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Datos principales
Rango
Intermedia-Sud
Desarrollo
La personalidad de los desarrollos culturales acaecidos en Mesoamérica y el Area Andina entre el 300 y el 900 d.C., hace que inevitablemente buena parte de América Central se interprete en función de los procesos de expansión o detracción constatados en ambas regiones. Tal vez como consecuencia de ello se extiende el uso de la arquitectura monumental en Honduras y El Salvador, según manifiestan asentamientos como Yarumela, Tazumal, Los Naranjos y Tenampúa. En estos centros, los grupos se organizan en torno a plazas y patios delimitados por estructuras piramidales y palaciegas, de similar concepción a las existentes en áreas más septentrionales. En esta misma región, y siguiendo una tónica similar a la de algunos centros mayas , se produce la influencia teotihuacana poco después del 300 d.C.; por ejemplo, en el río Lempa se descubrieron figurillas de arcilla confeccionadas a molde, candeleros y floreros de frecuente aparición en la metrópoli del centro de México. Paralelamente a este proceso, y tal vez relacionado con él, se inició una vía comercial de penetración maya que siguió el curso del río Ulúa y el valle de Comayagua en Honduras, y que llegó a conectar con sitios de la costa Atlántica de Costa Rica. La cerámica y la presencia de glifos mayas en pendientes de jade en estas zonas parecen estar en conexión con el florecimiento de la ciudad de Copán. Sin embargo, la mayor parte de las cerámicas producidas durante el Clásico Temprano son autóctonas, predominando las decoraciones de estampado de mecedora, puntuaciones e incisiones simples hasta formar líneas en zigzag, junto a la bicromía zonal, a veces en combinación con diseños incisos.
Poco después del 600 d.C. se producen algunos acontecimientos de importancia que evidencian el expansionismo de las grandes civilizaciones clásicas americanas: mientras que el oro procedente de Colombia, Panamá y suroeste de Costa Rica desplaza al jade como principal material de culto y de status, las cerámicas se adscriben con claridad a la tradición maya: el tipo Copador, distribuido por Honduras y el oeste de El Salvador muestra una innegable relación con los polícromos mayas, e incluso contiene seudoglifos. Asimismo manifiesta conexiones con esta gran civilización la cerámica Babilonia Polícromo de Honduras y Nicaragua, la bícroma y polícroma identificada por los tipos Ulúa Mayoide, Ulúa Geométrico y Ulúa Polícromo en Honduras, y los tipos Galo Polícromo y Carrillo Polícromo del área de Nicoya en Costa Rica, que sitúan con claridad esta región dentro de la frontera meridional de Mesoamérica. También de suma importancia es la introducción de la práctica del juego de pelota en centros de integración política como Quelepa (El Salvador) y Los Naranjos (Honduras). El momento en que se introduce su práctica, el estilo de juego y la asociación de yugos y palmas encontrados en un depósito ritual en Quelepa, indican la adscripción de la zona a un proceso cultural que caracteriza el Clásico Medio en el sur de Mesoamérica. Al final de la etapa surgen grandes fortalezas colocadas en sitios bien defendidos, como en Yarumela y en Quelepa, anunciando quizás los profundos cambios políticos y de patrón de asentamiento definitorios del momento inmediatamente posterior.
