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Diligencia y gasto que hizo Cortés en armar la flota Como tardaba Juan de Grijalva más de lo que tardó Francisco Hernández en volver, o en enviar aviso de lo que hacía, despachó Diego Velázquez a Cristóbal de Olid en una carabela, en socorro y a saber de él, encargándole que volviese en seguida con cartas de Grijalva; sin embargo, Cristóbal de Olid anduvo poco por Yucatán, y sin hallar a Juan de Grijalva se volvió a Cuba, lo cual fue un gran perjuicio para Diego Velázquez y para Grijalva; porque si hubiese llegado a san Juan de Ulúa o más adelante, hubiese hecho quizá poblar allí a Grijalva; mas él dijo que le convino dar la vuelta, por haber perdido las áncoras. Llegó Pedro de Albarado, después de partir Cristóbal de Olid, con la relación del descubrimiento y con muchas cosas de oro, pluma y algodón, que se habían rescatado, por las cuales, y con lo que dijo de palabra, se alegró y maravilló Diego Velázquez con todos los españoles de Cuba; mas temió la vuelta de Grijalva, porque le decían los enfermos que vinieron de allí que no tenía gana de poblar, y que la tierra y gente era mucha y guerrera, y hasta porque desconfiaba de la prudencia y valor de su pariente. Así es que determinó enviar allá algunas naos con gente y armas y mucha quincallería, pensando enriquecer por rescates y poblar por la fuerza. Rogó a Baltasar Bermúdez que fuese; y como le pidió tres mil ducados para ir bien armado y provisto, le dejó, diciendo que de esta manera sería mayor el gasto que el provecho.

Tenía poco estómago para gastar, porque era codicioso, y quería enviar armada a costa ajena, que casi había hecho así la de Grijalva, porque Francisco de Montejo puso un navío y mucho bastimento. Y Alonso Hernández Portocarrero, Alonso de Ávila, Diego de Ordas y otros muchos fueron a su costa con Juan de Grijalva. Habló a Hernán Cortés para que armasen ambos a medias; porque tenía dos mil castellanos de oro en compañía de Andrés de Duero, mercader; y porque era hombre diligente, discreto y esforzado, le rogó que fuese con la flota, encareciéndole el viaje y negocio. Hernán Cortés, que tenía mucho valor y deseos, aceptó la compañía, el gasto y la marcha, creyendo que no sería mucho el costo, así que pronto se pusieron de acuerdo. Enviaron a Juan de Saucedo, que había venido con Albarado, a sacar una licencia de los frailes jerónimos que gobernaban entonces, para poder ir a rescatar para los gastos, y a buscar a Juan de Grijalva, pues sin ella no podía nadie rescatar, que es feriar mercería por oro y plata. Fray Luis de Figueroa, fray Alonso de Santo Domingo y fray Bernaldino Manzanedo, que eran los gobernadores, dieron la licencia para Hernán Cortés, como capitán y armador, con Diego Velázquez, mandando que fuese con él un tesorero y un veedor para procurar y tener el quinto del rey, como era costumbre. Mientras que venía la licencia de los gobernadores, comenzó Hernán Cortés a prepararse para la jornada. Habló a sus amigos y a otros muchos para ver si querían ir con él, y como encontró trescientos que fuesen, compró una carabela y un bergantín que unió a la carabela que trajo Pedro de Albarado y otro bergantín de Diego Velázquez, y los proveyó de armas, artillería y munición.

Compró vino, aceite, habas, garbanzos y otras cosillas. Tomó fiada de Diego Sanz, tendero, una tienda de buhonería en setecientos pesos de oro. Diego Velázquez le dio mil castellanos de la hacienda de Pánfilo de Narváez, que tenía en poder por su ausencia, diciendo que no tenía blanca suya; y dio a muchos soldados que iban en la flota dinero, con obligación de mancomún o fianzas. Y capitularon ambos lo que cada uno había de hacer, ante Alonso de Escalante, escribano público y real, el día 23 de octubre del año 18. Volvió a Cuba Juan Grijalva en ese momento y con su venida hubo mudanza en Diego Velázquez, pues ni quiso gastar más en la flota que armaba Cortés, ni hubiese querido que la acabara de armar. Las causas por lo que lo hizo, fueron el querer enviar por sí a solas aquellas mismas naos de Grijalva; ver el gasto de Cortés y el ánimo con que gastaba; pensar que se le alzaría, como había hecho él con el almirante don Diego; oír y creer a Bermúdez y a los Velázquez, que le decían no se fiase de él, que era extremeño, mañoso, altivo, amador de honras, y hombre que se vengaría en aquello de lo pasado. El tal Bermúdez estaba muy arrepentido por no haber tomado aquella empresa cuando se lo rogaron, enterándose entonces del grande y hermoso rescate que Grijalva traía, y qué rica tierra era la recientemente descubierta. Los Velázquez hubiesen querido, como parientes, ser los capitanes y cabezas de la armada, aunque no servían para ello, según dicen.

Pensó también Diego Velázquez que aflojando él, cesaría Cortés; y como procedía en el negocio, le echó a Amador de Larez, persona muy principal, para que dejase la idea, puesto que Grijalva había vuelto, y que le pagaría lo gastado. Cortés, comprendiendo los pensamientos de Diego Velázquez, dijo a Larez que no dejaría de ir, siquiera por la vergüenza, ni desharía compañía. Y si Diego Velázquez quería enviar a otro, armando por sí, que lo hiciese, pues él ya tenía licencia de los padres gobernadores. Y así, habló con su amigos y personas principales, que se preparaban para la jornada, a ver si le seguirían y le favorecerían. Y como viese en ellos la mejor amistad y ayuda, comenzó a buscar dinero; y tomó fiados cuatro mil pesos de oro de Andrés de Duero, Pedro de Jerez, Antonio de Santa Clara, mercaderes, y de otros, con los cuales compró dos naos, seis caballos, y muchos trajes. Socorrió a muchos, tomó casa, hizo mesa, y comenzó a ir con armas y mucha compañía, de lo que muchos murmuraban, diciendo que tenía estado sin señorío. Llegó en esto a Santiago Juan de Grijalva, y no le quiso ver Diego Velázquez, porque se vino de aquella rica tierra, y sentía que Cortés fuese allí tan pujante; mas no le pudo estorbar la marcha, porque todos le seguían, tanto los que allí estaban, como los que venían con Grijalva; pues si lo hubiese intentado con rigor, hubiese habido revuelta en la ciudad, y hasta muertes; y como no era parte, disimuló. Todavía mandó que no le diesen vituallas, según muchos dicen. Cortés procuró salir en seguida de allí. Publicó que iba por su cuenta, puesto que había vuelto Grijalva, diciendo a los soldados que no habían de tener qué hacer con Diego Velázquez. Les dijo que se embarcasen con la comida que pudiesen. Cogió a Fernando Alfonso los puercos y carneros que tenía para pesar al día siguiente en la carnicería, dándole una cadena de oro, en forma de abrojos, en pago y para la pena de no dar carne a la ciudad. Y salió de Santiago de Barucoa el 18 de noviembre, con más de trescientos españoles, en seis navíos.

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