Compartir


Datos principales


Desarrollo



CapÍtulo XLI
 
De lo que se hizo sobre el rescate del oro, y de otras cosas que en el real pasaron
Como vieron los amigos de Diego Velázquez, gobernador de Cuba, que algunos soldados rescatábamos oro, dijéronselo a Cortés que para qué lo consentía, y que no lo envió Diego Velázquez para que los soldados llevasen todo el más oro, y que era bien mandar pregonar que no rescatasen más de ahí adelante, sino fuese el mismo Cortés; y lo que hubiesen habido, que lo manifestasen para sacar el real quinto, e que se pusiese una persona que fuese conveniente para cargo de tesorero. Cortés a todo dijo que era bien lo que decían, y que la tal persona nombrasen ellos; y señalaron a un Gonzalo Mejía. Y después desto hecho, les dijo Cortés, no de buen semblante: «Mirad, señores, que nuestros compañeros pasan gran trabajo de no tener con qué se sustentar, y por esta causa habíamos de disimular, porque todos comiesen; cuanto más que es una miseria cuanto rescatan, que, mediante Dios, mucho es lo que habemos de haber, porque todas las cosas tiene su haz y envés; ya está pregonado que no rescaten más oro, como habéis querido; veremos de qué comeremos.» Aquí es donde dice el cronista Gómara que lo hacía Cortés porque no creyese Montezuma que se nos daba nada por oro; y no le informaron bien, que desde lo de Grijalva en el río de Banderas lo sabía muy claramente; y además desto, cuando le enviamos a demandar el casco de oro en granos de las minas, y nos veían rescatar.

Pues qué, ¡gente mexicana para no entenderlo! Y dejemos esto pues dice que por información lo sabe; y digamos cómo una mañana no amaneció indio ninguno de los que estaban en las chozas, que solían traer de comer, ni los que rescataban, y con ellos Pitalpitoque, que sin hablar palabra se fueron huyendo; y la causa fue, según después alcanzamos a saber, que se lo envió a mandar Montezuma, que no aguardase más plásticas de Cortés ni de los que con él estábamos; porque parece ser cómo el Montezuma era muy devotos de sus ídolos, que se decían Tezcatepuca y Huichilobos; el uno decían que era dios de la guerra, y el Tezcatepuca el dios del infierno, y les sacrificaba cada día muchachos para que le diesen respuesta de lo que había de hacer de nosotros, porque ya el Montezuma tenía pensamiento que si no nos tornábamos a ir en los navíos, de nos haber todos a las manos para que hiciésemos generación, y también para tener que sacrificar; según después supimos, que la respuesta que le dieron sus ídolos fue que no curase de oír a Cortés, ni las palabras que le enviaba a decir que tuviese cruz; y la imagen de nuestra señora, que no la trajesen a su ciudad: y por esta causa se fueron sin hablar. Y como vimos tal novedad, creímos que siempre estaban de guerra, y estábamos muy más a punto apercibidos. Y un día estando yo y otro soldado puestos por espías en unos arenales, vimos venir por la playa cinco indios, y por no hacer alboroto por poca cosa en el real, los dejamos allegar a nosotros, y con alegres rostros nos hicieron reverencias a su usanza, y por señas nos dijeron que los llevásemos al real; y lo dije a mi compañero que se quedase en el puesto, e yo iría con ellos, que en aquella sazón no me pesaban los pies como ahora, que soy viejo; y cuando llegaron adonde Cortés estaba, le hicieron grande acato y le dijeron: «Lopelucio, lopelucio»; que quiere decir en la lengua totonaque, señor y gran señor; y traían unos grandes agujeros en los bezos de abajo, y en ellos unas rodajas de piedras pintadillas de azul, y otros con unas hojas de oro delgadas, en las orejas muy grandes agujeros, y en ellos puestas otras rodajas de oro y piedras, y muy diferente el traje y habla que traían a lo de los mexicanos que solían allí estar en los ranchos con nosotros, que envió el gran Montezuma; y como doña Marina y Aguilar, las lenguas, oyeron aquello de lopelucio, no lo entendieron; dijo la doña Marina en la lengua mexicana que si había allí entre ellos nahuatlatos, que son intérpretes de la lengua mexicana; y respondieron los dos de aquellos cinco que sí, que ellos la entendían y hablarían; y dijeron luego en la lengua mexicana que somos bien venidos, e que su señor les enviaba a saber quién éramos, v que se holgaba servir a hombres tan esforzados, porque parece ser ya sabían lo de Tabasco y lo de Potonchan; y, más dijeron, que ya hubieran venido a vernos, si no fuera por temor de los de Culúa, que debían estar allí con nosotros; y Culúa entiéndese por mexicanos, que es como si dijésemos cordobeses o sevillanos; e que supieron que había tres días que se habían ido huyendo a sus tierras; y de plática en plática supo Cortés cómo tenía Montezuma enemigos y contrarios, de lo cual se holgó; y con dádivas y halagos que les hizo, despidió aquellos cinco mensajeros, y les dijo que dijesen a su señor que él los iría a ver muy presto.

A aquellos indios llamábamos desde ahí adelante «los lopelucios». Y dejarlos he ahora, y pasemos adelante y digamos que en aquellos arenales donde estábamos había siempre muchos mosquitos zancudos, como de los chicos que llaman xexenes, y son peores que los grandes, y no podíamos dormir dellos, y no había bastimentos, y el cazabe se apocaba, y muy mohoso y sucio de las fátulas, y algunos soldados de los que solían tener indios en la isla de Cuba suspirando continuamente por volverse a sus casas, y en especial los criados y amigos de Diego Velázquez. Y como Cortés así vio la cosa y voluntades, mandó que nos fuésemos al pueblo que había visto el Montejo y el piloto Alaminos que estaba en fortaleza, que se dice Quiahuistlan, y que los navíos estarían al abrigo del peñol por mi nombrado. Y como se ponía por la obra para nos ir, todos los amigos, deudos y criados del Diego Velázquez dijeron a Cortés que para qué quería hacer aquel viaje sin bastimentos, y que no tenía posibilidad para pasar más adelante, porque ya se había muerto en el real de heridas de lo de Tabasco y de dolencias y hambre sobre treinta y cinco soldados, y que la tierra era grande y las poblaciones de mucha gente, y que nos darían guerra un día que otro; y que sería mejor que nos volviésemos a Cuba a dar cuenta a Diego Velázquez del oro rescatado, pues era cantidad, y de los grandes presentes de Montezuma, que era el sol de oro y la luna de plata y el casco de oro menudo de minas, y de todas las joyas y ropa por mí referidas.

Y Cortés les respondió que no era buen consejo volver sin ver por qué: que hasta entonces que no nos podíamos quejar de la fortuna, e que diésemos gracias a Dios, que en todo nos ayudaba; y que en cuanto a los que se han muerto, que en las guerras y trabajos suele acontecer; y que sería bien saber lo que había en la tierra, y que entre tanto del maíz que tenían los indios y pueblos cercanos comeríamos, o mal nos andarían las manos. Y con esta respuesta se sosegó algo la parcialidad del Diego Velázquez, aunque no mucho; que ya había corrillos dellos y pláticas en el real sobre la vuelta de Cuba. Y dejarlo he aquí, y diré lo que más avino.
 
 
CapÍtulo XLII
 
Cómo alzamos a Hernando Cortés por capitán general y justicia mayor hasta que su majestad en ello mandase lo que fuese servido, y lo que en ello se hizo
Ya he dicho que en el real andaban los parientes y amigos del Diego Velázquez perturbando que no pasásemos adelante, y que desde allí de San Juan de Ulúa nos volviésemos a la isla de Cuba. Parece ser que ya Cortés tenía pláticas con Alonso Hernández Puertocarrero y con Pedro de Alvarado, y sus cuatro hermanos, Jorge, Gonzalo, Gómez y Juan, todos Alvarados, y con Cristóbal de Olí, Alonso de Ávila, Juan de Escalante, Francisco de Lugo, y conmigo e otros caballeros y capitanes, que le pidiésemos por capitán. El Francisco de Montejo bien lo entendió, y estábase a la mira; y una noche a más de medía noche vinieron a mi choza el Alonso Hernández Puertocarrero y el Juan Escalante y Francisco de Lugo, que éramos algo deudos yo y el Lugo, y de una tierra, y me dijeron: «Ah señor Bernal Díaz del Castillo, salid acá con vuestras armas a rondar, acompañaremos a Cortés, que anda rondando»; y cuando estuve apartado de la choza me dijeron: «Mirad, señor, tened secreto de un poco que ahora os queremos decir, porque pesa mucho, y no lo entiendan los compañeros que están en vuestro rancho, que son de la parte del Diego Velázquez»; y lo que platicaron fue: «¿Paréceos, señor, bien que Hernando Cortés así nos haya traído engañados a todos, y dio pregones en Cuba que venía a poblar, y ahora hemos sabido que no trae poder para ello, sino para rescatar, y quieren que nos volvamos a Santiago de Cuba con todo el oro que se ha habido, y quedaremos todos perdidos, y tomarse ha el oro el Diego Velázquez, como la otra vez? Mirad, señor, que habéis venido ya tres veces con esta postrera, gastando vuestros haberes, y habéis quedado empeñado, aventurando tantas veces la vida con tantas heridas; hacémoslo, señor, saber, porque no pase esto adelante; y estamos muchos caballeros que sabemos que son amigos de vuestra merced, para que esta tierra se pueble en nombre de su majestad, y Hernando Cortés en su real nombre, y en teniendo que tengamos posibilidad de hacerlo saber en Castilla a nuestro rey y señor.

Y tenga, señor, cuidado de dar el voto para que todos le elijamos por capitán de unánime voluntad, porque es servicio de Dios y de nuestro rey y señor.» Yo respondí que la idea de Cuba no era buen acuerdo, y que sería bien que la tierra se poblase, e que eligiésemos a Cortés por general y justicia mayor hasta que su majestad otra cosa mandase. Y andando de soldado en soldado este concierto, alcanzáronlo a saber los deudos y amigos del Diego Velázquez, que eran muchos más que nosotros, y con palabras algo sobradas dijeron a Cortés que para qué andaba con mañas para quedarse en aquesta tierra sin ir a dar cuenta a quien le envió para ser capitán; porque Diego Velázquez no se lo tendría a bien; y que luego fuésemos a embarcar, y que no curase de más rodeos y andar en secreto con los soldados, pues no tenía bastimentos ni gente ni posibilidad para que pudiese poblar. Y Cortés respondió sin mostrar enojo, y dijo que le placía, que no iría contra las intrucciones y memorias que traía del señor Diego Velázquez; y mandó luego pregonar que para otro día todos nos embarcásemos, cada uno en el navío que había venido; y los que habíamos sido en el concierto le respondimos que no era bien traernos engañados; que en Cuba pregonó que venía a poblar, e que viene a rescatar; y que le requeríamos de parte de Dios nuestro señor y de su majestad que luego poblase, y no hiciese otra cosa, porque era muy gran bien y servicio de Dios y de su majestad; y se le dijeron muchas cosas bien dichas sobre el caso, diciendo que los naturales no nos dejarían desembarcar otra vez como ahora, y que en estar poblada aquesta tierra siempre acudirían de todas las islas soldados para nos ayudar, y que Velázquez nos había echado a perder con publicar que tenía provisiones de su majestad para poblar, siendo al contrario; e que nosotros queríamos poblar, e que se fuese quien quisiese a Cuba.

Por manera que Cortés lo aceptó, y aunque se hacía mucho de rogar, y como dice el refrán: «Tú me lo ruegas e yo me lo quiero»; y fue con condición que le hiciésemos justicia mayor y capitán general; y lo peor de todo que le otorgamos, que le daríamos el quinto del oro de lo que se hubiese, después de sacado el real quinto, y luego le dimos poderes muy bastantísimos delante de un escribano del rey, que se decía Diego de Godoy, para todo lo por mí aquí dicho. Y luego ordenamos de hacer y fundar e poblar una villa, que se nombró la Villa Rica de la Veracruz, porque llegamos jueves de la Cena, y desembarcamos en viernes santo de la Cruz, e rica por aquel caballero que dije en el capítulo, que se llegó a Cortés y le dijo que mirase las tierras ricas: y que se supiese bien gobernar, e quiso decir que se quedase por capitán general; el cual era el Alonso Hernández Puertocarrero. Y volvamos a nuestra relación: que fundada la villa, hicimos alcalde y regidores, y fueron los primeros alcaldes Alonso Hernández Puertocarrero, Francisco de Montejo, y a este Montejo, porque no estaba muy bien con Cortés, por meterle en los primeros y principal, le mandó nombrar por alcalde; y los regidores dejarlos he de escribir, porque no hace al caso que nombre algunos, y diré cómo se puso una picota en la plaza, y fuera de la villa una horca, y señalamos por capitán para las entradas a Pedro de Alvarado, y maestre de campo a Cristóbal de Olí, alguacil mayor a Juan de Escalante, y tesorero Gonzalo Mejías, y contador a Alonso de Ávila, y alférez a fulano Corral: porque el Villarroel, que había sido alférez, no sé qué enojo había hecho a Cortés sobre una india de Cuba, y se le quitó el cargo; y alguacil del real a Ochoa, vizcaíno, a un Alonso Romero.

