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Datos principales


Desarrollo


Llegada del tirano a Burburata Este mismo día que llegó, hizo desembarcar toda la gente, y se alojaron en la playa, donde estuvieron aquella noche; y otro día, de mañana, envió algunos de sus amigos al pueblo, que estaba media legua del puerto, los cuales hallaron el pueblo sin gente, yermo, que toda la gente estaba huida por temor de los dichos tiranos; y hallaron en el pueblo un soldado de los marañones que se habían pasado al fraile con Monguía, llamado Francisco Martín, piloto, el cual les dijo que se volvía a la compañía del dicho tirano Lope de Aguirre, y luego se lo llevaron a la mar, y el tirano le hizo muchas caricias, y le preguntó por el suceso de Pedro de Monguía, y Arteaga, y Alonso Gutiérrez los había engañado a todos, y uno a uno los habían desarmado; y desque los tuvieron ansí, apellidando la voz del Rey, se hicieron con el fraile; y que él y los demás no habían podido hacer otra cosa, por estar sin armas; y que él, sabido que venía, vino a buscarle y servirle; y que algunos de sus compañeros, que andaban por allí muertos de hambre y desnudos, tenían el mismo deseo que él; y que, sabida su venida, tenía por cierto que lo vernían a servir. Y luego el tirano le dio de vestir a este soldado, y escribió con él una carta muy amorosa para los que él decía, y le mandó que los fuese a buscar, y les diese la carta y se los trajese; y él fue y anduvo por allá dos o tres días, y se volvió diciendo que no los había hallado. Este mismo día, antes que el tirano fuese en la Burburata, mandó matar un portugués, llamado Farias, que era de los que en la Margarita se le habían llegado.

La causa que para le matar tuvo, dijeron que no fue otra sino haber preguntado este soldado si aquella tierra en que estaban, si era isla o tierra firme. Este día mandó el tirano ir toda la gente al pueblo, y él se quedó el postrero de todos, haciendo quemar los navíos que allí había traído; y llegado al pueblo, aposentó en él su gente, y él vivía más recatado que hasta allí, y con más guardia en su persona; y mandó juntar y recoger en el dicho pueblo, y a la redonda dél, todas las cabalgaduras que se pudiesen haber, que serían como hasta veinticinco o treinta, y las más, yeguas por domar; y ciertos soldados de los que fueron a buscar las cabalgaduras, vinieron empuyados, de lo cual se enojó tanto el tirano, que mandó pregonar guerra a sangre y fuego contra el Rey de Castilla y sus vasallos, salvo aquellos que se quisiesen pasar a ellos, que los aseguraba, y a los demás, todos, que los matasen, so pena que el soldado de los suyos que no matase a los que topase, le matasen a él por ello. Prendieron a un Alcalde del dicho pueblo, llamado Chaves, que le hallaron en un hato suyo, cuatro leguas del pueblo, y él, dicen que se lo quiso, por ver si podría granjear alguna cosa. Detúvose aquí diez y ocho días, domando las cabalgaduras, para llevar en ellas la munición y hato, y viendo que tenía necesidad de más para poderlo llevar todo, escribió una carta a los vecinos de la Nueva Valencia, que estarían diez o doce leguas de allí, la tierra adentro, diciéndoles que él determinaba de ir por su pueblo, y si no por otro camino derecho, a Barchicimeto y al Tocuyo, y que, para aviarse, tenía necesidad de que cada vecino del pueblo le enviase un caballo, y que se lo pagaría muy bien en joyas de oro y plata; y que enviasen con los caballos personas de fiar, donde no, que no podía dejar de irse a ver con ellos, y les haría todo el daño que pudiese; pero los vecinos de la Valencia no respondieron.

