La diversidad sevillana
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Datos principales
Rango
Barroco14
Desarrollo
El auge económico de la Sevilla de Felipe III impulsó una importante actividad pictórica dominada por la personalidad de tres artistas dispares: Pacheco, Roelas y Herrera el Viejo. Sus diferentes estilos e intereses restaron homogeneidad al foco sevillano, que sólo a partir de la segunda década de la centuria empezó a interesarse por las fórmulas del naturalismo barroco.Francisco Pacheco (1564-1649) fue el más respetado maestro sevillano de la época, en cuyo taller se formaron algunos de los principales pintores de la siguiente generación, como Velázquez y Cano . Sus obras, académicas y arcaizantes, prolongaron en el XVII la tradición del romanismo manierista imperante en el último tercio del siglo anterior, etapa a la que realmente pertenece su estilo (serie para la Merced de Sevilla, con Alonso Vázquez, entre 1600 y 1611; museos de Sevilla, de Barcelona y Bowes Museum de Barnard Castle).Sin embargo, su condición de intelectual y erudito le llevó a desempeñar un importante papel en el mundo barroco como definidor de la iconografía de la doctrina católica, por cuya ortodoxia se mostró especialmente preocupado. Prototipos tan sevillanos como la Inmaculada niña, de manos juntas, silueta cerrada y erguida sobre el creciente de la luna, o los Crucificados con cuatro clavos y la cabeza caída hacia delante, fueron creados por él, tanto en sus cuadros como en su tratado "Arte de la Pintura", publicado en 1649.
En este texto, además de fijar la iconografía de la Contrarreforma, recoge sus preocupaciones teóricas, defendiendo el carácter noble y liberal de la pintura, e incluye también una parte dedicada a la práctica y técnica pictóricas.Artista muy diferente fue Juan de Roelas (h. 1560-1625), quien introdujo en Sevilla una nueva sensibilidad vinculada al sensualismo y colorido venecianos, quizás aprendidos en Italia o durante sus estancias en la corte de Madrid y Valladolid, entre 1597 y 1602. Ordenado sacerdote antes de esta última fecha, en 1603 fue nombrado capellán de la colegiata de Olivares (Sevilla), iniciando a partir de entonces una floreciente carrera en tierras andaluzas, sólo interrumpida por los años que pasó en Madrid, desde 1616 a 1621, en los que trató sin éxito de convertirse en pintor real.Autor de grandes lienzos de altar, con factura suelta a la manera veneciana, gusta de plasmar en ellos detalles anecdóticos y actitudes expresivas tomadas del natural, que anuncian la evolución posterior de la pintura sevillana. Concebidos en dos registros, uno terrenal y otro celestial, concede en ellos un especial protagonismo a los fondos luminosos, de cualidades algodonosas y envolventes, con los que se adelanta a los rompimientos de gloria del pleno barroco (Adoración del Nombre de Jesús, 1604-1605, y Circuncisión, 1606, ambos en la capilla de la Universidad de Sevilla; Visión de San Bernardo, 1611, Hospital de San Bernardo, Sevilla; Martirio de San Andrés, h.
1610-1615, Museo de Bellas Artes, Sevilla).Francisco de Herrera el Viejo (h. 1590 hacia 1657) es un pintor más joven, cuya actividad se prolonga hasta los años centrales del siglo. Formado, quizás, con Pacheco y en el conocimiento de Roelas, su lenguaje presenta ya el interés por el realismo expresivo propio de la nueva etapa, aunque prefiere un particular colorido, de gamas armonizadas, a los efectos tenebristas.Su fuerte personalidad se deja sentir en la energía de su técnica, fluida a la manera veneciana, y en la caracterización de sus modelos, que protagonizan sus no muy logradas composiciones (Apoteosis de San Hermenegildo, h. 1620, Museo de Bellas Artes, Sevilla; San Basilio dictando su doctrina, Museo del Louvre, París). Entre lo mejor de su producción se encuentran los lienzos que pintó para el colegio franciscano de San Buenaventura de Sevilla entre 1627 y 1629, dedicados a la vida del santo, encargo que fue terminado por Zurbarán . En ellos emplea un intenso naturalismo, quizás influido por las escenas de género realizadas por Velázquez en su etapa sevillana (San Buenaventura recibe el hábito de San Francisco, Museo del Prado, Madrid).
En este texto, además de fijar la iconografía de la Contrarreforma, recoge sus preocupaciones teóricas, defendiendo el carácter noble y liberal de la pintura, e incluye también una parte dedicada a la práctica y técnica pictóricas.Artista muy diferente fue Juan de Roelas (h. 1560-1625), quien introdujo en Sevilla una nueva sensibilidad vinculada al sensualismo y colorido venecianos, quizás aprendidos en Italia o durante sus estancias en la corte de Madrid y Valladolid, entre 1597 y 1602. Ordenado sacerdote antes de esta última fecha, en 1603 fue nombrado capellán de la colegiata de Olivares (Sevilla), iniciando a partir de entonces una floreciente carrera en tierras andaluzas, sólo interrumpida por los años que pasó en Madrid, desde 1616 a 1621, en los que trató sin éxito de convertirse en pintor real.Autor de grandes lienzos de altar, con factura suelta a la manera veneciana, gusta de plasmar en ellos detalles anecdóticos y actitudes expresivas tomadas del natural, que anuncian la evolución posterior de la pintura sevillana. Concebidos en dos registros, uno terrenal y otro celestial, concede en ellos un especial protagonismo a los fondos luminosos, de cualidades algodonosas y envolventes, con los que se adelanta a los rompimientos de gloria del pleno barroco (Adoración del Nombre de Jesús, 1604-1605, y Circuncisión, 1606, ambos en la capilla de la Universidad de Sevilla; Visión de San Bernardo, 1611, Hospital de San Bernardo, Sevilla; Martirio de San Andrés, h.
1610-1615, Museo de Bellas Artes, Sevilla).Francisco de Herrera el Viejo (h. 1590 hacia 1657) es un pintor más joven, cuya actividad se prolonga hasta los años centrales del siglo. Formado, quizás, con Pacheco y en el conocimiento de Roelas, su lenguaje presenta ya el interés por el realismo expresivo propio de la nueva etapa, aunque prefiere un particular colorido, de gamas armonizadas, a los efectos tenebristas.Su fuerte personalidad se deja sentir en la energía de su técnica, fluida a la manera veneciana, y en la caracterización de sus modelos, que protagonizan sus no muy logradas composiciones (Apoteosis de San Hermenegildo, h. 1620, Museo de Bellas Artes, Sevilla; San Basilio dictando su doctrina, Museo del Louvre, París). Entre lo mejor de su producción se encuentran los lienzos que pintó para el colegio franciscano de San Buenaventura de Sevilla entre 1627 y 1629, dedicados a la vida del santo, encargo que fue terminado por Zurbarán . En ellos emplea un intenso naturalismo, quizás influido por las escenas de género realizadas por Velázquez en su etapa sevillana (San Buenaventura recibe el hábito de San Francisco, Museo del Prado, Madrid).