Dirán ahora cómo no nombro en esta relación al capitán Gonzalo de Sandoval, siendo un capitán tan nombrado, que después de Cortés, fue la segunda persona, y de quien tanta noticia tuvo el emperador nuestro señor. A esto digo que, como era mancebo entonces, no se tuvo tanta cuenta con él y con otros valerosos capitanes; hasta que le vimos florecer en tanta manera, que Cortés y todos los soldados le teníamos en tanta estima como al mismo Cortés, como adelante diré. Y quedarse ha aquí esta relación; y diré cómo el cronista Gómara dice que por relación sabe lo que escribe; y esto que aquí digo, pasó así; y en todo lo demás que escribe no le dieron buena cuenta de lo que dice. E otra cosa veo: que para que parezca ser verdad lo que en ello escribe, todo lo que en el caso pone es muy al revés, por más buena retórica que en el escribir ponga. Y dejarlo he, y diré lo que la parcialidad del Diego Velázquez hizo sobre que no fuese por capitán elegido Cortés, y nos volviésemos a la isla de Cuba.
 
 
CapÍtulo XLIII
 
Cómo la parcialidad de     Diego Velázquez perturbaba el poder que habíamos dado a Cortés, y lo que sobre ello se hizo
Y desque la parcialidad de Diego Velázquez vieron que de hecho habíamos elegido a Cortés por capitán general y justicia mayor, y nombrada la villa y alcaldes y regidores, y nombrado capitán a Pedro de Alvarado, y alguacil mayor y maestre de campo y todo lo por mí dicho, estaban tan enojados y rabiosos, que comenzaron a armar bandos e chirinolas, y aun palabras muy mal dichas contra Cortés y contra los que le elegimos, e que no era bien hecho sin ser sabidores dello todos los capitanes y soldados que allí venían y que no le dio tales poderes el Diego Velázquez, sino para rescatar, y harto teníamos los del bando de Cortés de mirar que no se desvergonzasen más y viniésemos a las armas; y entonces avisó Cortés secretamente a Juan de Escalante que le hiciésemos parecer las instrucciones que traían del Diego Velázquez; por lo cual luego Cortés las sacó del seno y las dio a un escribano del rey que las leyese, y decía en ellas: «Desque hubiéredes rescatado lo más que pudiéredes, os volveréis»; y venían firmadas del Diego Velázquez y refrendadas de su secretario Andrés de Duero.

Pedimos a Cortés que las mandase incorporar juntamente con el poder que le dimos, y asimismo el pregón que se dio en la isla de Cuba; y esto fue a causa que su majestad supiese en España cómo todo lo que hacíamos era en su real servicio, y no nos levantasen alguna cosa contraria de la verdad; y fue harto buen acuerdo según en Castilla nos trataba don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, que así se llamaba; lo cual supimos por muy cierto que andaba por nos destruir, y todo por ser mal informado, como adelante diré. Hecho esto, volvieron otra vez los mismos amigos y criados del Diego Velázquez a decir que no estaba bien hecho haberle elegido sin ellos, e que no querían estar debajo de su mandado, sino volverse luego a la isla de Cuba; y Cortés les respondió que él no detendría a ninguno por fuerza, e a cualquiera que le viniese a pedir licencia se la daría de buena voluntad, aunque se quedase solo; y con esto los asosegó a algunos dellos, excepto al Juan Velázquez de León, que era pariente del Diego Velázquez, e a Diego de Ordás; y a Escobar, que llamábamos «el paje» porque había sido criado del Diego Velázquez; y a Pedro Escudero y a otros amigos del Diego Velázquez; y a tanto vino la cosa, que poco ni mucho le querían obedecer, y Cortés con nuestro favor determinó de prender al Juan Velázquez de León, y al Diego de Ordás, y a Escobar «el paje», e a Pedro Escudero, y a otros que ya no me acuerdo; y por los demás mirábamos no hubiese algún ruido, y estuvieron presos con cadenas y velas que les mandaba poner ciertos días.

Y pasaré adelante, y diré cómo fue Pedro de Alvarado a entrar en un pueblo cerca de allí. Aquí dice el cronista Gómara en su historia muy al contrario de lo que pasó, y quien viere su historia verá ser muy extremado en hablar, si bien le informaran y él dijera lo que pasaba.
 
 
CapÍtulo XLIV
 
Cómo fue ordenado de enviar a Pedro de Alvarado la tierra adentro a buscar maíz y bastimentos, y lo que más pasó
Ya que habíamos hecho y ordenado lo por mi aquí dicho, acordamos que fuese Pedro de Alvarado la tierra adentro a unos pueblos que teníamos noticia que estaban cerca, para que viese qué tierra era y para traer maíz e algún bastimento, porque en el real pasábamos mucha necesidad; y llevó cien soldados, y entre ellos quince ballesteros y seis escopeteros, y eran destos soldados más de la mitad de la parcialidad de Diego Velázquez, y quedamos con Cortés todos los de su bando, por temor no hubiese más ruido ni chirinola y se levantasen contra él, hasta asegurar más la cosa; y desta manera fue el Alvarado a unos pueblos pequeños, sujetos de otro pueblo que se decía Cotastlán, que era de lengua de Culúa; y este nombre de Culúa es en aquella tierra como si dijesen los romanos o sus aliados; así es toda la lengua de la parcialidad de México y de Montezuma; y a este fin en toda aquesta tierra cuando dijere Culúa son vasallos y sujetos a México, y así se ha de entender. Y llegado Pedro de Alvarado a los pueblos, todos estaban despoblados de aquel mismo día, y halló sacrificados en unos cues hombres y muchachos, y las paredes y altares de sus ídolos con sangre, y los corazones presentados a los ídolos; y también hallaron las piedras sobre que los sacrificaban, y los cuchillazos de pedernal con que los abrían por los pechos para les sacar los corazones.

Dijo el Pedro de Alvarado que habían hallado todos los más de aquellos cuerpos sin brazos y piernas. E que dijeron otros indios que los habían llevado para comer; de lo cual nuestros soldados se admiraron mucho de tan grandes crueldades. Y dejemos de hablar de tanto sacrificio, pues dende allí adelante en cada pueblo no hallábamos otra cosa. Y volvamos a Pedro de Alvarado, que aquellos pueblos los halló muy abastecidos de comida y despoblados de aquel día de indios, que no pudo hallar sino dos indios que le trajeron maíz; y así, hubo de cargar cada soldado de gallinas y de otras legumbres; y volvióse al real sin más daño le hacer, aunque halló bien en qué, porque así se lo mandó Cortés, que no fuese como lo de Cozumel; y en el real nos holgamos con aquel poco bastimento que trajo, porque todos los males y trabajos se pasan con el comer. Aquí es donde dice el cronista Gómara que fue Cortés la tierra adentro con cuatrocientos soldados; no le informaron bien, que el primero que fue es el por mí aquí dicho, y no otro. Y tornemos a nuestra plática: que como Cortés en todo ponía gran diligencia, procuró de hacerse amigo con la parcialidad del Diego Velázquez, porque a unos con dádivas del oro que habíamos habido, que quebranta peñas, e otros procedimientos, los atrajo a sí y los sacó de las prisiones, excepto Juan Velázquez de León y al Diego de Ordás, que estaban en cadenas en los navíos, y desde a pocos días también los sacó de las prisiones, e hizo tan buenos y verdaderos amigos dellos como adelante verán, y todo con el oro, que lo amansa.

Ya todas las cosas puestas en este estado, acordamos de nos ir al pueblo que estaba en la fortaleza, ya otra vez por mí memorado, que se dice Quiahuistlan, y que los navíos se fuesen al peñol y puerto que estaba enfrente de aquel pueblo, obra de una legua de él; y yendo costa a costa, acuérdome que se mató un gran pescado que le echó la mar en la costa en seco, y llegamos a un río donde está poblada ahora la Veracruz, y venía algo hondo, y con unas canoas quebradas lo pasamos, y a nado y en balsas, y de aquella parte del río estaban unos pueblos sujetos a otro gran pueblo que se decía Cempoal, donde eran naturales los cinco indios de los bezotes de oro, que he dicho que vinieron por mensajeros a Cortés, que les llamamos «lopelucios» en el real, y hallamos las casas de ídolos y sacrificaderos, y sangre derramada e inciensos con que zahumaban, y otras cosas de ídolos y de piedras con que sacrificaban, y plumas de papagayos y muchos libros de su papel cosidos a dobleces, como a manera de paños de Castilla, y no hallamos indios ningunos, porque se habían ya huido; que, como no habían visto hombres como nosotros ni caballos, tuvieron temor, y allí aquella noche no hubo qué cenar; caminamos la tierra adentro hacia el poniente, y dejamos la costa, y no sabíamos el camino, y topamos unos buenos prados que llaman sabanas, y estaban paciendo unos venados, y corrió Pedro de Alvarado con su yegua alazana tras un venado y le dio una lanzada, y herido, se metió por un monte, que no se pudo haber.

Y estando en esto, vimos venir doce indios que eran vecinos de aquellas estancias donde habíamos dormido, y venían de hablar a su cacique, y traían gallinas y pan de maíz, y dijeron a Cortés con nuestras lenguas que su señor enviaba aquellas gallinas que comiésemos, y nos rogaba que fuésemos a su pueblo, que estaba de allí, a lo que señalaron, andadura de un día, porque es un sol; y Cortés les dio las gracias y los halagó, y caminamos adelante y dormimos en otro pueblo pequeño, que también tenía hechos muchos sacrificios. Y porque estarán hartos de oír de tantos indios e indias que hallábamos sacrificados en todos los pueblos y caminos que topábamos, pasaré adelante sin tornar a decir de qué manera e qué cosas tenían; y diré cómo nos dieron en aquel pueblezuelo de cenar, y supimos que era por Cempoal el camino para ir a Quiahuistlan, que ya he dicho que estaba en una sierra, y pasaré adelante, y diré cómo entramos en Cempoal.
 
 
CapÍtulo XLV
 
Cómo entramos en Cempoal, que en aquella sazón era muy buena población, y lo que allí pasamos
Y como dormimos en aquel pueblo donde nos aposentaron los doce indios que he dicho, y después de bien informados del camino que habíamos de llevar para ir al pueblo que estaba en el peñol, muy de mañana se lo hicimos saber a los caciques de Cempoal cómo íbamos a su pueblo, y que lo tuviesen por bien; y para ello envió Cortés los seis indios por mensajeros, y los otros seis quedaron para que nos guiasen; y mandó Cortés poner en orden los tiros y escopetas y ballesteros, y siempre corredores del campo descubriendo, y los de a caballo y todos los demás muy apercibidos.

Y desta manera caminamos hasta que llegamos una legua del pueblo; e ya que estábamos cerca de él, salieron veinte indios principales a nos recibir de parte del cacique, y trajeron unas piñas rojas de la tierra, muy olorosas, y las dieron a Cortés y a los de a caballo con gran amor, y le dijeron que su señor nos estaba esperando en los aposentos, y por ser hombre muy gordo y pesado no podía venir a nos recibir; y Cortés les dio las gracias, y se fueron adelante. E ya que íbamos entrando entre las casas, desque vimos tan gran pueblo, y no habíamos visto otro mayor, nos admiramos mucho dello; y como estaba tan vicioso y hecho un verjel, y tan poblado de hombres y mujeres, las calles llenas que nos salían a ver, dábamos muchos loores a Dios, que tales tierras habíamos descubierto; y nuestros corredores del campo, que iban a caballo, parece ser llegaron a la gran plaza y patios donde estaban los aposentos, y de pocos días, según pareció, teníanlos muy encalados y relucientes, que lo saben muy bien hacer, y pareció al uno de los de a caballo que era aquello blanco que relucía plata, y vuelve a rienda suelta a decir a Cortés cómo tenían las paredes de plata. Y doña Marina e Aguilar dijeron que sería yeso o cal, y tuvimos bien que reír de su plata e frenesí, que siempre después le decíamos que todo blanco le parecía plata. Dejemos de la burla, y digamos cómo llegamos a los aposentos, y el cacique gordo nos salió a recibir junto al patio, que porque era muy gordo así le nombraré, e hizo muy gran reverencia a Cortés y le zahumó, que así lo tenían de costumbre, y Cortés le abrazó, y allí nos aposentaron en unos aposentos harto buenos y grandes, que cabíamos todos, y nos dieron de comer y pusieron unos cestos de ciruelas, que había muchas, porque era tiempo dellas, y pan de maíz; y como veníamos hambrientos, y no habíamos visto otro tanto bastimento como entonces, pusimos nombre a aquel pueblo Villaviciosa, y otros le nombraron Sevilla.

Mandó Cortés que ningún soldado les hiciese enojo ni se apartase de aquella plaza. Y cuando el cacique gordo supo que habíamos comido, le envió a decir a Cortés que le quería ir a ver, e vino con buena copia de indios principales, y todos traían grandes bezotes de oro e ricas mantas; y Cortés también les salió al encuentro del aposento, y con grandes caricias y halagos le tornó a abrazar; y luego mandó el cacique gordo que trajesen un presente que tenía aparejado de cosas de joyas de oro y mantas, aunque no fue mucho, sino de poco valor, y le dijo a Cortés: «Lopelucio, lopelucio, recibe esto de buena voluntad»; e que si más tuviera, que se lo diera. Ya he dicho que en lengua totonaque dijeron señor y gran señor, cuando dicen lopelucio, etc. Y Cortés le dijo con doña Marina e Aguilar que él se lo pagaría en buenas obras, e que lo que hubiese menester, que se lo dijese, que lo haría por ellos; porque somos vasallos de un tan gran señor, que es el emperador don Carlos, que manda muchos reinos y señoríos, que nos envía para deshacer agravios y castigar a los malos, y mandar que no sacrificasen más ánimas; y se les dio a entender otras muchas cosas tocantes a nuestra santa fe. Y luego como aquello oyó el cacique gordo, dando suspiros, se quejó reciamente del gran Montezuma y de sus gobernadores, diciendo que de poco tiempo acá le había sojuzgado, y que le había llevado todas sus joyas de oro, y les tiene tan apremiados, que no osan hacer sino lo que les manda, porque es señor de grandes ciudades, tierras, e vasallos y ejércitos de guerra.

