Italia entre Napoleón y la Restauración
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Datos principales
Rango
Cd1018
Desarrollo
Aparte de otros lugares de Francia, la arquitectura representativa del poder napoleónico contó con edificaciones significativas en el extranjero, y especialmente en Italia, una anexión temprana y muy ambicionada desde el punto de vista cultural. Aunque no llegó a construirse, el más monumental de los proyectos italianos de este momento fue la reforma urbana planificada a partir de 1806 por Giovanni Antonio Antolini (1754-1842) en Milán: el Foro Bonaparte. Las colosales dimensiones de esta plaza circular en torno al Castello Sforzesco y los numerosos edificios públicos que incluía el proyecto lo hicieron poco viable y lo redujeron a un plan visionario. El monumento de representación napoleónica que sí se erigió en Milán fue el que luego se llamaría Arco della Pace, del arquitecto Luigi Cagnola (1762-1833). Se comenzó su construcción en 1807, con un diseño que recreaba, como los arcos triunfales de París, el monumentalismo conmemorativo romano, probablemente con el modelo del Arco de Constantino. Cuando se terminó en 1838 la decoración escultórica de P. Marchesi ya se había convertido en monumento nacionalista lombardo.Otra intervención urbana destacada y llevada felizmente a término fue la remodelación de la Plaza de San Marcos de Venecia. Se derribó en 1807 la iglesia de San Zimignan y en 1810 se levantó en su lugar la denominada ala napoleónica, según el sopesado proyecto de G. M. Soli (1745-1822), que consiguió completar con extraordinario virtuosismo esta plaza histórica.
Entre los arquitectos italianos de este momento encontramos un singular respeto, al tiempo que una marcada sensibilidad, por los monumentos de la propia tradición y por los conjuntos urbanos históricos que se proponen enaltecer. El arquitecto romano Giuseppe Valadier (1762-1839) trabajó en la restauración de monumentos con fidelidad histórica. Aunque realizó algunos edificios propios, descuella fundamentalmente por sus remodelaciones y embellecimientos del entramado urbano de Roma. Su intervención más afamada es la reforma de la Piazza del Popolo, proyectada en época de Napoleón , pero que no se ejecutará sino en el momento de la Restauración, con Pío VII , entre 1816 y 1820.Durante el sometimiento de Nápoles a José I y al general Murat se inician algunas reformas significativas en esta ciudad. El francés E. C. Leconte (1762-1818) intervino en las remodelaciones del Palacio de Caserta y de la Opera de San Carlo (1809), luego reformada por Antonio Niccolini (1772-1850). Pero en el Nápoles de Murat sobresale el acierto de la construcción comenzada por Leopoldo Laperuta en 1808 y completada por Pietro Bianchi (1787-1849) durante la Restauración borbónica: la columnata abierta para una plaza porticada que después, con Fernando I, se convertiría en ambiente sacro emblemático con la iglesia de San Francesco di Paola (1816-24).Es de destacar en cualquier caso la continuidad y resonancia que conocen los proyectos napoleónicos de construcción en la época de la Restauración.
Cuando la casa Saboya retorna a Turín se hace erigir en esta ciudad la iglesia de la Gran Madre di Dio, cuyos planos se encargaron a F. Bonsignore (1767-1843), y se abre la plaza Vittorio Veneto, un gran espacio porticado diseñado por Giuseppe Frizzi (1797-1831). Ambos proyectos fueron trazados en 1818 y denotan continuismo con respecto a los principios de representación clásica rigorista -a su vez de ascendencia italiana- del período de Bonaparte. Con todo, desde el punto de vista ideológico son el nacionalismo y la involución sus rasgos característicos. Esto fue un comportamiento generalizado después de 1815 en una Europa papista y que parecía haber extraviado sus altares y sus crucifijos al sobresaltarse con el paso de las tropas francesas.En la Roma posnapoleónica otra realización importante, además de la de Valadier, fue la galería de escultura conocida como el Braccio Nuovo del Vaticano. Obra comenzada en 1817 por Raffaelo Stern (1771-1820), constituye otro de los exponentes más llamativos en la tradición de construcciones museísticas que se inicia en esta época en toda Europa. Pero entre los arquitectos italianos de este período destaca por su originalidad Giuseppe Japelli (1783-1852). Japelli era discípulo de G. Selva (1751-1819), el francófilo remodelador del teatro La Fenice de Venecia, y diseñó, especialmente para Padua, interesantísimos proyectos que no se llevaron a cabo. El Café Pedrocchi (h. 1816-34) que construyó en Padua es una de las obras más singulares del romanticismo clasicista por sus combinaciones de escala y por su rara elegancia.
