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INTRODUCCIÓN La vida y la obra de Ruy Díaz de Guzmán han sido muy discutidas en la historiografía hispanoamericana. Díaz de Guzmán es un historiador paraguayo, nacido en Asunción, con un tercio de sangre india, es decir, hijo de un español y de una mestiza1. Nunca salió de América y sólo anduvo por sus tierras, en gran parte desiertas, el noroeste de la actual Argentina y algo de lo que hoy es Bolivia. Tres años estuvo en la joven ciudad de Buenos Aires, fundada, por segunda vez, en 1580. Su inspiración de historiador nació de causas desconocidas o por influencias posibles que vamos a detallar. Asunción, fundada como fuerte por Juan de Salazar de Espinosa el 15 de agosto de 1537, meses después de la primera Buenos Aires fundada con el nombre de Puerto de Buenos Aires y Ciudad del Espíritu Santo, el 3 de febrero de 15362, se convirtió en ciudad en 1541, cuando Domingo de Irala le dio un Cabildo3. Esta ciudad, que de tal sólo tenía el nombre, era, como decía un vecino de esos años, un pueblo de quinientos habitantes y quinientas mil turbaciones4. En ella, no obstante, había gente de incuestionable cultura. Los hombres de don Pedro de Mendoza, el primer adelantado del Río de la Plata, sabían que en su biblioteca había obras de Erasmo y de Virgilio5. No es desvariado que leyesen en latín esos libros que hoy no se leen, en ese idioma, en Universidades de la América hispana. Había un clérigo, Luis de Miranda, que escribía muy bien, enamoraba a los contados españoles y a las abundantes indígenas y fue el primer poeta del Río de la Plata.

A él se debe un romance que es la historia en verso, muy sintetizada, de la primera fundación de la Ciudad del Espíritu Santo, hoy Buenos Aires6. Otro conquistador era el bávaro Ulrico Schmidl, lansquenete y, cuando volvió a su patria, historiador de estas regiones con un libro que lo hizo aparecer como el primer cronista o evocador de la historia de la Argentina y del Paraguay7. Antes que Schmidl publicara su obra (Francfort, 1567) un español, en 1545, Pero Hernández, secretario del segundo adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, escribió dos notables relaciones que lo presentan como el primero e indiscutido historiador del Río de la Plata. Al mismo tiempo escribió Alvar Núñez Cabeza de Vaca, segundo adelantado y genealogista, que se entretenía con estas labores en su choza o rancho de la Asunción8. Sus memorias, con el relato de sus andanzas, viajes y persecuciones sufridas: obra llena de emoción, de datos históricos exactos y de observaciones etnográficas, etnológicas y geográficas, cada día tiene más valor9. Un clérigo, Martín González, que nosotros llamamos el Padre Las Casas del Paraguay, escribió cartas a las autoridades españolas de la Península, que reflejan, con su brillante crudeza, la vida sorprendente que llevaban los conquistadores de Asunción, cada uno casado con veinte, treinta y hasta cien indias simultáneamente. No faltaban escribanos, otros clérigos (uno, Juan Lezcano, fue autor de una comedia que se representó en Asunción) y otros conquistadores que escribían cartas y se muestran, en ellas, como hombres que sabían referir, describir y juzgar con un talento y un colorido que hoy no tienen muchos escritores de estos temas.

En fin: hasta las mujeres, como Isabel de Guevara, cuando era necesario, tomaban la pluma y escribían a la princesa doña Juana cartas que estremecen por su emoción y realismo. Paul Groussac creyó que esta carta debió componerla algún tinterillo de Asunción. Enrique Larreta la admira y transcribe párrafos, únicos por su expresión, en su breve y maravilloso relato de Las dos fundaciones de Buenos Aires10. El ambiente de Asunción, en que nació y vivió Ruy Díaz de Guzmán era, como vemos11, una mezcla de espadas y de plumas, de amores profundamente sensuales y de ilusiones o espejismos inalcanzables12. No es extraño que Ruy Díaz de Guzmán, hijo de la tierra y de la raza vasca mezclada con la guaraní, tomara a menudo la espada, para andar por las selvas, y la pluma, para escribir cartas, protestas, alegatos y, también, la primera gran historia del Río de la Plata y del Paraguay junto a él había otro historiador que hemos dejado para lo último a fin de hacer una comparación. Era el arcediano Martín del Barco Centenera. De su vida nos hemos ocupado varias veces13. Hasta se vio mezclado, en Lima con la inquisición. También era poeta y publicó en Lisboa, en 1602, su poema histórico La Argentina, que recogió el nombre que entonces jesuitas y conquistadores daban a estas tierras14. Centenera y Díaz de Guzmán fueron amigos y colegas. Ambos coinciden en muchos puntos. Ambos han pasado al futuro como fuentes que sirvieron de documentación a todos sus copistas: el Padre Pedro Lozano, el Padre José Guevara, el deán Gregoria Funes, en años de la independencia, y los historiadores posteriores, hasta que Eduardo Madero publicó su Historia del puerto de Buenos Aires15 y Paul Groussac hizo una edición crítica, admirablemente informada, de la crónica de Ruy Díaz de Guzmán.

