vez a cargo del competente autor argentino Alberto Mario Salas28, que también sigue el standard de Jiménez de la Espada y sus notas, pero con importante aportación suya y un sustancioso prólogo. Sólo hay una nueva traducción al inglés, hecha por Harriet de Onís (esposa del filólogo español Federico de Onís) y preparada por el prolífico von Hagen, que hace un pastiche de la Primera y Segunda partes de la obra de Cieza. Y hasta ahora sólo hay otra más, a la que nos hemos referido frecuentemente en esta introducción, que es la de Carlos Aranibar29, probablemente la más completa y con mayor erudición, aparte de sano e inteligente juicio sobre Cieza de León y su obra.

Salvo algún pequeño y disculpable error (que hemos corregido cuando aparece), es un modelo de información. Sigue --como él mismo anuncia-- el texto restituido por Jiménez de la Espada, incluso las notas. Al llegar al capítulo LIV, en el que ya notó el sabio español que había frases confusas o quizá un vacío en la copia (que nos hemos permitido aclarar en esta edición), Aranibar introduce un capítulo LV, que varía, naturalmente, la numeración de los siguientes. En esta edición se ha conservado la misma establecida por Jiménez de la Espada y las otras ediciones citadas, salvo la de González de la Rosa. Aranibar introduce en su edición --y en ello le hemos seguido en la nuestra-- el comienzo del cap. III, que fue citado por Jiménez de la Espada en un pequeño opúsculo en que se defiende de las acusaciones del presbítero suramericano30, y que parece que estaba en la copia del señor Sancho Rayón, de que hemos hablado. Como ya Jiménez de la Espada había editado (en 1880, recuérdese) su cuidadosa presentación del Señorío, se contentó con mencionar este nuevo trozo de la obra de Cieza. Se recordó que Cieza en su Primera Parte hace frecuente mención a la Segunda, indicando a veces el número del capítulo. En una de estas ocasiones dice que tratará del diluvio en el tercer capítulo de la segunda parte, y como el fragmento hallado posteriormente a la edición de 1880 trata precisamente de este tema, Aranibar con buen juicio lo ha antepuesto, y en esta edición se hace lo mismo.

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