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Desarrollo


INTRODUCCIÓN La conquista de México (1519 a 1521) fue confrontación de culturas, asombro, sagacidad y violencia: encuentro de dos mundos. A la postre marcó también el comienzo del ser de un nuevo pueblo. En aislamiento de milenios habían florecido las culturas de Mesoamérica (el México antiguo). Anteriores a la era cristiana --desde por lo menos 1.200 a. C.-- fueron los misteriosos olmecas. Con ellos principió la alta cultura en esta parte del Nuevo Mundo. Más tarde (siglos I-VIII d. C.) surgieron los zapotecas, teotihuacanos, mayas y otros, creadores de grandes centros religiosos y ciudades. El esplendor azteca, apoyado en el legado de los toltecas (IX XI d. C.), databa de muy pocos siglos antes de la aparición de los Caxtiltlacah, los hombres de Castilla. Sin embargo, su gran metrópoli, México-Tenochtitlan, era testimonio de vieja herencia cultural: palacios, templos, mercados, esculturas de dioses pinturas murales, inscripciones jeroglíficas, ritos de sangre, sacerdotes, sabios guerreros, gente del pueblo y un gran señor, Moctezuma, siempre acatado y temido. En el extremo occidental del Mediterráneo, en medio de contactos e intercambios innumerables, se habían desarrollado los pueblos de Hispania. A una población autóctona --los iberos, ancestros tal vez de los vascos-- se sumaron las presencias y culturas de otros muchos: celtas, griegos, fenicios, romanos, cartagineses, godos y otros germanos, judíos y árabes, rica madeja de gentes, venidas de áfrica, Asia Menor y de otras partes de Europa mediterránea y septentrional.

Desde pocos siglos antes del encuentro con el Nuevo Mundo, la antigua y múltiple herencia de cultura florecía en varios reinos cristianos en lucha con los musulmanes. Fernando e Isabel habían consumado la victoria en 1492. Antes habían logrado unificar a sus reinos. El mismo año de 1492, desde España se emprendía la búsqueda de nueva ruta al Asia por el poniente. Entonces, sin que se tomara plena conciencia de ello, se inició el encuentro de dos mundos. Veintitantos años después --desde las Antillas--, en busca siempre de reinos tan ricos como Cipango y Cathay (Japón y la China), zarparon pequeñas armadas, una vez más, con rumbo al poniente. Así ocurrió el encuentro, ahora ya con Mesoamérica, el México Antiguo. Son varios los que han dejado testimonio acerca de ese encuentro, pacífico en sus comienzos, luego en extremo violento. Testimonios de primera mano son las Cartas de Relación de Hernando Cortés, así como los breves escritos del capitán Andrés de Tapia y de Francisco de Aguilar, soldado que más tarde se hizo fraile dominico. Otros relatos de los que se tiene noticia, también de conquistadores, se hallan hoy perdidos1. Habían supuesto algunos que los indígenas, derrotados y abatidos, fueron incapaces de dejar testimonio alguno de su encuentro y lucha con quienes, en un principio tuvieron por dioses y supieron luego eran hombres de Castilla. Conocemos ahora varios códices --libros de Mesoamérica con pinturas y glifos-- que, al menos en parte, son portadores de la visión indígena de lo que entonces ocurrió.

También hay textos transcritos ya con el alfabeto --uno de ellos hacia 1528-- en lengua náhuatl (azteca o mexicano) y en otras como el maya de Yucatán y el quiché de Guatemala. En esos códices y textos están las relaciones indígenas del encuentro y la conquista. Constituyen la Visión de los vencidos2. Entre tales testimonios de gentes de Mesoamérica y hombres de Castilla --tan distintos pero afines porque hablan de los mismos hechos-- hay que situar la Historia de Bernal Díaz del Castillo. Fue él asimismo testigo de mucho de lo que refiere. Se preciaba de haber sido descubridor de la misma Nueva España, puesto que había participado en la primera expedición, en 1517, a las órdenes de Francisco Hernández de Córdoba. Y muchas veces reiteró haber estado luego en la armada de Juan de Grijalva que tocó playas mexicanas en 1518. Por fin, en la que encabezó Cortés fueron --según lo expresa-- innúmeras las acciones en que tomó parte, hasta la derrota azteca y después, también al lado de don Hernando en su expedición a Honduras, y por Veracruz, Tabasco y Chiapas. Como otros conquistadores, Bernal había hecho probanza escrita de sus méritos y servicios. Exhibiendo cuál había sido su parte en la conquista de la Nueva España, solicitaban ellos recompensa de la Corona. Bernal había proseguido en sus demandas, pues, entre otras cosas, se había visto desposeído de unos pueblos de indios que tenía encomendados. Podría decirse que su destino fue batallar la mayor parte de su larga vida, primero con los indios y luego con los oficiales reales que le negaban o posponían lo que él creía merecer.

En medio de tales afanes, viviendo en Santiago de Guatemala, concibió la idea de preparar más por extenso un memorial de las guerras3. No es fácil precisar el año en que puso manos a la obra. Como habremos de verlo, hay pruebas de que por lo menos hacia 1555 --cuando contaba cerca de sesenta años-- tenía ya algo escrito a modo de historia4. Su empresa de cronista, entretejida con sus otros quehaceres, sirviendo en el cabildo de Guatemala y pleiteando en pro de sus intereses, se prolongó casi hasta el tiempo de su muerte en 1584. La recolección de sus recuerdos de conquistador, su escribir, borronear, corregir y volver a redactar se prolongó por cerca de treinta años. Mucho se ha debatido sobre qué le movió a escribir y por qué siguió escribiendo a lo largo de tanto tiempo. Se ha afirmado en ocasiones que, más que historia, su memorial fue una nueva y muy larga relación de méritos. Han proclamado otros que sobre todo escribió para contradecir al capellán de Cortés, el humanista Francisco López de Gómara, personaje que no conoció México, y en 1552 sacó una Historia de la conquista de México. Ante el cúmulo de ponderaciones que con estilo tan atildado hace Gómara de la persona y los hechos de Cortés, se ha expresado también que Bernal, con sentido popularista, quiso poner de bulto la participación de todos los otros conquistadores, en especial la suya propia. Por esto último, incluso se le ha tildado de vanidoso que, en su afán de alabarse, da entrada a fantasías y aun falsedades.

La obra de Bernal publicada con el título de Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, desde su primera aparición --un poco tardía-- en Madrid, 1632, ha sido así objeto de juicios bastante distintos entre sí. Alabada por unos, ha sido desdeñada y aun duramente criticada por otros. Con el paso del tiempo, un elemento prevaleció en su sino: la llamada Historia verdadera sigue siendo leída con fruición. Una vez más vuelve ahora a publicarse en Madrid, donde apareció su edición primera. Signo de los tiempos es que sea un mexicano el que esto escribe. Introduzco la Historia verdadera para disfrute e información de lectores españoles. Nueva forma de encuentro, siglos después. Con la concisión requerida en los volúmenes del que éste forma parte, atenderé a lo más sobresaliente en la vida de Bernal; me replantearé la pregunta de por qué escribió; analizaré y valoraré lo que es la sustancia de su obra.

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