Y como Cortés entendió que, de aquellas quejas que daban, al presente no podían entender en ello, les dijo que él haría de manera que fuesen desagraviados; y porque él iba a ver sus acales (que en lengua de indios así llaman a los navíos), e hacer su estada e asiento en el pueblo de Quiahuistlán, que desque allí esté de asiento se verán más de espacio; y el cacique gordo les respondió muy concertadamente. Y otro día de mañana salimos de Cempoal, y tenía aparejados sobre cuatrocientos indios de carga, que en aquellas partes llaman tamemes, que llevan dos arrobas de peso a cuestas y caminan con ellas cinco leguas; y desque vimos tanto indio para carga nos holgamos, porque de antes siempre traíamos a cuestas nuestras mochilas, los que no traían indios de Cuba, porque no pasaron en la armada sino cinco o seis, y no tantos como dice el Gómara. Y doña Marina e Aguilar nos dijeron, que en aquestas tierras, que cuando están de paz, sin demandar quien lleve carga, los caciques son obligados de dar de aquellos tamemes; y desde allí adelante, donde quiera que íbamos demandábamos indios para las cargas. Y despedido Cortés del cacique gordo, otro día caminamos nuestro camino, y fuimos a dormir a un pueblezuelo cerca de Quiahuistlán, y estaba despoblado, y los de Cempoal trajeron de cenar. Aquí es donde dice el cronista Gómara que estuvo Cortés muchos días en Cempoal, e que se concertó la rebelión e liga contra Montezuma: no le informaron bien; porque, como he dicho, otro día por la mañana salimos de allí; y dónde se concertó la rebelión y por qué causa, adelante lo diré.

E quédese así, e digamos cómo entramos en Quiahuistlán.
 
 
CapÍtulo XLVI
 
Cómo entramos en Quiahuistlán, que era pueblo puesto en fortaleza, y nos acogieron de paz
Otro día, a hora de las diez, llegamos en el pueblo fuerte, que se decía Quiahuistlán, que está entre grandes peñascos y muy altas cuestas, y si hubiera resistencia era mala de tomar. E yendo con buen concierto y ordenanza, creyendo que estuviese de guerra, iba el artillería delante, y todos subíamos en aquella fortaleza, de manera que si algo aconteciera, hacer lo que éramos obligados. Entonces Alonso de Ávila llevó cargo de capitán; e como era soberbio e de mala condición, porque un soldado que se decía Hernando Alonso de Villanueva no iba en buena ordenanza, le dio un bote de lanza en un brazo que le mancó; y después se llamó Hernando Alonso de Villanueva «el manquillo». Dirán que siempre salgo de orden al mejor tiempo por contar cosas viejas. Dejémoslo, y digamos que hasta en la mitad de aquel pueblo no hallamos indios ninguno con quien hablar, de lo cual nos maravillamos, que se habían ido huyendo de miedo aquel propio día; e cuando nos vieron subir a sus casas, y estando en lo más de la fortaleza en una plaza junto adonde tenían los cues e casas grandes de sus ídolos, vimos estar quince indios con buenas mantas, y cada uno un brasero de barro, y en ellos de sus inciensos, y vinieron donde Cortés estaba y le zahumaron, y a los soldados que cerca dellos estábamos, y con grandes reverencias le dicen que les perdonen porque no le han salido a recibir, y que fuésemos bien venidos e que reposemos, e que de miedo se habían huido e ausentado hasta ver qué cosas éramos, porque tenían miedo de nosotros y de los caballos, e que aquella noche les mandarían poblar todo el pueblo; y Cortés les mostró mucho amor, y les dijo muchas cosas tocantes a nuestra santa fe, como siempre lo teníamos de costumbre a do quiera que llegábamos, y que éramos vasallos de nuestro gran emperador don Carlos, y les dio unas cuentas verdes e otras cosillas de Castilla; y ellos trajeron luego gallinas y pan de maíz.

Y estando en estas pláticas, vinieron luego a decir a Cortés que venía el cacique gordo de Cempoal en andas, y las andas a cuestas de muchos indios principales; y desque llegó el cacique habló con Cortés, juntamente con el cacique y otros principales de aquel pueblo dando tantas quejas de Montezuma, y contaba de sus grandes poderes, y decíalo con lágrimas y suspiros, que Cortés y los que estábamos presentes tuvimos mancilla; y demás de contar por qué vía y modo los había sujetado, que cada año les demandaban muchos de sus hijos y hijas para sacrificar y otros para servir en sus casas y sementeras, y otras muchas quejas, que fueron tantas, que ya no se me acuerda; y que los recaudadores de Montezuma les tomaban sus mujeres e hijas si eran hermosas, y las forzaban; y que otro tanto hacían en aquellas tierras de la lengua de Totonaque, que eran más de treinta pueblos; y Cortés los consolaba con nuestras lenguas cuanto podía, e que los favorecería en todo cuanto pudiese, y quitaría aquellos robos y agravios, y para eso les envió a estas partes el emperador nuestro señor, e que no tuviesen pena ninguna, que presto verían lo que sobre ello hacíamos; y con estas palabras recibieron algún contento, mas no se les aseguraba el corazón con el gran temor que tenían a los mexicanos. Estando en estas pláticas vinieron unos indios del mismo pueblo a decir a todos los caciques que allí estaban hablando con Cortés, cómo venían cinco mexicanos que eran los recaudadores de Montezuma, e como los vieron se les perdió la color y temblaban de miedo, y dejan solo a Cortés y los salen a recibir, y de presto les enraman una sala y les guisan de comer y les hacen mucho cacao, que es la mejor cosa que entre ellos beben; y cuando entraron en el pueblo los cinco indios vinieron por donde estábamos, porque allí estaban las casas del cacique y nuestros aposentos; y pasaron con tanta continencia y presunción, que sin hablar a Cortés ni a ninguno de nosotros se fueron e pasaron delante; y traían ricas mantas labradas, y los bragueros de la misma manera (que entonces bragueros se ponían), y el cabello lucio e alzado, como atado en la cabeza, y cada uno unas rosas oliéndolas, y mosqueadores que les traían otros indios como criados, y cada uno un bordón con un garabato en la mano, y muy acompañados de principales de otros pueblos de la lengua totonaque; y hasta que los llevaron a aposentar, y les dieron de comer muy altamente, no les dejaron de acompañar.

Y después que hubieron comido mandaron llamar al cacique gordo e a los demás principales, y les dijeron muchas amenazas y les riñeron que por qué nos habían hospedado en sus pueblos, y les dijeron que qué tenían ahora que hablar y ver con nosotros. E que su señor Montezuma no era servido de aquello, porque sin su licencia y mandado no nos habían de recoger en su pueblo ni dar joyas de oro. Y sobre ello al cacique gordo y a los demás principales les dijeron muchas amenazas, e que luego les diesen veinte indios e indias para aplacar a sus dioses por el mal oficio que había hecho. Y estando en esto, viéndole Cortés, preguntó a doña Marina e Jerónimo de Aguilar, nuestras lenguas, de qué estaban alborotados los caciques desque vinieron aquellos indios, e quién eran. E doña Marina, que muy bien lo entendió, se lo contó lo que pasaba; e luego Cortés mandó llamar al cacique gordo y a todos los más principales, y les dijo que quién eran aquellos indios, que les hacían tanta fiesta. Y dijeron que los recaudadores del gran Montezuma, e que vienen a ver por qué causa nos recibían en el pueblo sin licencia de su señor, y que les demandan ahora veinte indios e indias para sacrificar a sus dioses Huichilobos porque les de victoria contra nosotros, porque han dicho que dice Montezuma que os quiere tomar para que seáis sus esclavos; y Cortés le consoló e que no hubiesen miedo, que él estaba allí con todos nosotros y que los castigarían. Y pasemos adelante a otro capítulo, y diré muy por extenso lo que sobre ello se hizo.

 
 
CapÍtulo XLVII
 
Cómo Cortés mandó que prendiesen aquellos cinco recaudadores de Montezuma, y mandó que dende allí adelante no obedeciesen ni diesen tributo, y la rebelión que entonces se ordenó contra Montezuma
Como Cortés entendió lo que los caciques le decían, les dijo que ya les había dicho otras veces que el rey nuestro señor le mandó que viniese a castigar los malhechores e que no consintiese sacrificios ni robos; y pues aquellos recaudadores venían con aquella demanda, les mandó que luego los aprisionasen e los tuviesen presos hasta que su señor Montezuma supiese la causa cómo vienen a robar y llevar por esclavos sus hijos y mujeres, e hacer otras fuerzas. E cuando los caciques lo oyeron estaban espantados de tal osadía, mandar que los mensajeros del gran Montezuma fuesen maltratados, y temían y no osaban hacerlo; y todavía Cortés les convocó para que luego los echasen en prisiones, y así lo hicieron, y de tal manera, que en unas varas largas y con colleras (según entre ellos se usa) los pusieron de arte que no se les podían ir; e uno dellos porque no se dejaba atar le dieron de palos; y demás desto, mandó Cortés a todos los caciques que no les diesen más tributo, ni obediencia a Montezuma, e que así lo publicasen en todos los pueblos aliados y amigos. E que si otros recaudadores hubiese en otros pueblos como aquellos, que se lo hiciesen saber, que él enviaría por ellos.

Y como aquella nueva se supo en toda aquella provincia, porque luego envió mensajeros el cacique gordo haciéndoselo saber, y también lo publicaron los principales que habían traído en su compañía aquellos recaudadores, que como los vieron presos, luego se descargaron y fueron cada uno a su pueblo a dar mandado y a contar lo acaecido. E viendo cosas tan maravillosas e de tanto peso para ellos, dijeron que no osaran hacer aquello hombres humanos, sino teules, que así llamaban a sus ídolos en que adoraban; e a esta causa desde allí adelante nos llamaron teules, que es, como he dicho, o dioses o demonios; y cuando dijere en esta relación teules en cosas que han de ser tocadas nuestras personas, sepan que se dice por nosotros. Volvamos a decir de los prisioneros, que los querían sacrificar por consejo de todos los caciques, porque no se les fuese alguno dellos a dar mandado a México; y como Cortés lo entendió les mandó que no los matasen, que él los quería guardar, y puso de nuestros soldados que los velasen; e a media noche mandó llamar Cortés a los mismos nuestros soldados que los guardaban, y les dijo: «Mirad que soltéis dos dellos, los más diligentes que os parecieren, de manera que no lo sientan los indios destos pueblos»; y que se los llevasen a su aposento; y así hicieron y después que los tuvo delante les preguntó con nuestras lenguas que por qué estaban presos y de qué tierra eran, como haciendo que no los conocía; y respondieron que los caciques de Cempoal y de aquel pueblo con su favor y el nuestro los prendieron; y Cortés respondió que él no sabía nada y que le pesa dello; y les mandó dar de comer y les dijo palabras de muchos halagos, y que se fuesen luego a decir a su señor Montezuma cómo éramos todos sus grandes amigos y servidores; y porque no pasasen más mal les quitó las prisiones, y que rifió con los caciques que los tenían presos, y que todo lo que hubiesen menester para su servicio que lo hará de muy buena voluntad, y que los tres indios sus compañeros que tienen en prisiones que él los mandará soltar y guardar, y que vayan muy presto, no los tornen a prender y los maten; y los dos prisioneros respondieron que se lo tenían en merced, y que habían miedo que los tornarían a las manos, porque por fuerza habían de pasar por sus tierras; y luego mandó Cortés a seis hombres de la mar que esa noche los llevasen en un batel obra de cuatro leguas de allí, hasta sacarlos a tierra segura fuera de los términos de Cempoal.

Y como amaneció, y los caciques de aquel pueblo y el cacique gordo hallaron menos los dos prisioneros, querían muy de hecho sacrificar los otros tres que quedaban, si Cortés no se los quitara de su poder, e hizo del enojado porque se habían huido los otros dos; y mandó traer una cadena del navío y echólos en ella, y luego los mandó llevar a los navíos, e dijo que él los quería guardar, pues tan mal cobro pusieron de los demás; y cuando los hubieron llevado les mandó quitar las cadenas, e con buenas palabras les dijo que presto les enviaría a México. Dejémoslo así, que luego que esto fue hecho todos los caciques de Cempoal y de aquel pueblo e de otros que se habían allí juntado de la lengua totonaque, dijeron a Cortés que qué harían, pues que Montezuma sabría la prisión de sus recaudadores, que ciertamente vendrían sobre ellos los poderes de México del gran Montezuma, y que no podrían escapar de ser muertos y destruidos. Y dijo Cortés con semblante muy alegre: que él y sus hermanos, que allí estábamos, los defenderíamos, y mataríamos a quien enojarlos quisiese. Entonces prometieron todos aquellos pueblos y caciques a una que serían con nosotros en todo lo que les quisiésemos mandar, y juntarían todos sus poderes contra Montezuma y todos sus aliados. Y aquí dieron la obediencia a su majestad por ante un Diego de Godoy el escribano, y todo lo que pasó lo enviaron a decir a los demás, pueblos de aquella provincia; e como ya no daban tributo ninguno, e los recogedores no parecían, no cabían de gozo en haber quitado aquel dominio.

Y dejémos esto, y diré cómo acordamos de nos bajar a lo llano a unos prados, donde comenzamos a hacer una fortaleza. Esto es lo que pasó, y no la relación que sobre ello dieron al cronista Gómara.
 
