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Datos principales
Rango
Barroco17
Desarrollo
En el tema de la ciudad las "Ordenanzas", si bien reflejan influencias de tratados manejados en la Europa del XVI que remiten a modelos clásicos -siendo el de Vitruvio el más reiteradamente citado en ese sentido- codifican ante todo una experiencia que pudo, cuando menos, tanto como la teoría. Por poner un ejemplo de ello, en la recomendación de que carnicerías, pescaderías, tenerías, etc., que causaban suciedad y malos olores se alejaran del centro de la población, coincidían lo que aconsejaba la experiencia y recomendaban los tratados de urbanismo del Renacimiento, sin olvidar que éstos fueron a su vez el resultado de una reflexión sobre la ciudad basada en la experiencia.Sin embargo, no siempre hubo coincidencia entre teoría, norma y realidad. En concreto, para la plaza se indicaban en las "Ordenanzas" unas medidas que daban para el largo una vez y media el ancho de dicha plaza, por ser ésa la mejor proporción "para las fiestas de a cavallo y cualesquiera otras que se hayan de hazer". Con esto se estaba siguiendo casi literalmente lo que Vitruvio había escrito en su libro V, que aconsejaba también esa medida por ser la más cómoda para los espectáculos, pero rarísima vez, se encuentra una plaza rectangular en las ciudades hispanoamericanas, pues suelen ser cuadradas por lo lógico que resultaba tirar entonces, a partir del espacio de la plaza, las líneas de la cuadrícula para las manzanas. Además, salvo en casos de grandes plazas, como la de Puebla, en las que las fuentes no entorpecían el desarrollo de espectáculos públicos, lo frecuente fue que tanto la fuente como la picota o rollo entorpecieran de algún modo esa finalidad de la plaza como escenario para las fiestas que se establecían en las "Ordenanzas" del año 1573.
Una síntesis de lo que fue la plaza en la ciudad hispánica se puede ver en el plano de Tlaxcala de 1585, en el que además de los edificios de gobierno, soportales y fuente aparece la picota, compañera siempre de la fundación de una ciudad.Otra muestra de cómo las famosas "Ordenanzas" no fueron seguidas exactamente es que, a pesar de que en ellas se indicaba la conveniencia de que la iglesia Mayor no estuviera en la plaza sino en lugar más aislado de edificios para que así se pudiera apreciar su grandeza (lo cual puede recordar algunas apreciaciones de Francesco di Giorgio Martini ), lo cierto es que fue la plaza Mayor su lugar natural, aun cuando su fachada principal diera en algunos casos a una plaza secundaria.También en las "Ordenanzas" de 1573 se indicaba que "toda la plaça a la redonda y las quatro calles prinçipales que dellas salen tengan portales porque son de mucha comodidad para los tratantes que aquí suelen concurrir", pero los soportales rara vez definieron todo el espacio de una plaza y sus calles adyacentes, aunque sí son característicos de toda plaza Mayor hispánica, que ocupen uno, dos, tres o sus cuatro lados. Tal como ha apuntado Bonet, si bien los soportales se pueden relacionar con una tradición urbana proveniente de la antigua Roma, no es menos cierto que en España quedan ejemplos famosos de calles medievales con soportales y que los pórticos de algunas iglesias medievales -que sirvieron de lugar de reunión de los concejos- podrían ponerse en relación con los soportales de los cabildos que, en América, tuvieron también su lugar en la plaza Mayor.
