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Barroco19

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Probablemente en función de en qué momento y lugar nos situemos encontraremos opiniones divergentes acerca de las distintas órdenes religiosas, porque de lo que no cabe duda es de que fueron determinantes en el proceso de formación de la sociedad colonial y las luchas de poder tuvieron en ellas unos espectadores no precisamente pasivos, cuando no fueron incluso protagonistas. Por poner un ejemplo, podemos recordar cómo de los franciscanos escribió Guaman Poma de Ayala que "en todo el mundo son amados y queridos y honrados", no habiéndose oído jamás queja alguna sobre ellos, pero no era la misma opinión la que tenía de los miembros de las otras órdenes, pues los agustinos según este cronista eran bravos, coléricos y carecían de caridad, y los dominicos bravos, soberbios y con poco temor de Dios. Sobre la estrecha relación de las órdenes con los distintos grupos de poder de las ciudades se puede recordar a modo de ejemplo cómo la riqueza de los agustinos de Potosí se explica por haber apoyado éstos a los vascos que explotaban las minas frente al resto de los españoles; fruto de ese intercambio de influencias, riquezas, caridades y rezos fue la capilla de Nuestra Señora de Aránzazu, patrona de los vascongados en el convento de la orden que se acabó a comienzos del siglo XVII. Hay que tener en cuenta que a la hora de establecerse en una ciudad y construir su casa jugaron un papel fundamental los patronos que o bien prestaban sus casas en un primer momento para que se pudiera celebrar misa y tuvieran albergue los nuevos religiosos, o bien financiaban los nuevos edificios.

Así se explica que el traslado de casa de una orden religiosa pudiera convertirse en un acontecimiento social, digno de ser narrado por la pintura, como sucedió en Morelia en 1738. La rivalidad entre las distintas órdenes religiosas fue también demasiado frecuente como para pasarla por alto: los muy establecidos franciscanos rivalizaron en Cajamarca por la extracción de piedra de una cantera con los betlemitas, orden dedicada a la atención hospitalaria que había sido fundada a mediados del siglo XVII en Guatemala precisamente por un franciscano y que conoció su auge en la primera mitad del siglo XVIII. Los pleitos que se produjeron fueron sin embargo sobre todo pleitos por evitar el establecimiento de nuevas órdenes por parte de las ya asentadas en una ciudad, lo cual no es extraño -también había sucedido en España- puesto que las obligaba a compartir con nuevos vecinos donaciones e ingresos que hasta entonces habían controlado. Los franciscanos por ejemplo -que habían sido los primeros en llegar a la Nueva España, en 1524- se opusieron a que se establecieran los carmelitas en Querétaro, y también fueron franciscanos los que se opusieron a que se establecieran los agustinos en San Luis Potosí (a éstos se les había permitido establecerse con el argumento de que conocían la lengua de los tarascos, lo cual era necesario para la atención a esos fieles), sin embargo, en un proceso lógico, años más tarde fueron agustinos y franciscanos los que se aliaron en la misma ciudad para evitar que se establecieran en ella los mercedarios.

Ricardo Palma recuerda las disputas entre dominicos, franciscanos y mercedarios sobre quiénes eran los más antiguos en Perú, pero también cuenta cómo se unieron olvidando rencillas para impedir que agustinos y jesuitas fundasen convento en Lima.Al ser la religión principal elemento de cohesión de la sociedad, no fue extraño que en un primer momento algunas órdenes religiosas asimilaran y utilizaran elementos de las religiones prehispánicas. Desde el punto de vista arquitectónico se puede comprobar por ejemplo en el convento de Santo Domingo en Cuzco, que fue edificado sobre el templo del sol o Coricancha indígena, parte de cuyo muro se conserva en la zona de la cabecera en la que se abre una galería que Mesa y Gisbert han considerado una capilla abierta, precisamente en el lugar en el que los incas habían adorado al sol, señor del Coricancha, sobre el que se levantó el templo cristiano. También en algunos santuarios se aprecia esa superposición de mensajes y sistemas figurativos que proceden de culturas distintas: la devoción a la Virgen promovió la construcción de espléndidos santuarios, unos se adaptaron al gusto local, como la iglesia de Santa María Tonantzintla, en México, (tonantzin significaría nuestra madrecita, es decir, la Virgen), con un interior que logra convertir el cielo de los españoles en paraíso indígena, y otros en cambio siguieron modelos europeos, como el que levantó Pedro de Arrieta entre 1695 y 1709 para recordar al mundo la milagrosa aparición de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego y que procede en última instancia del proyecto de Bramante para San Pedro del Vaticano.

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