CapÍtulo XLVIII
 
Cómo acordamos de poblar la Villa Rica de la Veracruz, y de hacer una fortaleza en unos prados junto a unas salinas y cerca del puerto del nombre feo, donde estaban anclados nuestros navíos, y lo que allí se hizo
Después que hubimos hecho liga y amistad con más de treinta pueblos de las sierras, que se decían los totonaques, que entonces se rebelaron al gran Montezuma y dieron la obediencia a su majestad, y se prefirieron a nos servir, con aquella ayuda tan presta acordamos de poblar e de fundar la Villa Rica de la Veracruz en unos llanos media legua del pueblo, que estaba como en fortaleza, que se dice Quiahuistlán, y trazado iglesia y plaza y atarazanas, y todas las cosas que convenían para ser villa; e hicimos una fortaleza, y desde los cimientos; y en acabarla de tener alta para enmaderar, y hechas troneras y cubos y barbacanas, dimos tanta priesa, que desde Cortés, que comenzó el primero a sacar tierra a cuestas y piedra e ahondar los cimientos, como todos los capitanes y soldados, y a la continua, entendimos en ello y trabajamos por la acabar de presto, los unos en los cimientos y otros en hacer las tapias, y otros en acarrear agua y en las caleras, en hacer ladrillos y tejas; y buscar comida, y otros en la madera, y los herreros en la clavazón, porque teníamos herreros; y desta manera trabajábamos en ello a la continua desde el mayor hasta el menor, y los indios que nos ayudaban, de manera que ya estaba hecha iglesia y casas, e casi que la fortaleza.

Estando en esto, parece ser que el gran Montezuma tuvo noticia en México cómo le habían preso sus recaudadores e que le habían quitado la obediencia y cómo estaban rebelados los pueblos totonaques; mostró tener mucho enojo de Cortés y de todos nosotros, y tenía ya mandado a un su gran ejército de guerreros que viniesen a dar guerra a los pueblos que se le rebelaron y que no quedase ninguno dellos a vida; e para contra nosotros aparejaba de venir con gran ejército y pujanza de capitanes; y en aquel instante van los dos indios prisioneros que Cortés mandó soltar, según he dicho en el capítulo pasado, y cuando Montezuma entendió que Cortés les quitó de las prisiones y los envió a México, y las palabras de ofrecimientos que les envió a decir, quiso nuestro señor Dios que amansó su ira e acordó enviar a saber de nosotros qué voluntad teníamos, y para ello envió dos mancebos sobrinos suyos, con cuatro viejos, grandes caciques, que los traían a cargo, y con ellos envió un presente de oro y mantas, e a dar las gracias a Cortés porque les soltó a sus criados; y por otra parte se envió a quejar mucho, diciendo que con nuestro favor se habían atrevido aquellos pueblos de hacerle tan gran traición e que no le diesen tributo e quitarle la obediencia; e que ahora, teniendo respeto a que tiene por cierto que somos los que sus antepasados les habían dicho que habían de venir a sus tierras, e que debemos de ser de sus linajes, y porque estábamos en casa de los traidores, no les envió luego a destruir; mas que el tiempo andando no se alabarán de aquellas traiciones.

Y Cortés recibió el oro y la ropa, que valía sobre dos mil pesos, y les abrazó, y dio por disculpa que él y todos nosotros éramos muy amigos de su señor Montezuma, y como tal servidor tiene guardados sus tres recaudadores; y luego los mandó traer de los navíos, y con buenas mantas y bien tratados se los entregó; y también Cortés se quejó mucho del Montezuma, y les dijo cómo su gobernador Pitalpitoque se fue una noche del real sin le hablar, y que no fue bien hecho, y que cree y tiene por cierto que no se lo mandaría el señor Montezuma que hiciese la villanía, e que por aquella causa nos veníamos a aquellos pueblos donde estábamos, e que hemos recibido dellos honra; e que le pide por merced que les perdone el desacato que contra él han tenido; y que en cuanto a lo que dice que no le acuden con el tributo, que no pueden servir a dos señores, que en aquellos días que allí hemos estado nos han servido en nombre de nuestro rey y señor; y porque el Cortés y todos sus hermanos iríamos presto a le ver y servir, y cuando allá estemos se dará orden en todo lo que mandare. Y después de aquestas pláticas y otras muchas que pasaron, mandó dar a aquellos mancebos, que eran grandes caciques, y a los cuatro viejos que los traían a cargo, que eran hombres principales, diamantes azules y cuentas verdes, y se les hizo honra; y allí delante dellos, porque había buenos prados, mandó Cortés que corriesen y escaramuzasen Pedro de Alvarado, que tenía una buena yegua alazana que era muy revuelta, y otros caballeros, de lo cual se holgaron de los haber visto correr; y despedidos y muy contentos de Cortés y de todos nosotros se fueron a su México.

En aquella sazón se le murió el caballo a Cortés y compró o le dieron otro que se decía «arriero», que era castaño oscuro, que fue de Ortiz «el músico» y un Bartolomé García «el minero», y fue uno de los mejores caballos que venían en el armada. Dejemos de hablar en esto, y diré que como aquellos pueblos de la sierra, nuestros amigos, y el pueblo de Cempoal solían estar de antes muy temerosos de los mexicanos, creyendo que el gran Montezuma los había de enviar a destruir con sus grandes ejércitos de guerreros, y cuando vieron a aquellos parientes del gran Montezuma que venían con el presente por mí nombrado, y a darse por servidores de Cortés y de todos nosotros, estaban espantados; y decían unos caciques a otros que ciertamente éramos teules, pues que Montezuma nos habla miedo, pues enviaba oro en presente. Y si de antes teníamos mucha reputación de esforzados, de allí en adelante nos tuvieron en mucho más. Y quedarse ha aquí, y diré lo que hizo el cacique gordo y otros sus amigos.
 
 
CapÍtulo XLIX
 
Cómo vino el cacique gordo y otros principales a quejarse delante de Cortés cómo en un pueblo fuerte, que se decía Cingapacinga, estaban guarniciones de mexicanos y les hacían mucho daño, y lo que sobre ello se hizo
Después de despedidos los mensajeros mexicanos, vino el cacique gordo, con otros muchos principales nuestros amigos, a decir a Cortés que luego vaya a un pueblo que se decía Cingapacinga, que estaría de Cempoal dos días de andadura, que serían ocho o nueve leguas, porque decían que estaban en él juntos muchos indios de guerra de los culúas, que se entiende por los mexicanos, y que les venían a destruir sus sementeras y estancias, y les salteaban sus vasallos y les hacían otros malos tratamientos; y Cortés lo creyó, según se lo decían tan afectuadamente; y viendo aquellas quejas y con tantas importunaciones, y habiéndoles prometido que los ayudaría, y mataría a los culúas o a otros indios que los quisiesen enojar; e a esta causa no sabía qué decir, salvo echarlos de allí y estuvo pensando en ello, y dijo riendo a ciertos compañeros que estábamos acompañándole: «Sabéis, señores, que me parece que en todas estas tierras ya tenemos fama de esforzados, y por lo que han visto estas gentes por los recaudadores de Montezuma, nos tienen por dioses o por cosas como sus ídolos.

He pensado que, para que crean que uno de nosotros basta para desbaratar aquellos indios guerreros que dicen que están en el pueblo de la fortaleza de sus enemigos, enviemos a Heredia «el viejo»; que era vizcaíno, y tenía mala catadura en la cara, y la barba grande, y la cara medio acuchillada, e un ojo tuerto, e cojo de una pierna, escopetero; el cual le mandó llamar, y le dijo: «Id con estos caciques hasta el río (que estaba de allí un cuarto de legua) e cuando allá llegáreis, haced que os paráis a beber e lavar las manos, e tirad un tiro con vuestra escopeta, que yo os enviaré a llamar; que esto hago porque crean que somos dioses, o de aquel nombre y reputación que nos tienen puesto; y como vos sois mal agestado, crean que sois ídolo»; y el Heredia lo hizo según y de la manera que le fue mandado, porque era hombre que había sido soldado en Italia; y luego envió Cortés a llamar al cacique gordo e a todos los demás principales que estaban aguardando el ayuda y socorro, y les dijo: «Allá envío con vosotros este mi hermano, para que mate y eche todos los culúas de ese pueblo, y me traiga presos a los que no se quisieren ir». Y los caciques estaban elevados desque lo oyeron, y no sabían si lo creer o no, e miraban a Cortés, si hacía algún mudamiento en el rostro, que creyeron que era verdad lo que les decía; y luego el viejo Heredia, que iba con ellos, cargó su escopeta, e iba tirando tiros al aire por los montes porque lo oyesen e viesen los indios, y los caciques enviaron a dar mandado a los otros pueblos cómo llevan a un teule para matar a los mexicanos que estaban en Cingapacinga; y esto pongo aquí por cosa de risa, porque vean las mañas que tenía Cortés.

Y cuando entendió que había llegado el Heredia al río que le había dicho, mandó de presto que le fuesen a llamar, y vueltos los caciques y el viejo Heredia, les tornó a decir Cortés a los caciques que por la buena voluntad que les tenía que el propio Cortés en persona con algunos de sus hermanos quería ir a hacerles aquel socorro y a ver aquellas tierras y fortalezas, y que luego le trajesen cien hombres tamemes para llevar los tepuzques, que son los tiros, y vinieron otro día por la mañana; y habíamos de partir aquel mismo día con cuatrocientos soldados y catorce de a caballo y ballesteros y escopeteros, que estaban apercibidos; y ciertos soldados que eran de la parcialidad de Diego Velázquez dijeron que no querían ir, y que se fuese Cortés con los que quisiese; que ellos a Cuba se querían volver. Y lo que sobre ello se hizo diré adelante.
 
 
CapÍtulo L
 
Cómo ciertos soldados de la parcialidad del Diego Velázquez, viendo que de hecho queríamos poblar y comenzamos a pacificar pueblos, dijeron que no querían ir a ninguna entrada, sino volverse a la isla de Cuba
Ya me habrán oído decir en el capítulo antes deste que Cortés había de ir a un pueblo que se dice Cingapacinga, y había de llevar consigo cuatrocientos soldados y catorce de a caballo y ballesteros y escopeteros, y tenían puestos en la memoria para ir con nosotros a ciertos soldados de la parcialidad del Diego Velázquez; e yendo los cuadrilleros a apercibirlos que saliesen luego con sus armas y caballos los que los tenían, respondieron soberbiamente que no querían ir a ninguna entrada, sino volverse a sus estancias y haciendas que dejaron en Cuba; que bastaba lo que habían perdido por sacarlos Cortés de sus casas, que les había prometido en el arenal que cualquiera persona que se quisiese ir que les daría licencia, navío y matalotaje; y a esta causa estaban siete soldados apercibidos para se volver a Cuba.

Y como Cortés lo supo, los envió a llamar, y preguntando por qué hacían aquella cosa tan fea, respondieron algo alterados, y dijeron que se maravillaban querer poblar adonde había tanta fama de millares de indios y grandes poblaciones, con tan pocos soldados como éramos, y que ellos estaban dolientes y hartos de andar de una parte a otra, y que se querían ir a Cuba a sus casas y haciendas; que les diese luego licencia, como se lo había prometido; y Cortés les respondió mansamente que era verdad que se la prometió, mas que no harían lo que debían en dejar la bandera de su capitán desamparada; y luego les mandó que sin detenimiento ninguno se fuesen a embarcar, y les señaló navío, y les mandó dar cazabe y una botija de aceite y otras de legumbres de bastimentos de lo que teníamos. Y uno de aquellos soldados, que se decía hulano Morón, vecino de la villa que se decía del Bayamo, tenía un buen caballo overo, labrado de las manos, y le vendió luego bien vendido a un Juan Ruano a trueco de otras haciendas que el Juan Ruano dejaba en Cuba; e ya que se querían hacer a la vela, fuimos todos los compañeros e alcaldes y regidores de nuestra Villa-Rica a requerir a Cortés que por vía ninguna no diese licencia a persona ninguna para salir de la tierra, porque así conviene al servicio de Dios nuestro señor y de su majestad; y que la persona que tal licencia pidiese le tuviese por hombre que merecía pena de muerte, conforme a las leyes de lo militar: pues quieren dejar a su capitán y bandera desamparada en la guerra e peligro, en especial habiendo tanta multitud de pueblos de indios guerreros como ellos han dicho.

Y Cortés hizo como que les quería dar la licencia, mas a la postre se la revocó, y se quedaron burlados y aun avergonzados, y el Morón su caballo vendido, y el Juan Ruano, que lo hubo, no se lo quiso volver, y todo fue mañeado por Cortés; y fuimos nuestra entrada a Cingapacinga
 
 
CapÍtulo LI
 
De lo que nos acaeció en Cingapacinga, y cómo a la vuelta que volvimos por Cempoal les derrocamos sus ídolos, otras cosas que pasaron
Como ya los siete hombres que se querían volver a Cuba estaban pacíficos, luego partimos con los soldados de infantería ya por mí nombrados, y fuimos a dormir al pueblo de Cempoal, y tenían aparejado para salir con nosotros dos mil indios de guerra en cuatro capitanías; y el primero día caminamos cinco leguas con buen concierto, y otro día a poco más de vísperas llegamos a las estancias que estaban junto al pueblo de Cingapacinga, e los naturales de él tuvieron noticia cómo íbamos; e ya que comenzábamos a subir por la fortaleza y casas, que estaban entre grandes riscos y peñascos, salieron de paz a nosotros ocho indios principales y papas, y dicen a Cortés llorando que por qué los quiere matar y destruir no habiendo hecho por qué, pues teníamos fama que a todos hacíamos bien y desagraviábamos a los que estaban robados, y habíamos prendido a los recaudadores de Montezuma; y que aquellos indios de guerra de Cempoal que allí iban con nosotros estaban mal con ellos de enemistades viejas que habían tenido sobre tierras e términos, y que con nuestro favor les venían a matar y robar; y que es verdad que mexicanos solían estar en guarnición en aquel pueblo, y que pocos días había se habían ido a sus tierras cuando supieron que habíamos preso a otros recaudadores; y que le ruegan que no pase más adelante la cosa y les favorezca.

