La casa, mobiliario y calles
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Datos principales
Rango
Vida cotidiana
Desarrollo
En el Siglo de Oro español la casa reflejará las distintas formas de parentesco existentes en la sociedad. Aunque la familia nuclear determina residir en una vivienda nueva respecto a la de los padres, la vieja casa sigue siendo el lugar de convivencia familiar. De esta manera, la casa se adaptará de manera flexible a las exigencias del régimen familiar y a sus necesidades socioeconómicas. La mayoría de las viviendas eran propiedad de la gente que las habitaba aunque también existían alquileres que se firmaban habitualmente en el día de San Juan. Las casas dependían de la zona donde se ubicaban, siendo lo habitual las unifamiliares de dos o tres plantas. La casa común tenía una entrada que daba acceso a un patio central donde en la planta baja se disponen las estancias más utilizadas -cocinas, salones, almacenes-mientras que en las plantas superiores estaban las habitaciones. También existían casas de vecindad, muy parecidas a las actuales "corralas" que estaban constituidas por un gran patio central en cuyo derredor se situaban las viviendas que solían tener dos piezas: una sala y una alcoba. El mobiliario y el ajuar estarían en consonancia con el nivel económico y social de los habitantes aunque los objetos no eran muy abundantes. Una mesa y algunos bancos eran las piezas fundamentales. Las sillas apenas aparecían ya que lo habitual era sentarse sobre el suelo o en cojines. Las camas podían ser de madera pero eran casi un escaso lujo por lo que lo normal era dormir sobre redes que se colgaban sobre clavos o colchones tendidos en el suelo.
Las cocinas eran el centro de reunión y su ubicación era un evidente indicador sociológico. Mientras en los barrios burgueses se ubicaban en la planta baja, en las zonas nobiliarias se ubicaba en el primer piso. La calefacción se mejoró bastante con el uso de braseros donde se quemaba huesos de aceituna mientras que la iluminación se obtenía mediante lámparas de aceite o candelabros de plata o cobre. Los nobles habitan en amplios caserones cuyo exterior es de aspecto sobrio, apareciendo siempre en la fachada el escudo familiar tallado en piedra. Las ventanas abiertas al primer piso están cubiertas con celosías. En su interior se encuentran tres espacios a los que se accede en función de la familiaridad respecto a los inquilinos: el de respeto -habitación introductoria ricamente decorado-, el de cumplimiento -a donde acceden las visitas, dividiéndose los espacios por sexos- y el de cariño -zonas íntimas del hogar como los dormitorios-. A pesar de la riqueza de los moradores, las casas solían carecer de cuartos de baño y retretes, haciendo las necesidades en unos recipientes llamados "servidores" que eran arrojados a la calle por la noche, dando origen a la famosa frase "agua va". Esta sería una de las razones por la que la higiene en las calles brillaba por su ausencia. Carecían de piso -hubo que esperar hasta 1658 para que en Madrid se empedraran las plazas de Palacio y la subida del Retiro-, las aceras no existían y los portales eran utilizados como retretes.
Las calles servían como último lugar donde acababan los desperdicios de las casas y los excrementos de sus habitantes. Esta es la razón del pregón que se lanzó en Madrid el 23 de septiembre de 1639: "Que ninguna persona vacíe por las ventanas y canalones de agua, ni inmundicias, ni otras cosas, sino por las puertas de las calles; en verano las pueden vaciar a las once dadas de la noche y en invierno dadas las diez de ella; pena de cuatro años de destierro y 20 ducados a los amos que consintieren y 100 azotes y seis años de destierro a los criados y criadas que lo echaren y de pagar los daños que hicieren". Los viajeros extranjeros consideran las calles de la Villa y Corte como las más sucias y peor olientes del mundo, comentando Brunel que "se las perfumaba a diario con más de 100.000 libras de inmundicia". Incluso podemos afirmar que la contaminación atmosférica fue bastante notable tal y como menciona Juanini en su tratado, donde demostraba que "el no llegar a los viejos depende del ambiente salitroso y de las exhalaciones de vapores de los excrementos continuos que en sus calles se arrojan y mezcladas las unas con las otras, causan enfermedades que en breves días matan sin saber ni poder muchas veces calificar el género de la enfermedad".
Las cocinas eran el centro de reunión y su ubicación era un evidente indicador sociológico. Mientras en los barrios burgueses se ubicaban en la planta baja, en las zonas nobiliarias se ubicaba en el primer piso. La calefacción se mejoró bastante con el uso de braseros donde se quemaba huesos de aceituna mientras que la iluminación se obtenía mediante lámparas de aceite o candelabros de plata o cobre. Los nobles habitan en amplios caserones cuyo exterior es de aspecto sobrio, apareciendo siempre en la fachada el escudo familiar tallado en piedra. Las ventanas abiertas al primer piso están cubiertas con celosías. En su interior se encuentran tres espacios a los que se accede en función de la familiaridad respecto a los inquilinos: el de respeto -habitación introductoria ricamente decorado-, el de cumplimiento -a donde acceden las visitas, dividiéndose los espacios por sexos- y el de cariño -zonas íntimas del hogar como los dormitorios-. A pesar de la riqueza de los moradores, las casas solían carecer de cuartos de baño y retretes, haciendo las necesidades en unos recipientes llamados "servidores" que eran arrojados a la calle por la noche, dando origen a la famosa frase "agua va". Esta sería una de las razones por la que la higiene en las calles brillaba por su ausencia. Carecían de piso -hubo que esperar hasta 1658 para que en Madrid se empedraran las plazas de Palacio y la subida del Retiro-, las aceras no existían y los portales eran utilizados como retretes.
Las calles servían como último lugar donde acababan los desperdicios de las casas y los excrementos de sus habitantes. Esta es la razón del pregón que se lanzó en Madrid el 23 de septiembre de 1639: "Que ninguna persona vacíe por las ventanas y canalones de agua, ni inmundicias, ni otras cosas, sino por las puertas de las calles; en verano las pueden vaciar a las once dadas de la noche y en invierno dadas las diez de ella; pena de cuatro años de destierro y 20 ducados a los amos que consintieren y 100 azotes y seis años de destierro a los criados y criadas que lo echaren y de pagar los daños que hicieren". Los viajeros extranjeros consideran las calles de la Villa y Corte como las más sucias y peor olientes del mundo, comentando Brunel que "se las perfumaba a diario con más de 100.000 libras de inmundicia". Incluso podemos afirmar que la contaminación atmosférica fue bastante notable tal y como menciona Juanini en su tratado, donde demostraba que "el no llegar a los viejos depende del ambiente salitroso y de las exhalaciones de vapores de los excrementos continuos que en sus calles se arrojan y mezcladas las unas con las otras, causan enfermedades que en breves días matan sin saber ni poder muchas veces calificar el género de la enfermedad".