Incluso se le añadió en el año 37 un ala neogótica, una verdadera excepción en el panorama italiano. Se trata de un edificio entre palaciego y templario, pero destinado a cumplir sus funciones como lugar de charla y consumo burgués.Construcciones como las de Padua ponen de relieve que centros alejados de los grandes focos de la nueva arquitectura no cuentan necesariamente con obras de calidad menor. Esto se debe a la riqueza de las fuentes del rigorismo clasicista italiano, y a que la tradición abierta en el siglo XVIII orientada a la recuperación del purismo clásico había concluido ya muchos capítulos y se encontraba en un momento de afianzamiento al tiempo que había ganado nueva capacidad interpretativa. En la periferia europea encontramos igualmente los signos de madurez de este lenguaje arquitectónico purista.
Entre los arquitectos italianos de este momento encontramos un singular respeto, al tiempo que una marcada sensibilidad, por los monumentos de la propia tradición y por los conjuntos urbanos históricos que se proponen enaltecer. El arquitecto romano Giuseppe Valadier (1762-1839) trabajó en la restauración de monumentos con fidelidad histórica. Aunque realizó algunos edificios propios, descuella fundamentalmente por sus remodelaciones y embellecimientos del entramado urbano de Roma. Su intervención más afamada es la reforma de la Piazza del Popolo, proyectada en época de Napoleón , pero que no se ejecutará sino en el momento de la Restauración, con Pío VII , entre 1816 y 1820.Durante el sometimiento de Nápoles a José I y al general Murat se inician algunas reformas significativas en esta ciudad. El francés E. C. Leconte (1762-1818) intervino en las remodelaciones del Palacio de Caserta y de la Opera de San Carlo (1809), luego reformada por Antonio Niccolini (1772-1850). Pero en el Nápoles de Murat sobresale el acierto de la construcción comenzada por Leopoldo Laperuta en 1808 y completada por Pietro Bianchi (1787-1849) durante la Restauración borbónica: la columnata abierta para una plaza porticada que después, con Fernando I, se convertiría en ambiente sacro emblemático con la iglesia de San Francesco di Paola (1816-24).Es de destacar en cualquier caso la continuidad y resonancia que conocen los proyectos napoleónicos de construcción en la época de la Restauración.
Cuando la casa Saboya retorna a Turín se hace erigir en esta ciudad la iglesia de la Gran Madre di Dio, cuyos planos se encargaron a F. Bonsignore (1767-1843), y se abre la plaza Vittorio Veneto, un gran espacio porticado diseñado por Giuseppe Frizzi (1797-1831). Ambos proyectos fueron trazados en 1818 y denotan continuismo con respecto a los principios de representación clásica rigorista -a su vez de ascendencia italiana- del período de Bonaparte. Con todo, desde el punto de vista ideológico son el nacionalismo y la involución sus rasgos característicos. Esto fue un comportamiento generalizado después de 1815 en una Europa papista y que parecía haber extraviado sus altares y sus crucifijos al sobresaltarse con el paso de las tropas francesas.En la Roma posnapoleónica otra realización importante, además de la de Valadier, fue la galería de escultura conocida como el Braccio Nuovo del Vaticano. Obra comenzada en 1817 por Raffaelo Stern (1771-1820), constituye otro de los exponentes más llamativos en la tradición de construcciones museísticas que se inicia en esta época en toda Europa. Pero entre los arquitectos italianos de este período destaca por su originalidad Giuseppe Japelli (1783-1852). Japelli era discípulo de G. Selva (1751-1819), el francófilo remodelador del teatro La Fenice de Venecia, y diseñó, especialmente para Padua, interesantísimos proyectos que no se llevaron a cabo. El Café Pedrocchi (h. 1816-34) que construyó en Padua es una de las obras más singulares del romanticismo clasicista por sus combinaciones de escala y por su rara elegancia.
Incluso se le añadió en el año 37 un ala neogótica, una verdadera excepción en el panorama italiano. Se trata de un edificio entre palaciego y templario, pero destinado a cumplir sus funciones como lugar de charla y consumo burgués.Construcciones como las de Padua ponen de relieve que centros alejados de los grandes focos de la nueva arquitectura no cuentan necesariamente con obras de calidad menor. Esto se debe a la riqueza de las fuentes del rigorismo clasicista italiano, y a que la tradición abierta en el siglo XVIII orientada a la recuperación del purismo clásico había concluido ya muchos capítulos y se encontraba en un momento de afianzamiento al tiempo que había ganado nueva capacidad interpretativa. En la periferia europea encontramos igualmente los signos de madurez de este lenguaje arquitectónico purista.