Mató en este pueblo de la Burburata un mercader que había tomado en el monte, llamado Pero Núñez, porque se quejó que un soldado de los marañones le había tomado una barreta de oro de sesenta pesos, que tenía dentro de una botija de aceitunas enterrada, y que el soldado había desenterrado la botija y llevádosela con el oro. Y llamando el tirano al soldado, le preguntó por el oro, y él negó, diciendo que la botija no tenía tal cosa dentro; y queriéndolo el tirano averiguar, preguntó al Pero Núñez, mercader: "¿qué señas tiene la botija?", y él dijo que una tapadera con yeso; y el tirano dijo al mercader, que quien en aquello mentía, también se presumía que mentiría en lo demás; y le mandó dar luego garrote por mentiroso. Y la principal cosa porque le hizo matar fue, que cuando trujeron a este mercader preso del monte donde estaba escondido, el tirano le habló bien, y le preguntó por qué se huía, y le respondió que de miedo; y replicó el tirano, y le dijo que le dijese qué decían dél por allá; y el Pero Núñez rehusó, y dijo que no nada: y el tirano le dijo que dijese todo lo que dél decían, y el mercaderer respondió: "Dicen, señor, muchas cosas que#", "Decidlas y no tengáis miedo, que yo os aseguro mi palabra que no se os hará mal ninguno". Y luego, el mercader comenzó a decir: "Dicen, señor, que vuestra merced y todos los que andan en su compañía son luteranos, malos y crueles." Y el tirano se enojó y le dijo: "¡Bárbaro, nescio!" Y se quitó una celada de acero que en la cabeza traía, y le amagó a dar con ella, y enojado desto lo mató.

Mandó asimismo ahorcar aquí un soldado de sus marañones llamado Pérez, al cual halló el tirano fuera del pueblo, echado junto a un arroyo de agua, que estaba malo; y preguntándole el tirano que qué hacía allí, le respondió que estaba muy malo, y el tirano le dijo: "Luego, desa manera, señor Pérez, no podréis seguir esta jornada; bueno será que os quedéis." Y el Pérez le dijo: "Sea como vuestra merced mandare." Y vuelto el tirano a su posada, mandó luego a sus ministros que le trujesen a este soldado, diciendo: "¡Tráiganme acá a Pérez, que está malo; curarlo hemos y hacerle hemos algún regalo!" Y traído, le mandó luego ahorcar, porque quisiera este maldito que ninguno mostrara voluntad de quedarse, sino que todos le siguiesen, aunque fuese arrastrando; y después de muerto, le pusieron un rótulo en los pechos que decía: Por inútil y desaprovechado. Rogáronle los más de sus capitanes por este soldado, que le diese la vida; y respondió, muy enojado, que nadie le rogase por hombre que estuviese tibio en la guerra. Hallaron en este pueblo de la Burburata algunas mercaderías enterradas y escondidas, de paño y de lienzo y cosas de comer, y muchas pipas de vino, todo lo cual los dichos tiranos comieron y robaron; y no contentos con beber el vino en más cantidad que había menester, cocían con ello la carne y guisaban sus comidas; y hubo algunos que desfondaban las pipas por una parte y se metían desnudos en ellas a lavarse, y en bateas se lavaban muchos los pies las más de las noches; cierto, cosa de gran destruición y lástima.

Estando ya de camino para la Valencia el perverso tirano, se huyeron dos soldados que habían deseado siempre el servicio de Su Majestad; el uno llamado Pedrarias de Almesto, y el otro Diego de Alarcón, a quien siempre el tirano había traído desarmados, por no se fiar dellos, y porque entendía el tirano que no le habían de ser amigos; y como los echó menos, hizo grandes bramuras, diciendo blasfemias, y que si él creyera a sus amigos, él los hobiera hecho pedazos; y mandó luego detener el campo otros dos días en el pueblo, y envió a prender a Chaves, el alcalde que antes había preso, y trayéndole delante dél le dijo: "Sabed que si no me buscáis los dos soldados que se me han huido, que es el uno Pedrarias y el otro Alarcón, que os tengo de llevar vuestra mujer e hijos, y la mujer de don Julián de Mendoza, vuestra hija; por eso, abrí el ojo y hacé lo que digo, si queréis excusar que no haya una gran cruedad en vosotros." Y el dicho Alcalde, con gran diligencia, procuró de buscar a los dichos soldados; y como en aquellos dos días no los pudo hallar, el perverso tirano les llevó las mujeres al dicho Alcalde y Alguacil mayor, don Julián, y dejó el pueblo quemado y destruido y robado, y las mujeres todas a pie, que serían diez o doce; y caminando hacia la Valencia, llevaba los tiros de artillería y municiones en los caballos que allí había habido, y los soldados cargados con sus armas y hato y comida. En este pueblo dejó, de su propia voluntad, tres soldados enfermos, que se decía uno Paredes y otro Ximénez y otro Marquina.