El que en las "Ordenanzas" se indique que la plaza no debía ser un espacio cerrado al resto de la ciudad mediante unos soportales continuos, sino abierto interrumpiendo éstos en las bocacalles, relaciona estas "Ordenanzas" con proyectos de plazas españolas. Por otra parte, la regularidad geométrica de estas plazas con soportales sí supuso una novedad, a la que fue incorporada la tradición de los soportales. Este tipo de plaza en España había culminado con la reconstrucción de la plaza Mayor de Valladolid en 1561 y los proyectos de regularización de la plaza Mayor de Madrid emprendidos ya en el reinado de Felipe II . El que en América primaran quizás razones de carácter funcional para el diseño geométrico de las plazas mayores no nos impide considerar todo ello como fruto de una época que utilizó la geometría para ordenar el espacio del hombre.Según las "Ordenanzas", además de la plaza Mayor había que hacer otras menores para la iglesia Mayor (que ya vimos que sin embargo pasó a ubicarse en la plaza Mayor), parroquias y monasterios, pero así se había hecho en Quito con anterioridad a esta fecha, pues en una relación anónima del mismo año 1573 se decía que tenía tres plazas cuadradas, una delante de la iglesia Mayor, otra delante del monasterio de San Francisco y otra delante del de Santo Domingo. Es éste un ejemplo que de nuevo nos lleva a concluir que estas famosas "Ordenanzas" del año 1573, tantas veces consideradas un punto de partida, fueron más un punto de llegada que reguló toda una experiencia urbana previa que había tenido en las Indias un campo de experimentación único desde los años veinte del siglo XVI.
Para confirmarlo basta recordar que en Nueva España se habían fundado antes de 1574 treinta ciudades y villas. La pervivencia de la normativa dada en estas "Ordenanzas" -que se detecta incluso en la fundación de ciudades en Florida y California en el siglo XVIII- y el hecho de que, por ejemplo, Buenos Aires se hiciera siguiendo esas normas justifica no obstante su indudable interés para la historia del urbanismo.Si los repartos de solares a que anteriormente aludimos establecieron ya una jerarquización de espacios en la ciudad, en la que el espacio se valoraba en función de su proximidad a la plaza Mayor, cuando se trató de adjudicar los lugares a las distintas instituciones también fue la plaza Mayor el referente urbano. La plaza fue en cierto modo un espacio regulador de la ciudad: en función de la proximidad a ella se inició una cierta zonificación y cuando las ciudades crecieron fueron las calles próximas a la plaza las que conservaron su trazado regular. Así sucedía en Quito en el siglo XVIII, de la que Jorge Juan y Antonio de Ulloa escribieron en 1738 que a tres o cuatro cuadras de la plaza empezaba "la imperfección de subidas y bajadas". En Mérida (Yucatán) esa singularidad urbana del centro de la ciudad en torno a la plaza se materializó a fines del siglo XVII con ocho arcos en las ocho calles que llegaban a la plaza para marcar así los límites de la zona central de la ciudad.El indio peruano Waman Puma (Guamán Poma) de Ayala envió en 1615 a Felipe III un manuscrito titulado "Nueva crónica y Buen gobierno" que no llegó a publicarse. En él representa mediante la imagen una gran cantidad de ciudades que tienen un común denominador: todos los edificios se ordenan en función de una plaza central en la que se ubica la iglesia principal y en torno a la cual se agrupan los edificios de los que se destacan las cúpulas y torres de las iglesias. Si bien puede recordar alguna de las imágenes del libro de Pedro de Medina sobre las ciudades españolas, el protagonismo que adquiere la plaza es único y refleja la realidad de las ciudades hispanoamericanas en el siglo XVI.
Una síntesis de lo que fue la plaza en la ciudad hispánica se puede ver en el plano de Tlaxcala de 1585, en el que además de los edificios de gobierno, soportales y fuente aparece la picota, compañera siempre de la fundación de una ciudad.Otra muestra de cómo las famosas "Ordenanzas" no fueron seguidas exactamente es que, a pesar de que en ellas se indicaba la conveniencia de que la iglesia Mayor no estuviera en la plaza sino en lugar más aislado de edificios para que así se pudiera apreciar su grandeza (lo cual puede recordar algunas apreciaciones de Francesco di Giorgio Martini ), lo cierto es que fue la plaza Mayor su lugar natural, aun cuando su fachada principal diera en algunos casos a una plaza secundaria.También en las "Ordenanzas" de 1573 se indicaba que "toda la plaça a la redonda y las quatro calles prinçipales que dellas salen tengan portales porque son de mucha comodidad para los tratantes que aquí suelen concurrir", pero los soportales rara vez definieron todo el espacio de una plaza y sus calles adyacentes, aunque sí son característicos de toda plaza Mayor hispánica, que ocupen uno, dos, tres o sus cuatro lados. Tal como ha apuntado Bonet, si bien los soportales se pueden relacionar con una tradición urbana proveniente de la antigua Roma, no es menos cierto que en España quedan ejemplos famosos de calles medievales con soportales y que los pórticos de algunas iglesias medievales -que sirvieron de lugar de reunión de los concejos- podrían ponerse en relación con los soportales de los cabildos que, en América, tuvieron también su lugar en la plaza Mayor.
