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Postmodernidad

Desarrollo


El punto de partida reformista de Gorbachov fue, por tanto, modesto, teniendo en cuenta la posterior evolución de la URSS. Se trató, en suma, de la sustitución de una clase dirigente gerontocrática por otra que, en el estilo propio de quien la dirigía, desde el principio pareció semejante a la característica de un político occidental por su carisma, determinación y apariencia de eficacia. Pero, de cara a la política interior del partido, el estilo de Gorbachov experimentó menos cambios. "Tiene una sonrisa amable, pero dientes de acero", aseguró de él Gromyko. Lo importante, sin embargo, estriba en que, en realidad, la Perestroika se enmarcaba en su momento inicial en un tipo de comportamiento habitual en el seno del régimen soviético. Se trataba de lograr un uso más apropiado de los medios económicos de los que se disponía, porque se admitía ya la existencia de un abismo entre la realidad y lo oficial. Este nuevo impulso reformador incluyó la purga de una burocracia ineficaz y la voluntad de implicar al conjunto de los ciudadanos en la tarea colectiva de reconstruir la economía nacional. Lo auténticamente novedoso fue, por tanto, la sensación de inevitabilidad en la autocrítica y la urgencia de resolver los problemas productivos, así como la amplitud de la revisión a emprender. Pero Gorbachov era, y siguió siéndolo, un pragmático y no un teórico. Por más que él mismo -y, sobre todo, alguno de sus colaboradores iniciales, como Yeltsin- utilizara un lenguaje desgarrado, su universo intelectual permanecía en la ortodoxia del sistema.

A lo sumo, decía inspirarse para sus planteamientos en alguna fuente inesperada, como las obras del último Lenin. Pero para él, al menos tal como lo expresó en sus comienzos, Stalin fue "históricamente necesario", la Revolución rusa resultó, en su momento, positiva e incluso no estaba justificado someter a crítica el comportamiento de la URSS en la primera parte de la Segunda Guerra Mundial, cuando los soviéticos fueron aliados de los nazis. En el origen de la Perestroika estuvo, sin la menor duda, una voluntad de reforma económica, pues éste era el aspecto más grave de la situación de la URSS a mediados de los ochenta. Pero aunque Gorbachov presentó el cambio necesario en esta materia como una imperiosa necesidad, no lo fundamentó en una teoría acerca de él. Pareció, por el contrario, inspirarse en el conocido lema de Lenin: "Lo más importante es implicarse en la lucha y aprender qué hacer a continuación". En su caso, esa interpretación fue en exceso optimista, porque el programa de reforma no llegó a esbozarse y, además, con el transcurso del tiempo, la economía se convirtió en un rehén de la política. Aun así, resulta de interés mencionar el primer diagnóstico que la dirección política soviética hizo acerca de los males de la situación y los remedios que se pretendían para resolverla. En primer lugar, la descripción que en esos medios se hizo fue que se trataba de "un fenómeno de crisis" por lo que no bastaba una simple aceleración.

Aganbegyan, el primero de los consejeros económicos de Gorbachov, afirmó que en un 40% de las ramas de la industria se habría producido una disminución de la producción y que, además, existía "una degradación de la agricultura". Pero llama la atención que, ante esta realidad, sólo propuso reformas de los procedimientos de gestión tendentes a dar más autonomía a la empresa, a procurar un mayor rendimiento por trabajador o al aumento de la calidad sin cuestionar en absoluto el conjunto del sistema. Cuando tímidamente se introdujeron actividades económicas privadas, se hizo con un casuismo exasperante. Nunca, a lo largo de toda la duración de la Perestroika, se discutieron las alternativas económicas existentes en otros países del área socialista. Las pocas medidas que realmente se adoptaron no fueron discutidas de forma efectiva, como fue el caso de aquellas que permitían capital extranjero. Un chiste acerca de Gorbachov, que le describía como una persona que tenía cien consejeros económicos pero no sabía cuál era el bueno, ilustra la situación de perplejidad de la clase dirigente soviética que demostró mucha más capacidad de destruir que de construir. Rizhkov, el presidente del Consejo de Ministros nombrado por Gorbachov y persona clave para ejecutar la reforma económica, simplemente permaneció en la pasividad y, como veremos, cuando ya la situación empezó a convertirse en patética sólo fue uno de quienes propusieron una serie de planes de acción contradictorios que concluyeron en una situación insoluble.