Más tarde, los investigadores de la conquista hemos acudido al Archivo de Indias, de Sevilla, a las copias de documentos de este archivo hechas por el señor Gaspar García Viñas, con destino a la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, donde las utilizó, en mínima parte, Paul Groussac, y al Archivo Nacional de Asunción. Ruy Díaz de Guzmán vivía, insistimos, en una pequeña población donde no faltaban hombres y hasta mujeres de buena cultura. En sus viajes por el Alto Perú conoció, sin duda, lo mismo que en Paraguay, algunos cronistas e historiadores de Indias (no sus personas, sino sus libros...) y, por último, consta, por sus transcripciones, que no dejó de consultar el conjunto de documentos que todavía hoy, afortunadamente, se conservan en el Archivo Nacional de Asunción. Comparado con otros historiadores o cronistas de Indias hay que separarlo totalmente de ellos por algunas razones. En primer término por ser nativo de América y no de España; en segundo término por abarcar, en su mirada y relato, una parte del continente que no tiene la amplitud ni la riqueza de hechos que tienen otras tierras, como México, Nueva Granada o Perú. Es, como algunos de ellos, un testigo presencial, de vista, que puede ser considerado, en todo momento, irrecusable. En algunos instantes se nota, como dijimos, que leyó documentos hoy desaparecidos, del archivo de Asunción, que se hallaban en la Municipalidad o andaban entre familias. Es indudable que, tanto en Asunción como en el Alto Perú, consultó algunos cronistas que hablaban del descubrimiento del Río de la Plata y de otros acontecimientos que él no pudo conocer.

En todo lo restante, es testimonio de tradición directa o de presencia. Asimismo comete errores de fechas y lugares que la falta de memoria justifica y hace comprensibles. Lo mismo ocurrió a su colega, el presbítero Martín del Barco Centenera. No podemos compararlos, ni a uno ni a otro, con otro colega de Chile, español, nativo de Madrid y de padres navarros, Alonso de Ercilla y Zúñiga, que, en su Araucana, se revela como un gran poeta, de los mejores de su siglo y de su lengua, y como un inventor de discursos que atribuye a los indios para no dirigirlos él mismo a los reyes de España16. Díaz de Guzmán es un cronista mediocre, si lo parangonamos con los que forman el gran mundo de los historiadores de Indias, y de primera calidad si no lo alejamos de su Paraguay y del Río de la Plata. En este último sentido, su consulta se hace insustituible, tanto para confirmar lo que dicen los documentos de los archivos, como para completar lo que ellos no dicen. Por ejemplo, su testimonio es precioso, por no decir decisivo, cuando afirma que Juan de Garay, a quien él conoció, era un hidalgo vizcaíno. El carácter de vizcaína que atribuye a Garay viene a confirmar lo que dijeron otros cronistas que lo presentaron como vasco y no burgalés, según parecen decir dos documentos en que se le declara natural de Villalba de Losa, en la provincia de Burgos, próxima a Orduña, donde, indudablemente, nació17. En fin y en síntesis: Díaz de Guzmán merece conocerse por ser la voz de un semimestizo, hijo de un español y de una mestiza, que relató la historia de la conquista del Río de la Plata y del Paraguay, con su abuelo como uno de los principales protagonistas y con él mismo como uno de los partiquines de ese gran drama que fue El Paraíso de Mahoma, según unos, y el infierno de los odios, según otros. Su historia, por fortuna, no se ha perdido a pesar de vivir manuscrita durante largos años, como ocurrió con otra historia que debió ser notable: la del Padre Juan Pastor, jesuita, hombre de talento y de erudición. La obra de Pastor la leyeron no pocos estudiosos de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. En los párrafos que se han salvado, por trascripciones de otros historiadores, se descubren hechos de suma importancia, como la fundación de Buenos Aires por obra de don Pedro de Mendoza18. Tal vez, desgraciadamente, nunca encontraremos esta obra completa.

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