El que en las "Ordenanzas" se indique que la plaza no debía ser un espacio cerrado al resto de la ciudad mediante unos soportales continuos, sino abierto interrumpiendo éstos en las bocacalles, relaciona estas "Ordenanzas" con proyectos de plazas españolas. Por otra parte, la regularidad geométrica de estas plazas con soportales sí supuso una novedad, a la que fue incorporada la tradición de los soportales. Este tipo de plaza en España había culminado con la reconstrucción de la plaza Mayor de Valladolid en 1561 y los proyectos de regularización de la plaza Mayor de Madrid emprendidos ya en el reinado de Felipe II . El que en América primaran quizás razones de carácter funcional para el diseño geométrico de las plazas mayores no nos impide considerar todo ello como fruto de una época que utilizó la geometría para ordenar el espacio del hombre.Según las "Ordenanzas", además de la plaza Mayor había que hacer otras menores para la iglesia Mayor (que ya vimos que sin embargo pasó a ubicarse en la plaza Mayor), parroquias y monasterios, pero así se había hecho en Quito con anterioridad a esta fecha, pues en una relación anónima del mismo año 1573 se decía que tenía tres plazas cuadradas, una delante de la iglesia Mayor, otra delante del monasterio de San Francisco y otra delante del de Santo Domingo. Es éste un ejemplo que de nuevo nos lleva a concluir que estas famosas "Ordenanzas" del año 1573, tantas veces consideradas un punto de partida, fueron más un punto de llegada que reguló toda una experiencia urbana previa que había tenido en las Indias un campo de experimentación único desde los años veinte del siglo XVI.
Para confirmarlo basta recordar que en Nueva España se habían fundado antes de 1574 treinta ciudades y villas. La pervivencia de la normativa dada en estas "Ordenanzas" -que se detecta incluso en la fundación de ciudades en Florida y California en el siglo XVIII- y el hecho de que, por ejemplo, Buenos Aires se hiciera siguiendo esas normas justifica no obstante su indudable interés para la historia del urbanismo.Si los repartos de solares a que anteriormente aludimos establecieron ya una jerarquización de espacios en la ciudad, en la que el espacio se valoraba en función de su proximidad a la plaza Mayor, cuando se trató de adjudicar los lugares a las distintas instituciones también fue la plaza Mayor el referente urbano. La plaza fue en cierto modo un espacio regulador de la ciudad: en función de la proximidad a ella se inició una cierta zonificación y cuando las ciudades crecieron fueron las calles próximas a la plaza las que conservaron su trazado regular. Así sucedía en Quito en el siglo XVIII, de la que Jorge Juan y Antonio de Ulloa escribieron en 1738 que a tres o cuatro cuadras de la plaza empezaba "la imperfección de subidas y bajadas". En Mérida (Yucatán) esa singularidad urbana del centro de la ciudad en torno a la plaza se materializó a fines del siglo XVII con ocho arcos en las ocho calles que llegaban a la plaza para marcar así los límites de la zona central de la ciudad.El indio peruano Waman Puma (Guamán Poma) de Ayala envió en 1615 a Felipe III un manuscrito titulado "Nueva crónica y Buen gobierno" que no llegó a publicarse. En él representa mediante la imagen una gran cantidad de ciudades que tienen un común denominador: todos los edificios se ordenan en función de una plaza central en la que se ubica la iglesia principal y en torno a la cual se agrupan los edificios de los que se destacan las cúpulas y torres de las iglesias. Si bien puede recordar alguna de las imágenes del libro de Pedro de Medina sobre las ciudades españolas, el protagonismo que adquiere la plaza es único y refleja la realidad de las ciudades hispanoamericanas en el siglo XVI.