Luego que los vecinos de la gobernación de Venezuela supieron que el tirano había desembarcado en la Burburata, y pretendía entrar por la tierra adentro, temiendo sus crueldades y maldades, de que ya estaban los vecinos de la Venezuela avisados, y de Barchicimeto, que son los dos pueblos más cercanos a la mar, y camino por do el tirano había de pasar, se huyeron al monte llevando consigo sus mujeres e hijos y hacienda, no les pareciendo que eran parte para se poder defender; pero los vecinos de la ciudad de Tocuyo, que están más lejanos de la mar, que es donde residía al presente el Gobernador, que era el licenciado Pedro Pablo Collado, tuvieron más ánimo y mostraron más valor; y todos ellos, con su Gobernador, acordaron que, poniendo sus mujeres e hijos en cobro, ellos aventurasen sus personas a todo peligro, por servir a Dios y a su Rey. Y luego el dicho Gobernador nombró oficiales de la guerra en nombre de Su Majestad; e hizo Capitán general a un Gutiérrez de la Peña, vecino del dicho Tocuyo, y que había sido gobernador en el Tocuyo antes que el licenciado Collado; y asimismo hizo a otros vecinos capitanes y alférez. Y luego el dicho Gutiérrez de la Peña, capitán general, juntó toda la gente del Tocuyo, en que había solos cuarenta y dos hombres de caballo con lanzas y escampiles, y adargas de cueros de vaca crudos y, con el estandarte Real alzado, se partió para la ciudad de Barchicimeto, que es doce leguas del dicho Tocuyo, hacia la mar, de manera que salieron al camino al tirano, apellidando y enviando a llamar toda la gente que había en la dicha gobernación, de los pueblos de Nira y Coycas y otras partes; y previniendo asimismo al capitán Pero Bravo, que estaba cuarenta leguas del pueblo de Tocuyo en otro pueblo llamado Mérida, término del nuevo Reino de Granada, y llegados a Barchicimeto, se aposentaron en el pueblo, y los vecinos dél, que andaban al monte, sabida la nueva de la venida del General y vecinos del Tocuyo, se vinieron a juntar con ellos, que serían con los unos y con los otros ochenta hombres de a caballo, con las armas y aderezos que habemos dicho; y poniendo las guardias y espías en los caminos para que los tiranos no pudiesen venir sin que ellos lo supiesen y entendiesen, y alzando de los caminos todos los ganados y comidas que se pudieron alzar, esperaron allí al tirano.

Y desde a pocos días vino al pueblo de Coycas un Diego García de Paredes, vecino del dicho pueblo de Coycas, con algunos otros, sus amigos, y traían tres o cuatro arcabuces, que era la mayor fuerza de la gente de Venezuela, y con su venida se holgaron mucho, y le dieron el cargo de Maese de campo de Su Majestad, y cada día venían gentes de toda la Gobernación a servir a Su Majestad. Partido el tirano de la Burburata la vía de la Nueva Valencia, como se ha dicho, aquel día, yendo caminando por la playa de la mar, vieron venir una piragua que venía hacia el pueblo de la Burburata, y parescíales que venía en ella gente española; y pensando hacer el tirano alguna presa, caminando un poco adelante hacia una sierra, ya que se vido encubierto de la vista de la mar, paró e hizo alojar allí su campo; y siendo de noche, el mismo tirano tomó consigo veinticinco o treinta arcabuceros, y volvió al dicho pueblo, y dividiendo la gente que llevaba, unos por una parte y otros por otra, mandó buscar las casas del pueblo, y que prendiesen a cuantos hallasen; y él solo se puso también a buscar por su parte, y no hallaron a nadie. Y, ciertamente, los que aquella noche fueron con él, no sé yo cómo se pueden excusar de culpa, porque nunca hasta allí había habido mejor coyuntura para le matar, si los que allí iban desearan el servicio de Su Majestad, y principalmente el de Dios; porque el tirano se quedó solo buscando las casas, y con el abundancia de vino que había, se emborrachó, y cualquiera con facilidad lo pudiera matar allí, que estaba fuera de la guardia de sus amigos; pero ellos no quisieron o no se atrevieron.