En lo que abundó la primera fase de la Perestroika fue en medidas morales, como, por ejemplo, combatir el uso del alcohol. Según fuentes oficiales, en 1986 se habría producido una disminución de hasta el 36% del consumo. Pero, aunque ése era un problema objetivo de la sociedad soviética, como es lógico, estaba muy lejos de ser el primero. Del final de la guerra fría se tratará en otro epígrafe, pero es preciso en este momento tomar nota de la estrecha relación existente entre la sentida necesidad de reforma económica y la política exterior. El nuevo estilo del secretario general, capaz de mezclarse con las masas durante sus visitas a Occidente, cordial y sonriente, explica buena parte de su éxito. El primer impacto de Gorbachov en los medios internacionales se produjo ya antes de ser responsable principal de la política soviética, pero cuando alcanzó ese puesto llegó a alcanzar mayor popularidad que los líderes democráticamente elegidos de los países que visitaba. Lo cierto es, sin embargo, que su éxito nacía de la debilidad. Si multiplicó las iniciativas en política exterior tendentes a la distensión fue porque sentía la necesidad de "concentrarse en la labor dentro de la propia sociedad". De cara al interior de la URSS, se justificó inicialmente la nueva posición en política exterior como producto de un necesario "tiempo de respiro". Pero pronto la situación cambió. De forma rápida, en las declaraciones de los dirigentes soviéticos empezó a percibirse como positivo un sentido de interdependencia entre el mundo capitalista y el soviético.

La lucha de clases desapareció como epicentro de la política internacional y, en cambio, la paz fue vista como un bien objetivo y para todos. Gorbachov empezó a hablar de un "hogar común europeo" a pesar de la radical diferencia existente entre las instituciones políticas; esta evolución, que pudo ser tildada de puro cambio táctico, acabó por traducirse en un giro de fondo con el paso del tiempo. A medio plazo, en efecto, tuvo lugar una verdadera impregnación de los valores humanistas en la mentalidad de la dirección soviética. De momento hubo, al menos, un cambio sustancial en las prioridades de los dirigentes: el examen de sus discursos testimonia una radical disminución del interés por los países socialistas y por el Tercer Mundo y, en cambio, una creciente preferencia por las relaciones con los países occidentales. De esta manera fue posible una "impregnación" de valores democráticos. Resulta obvio que el balance de la política exterior fue no sólo positivo sino brillante para Gorbachov. El optimismo generado por este resultado fue un factor que contribuye a explicar que, aunque ése no era su propósito original, la Perestroika derivara hacia una reforma política. La palabra glasnost, desde muy pronto considerada un complemento de la primera, significó desde el punto de vista político algo así como una actitud de buena voluntad gubernamental para aceptar un debate crítico sobre determinadas materias siempre que fuera constructivo. Glasnost en ruso quiere decir apertura, publicidad o voluntad de decir las cosas tal como son, pero no en sentido propio, libertad de expresión, sino genérico deseo de llegar a una apreciación más realista de las cosas.

