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Datos principales
Rango
Pirámides
Desarrollo
Afirma el Papiro Westcar que los tres primeros reyes de la V Dinastía (2463?2322) eran hijos del dios solar y de la mujer de un sacerdote de Re . Con esto, y según el modo egipcio de escribir la historia, se quiere significar que en tiempos de la nueva dinastía, el dios del sol se convirtió en rey del mundo. Nada seguro se sabe acerca del origen de los nuevos faraones, ni siquiera si estaban o no emparentados con los de la IV Dinastía ; Manetho afirma que procedían de Elefantina. Tal vez sea cierto, pues no hay motivo para sospechar que el dato se haya inventado. El primer monarca de la familia, Userkaf (2463?2455), instaura la costumbre de que el rey construya un santuario a Re en la margen occidental del Nilo, en los alrededores de Abusir. La traza del monumento se basa en la idea de la colina ancestral, de la que emergió como primer punto de la creación, a partir del caos, un poste erguido. La versión pétrea de este poste será el obelisco, en cuya cima se posa el sol cada mañana. A su alrededor se construye un patio para los sacrificios. Nadie conoce los detalles del ritual; sólo sabemos que estos templos tienen desde este momento en la religión del Estado la misma significación que antaño habían tenido las pirámides. El dios Re es ahora el ordenador del mundo, el que al principio de todas las cosas dio las directrices -el maat- por las que el mundo había de regirse. El nuevo credo religioso tuvo profundas consecuencias.
Al cesar el rey en su cometido de sostén del mundo, ya no hacía falta que sus colaboradores fuesen príncipes de sangre real, y de hecho la mayoría ya no lo son. Los dioses locales, que antes reflejaban la fisonomía del rey-dios, se independizan y convierten en poderosas divinidades, sólo supeditadas a Re como señor supremo. Así, por ejemplo, Ptah, el dios local de los artesanos menfitas, se convierte en dios de la creación cósmica, y los nombres personales derivados del suyo van siendo cada vez más frecuentes. El Estado conserva, en lo fundamental, su antiguo aspecto exterior, pero en su seno están germinando las semillas de muchas novedades. El culto de Re no sólo minó los fundamentos del concepto tradicional del Estado, sino que fomentó una visión del mundo que apuntaba ya en la mastaba de Nefermaat y en sus coetáneas de Meidum, pero que sólo ahora es llevada a sus últimas consecuencias: se trata de la visión complacida y regocijada de todos los bienes que rodean al hombre en la tierra merced a la acción bienhechora del sol, esto es, de Re. Sólo un cabo quedaba por atar en esta risueña concepción del mundo: ¿qué pasaba con los muertos? Antes, el faraón difunto se identificaba con Osiris y mantenía el orden y la tranquilidad en aquel mundo, como primero lo había hecho en el de los vivos; pero aunque el sol se sumergiese de noche en el reino de las sombras, tenía que abandonarlo al amanecer, para su celeste recorrido diurno, dejando a los muertos a merced de los poderes del caos.
Esta era una deficiencia que había que subsanar y que paulatinamente, hacia el final de la dinastía, fue remediada, con perjuicio para Re, con el culto de Osiris. En efecto, los dos últimos faraones de la Dinastía V -Asosi y Unas - ya no edifican santuarios de Re, y Unas es el primero en grabar en los muros de su modesta pirámide de Sakkara los textos del ritual funerario propio de las personas reales conocidos hoy como "Textos de las Pirámides". Lo mismo harán los cuatro primeros reyes de la VI Dinastía y las tres esposas de uno de ellos, Pepi II . ¿Qué son estos textos? Materialmente los integran más de 700 pasajes, de extensión desigual, que requieren unas 4.000 columnas de bien trazados jeroglíficos. En ellos se encierra una retahíla de jaculatorias, recitadas en el entierro del rey y que permitirán a éste alcanzar una nueva vida en el Más Allá. Las dificultades de interpretación que estos textos encierran para los exégetas modernos dimanan de que aun tratándose de una especie de drama mitológico, no hacen referencia alguna a la acción, sino que reproducen simplemente las palabras que en el curso de la misma se pronunciaban. En general, parece que el fondo del mito era la muerte de un dios de la fertilidad, que se transformaba en deidad femenina y volvía a nacer de ésta. La correlación con el mito de Osiris es patente. Pero aun así, Re no fue desplazado, ya que siguió siendo considerado padre del faraón, y como tal, situando a éste, a su muerte, entre las estrellas del firmamento. Aunque no se sepa con certeza, es probable, dada la propensión de los egipcios a contemplar el otro mundo como trasunto de éste, que los mortales que habían vivido conforme al orden social establecido (decimos social y no moral), confiasen también en alcanzar la inmortalidad en tanto que súbditos del faraón, esto es, siendo juzgados por éste, labrando sus tierras, sirviéndole de remeros en sus naves solar y lunar, llevando sus armas: en suma, reiterando los servicios que aquí le habían prestado a lo largo de su vida.