Pudo ser que no cayesen en ello, o que Dios no fuese servido que por entonces muriese. Y desta vuelta que hizo a la Burburata se le huyeron otros tres soldados de sus marañones, llamados Rosales, Acosta, Jorge de Rojas; y con el mucho vino que llevaban en el cuerpo, el tirano y sus compañeros, no los echaron de menos hasta la mañana. En el entretanto que el tirano volvió a la Burburata, hubo en su campo algún alboroto y revueltas, y la causa fue ésta. En el lugar del alojamiento había falta de agua, y fuéronla a buscar a unas quebradas de montañas lejos de allí, adonde ciertos indios del servicio de los dichos tiranos hallaron en el monte cierta ranchería de gente que estaba por allí escondida, los cuales se huyeron, sintiendo la gente que buscaba el agua. En esta ranchería hallaron cierto hato y cosas que los que allí estaban, con la prisa de huir, se habían dejado, y entre estas cosas, una capa conoscida de un Rodrigo Gutiérrez, marañón, que habemos dicho que se pasó al fraile con Monguía, y una probanza de abono que había hecho ante la justicia de la Burburata; y en esta probanza había sido testigo el Francisco Martín, piloto, que habemos dicho también que era de los Monguía y se había vuelto a servir al tirano a la Burburata; y como se leyese la probanza y se viese en ella el dicho de Francisco Martín, que abonaba mucho al Rodrigo Gutiérrez, un mayordomo del tirano Lope de Aguirre, y a quien él había dejado el cargo del campo cuando el tirano volvió a la Burburata, enojado del dicho Francisco Martín, piloto, por lo que había dicho Rodrigo Gutiérrez, le dio de puñaladas, y acudiendo otros amigos del tirano, lo acabaron; y un soldado, llamado Arana, de los amigos y paniaguados del tirano, le tiró un arcabuzazo, y errando al dicho Francisco Martín, dio a otro soldado que estaba cabe él, preso, que decían que se había querido huir aquella noche, que se llamaba Antón García, y le mató; y ansimismo murieron ambos a dos.

Algunos, y los más del campo, tuvieron por muy cierto que el dicho Arana quiso matar al dicho Antón García, so color de que tiraba al otro; y así, al dicho Arana no se le dio nada, y dicen que dijo que se fuese el que él mató a su cuenta, que el General, su señor, lo ternía por bien; y a esta causa hubo los alborotos, porque unos loaban lo hecho y otros lo vituperaban; pero el dicho Arana, como buen amigo y servidor del tirano, fue a muy gran priesa a la Burburata y avisó al tirano de lo que pasaba en su campo, y él se volvió allá con toda brevedad, y se holgó de lo hecho. Otro día, por la mañana, partió de allí, prosiguiendo su viaje para la Nueva Valencia, adonde, por el mal camino y aspereza de la tierra, los soldados dejaron en ella la mayor parte del hato que llevaban a cuestas; y asimismo se quedaron allí ciertos tiros de artillería de hierro que no los pudieron subir las cabalgaduras que llevaban. Trabajaron mucho el tirano y sus secuaces y amigos en subir la munición, cargándola y descargándola muchas veces, y aliviando las cargas a las cabalgaduras que se les cansaban, y repartían entre sí las cargas y ellos las llevaban a cuestas; y el mismo Lope de Aguirre iba cargado también con harto peso de la dicha munición; y trabajó aquí tanto, que cayó malo, y tanto, que el día que llegó a la Valencia, se apeó de un caballo en que iba, no se pudiendo tener en la silla, y se tendió en el suelo como muerto, y algunos soldados que con él se hallaron lo llevaron ellos mismos a cuestas, y otros le hacían sombra a manera de palio con una bandera; cosa, cierto, vergonzosa y mala, y de que no se pueden escapar de que tenían mucha culpa, porque entonces llevaba muy poca guardia, y fuera cosa muy fácil matarle, porque como él estaba malo, había enviado adelante a la Valencia todos sus amigos para que tomasen el pueblo; y aún dicen que el dicho tirano, fatigado con su enfermedad, les decía a veces: "¡matarme, matarme!", que tampoco podía ir en la hamaca; y en viendo alguna sombra, se arrojaba en ella y se tendía en el suelo; y así le llevaron a cuestas más de media legua, y algunos de los que agora blasonan y se publican por muy servidores de Su Majestad.