Y como Cortés lo hubo muy bien entendido con nuestras lenguas doña Marina e Aguilar, luego con mucha brevedad mandó al capitán Pedro de Alvarado y al maestre de campo, que era Cristóbal de Olí, y a todos nosotros los compañeros que con él íbamos, que detuviésemos a los indios de Cempoal que no pasasen más adelante; y así lo hicimos. Y por presto que fuimos a detenerlos, ya estaban robando en las estancias; de lo cual hubo Cortés gran enojo, y mandó que viniesen luego los capitanes que traían a cargo aquellos guerreros de Cempoal, y con palabras de muy enojado y de grandes amenazas les dijo que luego les trajesen los indios e indias y mantas y gallinas que habían robado en las estancias, y que no entre ninguno dellos en aquel pueblo; y que porque le habían mentido y venían a sacrificar y robar a sus vecinos con nuestro favor, eran dignos de muerte, y que nuestro rey y señor, cuyos vasallos somos, no nos envió a estas partes y tierras para que hiciesen aquellas maldades, y que abriesen bien los ojos no les aconteciese otra como aquella, porque no había que quedar hombre dellos a vida; y luego los caciques y capitanes de Cempoal trajeron a Cortés todo lo que habían robado, así indios como indias y gallinas, y se los entregó a los dueños cuyo era, y con semblante muy furioso les tornó a mandar que se saliesen a dormir al campo, y así lo hicieron. Y desque los caciques y papas de aquel pueblo y otros comarcanos vieron que tan justificados éramos, y las palabras amorosas que les decía Cortés con nuestras lenguas, y también las cosas tocantes a nuestra santa fe, como la teníamos de costumbre, y que dejasen el sacrificio y de se robar unos a otros, y las suciedades de sodomías, y que no adorasen sus malditos ídolos, y se les dijo otras muchas cosas buenas, tomáronnos de buena voluntad, que luego fueron a llamar a otros pueblos comarcanos, y todos dieron la obediencia a su majestad.

Y allí luego dieron muchas quejas de Montezuma, como las pasadas que habían dado los de Cempoal cuando estábamos en el pueblo de Quiahuistlán. Y otro día por la mañana Cortés mandó llamar a los capitanes y caciques de Cempoal, que estaban en el campo aguardando para ver lo que les mandábamos, y aun muy temerosos de Cortés por lo que habían hecho en haberle mentido; y venidos delante, hizo amistades entre ellos y los de aquel pueblo, que nunca faltó por ninguno dellos. Y luego partimos para Cempoal por otro camino, y pasamos por dos pueblos amigos de los de Cingapacinga; y estábamos descansando, porque hacía recio sol y veníamos muy cansados con las armas a cuestas; y un soldado que se decía Fulano de Mora, natural de Ciudad-Rodrigo, tomó dos gallinas de una casa de indios de aquel pueblo, y Cortés, que lo acertó a ver, hubo tanto enojo de lo que delante de él hizo aquel soldado en los pueblos de paz en tomar las gallinas, que luego le mandó echar una soga a la garganta, y le tenían ahorcado si Pedro de Alvarado, que se halló junto a Cortés, no le cortara la soga con la espada, y medio muerto quedó el pobre soldado. He querido traer esto aquí a la memoria para que vean los curiosos lectores y aun los sacerdotes que ahora tienen cargo de administrar los santos sacramentos y doctrina a los naturales de estas partes, que porque aquel soldado tomó dos gallinas en un pueblo de paz, aína le costara la vida, y para que vean ahora ellos de qué manera se han de haber con los indios, e no tomarles sus haciendas.

Después murió este soldado en una guerra en la provincia de Guatemala sobre un peñol. Volvamos a nuestra relación: que, como salimos de aquellos pueblos que dejamos de paz, yendo para Cempoal, estaba el cacique gordo, con otros principales, aguardándonos en unas chozas con comida; que, aunque son indios, vieron y entendieron que la justicia es santa y buena, y que las palabras que Cortés les había dicho, que veníamos a desagraviar y quitar tiranías, conformaban con lo que pasó en aquella entrada, y tuviéronnos en mucho más que de antes, y allí dormimos en aquellas chozas, y todos los caciques nos llevaron acompañando hasta los aposentos de su pueblo; y verdaderamente quisieran que no saliéramos de su tierra, porque se temían de Montezuma no enviase su gente de guerra contra ellos. Y dijeron a Cortés, pues éramos ya sus amigos, que nos quieren tener por hermanos, que será bien que tomásemos de sus hijas e parientas para hacer generación; y que para que más fijas sean las amistades trajeron ocho indias, todas hijas de caciques, y dieron a Cortés una de aquellas cacicas, y era sobrina del mismo cacique gordo, y otra dieron a Alonso Hernández Puertocarrero, y era hija de otro gran cacique que se decía Cuesco en su lengua; y traíanlas vestidas a todas ocho con ricas camisas de la tierra, y bien ataviadas a su usanza, y cada una dellas un collar de oro al cuello, y en las orejas zarcillos de oro, y venían acompañadas de otras indias para se servir dellas; y cuando el cacique gordo las presentó, dijo a Cortés: «Tecle (que quiere decir en su lengua señor), estas siete mujeres son para los capitanes que tienes, y esta, que es mi sobrina, es para ti, que es señora de pueblos y vasallos.

» Cortés las recibió con alegre semblante, y les dijo que se lo tenían en merced; mas para tomarlas, como dice que seamos hermanos, que hay necesidad que no tengan aquellos ídolos en que creen y adoran, que los traen engañados y que como él vea aquellas cosas malísimas en el suelo y que no sacrifiquen, que luego tendrán con nosotros muy más fija la hermandad; y que aquellas mujeres que se volverán cristianas primero que las recibamos, y que también habían de ser limpios de sodomías, porque tenían muchachos vestidos en hábito de mujeres que andaban a ganar en aquel maldito oficio; y cada día sacrificaban delante de nosotros tres o cuatro o cinco indios, y los corazones ofrecían a sus ídolos y la sangre pegaban por las paredes, y cortábanles las piernas y brazos y muslos, y los comían como vaca que se trae de las carnicerías en nuestra tierra, y aun tengo creído que lo vendían por menudo en los tiangues, que son mercados; y que como estas maldades se quiten y que no lo usen, que no solamente les seremos amigos, mas que les hará que sean señores de otras provincias. Y todos los caciques, papas y principales respondieron que no les estaba bien de dejar sus ídolos y sacrificios, y que aquellos sus dioses les daban salud y buenas sementeras y todo lo que habían menester; y que en cuanto a lo de las sodomías, que pondrán resistencia en ello para que no se use más. Y como Cortés y todos nosotros vimos aquella respuesta tan desacatada y habíamos visto tantas crueldades y torpedades, ya por mí otra vez dichas, no las pudimos sufrir; y entonces nos habló Cortés sobre ello y nos trajo a la memoria unas santas y buenas doctrinas, y que ¿cómo podíamos hacer ninguna cosa buena si no volvíamos por la honra de Dios y en quitar los sacrificios que hacían a los ídolos? Y que estuviésemos muy apercibidos para pelear si nos lo viniesen a defender que no se los derrocásemos, y que, aunque nos costase las vidas, en aquel día habían de venir al suelo.

Y puestos que estábamos todos muy a punto con nuestras armas, como lo teníamos de costumbre para pelear, les dijo Cortés a los caciques que los habían de derrocar. Y cuando aquello vieron, luego mandó el cacique gordo a otros sus capitanes que se apercibiesen muchos guerreros en defensa de sus ídolos; y cuando vio que queríamos subir en un alto cu, que es su adoratorio, que estaba alto y había muchas gradas, que ya no se me acuerda que tantas había, vimos al cacique gordo con otros principales muy alborotados y sañudos, y dijeron a Cortés que por qué les queríamos destruir. Y que si les hacíamos deshonor a sus dioses o se los quitábamos, que ellos perecerían, y aun nosotros con ellos. Y Cortés les respondió muy enojado que otra vez les ha dicho que no sacrifiquen a aquellas malas figuras, porque no les traigan más engañados, y que a esta causa veníamos a quitar de allí, e que luego a la hora los quitasen ellos, si no, que luego los echaríamos a rodar por las gradas abajo; y les dijo que no los tendríamos por amigos, sino por enemigos mortales, pues que les daba buen consejo y no le querían creer; y porque habían visto que habían venido sus capitanes puestos en armas de guerreros, que está enojado con ellos y que se lo pagarán con quitarles las vidas. Y como vieron a Cortés que les decía aquellas amenazas, y nuestra lengua doña Marina que se lo sabía muy bien dar a entender y aun los amenazaba con los poderes de Montezuma, que cada día los aguardaba, por temor desto dijeron que ellos no eran dignos de llegar a sus dioses, y que si nosotros los queríamos derrocar, que no era con su consentimiento, que se los derrocásemos e hiciésemos lo que quisiésemos.

Y no lo hubo bien dicho, cuando subimos sobre cincuenta soldados y los derrocamos, y venían rodando aquellos sus ídolos hechos pedazos, y eran de manera de dragones espantables, tan grandes como becerros, y otras figuras de manera de medio hombre, y de perros grandes y de malas semejanzas; y cuando así los vieron hechos pedazos, los caciques y papas que con ellos estaban lloraban y tapaban los ojos, y en su lengua totonaque les decían que les perdonasen y que no era más en su mano ni tenían culpa, sino estos teules que les derruecan, e que por temor de los mexicanos no nos daban guerra. Y cuando aquello pasó, comenzaban las capitanías de los indios guerreros, que he dicho que venían a nos dar guerra, a querer flechar; y cuando aquello vimos, echamos mano al cacique gordo y a seis papas y a otros principales, y les dijo Cortés que si hacían algún descomedimiento de guerra que habían de morir todos ellos; y luego el cacique gordo mandó a sus gentes que se fuesen delante de nosotros y que no hiciesen guerra; y como Cortés los vio sosegados, les hizo un parlamento, lo cual diré adelante, y así se apaciguó todo; y esta de Cingapacinga fue la primera entrada que hizo Cortés en la Nueva-España, y fue de harto provecho. Y no como dice el cronista Gómara, que matamos y prendimos y asolamos tantos millares de hombres en lo de Cingapacinga; y miren los curiosos que esto leyeren cuánto va del uno al otro, por muy buen estilo que lo dice en su Crónica, pues en todo lo que escribe no pasa como dice.

 
 
CapÍtulo LII
 
Cómo Cortés mandó hacer un altar y se puso una imagen de nuestra señora y una cruz, y se dijo misa y se bautizaron las ocho indias
Como ya callaban los caciques y papas y todos los más principales, mandó Cortés que a los ídolos que derrocamos, hechos pedazos, que los llevasen adonde no pareciesen más y los quemasen; y luego salieron de un aposento ocho papas que tenían cargo dellos, y toman sus ídolos y los llevan a la misma casa donde salieron e los quemaron. El hábito que traían aquellos papas eran unas mantas prietas, a manera de sábana, y lobas largas hasta los pies, y unos como capillos que querían parecer a los que traen los canónigos, y otros capillos traían más chicos como los que traen los dominicos, y los cabellos traían largos hasta la cinta, y aun algunos hasta los pies, llenos de sangre pegada, y muy enredados, que no se podían esparcir, y las orejas hechas pedazos, sacrificadas dellas, y hedían como azufre, y tenían otro muy mal olor como de carne muerta. Y según decían, e alcanzamos a saber, aquellos papas eran hijos de principales y no tenían mujeres, mas tenían el maldito oficio de sodomías, y ayunaban ciertos días; y lo que yo les veía comer eran unos meollos o pepitas de algodón cuando lo desmotan, salvo si ellos no comían otras cosas que yo no se las pudiese ver. Dejemos a los papas y volvamos a Cortés, que les hizo un buen razonamiento con nuestras lenguas doña Marina y Jerónimo de Aguilar, y les dijo que ahora los teníamos como hermanos, y que les favorecería en todo lo que pudiese contra Montezuma y sus mexicanos, porque ya envió a mandar que no les diesen guerra ni les llevasen tributo; y que pues en aquellos sus altos cues no habían de tener más ídolos, que él les quiere dejar una gran señora, que es madre de nuestro señor Jesucristo, en quien creemos y adoramos, para que ellos también la tengan por señora y abogada; y sobre ello, y otras cosas de pláticas que pasaron, se les hizo un buen razonamiento, y tan bien propuesto, para según el tiempo, que no había más que decir; y se les declaró muchas cosas tocantes a nuestra santa fe, tan bien dichas como ahora los religiosos se lo dan a entender; de manera que los oían de buena voluntad.

Y luego les mandó llamar todos los indios albañiles que había en aquel pueblo, y traer mucha cal, porque había mucha, y mandó que quitasen las costras de sangre que estaban en aquellos cues y que lo aderezasen muy bien, Y luego otro día se encaló y se hizo un altar con buenas mantas, y mandó traer muchas rosas de las naturales que había en la tierra, que eran bien olorosas, y muchos ramos, y lo mandó enramar y que lo tuviesen limpio y barrido a la continua; y para que tuviesen cargo dello, apercibió a cuatro papas que se trasquilasen el cabello, que lo traían largo, como otra vez he dicho, y que vistiesen mantas blancas y se quitasen las que traían, y que siempre anduviesen limpios y que sirviesen aquella santa imagen de nuestra señora, en barrer y enramar; y para que, tuviesen más cargo dello puso a un nuestro soldado cojo e viejo, que se decía Juan de Torres, de Córdoba, que estuviese allí por ermitaño, e que mirase que se hiciese cada día así como lo mandaba a los papas. Y mandó a nuestros carpinteros, otra vez por mí nombrados, que hiciesen una cruz y la pusiesen en un pilar que teníamos ya nuevamente hecho y muy bien encalado; otro día de mañana se dijo misa en el altar, la cual dijo el padre fray Bartolomé de Olmedo, y entonces se dio orden como con el incienso de la tierra se encensase a la santa imagen de nuestra señora y a la santa cruz, y también se les mostró hacer candelas de la cera de la tierra, y se les mandó que aquellas candelas siempre estuviesen ardiendo en el altar, porque hasta entonces no se sabían aprovechar de la cera; y a la misa estuvieron los más principales caciques de aquel pueblo y de otros que se habían juntado.

