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La precaria cohesión política del reino de Nápoles era del todo inexistente en el estado pontificio, dividido en innumerables señorías. Todo el Lazio estaba en manos de linajes locales (Orsini, Colonna, Anguillara, Conti, Savelli y Caetani) que luchaban entre sí para imponer su hegemonía a los demás. Orsini y Colonna dominaban la escena política a principios del siglo XIV en los Estados Pontificios. Los primeros, miembros de la aristocracia más rancia, se habían opuesto vehementemente a la entrada del emperador Enrique VII en Roma (1311). Por su parte, los Colonna, una vez recuperadas sus posesiones con la muerte de Bonifacio VIII (1294-1303), habían vuelto a desempeñar un importante papel en el juego político en perjuicio de los Caetani. Así, Esteban Colonna (muerto en 1350) pudo reconstruir el castillo de Palestrina, destruido durante el pontificado de Benito Caetani. En Roma, capital abandonada por los pontífices, existía pese a todo un sentimiento unitario entre las capas burguesas de la sociedad, que fue capitalizado por Cola de Rienzo. Hijo de un tabernero y de una lavandera, Cola había conseguido finalizar sus estudios notariales tras sortear gran número de dificultades. Profundo admirador y estudioso de la antigua Roma, pretendió devolver a la ciudad su pasado prestigio. Su aparición en la escena política romana coincidió con la revuelta popular que derribó el gobierno del Senado, controlado por los principales linajes de la ciudad, e instauró el de los trece "boni homines", que representaban a las corporaciones urbanas.

Cola fue enviado por el nuevo consejo a Aviñón en 1343, con la intención de que explicara a Clemente VI las razones del cambio de gobierno y la anarquía política que había vivido la ciudad hasta la fecha. Pese a la desconfianza de la Curia pontificia, Cola fue recibido por el Papa y retornó a Roma en 1344 con el cargo de notario de la Cámara Municipal, título que utilizó para consolidar su posición política. En 1347 un motín contra la oligarquía romana lo llevó al poder en calidad de tribuno. Puso en marcha un programa de reformas encaminadas a restablecer la autoridad pública y a garantizar la seguridad y la paz. Naturalmente, los linajes nobiliarios se opusieron radicalmente al gobierno de Cola y no dudaron en combatirlo con la fuerza de las armas, siendo derrotados a las puertas de Roma por un ejército popular. Cola de Rienzo quiso extender su proyecto político a otras localidades del Estado pontificio, encontrando el apoyo incondicional de intelectuales como Petrarca. Sin embargo, la ambición creciente de su programa comenzó a abrir resquemores en Aviñón. El pontífice envió a Roma al cardenal-legado Bertrand de Deux, con el objeto de reorganizar la resistencia nobiliaria contra el tribuno. Sin el apoyo de una todavía débil clase burguesa, Cola se vio forzado a huir a Abruzzo, donde, en los montes de Maiella, entró en contacto con comunidades de "fraticelli", encuentro que radicalizó su discurso político.

Algunos meses más tarde, Rienzo se trasladó a la corte imperial para presentar su programa a Carlos IV. El emperador no dudó un instante en enviarle prisionero a Aviñón, evitando así un posible enfrentamiento con el pontificado. El nuevo papa, Inocencio VI, elegido en 1352, incorporó algunas ideas de Cola a su proyecto de restablecer el orden en los Estados Pontificios. Envió con tal fin al cardenal Gil de Albornoz (1353-1367), quien consiguió el reconocimiento de la autoridad pontificia por parte de la mayoría de señorías del Lazio y de las regiones colindantes. Obra del cardenal fueron las "Constitutiones Aegidiane" (1357) que marcaron la organización interna del Estado de la Iglesia hasta 1816. Cola de Rienzo consiguió entrar nuevamente en Roma, donde fue elegido senador. Aislado y sin el apoyo de sus antiguos aliados, fue asesinado el 8 de octubre de 1354 mientras trataba de huir de la ciudad. El nuevo ordenamiento otorgaba al Estado una teórica unidad, que resultó del todo ineficaz, cuando en 1378 estalló la guerra entre Roma y Florencia. Numerosas ciudades pontificias se rebelaron y negaron el apoyo al Papa en el conflicto. Una de ellas, Cesena, fue saqueada despiadadamente por mercenarios bretones al mando del cardenal Roberto de Ginebra -futuro Clemente VII-, a quien Gregorio XI (1370-1378), de vuelta en Roma desde 1377, había encargado conducir las hostilidades contra Florencia. Algunos meses más tarde, la muerte del papa Gregorio y el inicio del Cisma de Occidente acarrearían problemas más graves al Estado de la Iglesia que el enfrentamiento con la república florentina.

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