Y esto no lo vide yo, porque andaba en los montes huido con mi compañero Diego de Alarcón, porque hasta que me prendieron y volvieron al tirano, no supe nada desto, como adelante se contará. Y desde a pocos días, el tirano convalesció y quedó bueno de su enfermedad. Hallaron este pueblo de la Valencia también despoblado como el de la Burburata y a la redonda dél se hallaron ciertas yeguas y potros. Aquí se estuvieron veinte días o más, domando las cabalgaduras, que todas eran cerreras, para llevar su artillería y munición, y para encabalgar algunos de sus capitanes y amigos. Y como viese el tirano que toda la gente de los pueblos por donde hasta allí había venido se huían, y ninguno se venía a él, como pensaba, blasfemaba, y renegando, decía muchas veces que no creía en tal si la gente de aquella tierra no eran peores que bárbaros, y pusilánimes y cobardes; y que ¿cómo era posible que nadie hasta allí se les hubiese pasado, y que aquestos solos rehusasen la guerra, que desde el principio del mundo los hombres la habían armado y seguido, y aun en el cielo la había habido entre los ángeles cuando echaron dél a Lucifer? Y ansí se quejaba desto este tirano, como si él fuera bueno y llevara alguna impresa justa y santa. En este pueblo de la Valencia mandó ahorcar un soldado de sus marañones, llamado Gonzalo Pagador, porque salió un tiro de arcabuz del pueblo a coger cierta fruta que llaman papayas, porque había mandado que nadie saliese sin su licencia, y mandolo colgar del mismo árbol que había cogido la fruta.

Pasado esto, los soldados que atrás digimos que se huyeron de la Burburata, de los dos primeros, el uno llamado Pedrarias de Almesto, y el otro Diego de Alarcón, habiendo pasado grande hambre y sed por las montañas, escondiéronse deste perverso tirano; ya cansados del mucho trabajo, acordaron, por mejor servir a Su Majestad, de salir al pueblo de la Burburata, apellidando la voz del Rey, y hacer a los vecinos del dicho pueblo que alzasen bandera por el rey don Felipe, nuestro señor; y así lo pusieron por obra; y un día, a medio día, entraron en la plaza del dicho pueblo de la Burburata, y, poniéndose en medio della los dichos dos soldados, comenzaron a dar voces diciendo: "¡Quien está en este pueblo, salga a servir al Rey, que a eso venimos; y álcese bandera por el Rey, nuestro señor, que aquí nos juntaremos gente para destruir a este perverso tirano!" Y acabado de decir esto, salieron de sus casas siete y ocho vecinos y soldados, mostrando voluntad de hacer lo que el dicho Pedrarias y Alarcón estaban diciendo. Y por más asegurarlos, vienen el alcalde Chaves y don Julián de Mendoza, alguacil mayor del pueblo, con sus varas, diciendo: "¡Caballeros, viva el Rey, que por él tenemos estas varas, y hacerse ha como vuestras mercedes lo dicen!" Y, como se vieron del dicho Pedrarias y Alarcón, arremetieron con ellos los vecinos y alcalde y alguacil mayor, con grandes voces, diciendo: "¡Sed presos, traidores! ¡Viva el general Lope de Aguirre!" Y el Pedrarias, como vido la traición, comenzose a defender con su espada; y prendieron a Diego de Alarcón; y al Pedrarias, viendo que se defendía como podía, cargaron todos del Alarcón, y le dejaron, y no le prendieron por entonces.

Y luego echaron muchas prisiones al dicho Alarcón, y el Pedrarias se tornó a huir al monte, adonde anduvo otros cuatro días; y como le aquejaba la hambre, hobo de venir a buscar comida de noche, a una estancia en la cual le tenían puestas espías; y a cabo deste tiempo, a media noche, le tomaron dentro en un bohío, y allí le prendieron el don Julián con otros cuatro del pueblo, y lo trujeron adonde estaba preso el Diego de Alarcón, y les echaron dos colleras de hierro a cada uno, y una cadena que, a ser de oro, había bien para gastar; y les contaron por qué lo hacían, y que era porque el tirano les había llevado sus mujeres, y que las querían rescatar a trueque de sus cabezas, pues el tirano se las llevaba. Y porque Pedrarias preguntó al alcalde Chaves que por qué tenía la vara del Rey en la mano, siendo tan gran traidor, fue el Alcalde y tomó una lanza que estaba allí, cabe él, y le tiró una lanzada, estando con la cadena y unas esposas a las manos. Y viendo el Alcalde la presa que había hecho, dio luego aviso por la posta al perverso tirano, para que enviase gente por ellos; y como vido que tardaban, apercibió la gente del pueblo y les mandó, de parte de Su Majestad, que llevasen los dichos dos soldados y los entregasen al dicho tirano Lope de Aguirre. Y el Pedrarias y Alarcón pidieron confesión a un clérigo que se había hallado allí a aquella sazón, el cual rehusaba de hacerlo por miedo del tirano, y en fin, confesó a los dichos dos soldados; y luego la gente que estaba apercibida para ir en guarda destos dos soldados, y con ellos el alguacil mayor don Julián de Mendoza, a media noche, hicieron que comenzasen a caminar el Alarcón y Pedrarias, y los llevaron en una cadena, y cada uno con dos collares al pescuezo; y después de haber caminado como seis leguas aquella noche y el día siguiente, estando ya como tres leguas o cuatro de la Valencia, donde estaba ya el tirano alojado, el uno dellos, llamado Pedrarias, llamó al D.