Y asimismo trajeron las ocho indias para volver cristianas, que todavía estaban en poder de sus padres y tíos, y se les dio a entender que no habían de sacrificar más ni adorar ídolos, salvo que habían de creer en nuestro señor Dios, y se les amonestó muchas cosas tocantes a nuestra santa fe, y se bautizaron, y se llamó a la sobrina del cacique gordo doña Catalina, y era muy fea; aquélla dieron a Cortés por la mano, y la recibió con buen semblante; a la hija de Cuesco, que era un gran cacique, se puso por nombre doña Francisca; ésta era muy hermosa para ser india, y la dio Cortés a Alonso Hernández Puertocarrero; las otras seis ya no se me acuerda el nombre de todas, mas sé que Cortés las repartió entre soldados. Y después desto hecho, nos despedimos de todos los caciques y principales, y dende adelante siempre les tuvieron muy buena voluntad, especialmente cuando vieron que recibió Cortés sus hijas y las llevamos con nosotros; y con muy grandes ofrecimientos que Cortés les hizo que les ayudaría, nos fuimos a nuestra Villa-Rica, y lo que allí se hizo lo diré adelante. Esto es lo que pasó en este pueblo de Cempoal, y no otra cosa que sobre ello hayan escrito el Gómara ni los demás cronistas.
CapÍtulo LIII
 
Cómo llegamos a nuestra Villa-Rica de la Veracruz, y lo que allí pasó
Después que hubimos hecho aquella jornada y quedaron amigos los de Cingapacinga con los de Cempoal, y otros pueblos comarcanos dieron la obediencia a su majestad, y se derrocaron los ídolos y se puso la imagen de nuestra señora y la santa cruz, y le puso por ermitaño el viejo soldado y todo lo por mí referido, fuimos a la villa y llevamos con nosotros ciertos principales de Cempoal, y hallamos que aquel día había venido de la isla de Cuba un navío, y por capitán de él un Francisco de Saucedo, que llamábamos «el Pulido»; y pusímosle aquel nombre porque en demasía se preciaba de galán y pulido, y decían que había sido maestresala del almirante de Castilla, y era natural de Medina de Rioseco; y vino entonces Luis Marín, capitán que fue en lo de México, persona que valió mucho, y vinieron diez soldados; y traía el Saucedo un caballo y Luis Marín una yegua, y nuevas de Cuba, que le habían llegado al Diego Velázquez de Castilla las provisiones para poder rescatar y poblar; y los amigos del Diego Velázquez se regocijaron mucho, y más de que supieron que le trajeron provisión para ser adelantado de Cuba.

Y estando en aquella villa sin tener en qué entender más de acabar de hacer la fortaleza, que todavía se entendía en ella, dijimos a Cortés todos los más soldados que se quedase aquello que estaba hecho en ella para memoria, pues estaba ya para enmaderar, y que había ya más de tres meses que estábamos en aquella tierra, e que sería bueno ir a ver qué cosa era el gran Montezuma y buscar la vida y nuestra ventura, e que antes que nos metiésemos en camino que enviásemos a besar los pies a su majestad y a darle cuenta de todo lo acaecido desde que salimos de la isla de Cuba; y también se puso en plática que enviásemos a su majestad el oro que se había habido, así rescatado como los presentes que nos envió Montezuma. Y respondió Cortés que era muy bien acordado y que ya lo había puesto él en plática con ciertos caballeros; y porque en lo del oro por ventura habría algunos soldados que querrían sus partes, y si se partiese que sería poco lo que se podría enviar, por esta causa dio cargo a Diego de Ordás y a Francisco de Montejo, que eran personas de negocios, que fuesen de soldado en soldado de los que se tuviesen sospecha que demandarían las partes del oro, y les decían estas palabras: «Señores, ya veis que queremos hacer un presente a su majestad del oro que aquí hemos habido, y para ser el primero que enviamos destas tierras había ser mucho más; parécenos que todos le sirvamos con las partes que nos caben; los caballeros y soldados que aquí estamos escritos, tenemos firmado cómo no queremos parte ninguna dello, sino que sirvamos a su majestad con ello porque nos haga mercedes.

El que quisiere su parte no se le negará; el que no la quisiere haga lo que todos hemos hecho, fírmelo aquí»; y desta manera todos los firmaron a una. Y hecho esto, luego se nombraron para procuradores que fuesen a Castilla a Alonso Hernández Puertocarrero y Francisco de Montejo, porque ya Cortés le había dado sobre dos mil pesos por tenerle de su parte. Y se mandó apercibir el mejor navío de toda la flota, y con dos pilotos, que fue uno Antón de Alaminos, que sabía cómo habían de desembocar por la canal de Bahama, porque él fue el primero que navegó por aquella canal; y también apercibimos quince marineros, y se les dio todo recaudo de matalotaje. Y esto apercibido, acordamos de escribir y hacer saber a su majestad todo lo acaecido, y Cortés escribió por sí, según él nos dijo, con recta relación; mas no vimos su carta; y el cabildo escribió juntamente con diez soldados de los que fuimos en que se poblase la tierra, y le alzamos a Cortés por general; y con toda verdad que no faltó cosa ninguna en la carta, e iba yo firmado en ella; y demás destas cartas y relaciones, todos los capitanes y soldados juntamente escribimos otra carta y relación. Y lo que se contenía en la carta que escribimos es lo siguiente.
 
 
CapÍtulo LIV
 
De la relación y carta que escribimos a su majestad con nuestros procuradores Alonso Hernández Puertocarrero y Francisco de Montejo, la cual iba firmada de algunos capitanes y soldados
Después de poner en el principio aquel muy debido acato que somos obligados a tan gran majestad del emperador nuestro señor, que fue así: «Siempre sacra, católica, cesárea, real majestad»; y poner otras cosas que se convenían decir en la relación y cuenta de nuestra vida y viaje, cada capítulo por sí, fue esto que aquí diré en suma breve.

Cómo salimos de la isla de Cuba con Hernando Cortés, los pregones que se dieron, cómo veníamos a poblar, y que Diego Velázquez secretamente enviaba a rescatar, y no a poblar; cómo Cortés se quería volver con cierto oro rescatado, conforme a las instrucciones que de Diego Velázquez traía, de las cuales hicimos presentación; cómo hicimos a Cortés que poblase y le nombramos por capitán general y justicia mayor hasta que otra cosa su majestad fuese servido mandar; cómo le prometimos el quinto de lo que se hubiese, después de sacado su real quinto; cómo llegamos a Cozumel y por qué ventura se hubo Jerónimo de Aguilar en la punta de Cotoche, y de la manera que decía que allí aportó él y un Gonzalo Guerrero, que se quedó con los indios por estar casado y tener hijos y estar ya hecho indio; cómo legamos a Tabasco, y de las guerras que nos dieron y batallas que con ellos tuvimos; cómo los atrajimos de paz; cómo a do quiera que llegamos se les hacen buenos razonamientos para que dejen sus ídolos, y se les declara las cosas tocantes a nuestra santa fe; cómo dieron la obediencia a su real majestad y fueron los primeros vasallos que tiene en aquestas partes; cómo hicieron un presente de mujeres, y en él una cacica, para india, de mucho ser, que sabe la lengua de México, que es la que se usa en toda la tierra, y que con ella y el Aguilar tenemos verdaderas lenguas; cómo desembarcamos en San Juan de Ulúa, y de las pláticas de los embajadores del gran Montezuma, y quién era el gran Montezuma y lo que se decía de sus grandeza s y del presente que trajeron; y cómo fuimos a Cempoal, que es un pueblo grande, y desde allí a otro pueblo que se dice Quiahuistlán, que estaba en fortaleza, y cómo se hizo la liga y confederación con nos otros y quitaron la obediencia a Montezuma en aquel pueblo; de más de treinta pueblos que todos le dieron la obediencia y están en su real patrimonio, y la ida de Cingapacinga; cómo hicimos la fortaleza; y que ahora estamos de camino para ir la tierra adentro hasta vernos con el Montezuma.

Cómo aquella tierra es muy grande y de muchas ciudades y muy pobladísima, y los naturales grandes guerreros; cómo entre ellos hay mucha diversidad de lenguas y tienen guerra unos con otros; cómo son idólatras y se sacrifican y, matan en sacrificios muchos hombres e niños y mujeres, y comen carne humana y usan otras torpedades; cómo el primer descubridor fue un Francisco Hernández de Córdoba, y luego cómo vino Juan de Grijalva. E que ahora al presente le servimos con el oro que hemos habido, que es el sol de oro y la luna de plata y un casco de oro en granos como se coge en las minas, y muchas diversidades y géneros de piezas de oro hechas de muchas maneras; mantas de algodón muy labradas de plumas, y primas; otras muchas piezas de oro, que fueron mosqueadores, rodelas y otras cosas que ya no se me acuerda, como ha ya tantos años que pasó; también enviamos cuatro indios que quitamos en Cempoal, que tenían a engordar en unas jaulas de madera para después de gordos sacrificarlos y comérselos. Y después de hecha esta relación e otras cosas, dimos cuenta y relación cómo quedábamos en estos sus reinos cuatrocientos y cincuenta soldados, a muy gran peligro entre tanta multitud del pueblo y gentes belicosos y muy grandes guerreros, para servir a Dios y a su real corona; y le suplicamos que en todo lo que se nos ofreciese nos haga mercedes. Y que no hiciese merced de la gobernación destas tierras ni de ningunos oficios reales a persona ninguna, porque son tales ricas y de grandes pueblos y ciudades, que conviene para un infante o gran señor; y tenemos pensamiento que, como don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, es su presidente y manda a todas las Indias, que lo dará a algún su deudo o amigo, especialmente a un Diego Velázquez que está por gobernador en la isla de Cuba; y la causa es, por qué se le dará la gobernación o otro cualquier cargo, que siempre le sirve con presentes de oro, y le ha dejado en la misma isla pueblos de indios que le sacan oro de las minas; de lo cual había primeramente de dar los mejores pueblos a su real corona, y no le dejó ninguno, que solamente por esto es digno de que no se le hagan mercedes; y que como en todo somos sus muy leales servidores, y hasta fenecer nuestras vidas le hemos de servir, se lo hacemos saber para que tenga noticia de todo; y que estamos determinados que, hasta que sea servido que nuestros procuradores que allá enviamos besen sus reales pies y vea nuestras cartas y nosotros veamos su real firma, que entonces, los pechos por tierra, para obedecer sus reales mandos; y que si el obispo de Burgos por su mandado nos envía a cualquiera persona a gobernar o ser capitán, que primero que le obedezcamos se lo haremos saber a su real persona a do quiera que estuviere, y lo que fuere servido de mandar, que le obedeceremos como mando de nuestro rey y señor, como somos obligados; y demás destas relaciones, le suplicamos que entre tanto que otra cosa sea servido mandar, que le hiciese merced de la gobernación a Hernando Cortés; y dimos tantos loores de él y que es tan gran servidor suyo, hasta ponerlo en las nubes.

Y después de haber escrito todas estas relaciones con todo el mayor acato y humildad que pudimos y convenía, y cada capítulo por sí, y declaramos cada cosa cómo y cuándo y de qué arte pasaron, como carta para nuestro rey y señor, y no del arte que va aquí en esta relación; y la firmamos todos los capitanes y soldados que éramos de la parte de Cortés, e fueron dos cartas duplicadas; y nos rogó que se la mostrásemos, y como vio la relación tan verdadera y los grandes loores que dél dábamos, hubo mucho placer y dijo que nos lo tenía en merced, con grandes ofrecimientos que nos hizo; empero no quisiera que dijéramos en ella ni mentáramos del quinto del oro que le prometimos, ni que declaráramos quiénes fueron los primeros descubridores; porque, según entendimos, no hacía en su carta relación de Francisco Hernández de Córdoba ni del Grijalva, sino a él solo se atribuía el descubrimiento y la honra e honor de todo; y dijo que ahora al presente aquello estuviera mejor por escribir, y no dar relación dello a su majestad; y no faltó quien le dijo que a nuestro rey y señor no se le ha de dejar de decir todo lo que pasa. Pues ya escritas estas cartas y dadas a nuestros procuradores, les encomendamos mucho que por vía ninguna entrasen en la Habana ni fuesen a una estancia que tenía allí el Francisco de Montejo, que se decía el Marien, que era puerto para navíos, porque no alcanzase a saber el Diego Velázquez lo que pasaba; y no lo hicieron así, como adelante diré.

Pues ya puesto todo a punto para se ir a embarcar, dijo misa el padre de la Merced, y encomendándoles al Espíritu Santo que les guiase, en 26 días del mes de julio de 1519 años partieron de San Juan de Ulúa a La Habana; y el Francisco de Montejo con grandes importunaciones convocó e atrajo al piloto Alaminos guiase a su estancia, diciendo que iba a tomar bastimento de puercos y cazabe, hasta que le hizo hacer lo que quiso. Fue a surgir a su estancia, porque el Puertocarrero iba muy malo, y no hizo cuenta de él; y la noche que allí llegaron, desde la nao echaron un marinero en tierra con cartas e avisos para el Diego Velázquez; y supimos que el Montejo le mandó que fuese con las cartas, y en posta fue el marinero por la isla de Cuba de pueblo en pueblo publicando todo lo aquí por mí dicho, hasta que el Diego Velázquez lo supo. Y lo que sobre ello hizo, adelante lo diré.
 