Esta difusión de los sistemas culturales del norte tiene su contrapartida en elementos procedentes del sur. Además del ya mencionado desplazamiento del jade por el oro como material de status, algunos tipos cerámicos, como el denominado Guacamayo y la decoración escarificada distribuidos por el sur de Costa Rica, se relacionan con tradiciones de Panamá y norte de Colombia. En el mismo sentido podemos interpretar el desarrollo de una tradición escultórica que se fundamenta en la representación de las cabezas trofeo en un estilo realista. Las poblaciones más importantes se concentran en las costas durante esta etapa, en particular ante las expectativas económicas que genera la explotación de la sal y de ciertos moluscos con el fin de sacar un tinte de color púrpura, sobre cuya base se establecieron relaciones comerciales a larga distancia, que se mantendrán en tiempos coloniales. Al mismo tiempo, continúa la manufactura de metates decorados con figuras humanas y animales, que se depositan como ofrenda en los enterramientos de elite. Su función es controvertida, los especialistas están divididos entre asignarles una actividad relacionada con la molienda ceremonial del maíz, o definirlos como tronos utilizados por los dirigentes. En cualquier caso, las piedras de moler decoradas con tallas que forman motivos complejos se consideran una explicación de la cosmología de los grupos costarricenses, siendo la losa la superficie de la tierra, y el maíz molido la esencia de los dioses, mientras que el inframundo se representa por las evolucionadas esculturas emplazadas debajo de la superficie de molienda.
Poco después del 600 d.C. se producen algunos acontecimientos de importancia que evidencian el expansionismo de las grandes civilizaciones clásicas americanas: mientras que el oro procedente de Colombia, Panamá y suroeste de Costa Rica desplaza al jade como principal material de culto y de status, las cerámicas se adscriben con claridad a la tradición maya: el tipo Copador, distribuido por Honduras y el oeste de El Salvador muestra una innegable relación con los polícromos mayas, e incluso contiene seudoglifos. Asimismo manifiesta conexiones con esta gran civilización la cerámica Babilonia Polícromo de Honduras y Nicaragua, la bícroma y polícroma identificada por los tipos Ulúa Mayoide, Ulúa Geométrico y Ulúa Polícromo en Honduras, y los tipos Galo Polícromo y Carrillo Polícromo del área de Nicoya en Costa Rica, que sitúan con claridad esta región dentro de la frontera meridional de Mesoamérica. También de suma importancia es la introducción de la práctica del juego de pelota en centros de integración política como Quelepa (El Salvador) y Los Naranjos (Honduras). El momento en que se introduce su práctica, el estilo de juego y la asociación de yugos y palmas encontrados en un depósito ritual en Quelepa, indican la adscripción de la zona a un proceso cultural que caracteriza el Clásico Medio en el sur de Mesoamérica. Al final de la etapa surgen grandes fortalezas colocadas en sitios bien defendidos, como en Yarumela y en Quelepa, anunciando quizás los profundos cambios políticos y de patrón de asentamiento definitorios del momento inmediatamente posterior.
Esta difusión de los sistemas culturales del norte tiene su contrapartida en elementos procedentes del sur. Además del ya mencionado desplazamiento del jade por el oro como material de status, algunos tipos cerámicos, como el denominado Guacamayo y la decoración escarificada distribuidos por el sur de Costa Rica, se relacionan con tradiciones de Panamá y norte de Colombia. En el mismo sentido podemos interpretar el desarrollo de una tradición escultórica que se fundamenta en la representación de las cabezas trofeo en un estilo realista. Las poblaciones más importantes se concentran en las costas durante esta etapa, en particular ante las expectativas económicas que genera la explotación de la sal y de ciertos moluscos con el fin de sacar un tinte de color púrpura, sobre cuya base se establecieron relaciones comerciales a larga distancia, que se mantendrán en tiempos coloniales. Al mismo tiempo, continúa la manufactura de metates decorados con figuras humanas y animales, que se depositan como ofrenda en los enterramientos de elite. Su función es controvertida, los especialistas están divididos entre asignarles una actividad relacionada con la molienda ceremonial del maíz, o definirlos como tronos utilizados por los dirigentes. En cualquier caso, las piedras de moler decoradas con tallas que forman motivos complejos se consideran una explicación de la cosmología de los grupos costarricenses, siendo la losa la superficie de la tierra, y el maíz molido la esencia de los dioses, mientras que el inframundo se representa por las evolucionadas esculturas emplazadas debajo de la superficie de molienda.