Julián para que le pusiese bien la cadena, con propósito de le quitar la espada y darle con ella, o soltarse de las prisiones, y habíale sucedido bien, sino que su compañero se estaba quedo y decía: "¿para qué es eso, sino morir como cristianos?" Y el dicho Pedrarias, como vido que no había podido salir con lo que quiso hacer, se echó en el suelo y les rogó muy encarecidamente que le cortasen allí la cabeza, porque con ella cumplirían, y les darían sus mujeres, porque no determinaba de ir a dar aquel contento a Lope de Aguirre y a otros traidores; que por mayor pena tenía aquello, aunque no lo hobiesen de matar, que no morir antes de llegar allá. Y viendo los que lo llevaban que no quería caminar, sino morir allí, acordaron entre todos cortarle la cabeza; y así le dieron a escoger cómo quería que lo matasen, y él respondió que para hacer más presto, que amolasen un cuchillo o una espada, y que lo degollasen con ella; y así lo pusieron por obra, que el Don Julián de Mendoza tomó una espada ancha que llevaba, y la amoló en una piedra junto a un arroyo que allí estaba, y se vino al dicho Pedrarias y le tornó a rogar que caminase, y que quizá podría ser en aquel comedio hobiese remedio; y el Pedrarias le respondió que lo soltase, pues él había venido a servir al Rey, y que aquello que hacían era gran traición; y el D. Julián respondió que más quería su mujer, que después, a Roma por todo. Y así dijo el Pedrarias: "Pues hacé lo que habéis de hacer, que yo soy muy contento; que yo muero por lo que estamos obligados, que es por servir a Dios y al Rey.

" Y el D. Julián le tomó por la barba diciendo que dijese el credo; y respondió: "Creo en Dios y que sois un gran traidor." Y diciendo esto, pasó los filos de la espada dos o tres veces por la garganta, y como la sangre saltó, el D. Julián se cortó y turbó, y no hizo más; y el dicho Pedrarias se quedó desangrando con una grande herida en el pescuezo, y así, creyendo que lo había degollado, lo dejaron estar toda aquella noche, hasta que amanesció; y como fue Dios servido que no pasasen los filos el gasnate, quedó vivo; y viendo que estaba de aquella manera tornáronle a rogar que llegase adonde el tirano estaba, y aunque no quería, sino que le acabasen de matar, a ruego de todos, caminó y llegaron a donde el tirano estaba, el cual hubo algunos de sus amigos que, como supieron la llegada destos dos soldados, le pidieron albricias al tirano por su venida; que todo lo que se va diciendo es bien público, y por probanzas parescerá más bastantemente declarado. Así que, llegados a Valencia, mandó el tirano a parte de sus amigos, y a otros que no lo eran tanto, para que metiesen prenda, que antes de llegar adonde estaba, les diesen de agujazos y los hiciesen pedazos; y así, salieron ciertos, que no se dicen sus nombres, y comenzaron a decir a los dos soldados: "¿Pues cómo en poder de nuestros enemigos nos dejábades y os íbades al Rey? ¿Qué pensábades?" Y el Pedrarias respondió, ya más fuera de juicio: "Y pues que hayamos de morir, ya está hecho; ¿qué remedio?" Y estando en esto, llegó nueva del tirano Lope de Aguirre que los llevasen delante dél, que les quería hablar; y así, aquestos sus ministros, no tuvieron lugar de ejecutar sus intenciones ruines, y lleváronlos delante del tirano, el cual les dijo: "¿Pues qué es lo que habéis hecho? Pues, por vida de Dios, que venís a buen tiempo, que yo tenía prometido de dos marañones de sus pellejos hacer un atambor y agora se cumplirá; y veremos si el rey D.