 
CapÍtulo LV
 
Cómo Diego Velázquez, gobernador de Cuba, supo por cartas muy por cierto que enviábamos procuradores con embajadas y presentes a nuestro rey, y lo que sobre ello se hizo
Como Diego Velázquez, gobernador de Cuba, supo las nuevas, así por las cartas que le enviaron secretas y dijeron que fueron del Montejo, como lo que dijo el marinero que se halló presente en todo lo por mí dicho en el capítulo pasado, que se había echado a nado para le llevar las cartas; y cuando entendió del gran presente de oro que enviábamos a su majestad y supo quién eran los embajadores, temió y decía palabras muy lastimosas e maldiciones contra Cortés y su secretario Duero y del contador Amador de Lares, y de presto mandó armar dos navíos de poco porte, grandes veleros, con toda la artillería y soldados que pudo haber y con dos capitanes que fueron en ellos, que se decían Gabriel de Rojas, y el otro capitán se decía hulano de Guzmán, y les mandó que fuesen hasta la Habana, y que en todo caso le trajesen presa la nao en que iban nuestros procuradores y todo el oro que llevaban; y de presto, así como lo mandó, llegaron en ciertos días a la canal de Bahama, y preguntaban los de los navíos a barcos que andaban por la mar de acarreto que si habían visto ir una nao de mucho porte, y todos daban noticia della y que ya sería desembocada por la canal de Bahama, por que siempre tuvieron buen tiempo; y después de andar barloventeando con aquellos dos navíos entre la canal y la Habana, y no hallaron recado de lo que venían a buscar, se volvieron a Santiago de Cuba; y si triste estaba el Diego Velázquez antes que enviase los navíos, muy más se acongojó cuando los vió volver de aquel arte; y luego le aconsejaron sus amigos que se enviase a quejar a España al obispo de Burgos, que estaba por presidente de Indias, que hacía mucho por él; y también envió a dar sus quejas a la isla de Santo Domingo a la audiencia real que en ella residía y a los frailes jerónimos que estaban por gobernadores en ella, que se decían fray Luis de Figueroa y fray Alonso de Santo Domingo y fray Bernardino de Manzanedo; los cuales religiosos solían estar y residir en el monasterio de la Mejorada, que es dos leguas de Medina del Campo, y envían en posta un navío a la Española y danles muchas quejas de Cortés y de todos nosotros.

Y como alcanzaron a saber en la real audiencia nuestros grandes servicios, la respuesta que le dieron los frailes fue que a Cortés y a los que con él andábamos en las guerras no se nos podía poner culpa, pues sobre todas cosas acudíamos a nuestro rey y señor, v le enviábamos tan gran presente, que otro como él no se había visto de muchos tiempos pasados en nuestra España, y esto dijeron porque en aquel tiempo y sazón no había Perú ni memoria de él; y también le enviaron a decir que antes éramos dignos de que su majestad nos hiciese muchas mercedes. Entonces le enviaron al Diego de Velázquez a Cuba a un licenciado que se decía Zuazo, para que le tomase residencia, o a lo menos había pocos meses que había llegado a la isla de Cuba; y como aquella respuesta le trajeron al Diego Velázquez, se acongojó mucho más; y como de antes era muy gordo, se paró flaco en aquellos días; y luego con gran diligencia mandó buscar todos los navíos que pudo haber en la isla de Cuba y apercibir soldados y capitanes, y procuró enviar una recia armada para prender a Cortés y a todos nosotros; y tanta diligencia puso, que él mismo en persona andaba de villa en villa y en unas estancias y en otras, y escribía, a todas las partes de la isla donde él no podía ir, a rogar a sus amigos fuesen a aquella jornada; por manera que en obra de once meses o un año allegó diez y ocho velas grandes y pequeñas y sobre mil y trescientos soldados entre capitanes y marineros; porque, como le verían, del arte que he dicho, andar tan apasionado y corrido, todos los más principales vecinos de Cuba, así los parientes como los que tenían indios, se aparejaron para le servir, y también envió por capitán general de toda la armada a un hidalgo que se decía Pánfilo de Narváez, hombre alto de cuerpo y membrudo, y hablaba algo entonado, como medio de bóveda; y era natural de Valladolid, casado en la isla de Cuba con una dueña que se llamaba María de Valenzuela, ya viuda, y tenía buenos pueblos de indios y era muy rico.

Donde lo dejaré ahora haciendo y aderezando su armada, y volveré a decir de nuestros procuradores y su buen viaje; y porque en una sazón acontecían tres y cuatro cosas, no puedo seguir la relación y materia de lo que voy hablando por dejar de decir lo que más viene al propósito; y a esta causa no me culpen porque salgo y me aparto de la orden por decir lo que más adelante pasa.
 
 
CapÍtulo LVI
 
Cómo nuestros procuradores con buen tiempo desembocaron la canal de Bahama y en pocos días llegaron a Castilla, y lo que en la corte les sucedió
Ya he dicho que partieron nuestros procuradores del puerto de San Juan de Ulúa en 6 del mes de julio de 1519 anos, y con buen viaje llegaron a la Habana, y luego desembarcaron la canal, e diz que aquella fue la primera vez que por allí navegaron, y en poco tiempo llegaron a las islas de la Tercera, y desde allí a Sevilla, y fueron en posta a la corte, que estaba en Valladolid, y por presidente del real consejo de Indias don Juan Rodríguez de Fonseca, que era obispo de Burgos, y se nombraba arzobispo de Rosano y mandaba toda la corte, porque el emperador nuestro señor estaba en Flandes y era mancebo; y como nuestros procuradores le fueron a besar las manos al presidente muy ufanos, creyendo que les hiciera mercedes, y darle nuestras cartas y relaciones y a presentar todo el oro y joyas, le suplicaron que luego hiciese mensajero a su majestad y le enviasen aquel presente y cartas, y que ellos mismos irían con ello a besar sus reales pies; y porque se lo dijeron, les mostró mala cara y peor voluntad, y aun les dijo palabras mal miradas que nuestros embajadores estuvieron para le responder; de manera que se reportaron y dijeron que mirase su señoría los grandes servicios que Cortés y sus compañeros hacíamos a su majestad, y que le suplicaban otra vez que todas aquellas joyas de oro, cartas y relaciones las enviase luego a su majestad para que sepa todo lo que pasa, y que ellos irían con él.

Y les tornó a responder muy soberbiamente, y aun les mandó que no tuviesen ellos cargo dello, que él escribiría lo que pasaba, y no lo que le decían, pues se habían levantado contra el Diego Velázquez; y pasaron otras muchas palabras agrias; y en esta sazón llegó a la corte el Benito Martín, capellán de Diego Velázquez, otra vez por mí nombrado, dando muchas quejas de Cortes y de todos nosotros, de que el obispo se airó mucho más contra nosotros; y porque el Alonso Hernández Puertocarrero, como era caballero primo del conde de Medellín, y porque el Montejo no osaba desagradar al presidente, decía al obispo que le suplicaba muy ahincadamente que sin pasión fuesen oídos y que no dijese las palabras que decía, y que luego enviase aquellos recaudos así como los traían a su majestad, y que éramos servidores de la real corona, y que eran dignos de mercedes, y no de ser por palabras afrentados. Cuando oyó el obispo le mandó echar preso, porque le informaron que había sacado de Medellín tres años había una mujer que se decía María Rodríguez, y la llevó a las Indias. Por manera que todos nuestros servicios y los presentes de oro estaban del arte que aquí he dicho; y acordaron nuestros embajadores de callar hasta su tiempo e lugar. Y el obispo escribió a su majestad a Flandes en favor de su privado e amigo Diego Velázquez, y muy malas palabras contra Hernando Cortés y contra todos nosotros; mas no hizo relación de ninguna manera de las cartas que le enviávamos, salvo que se había alzado Hernando Cortés al Diego Velázquez, y otras cosas que dijo.

Volvamos a decir del Alonso Hernández Puertocarrero y del Francisco de Montejo, y aun de Martín Cortés, padre del mismo Cortés, y de un licenciado Núñez, relator del real consejo de su majestad, y cercano pariente de Cortés, que hacían por él: acordaron de enviar mensajeros a Flandes con otras cartas como las que dieron al obispo de Burgos, porque iban duplicadas las que enviamos con los procuradores, y escribieron a su majestad todo lo que pasaba e la memoria de las joyas de oro del presente, y dando quejas del obispo, y descubriendo sus tratos que tenía con el Diego Velázquez; y aun otros caballeros les favorecieron, que no estaban muy bien con el don Juan Rodríguez de Fonseca: porque, según decían, era malquisto por muchas demasías y soberbias que mostraba con los grandes cargos que tenía; y como nuestros grandes servicios eran por Dios nuestro señor y por majestad, y siempre poníamos nuestras fuerzas en ello, quiso Dios que su majestad lo alcanzó a saber muy claramente; y como lo vio y entendió, fue tanto el contentamiento que mostró, y los duques, marqueses y condes y otros caballeros que estaban en su real corte, que en otra cosa no hablaban por algunos días sino de Cortés y de todos nosotros los que le ayudamos en las conquistas, y de las riquezas que destas partes le enviamos; y así por esto como por las cartas glosadas que sobre ello le escribió el obispo de Burgos, desque vio su majestad que todo era al contrario de la verdad, desde allí adelante le tuvo mala voluntad al obispo, especialmente que no envió todas las piezas de oro, e se quedó con gran parte dellas.

Todo lo cual alcanzó a saber el mismo obispo, que se lo escribieron desde Flandes, de lo cual recibió muy grande enojo; y si, de antes que fuesen nuestras cartas ante su majestad, el obispo decía muchos males de Cortés y de todos nosotros, de allí adelante a boca llena nos llamaba traidores; mas quiso Dios que perdió la furia y braveza, que desde ahí a dos años fue recusado y aun quedó corrido y afrentado, y nosotros quedamos por muy leales servidores, como adelante diré de que venga a coyuntura; y escribió su majestad que presto vendría a Castilla y entendería en lo que nos conviene, e nos haría mercedes. Y porque adelante lo diré muy por extenso cómo y de qué manera pasó, se quedará aquí así: y nuestros procuradores aguardando la venida de su majestad. Y antes que más pase adelante quiero decir, por lo que me han preguntado ciertos caballeros muy curiosos y aun tienen razón de lo saber, que ¿cómo puedo yo escribir en esta relación lo que no vi, pues estaba en aquella sazón en las conquistas de la Nueva España cuando los procuradores dieron las cartas, recaudos y presente de oro que llevaban para su majestad, y tuvieron aquellas contiendas con el obispo de Burgos? A esto digo que nuestros procuradores nos escribían a los verdaderos conquistadores lo que pasaba, así lo del obispo de Burgos como lo que su majestad fue servido mandar en nuestro favor, letra por letra en capítulos, y de qué manera pasaba; y Cortés nos enviaba otras cartas, que recibía de nuestros procuradores, a las villas donde vivíamos en aquella sazón, para que viésemos cuán bien negociábamos con su majestad y qué grande contrario teníamos en el obispo de Burgos.

Y esto doy por descargo de lo que me preguntaban aquellos caballeros que dicho tengo. Dejemos esto, y digamos en otro capítulo lo que en nuestro real pasó.
 
 
CapÍtulo LVII
 
Cómo después que partieron nuestros embajadores para su majestad con todo el oro y relaciones: de lo que en el real se hizo, y la justicia que Cortés mandó hacer
Desde a cuatro días que partieron nuestros procuradores para ir ante el emperador nuestro señor, como dicho habemos, y los corazones de los hombres son de muchas calidades e pensamientos, parece ser que unos amigos y criados del Diego Velázquez, que se decían Pedro Escudero y un Juan Cermeño, y un Gonzalo de Umbría, piloto, y Bernardino de Coria, vecino que fue después de Chiapa, padre de un hulano Centeno, y un clérigo que se decía Juan Díaz, y ciertos hombres de la mar que se decían Peñates, naturales de Gibraleón, estaban mal con Cortés, los unos porque no les dio licencia para se volver a Cuba, como se la habían prometido, y otros porque no les dio parte del oro que enviamos a Castilla; los Peñates porque los azotó en Cozumel, como ya otra vez tengo dicho, cuando hurtaron los tocinos a un soldado que se decía Berrio; acordaron todos de tomar un navío de poco porte e irse con él a Cuba a dar mandado al Diego Velázquez, para avisarle cómo en la Habana podían tomar en la estancia de Francisco de Montejo a nuestros procuradores con el oro y recaudos; que, según pareció, de otras personas principales que estaban en nuestro real fueron aconsejados que fuesen a aquella estancia que he dicho, y aun escribieron para que el Diego Velázquez tuviese tiempo de haberlos a las manos.

