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De ningún faraón se conservan tantos retratos como de Tutankhamon, desde el coloso de Karnak hasta los 430 ushebtis de su tumba. Un egipcio antiguo diría que este favor, como el de la conservación de su hipogeo -caso único entre los de los faraones-, se debió a la gratitud de Amón por haber vuelto a poner a Egipto en el camino de la verdadera fe. La vitrina dedicada a los ushebtis en el Museo de El Cairo parece el escaparate de un almacén de juguetes, todos parecidos pero desiguales: son las estatuillas de 365 trabajadores (uno por cada día del año), 36 capataces (uno por cada semana de diez días) y otros doce por cada mes, todos dispuestos a reemplazar al faraón en las tareas que a éste se le encomendasen en el otro mundo. Como dice la inscripción de uno de ellos, "palabras pronunciadas por parte del Osiris del rey Nab-kheperu-Re: sea ensalzado este ushebti si se le nombra o se le llama. El Osiris Tutankhamon es amado a las fincas del dios para cultivar los campos, regar las riberas y transportar la arena del este al oeste". El ushebti debía contestar entonces que estaba dispuesto. Quedan por reseñar los dos artículos más notables que figuraban en la sala de los vasos canópicos, aneja a la del sarcófago y donde se guardaban las partes blandas extraídas de la momia: el armario de los vasos y la estatua de Anubis, patrono de los embalsamadores, el dios sombrío que como dice el "Libro de los Muertos", merodea como un perro negro en torno a los cementerios.

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