Felipe, a quien fuistes a servir, si os resucitará; que, por vida de Dios, que ni da vidas ni sana heridas." Y luego se entró en el aposento adonde estaba su hija, a poner una cota y celada; y quieren decir que fue, cierto, la hija la que le rogó que no matase a Pedrarias, y que por su ruego lo hizo. Y así, cuando salió de su aposento, contó cierto que en todos los romanos, del cual nunca se acuerda ninguno de qué manera fue, porque unos estaban con gran pesar de ver a los dos soldados en el paso tan peligroso, y otros que se cree que de gozo no cabían por ver en qué entender; y en fin, acabado su cuento, arremetió con el dicho Pedrarias y lo abrazó diciendo: "A éste quiero dejar vivo, y a ese otro hacedlo luego pedazos." Y luego al Diego de Alarcón lo tomaron entre aquellos crueles sayones, y un Carrión, mestizo, alguacil mayor del campo, y le llevaron desde la posada del tirano por las calles, y entre los toldos del campo con un pregonero que decía en alta voz: "Esta es la justicia que manda hacer Lope de Aguirre, fuerte caudillo de la gente marañona, a este hombre, por servidor del Rey de Castilla. Mándale hacer cuartos. Quien tal hizo que tal pague." Y así, le cortaron la cabeza, y hecho cuartos lo pusieron en palos en una manera de plaza, y la cabeza en el medio en el rollo; y decía a voces el tirano, con muchos soldados alrededor de la cabeza del Diego de Alarcón: "¡Ah, caballeros soldados, qué nescio quedara Pedrarias si estuviera como su compañero, que no viene el Rey de Castilla a resucitarle!" Y al Pedrarias le decía que abriese el ojo, que ni el Rey le diera la vida, ni le sanaría la herida.

Y luego mandó curar al dicho Pedrarias de Almesto, y le perdonó echándole cargo que mirase lo que había hecho por él, que, cierto, fue cosa de gran milagro que Dios había inspirado en el tirano para no usar de su gran crueldad; y cosa que es insólita, y que hasta allí el dicho tirano no había usado con otro ninguno; y luego le dieron seis puntos en la herida al dicho Pedrarias de Almesto, de la cual se pensó muriera. Envió deste pueblo el dicho tirano a su capitán, Cristóbal García, con gente a una laguna muy poderosa que estaba cerca de la Valencia, y llámase esta laguna Carigua, que hay en ella muchas islas pobladas de indios, que le habían dicho al tirano que algunos vecinos de la Valencia estaban allí escondidos, y que tenían consigo la mayor parte de la ropa y hacienda de todo el pueblo, y les mandó que en todo caso procurasen de entrar dentro, y prendiese a los que hallase, y trujese la ropa; y fue Dios servido que no hubiese efecto, porque ciertas balsas de caña que hicieron no pudieron sustentar peso sobre el agua, que luego se sumían e iban al fondo en entrando en ellas, y así se volvieron sin hacer nada. Luego vino nueva que el alcalde Chaves, de la Burburata, envió a decir al tirano que tenía preso a Rodrigo Gutiérrez. Este soldado es de los que pasaron con Monguía al fraile. Y también decía el alcalde Chaves que enviase por él, el cual prendió el traidor del Alcalde en la iglesia de la Burburata, que el dicho Diego Gutiérrez se había huido a ella y metídose dentro; y allí fue el dicho Alcalde y le echó prisiones, y lo tenía a recaudo esperando a que el tirano enviase por él; el cual, como lo supo, envió luego a gran priesa y placer a Francisco de Carrión, su Alguacil mayor, con doce soldados, para que se lo trajesen; pero el dicho Gutiérrez se dio buena maña a cohechar un negro que lo guardaba, que se soltó de las prisiones antes que llegasen los que iban por él; que le valió no menos que la vida; y los dichos soldados se volvieron sin él, de que el tirano rescibió mucha pena, y riñó mucho al dicho su Alguacil mayor y soldados, porque no habían muerto al dicho alcalde Chaves, pensando que él lo había soltado. Y desde a pocos días, según se dijo, el alcalde Chaves envió a avisar al tirano por una carta suya como los vecinos de la gobernación de Venezuela se juntaban contra él, y habían alzado estandarte Real, y que convocaban toda la tierra comarcana, pidiendo socorro hasta el Nuevo Reino de Granada, por lo cual el tirano apresuró su partida.

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