Por manera que las personas que he dicho ya tenían metido matalotaje, que era pan cazabe, aceite, pescado y agua, y otras pobrezas de lo que podían haber; e ya que se iban a embarcar, y era a más de media noche, el uno dellos, que era el Bernardino de Coria, parece ser se arrepintió de se volver a Cuba, y lo fue a hacer saber a Cortés. E como lo supo, e de qué manera y cuántos e por qué causas se querían ir, y quien fueron en los consejos y tramas para ello, les mandó luego sacar las velas, aguja y timón del navío, y los mandó echar presos y les tomó sus confesiones, y confesaron la verdad, y condenaron a otros que estaban con nosotros, que se disimuló por el tiempo, que no permitía otra cosa; y por sentencia que dio, mandó ahorcar al Pedro Escudero y a Juan Cermeño, y a cortar los pies al piloto Gonzalo de Umbría, y azotar a los marineros Peñates, a cada doscientos azotes; y el padre Juan Díaz si no fuera de misa también lo castigara, mas metióle harto temor. Acuérdome que cuando Cortés firmó aquella sentencia dijo con grandes suspiros y sentimientos: «¡Oh, quién no supiera escribir, para no firmar muertes de hombres!» Y paréceme que aqueste dicho es muy común entre los jueces que sentencian algunas personas a muerte, que lo tomaron de aquel cruel Nerón en el tiempo que dio muestras de buen emperador. Y así como se hubo ejecutado la sentencia, se fue Cortés luego a mata caballo a Cempoal, que es cinco leguas de la villa, y nos mandó que luego fuésemos tras él doscientos soldados y todos los de a caballo; y acuérdome que Pedro de Alvarado, que había tres días que le había enviado Cortés con otros doscientos soldados por los pueblos de la sierra porque tuviesen qué comer, porque en nuestra villa pasábamos mucha necesidad de bastimentos, y le mandó que se fuese a Cempoal para que allí diéramos orden de nuestro viaje a México.

Por manera que el Pedro de Alvarado no se halló presente cuando se hizo la justicia que dicho tengo. Y cuando nos vimos juntos en Cempoal, la orden que se dio en todo diré adelante.
 
 
CapÍtulo LVIII
 
Cómo acordamos de ir a México, y antes que partiésemos dar con todos los navíos al través, y lo que más pasó; y esto de dar con los navíos al través fue por consejo e acuerdo. de todos nosotros los que éramos amigos de Cortés
Estamos en Cempoal, como dicho tengo, platicando con Cortés en las cosas de la guerra y camino para adelante, de plática en plática le aconsejamos los que éramos sus amigos que no dejase navío en el puerto ninguno, sino que luego diese al través con todos, y no quedasen ocasiones, porque entre tanto que estábamos la tierra adentro no se alzasen otras personas como los pasados; y demás desto, que teníamos mucha ayuda de los maestres, pilotos y marineros, que serían al pie de cien personas, y que mejor nos ayudarían a pelear y guerrear que no estando en el puerto; y según vi y entendí, esta plática de dar con los navíos al través que allí le propusimos, el mismo Cortés lo tenía ya concertado, sino que quiso que saliese de nosotros, porque si algo le demandasen que pagase los navíos, que era por nuestro consejo, y todos fuésemos en los pagar. Y luego mandó a un Juan Escalante, que era alguacil mayor y persona de mucho valor y gran amigo de Cortés, y enemigo de Diego Velázquez porque en la isla de Cuba no le dio buenos indios, que luego fuese a la villa, y que de todos los navíos se sacasen todas las anclas, cables, velas y lo que dentro tenían de que se pudiesen aprovechar, y que diese con todos ellos al través, que no quedasen más de los bateles; e que los pilotos e maestres viejos y marineros que no eran buenos para ir a la guerra, que se quedasen en la villa, y con dos chinchorros que tuviesen cargo de pescar, que en aquel puerto siempre había pescado, aunque no mucho; y el Juan de Escalante lo hizo según y de la manera que le fue mandado, y luego se vino a Cempoal con una capitanía de hombres de la mar, que fueron los que sacaron de los navíos, y salieron algunos dellos muy buenos soldados.

Pues hecho esto, mandó Cortés llamar a todos los caciques de la serranía de los pueblos nuestros confederados, y rebelados al gran Montezuma, y les dijo cómo habían de servir a los que quedaban en la Villa Rica, e acabar de hacer la iglesia, fortaleza y casas; y allí delante dellos tomó Cortés por la mano al Juan de Escalante, y les dijo: «Este es mi hermano»; y que lo que les mandase que lo hiciesen; e que si hubiesen menester favor e ayuda contra algunos indios mexicanos, que a él recurriesen, que él iría en persona a les ayudar. Y todos los caciques se ofrecieron de buena voluntad de hacer lo que les mandase; e acuérdome que luego le zahumaron al Juan de Escalante con sus inciensos, y aunque no quiso. Ya he dicho era persona muy bastante para cualquier cargo y amigo de Cortés, y con aquella confianza le puso en aquella villa y puerto por capitán, para si algo enviase Diego Velázquez, que hubiese resistencia. Dejarlo he aquí, y diré lo que pasó. Aquí es donde dice el cronista Gómara que mandó Cortés barrenar los navíos y también dice el mismo que Cortés no osaba publicar a los soldados que quería ir a México en busca del gran Montezuma. Pues ¿de qué condición somos los españoles para no ir adelante, y estarnos en partes que no tengamos provecho e guerras? También dice el mismo Gómara que Pedro de Ircio quedó por capitán en la Veracruz; no le informaron bien. Digo que Juan de Escalante fue el que quedó por capitán y alguacil mayor de la Nueva España, que aún al Pedro de Ircio no le habían dado cargo ninguno, ni aun de cuadrillero, ni era para ello; ni es justo dar a nadie lo que no tuvo, ni quitarlo a quien lo tuvo.

 
 
CapÍtulo LIX
 
De un razonamiento que Cortés nos hizo después de haber dado con los navíos al través, y cómo aprestamos nuestra ida para México
Después de haber dado con los navíos al través a ojos vistas, y no como lo dice el cronista Gómara, una mañana, después de haber oído misa, estando que estábamos todos los capitanes y soldados juntos hablando con Cortés en cosas de la guerra, dijo que nos pedía por merced que le oyésemos, y propuso un razonamiento desta manera: «Que ya habíamos entendido la jornada a que íbamos, y mediante nuestro señor Jesucristo habíamos de vencer todas las batallas y rencuentros, y que habíamos de estar tan prestos para ello como convenía; porque en cualquier parte que fuésemos desbaratados (lo cual Dios no permitiese) no podríamos alzar cabeza, por ser muy pocos, y que no teníamos otro socorro ni ayuda sino el de Dios, porque ya no teníamos navíos para ir a Cuba, salvo nuestro buen pelear y corazones fuertes; y sobre ello dijo otras muchas comparaciones de hechos heroicos de los romanos.» Y todos a una le respondimos que haríamos lo que ordenase; que echada estaba la suerte de la buena o mala ventura, como dijo Julio César sobre el Rubicón, pues eran todos nuestros servicios para servir a Dios y a su majestad. Y después deste razonamiento, que fue muy bueno, cierto que con otras palabras más melosas y elocuencia que yo aquí las digo, luego mandó llamar al cacique gordo, y le tornó a traer a la memoria que tuviese muy reverenciada y limpia la iglesia y cruz; e demás desto le dijo que él se quería partir luego para México a mandar a Montezuma que no robe ni sacrifique; e que ha menester doscientos indios tamemes para llevar el artillería, que ya he dicho otra vez que llevan dos arrobas a cuestas e andan con ellas cinco leguas; y también les demandó cincuenta principales hombres de guerra que fuesen con nosotros.

Estando desta manera para partir, vino de la Villa Rica un soldado con una carta del Juan de Escalante, que ye le había mandado otra vez Cortés que fuese a la villa para que le enviase otros soldados, y lo que en la carta decía el Escalante era que andaba un navío por la costa, y que le había hecho ahumadas y otras grandes señas, y había puesto unas mantas blancas por banderas, y que cabalgó a caballo con una capa de grana colorada porque lo viesen los del navío; y que le pareció a él que bien vieron las señas, banderas, caballo y capa, y no quisieron venir al puerto; y que luego envió españoles a ver en qué paraje iba, y le trajeron respuesta que tres leguas de allí estaba surto, cerca de una boca de un río; y que se lo hace saber para ver lo que manda. Y como Cortés vio la carta, mandó luego a Pedro de Alvarado que tuviese cargo de todo el ejército que estaba allí en Cempoal, y juntamente con él a Gonzalo de Sandoval, que ya daba muestras de varón muy esforzado, como siempre lo fue. Y éste fue el primer cargo que tuvo el Sandoval; y aun sobre que le dio entonces aquel cargo, que fue el primero, y se lo dejó de dar a Alonso de Ávila, tuvieron ciertas cosquillas el Alonso de Ávila y el Sandoval. Volvamos a nuestro cuento, y es, que luego Cortés cabalgó con cuatro de a caballo que le acompañaron, y mandó que le siguiésemos cincuenta soldados de los más sueltos, porque Cortés nos nombró los que habíamos de ir con él; y aquella noche llegamos a la Villa Rica.

Y lo que allí pasamos diré adelante.
 
 
CapÍtulo LX
 
Cómo Cortés fue adonde estaba surto el navío, y prendimos seis soldados y marineros que del navío hubimos, y lo que sobre ello pasó
Así como llegamos a la Villa Rica, como dicho tengo, vino Juan de Escalante a hablar a Cortés, y le dijo que sería bien ir luego aquella noche al navío, por ventura no alzase velas y se fuese, y que reposase el Cortés, que él iría con veinte soldados. Y Cortés dijo que no podía reposar; «que cabra coja no tenga siesta», que él quería ir en persona con los soldados que consigo traía; y antes que bocado comiésemos comenzamos a caminar la costa adelante, y topamos en el camino a cuatro españoles que venían a tomar posesión en aquella tierra por Francisco de Garay, gobernador de Jamaica, los cuales enviaba un capitán que estaba poblando de pocos días había en el río de Pánuco, que se llamaba Alonso álvarez de Pineda o Pinedo; y los cuatro españoles que tomamos se decían Guillén de la Loa, éste venía por escribano; y los testigos que traía para tomar la posesión se decían Andrés Núñez, y era carpintero de ribera, y el otro se decía maestre Pedro el de la Arpa, y era valenciano; el otro no me acuerdo el nombre. Y como Cortés hubo bien entendido cómo venían a tomar posesión en nombre de Francisco Garay, e supo que quedaba en Jamaica y enviaba capitanes, preguntóles Cortés que por qué título o por qué vía venían aquellos capitanes.

Respondieron los cuatro hombres que en el año de 1518, como había fama, de todas las islas de las tierras que descubrimos cuando lo de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva, y llevamos a Cuba los veinte mil pesos de oro a Diego Velázquez, que entonces tuvo relación el Garay del piloto Antón de Alaminos y de otro piloto que habíamos traído con nosotros, que podía pedir a su majestad desde el río de San Pedro y San Pablo por la banda del norte todo lo que descubrirse; y como el Garay tenía en la corte quien le favoreciese con el favor que esperaba, envió un mayordomo suyo que se decía Torralva, a lo negociar, y trajo provisiones para que fuese adelantado y gobernador desde el río de San Pedro y San Pablo y todo lo que descubriese; y por aquellas provisiones envió luego tres navíos con hasta doscientos y setenta soldados con bastimentos y caballos, con el capitán por mí nombrado, que se decía Alonso álvarez Pineda o Pinedo, y que estaba poblando en un río que se dice Pánuco, obra de setenta leguas de allí; y que ellos hicieron lo que su capitán les mandó, y que no tienen culpa. Y como lo hubo entendido Cortés, con palabras amorosas les halagó y les dijo que si podríamos tomar aquel navío; y el Guillén de la Loa, que era el más principal de los cuatro hombres, dijo que capearían y harían lo que pudiesen; y por bien que los llamaron y capearon, ni por señas que les hicieron, no quisieron venir; porque, según dijeron aquellos hombres, su capitán les mandó que mirasen que los soldados de Cortés no topasen con ellos, porque tenían noticia que estábamos en aquella tierra; y cuando vimos que no venía el batel, bien entendimos que desde el navío nos habían visto venir por la costa adelante, y que si no era con maña no volverían con el batel a aquella tierra; e rogóles Cortés que se desnudasen aquellos cuatro hombres sus vestidos para que se los vistiesen otros cuatro hombres de los nuestros, y así lo hicieron; y luego nos volvimos por la costa adelante por donde habíamos venido, para que nos viesen volver desde el navío, para que creyesen los del navío que de hecho nos volvimos; y quedádamos los cuatro de nuestros soldados vestidos los vestidos de los otros cuatro, y estuvimos con Cortés en el monte escondidos hasta más de media noche que hiciese oscuro para volvernos enfrente del riachuelo, y muy escondidos, que no aparecíamos otros, sino los cuatro soldados de los nuestros; y como amaneció comenzaron a capear los cuatro soldados, y luego vinieron en el batel seis marineros, y los dos saltaron en tierra con unas dos botijas de agua; y entonces aguardamos los que estábamos con Cortés escondidos que saltasen los demás marineros, y no quisieron saltar en tierra; y los cuatro de los nuestros que tenían vestidas las ropas de los otros de Garay hacían que estaban lavando las manos y escondiendo las caras, y decían los del batel: «Veníos a embarcar; ¿qué hacéis?, ¿por qué no venís?» Y entonces respondió uno de los nuestros: «Saltad en tierra y veréis aquí un poco.

» Y como desconocieron la voz, se volvieron con su batel, y por más que los llamaron, no quisieron responder; y queríamos les tirar con las escopetas y ballestas, y Cortés dijo que no se hiciese tal, que se fuesen con Dios a dar mandado a su capitán; por manera que se hubieron de aquel navío seis soldados, los cuatro que hubimos primero, y dos marineros que saltaron en tierra; y así, volvimos a Villa Rica, y todo esto sin comer cosa ninguna, Y esto es lo que se hizo, y no lo que escribe el cronista Gómara, porque dice que vino Garay en aquel tiempo, y engañóse, que primero que viniese envió tres capitales con navíos; los cuales diré adelante en qué tiempo vinieron e qué se hizo dellos, y también en el tiempo que vino Garay; y pasemos adelante, e diremos cómo acordamos ir a México.
 

Obras relacionadas


No hay contenido actualmente en Obras relacionadas con el contexto

Contenidos relacionados