Al cesar el rey en su cometido de sostén del mundo, ya no hacía falta que sus colaboradores fuesen príncipes de sangre real, y de hecho la mayoría ya no lo son. Los dioses locales, que antes reflejaban la fisonomía del rey-dios, se independizan y convierten en poderosas divinidades, sólo supeditadas a Re como señor supremo. Así, por ejemplo, Ptah, el dios local de los artesanos menfitas, se convierte en dios de la creación cósmica, y los nombres personales derivados del suyo van siendo cada vez más frecuentes. El Estado conserva, en lo fundamental, su antiguo aspecto exterior, pero en su seno están germinando las semillas de muchas novedades. El culto de Re no sólo minó los fundamentos del concepto tradicional del Estado, sino que fomentó una visión del mundo que apuntaba ya en la mastaba de Nefermaat y en sus coetáneas de Meidum, pero que sólo ahora es llevada a sus últimas consecuencias: se trata de la visión complacida y regocijada de todos los bienes que rodean al hombre en la tierra merced a la acción bienhechora del sol, esto es, de Re. Sólo un cabo quedaba por atar en esta risueña concepción del mundo: ¿qué pasaba con los muertos? Antes, el faraón difunto se identificaba con Osiris y mantenía el orden y la tranquilidad en aquel mundo, como primero lo había hecho en el de los vivos; pero aunque el sol se sumergiese de noche en el reino de las sombras, tenía que abandonarlo al amanecer, para su celeste recorrido diurno, dejando a los muertos a merced de los poderes del caos.
Esta era una deficiencia que había que subsanar y que paulatinamente, hacia el final de la dinastía, fue remediada, con perjuicio para Re, con el culto de Osiris. En efecto, los dos últimos faraones de la Dinastía V -Asosi y Unas - ya no edifican santuarios de Re, y Unas es el primero en grabar en los muros de su modesta pirámide de Sakkara los textos del ritual funerario propio de las personas reales conocidos hoy como "Textos de las Pirámides". Lo mismo harán los cuatro primeros reyes de la VI Dinastía y las tres esposas de uno de ellos, Pepi II . ¿Qué son estos textos? Materialmente los integran más de 700 pasajes, de extensión desigual, que requieren unas 4.000 columnas de bien trazados jeroglíficos. En ellos se encierra una retahíla de jaculatorias, recitadas en el entierro del rey y que permitirán a éste alcanzar una nueva vida en el Más Allá. Las dificultades de interpretación que estos textos encierran para los exégetas modernos dimanan de que aun tratándose de una especie de drama mitológico, no hacen referencia alguna a la acción, sino que reproducen simplemente las palabras que en el curso de la misma se pronunciaban. En general, parece que el fondo del mito era la muerte de un dios de la fertilidad, que se transformaba en deidad femenina y volvía a nacer de ésta. La correlación con el mito de Osiris es patente. Pero aun así, Re no fue desplazado, ya que siguió siendo considerado padre del faraón, y como tal, situando a éste, a su muerte, entre las estrellas del firmamento. Aunque no se sepa con certeza, es probable, dada la propensión de los egipcios a contemplar el otro mundo como trasunto de éste, que los mortales que habían vivido conforme al orden social establecido (decimos social y no moral), confiasen también en alcanzar la inmortalidad en tanto que súbditos del faraón, esto es, siendo juzgados por éste, labrando sus tierras, sirviéndole de remeros en sus naves solar y lunar, llevando sus armas: en suma, reiterando los servicios que aquí le habían prestado a lo largo de su vida.