Su sentido, en el marco de una Perestroika dirigida de forma fundamental al cambio económico, consistió originariamente en provocar un planteamiento realista de los problemas y a animar a los ciudadanos a involucrarse personalmente en la reforma. Ahora bien, a partir de 1988, de este propósito inicial se pasó a una auténtica revolución en los medios intelectuales y periodísticos que desbordaron los proyectos iniciales de los gobernantes, tomaron la iniciativa y acabaron influyendo en los acontecimientos de un modo decisivo. En realidad, Gorbachov no dio libertad de prensa, sino que las diferentes publicaciones se la fueron tomando. "Un pescado muerto se pudre en primer lugar por la cabeza", afirma un proverbio ruso. Como en tantas revoluciones, la difusión de principios contrarios a la esencia misma del sistema contribuyó a destruirlo. Relacionada con esta actitud, se debe citar también la condescendencia con una oposición intelectual que, quizá, apenas estuviera formada por un par de millares de personas, pero que estaba destinada a jugar un papel decisivo en los medios intelectuales y periodísticos. La liberación de Sajarov, a fines de 1986, fue un gesto dirigido hacia el exterior y un testimonio de flexibilidad interna pero, además, le convirtió en un protagonista de la vida pública. En ésta no faltaron las polémicas. Durante la primavera de 1988, se produjo en los medios de comunicación un amplio debate en torno a Stalin.

Aunque Ligachov afirmó no haberlo provocado, los sectores más conservadores vieron siempre las actitudes autocríticas como el resultado de una conspiración de las potencias occidentales para dividir a la clase dirigente soviética. Pero el momento decisivo, que amplió considerablemente el contenido de la glasnost, tuvo lugar en abril de 1989, con ocasión de la avería en la central nuclear de Chernobil, que produjo una catástrofe ecológica sin precedentes, con el obligado traslado de más de 135.000 personas para evitar el efecto de la radiación. Durante aquellos días, Pravda hizo mención en su primera página a acontecimientos tan lejanos a esa catástrofe como la visita del ministro de Asuntos Exteriores chipriota. El mismo Shevardnadze cuenta en sus memorias que quince embajadores extranjeros le habían pedido audiencia para tratar de los efectos de lo allí sucedido antes de que él mismo recibiera información alguna sobre el particular. Chernobil aceleró la liberalización de los medios de comunicación y ésta facilitó la confrontación política. Al margen de las polémicas sobre el pasado soviético, la tensión fue especialmente grave en Moscú. Yeltsin, la máxima autoridad del partido, había hecho allí afirmaciones estridentes contra los anteriores responsables, como la de "Cavamos y cavamos y no llegamos al fondo de la corrupción". Gorbachov le apartó en noviembre de 1987 de sus responsabilidades en la capital, otorgándole un puesto menor, si bien de rango ministerial.

En adelante, siempre pensó acerca de él que era un demagogo irresponsable, deseoso de notoriedad y capaz de traicionarle. Sin duda, siempre fue poco estable y propendió a la fabulación y a la desmesura, pero eso no obsta para que muy pronto tuviera el aura de un apoyo popular excepcional para lo que era habitual en la clase dirigente del régimen. En 1988, enfrentado con Ligachov, constituía ya una alternativa posible en una lucha interna del PCUS en la que Gorbachov ocupaba el centro. Además, a esas alturas, como veremos, había hecho acto de presencia otro motivo de confrontación interna que ni siquiera había sido imaginado en un principio: la efervescencia entre las nacionalidades. La glasnost había trasladado el centro de gravedad en la tarea de Gorbachov desde la economía a la política. Como consecuencia de ello, el PCUS inició la senda de un cambio institucional. En junio de 1988, se celebraron unas elecciones que, sin ser democráticas, revelaron que la liberalización llegaba también a la política. De un total de 1.500 puestos electivos, para unos 400 sólo hubo un candidato y en un millar apenas dos; otros 750 escaños fueron elegidos por las organizaciones sociales. Este segundo modo de elección revela la desigualdad de los electores: hubo personas que tuvieron derecho hasta a seis votos. Pero, a pesar de que casi el 90% de los electos era de afiliados al PCUS, una treintena de líderes importantes del partido no fue elegida. Más importante aún fue la presencia de una minoría de reformadores, unos trescientos.

Entre ellos, Yeltsin, que logró el 90% de los votos en Moscú, sin que en ningún momento se pensara en evitar su elección, lo que resultaba más novedoso aún, pese a que resultara incómoda para el propio Gorbachov. Hubo regiones en las que el reformismo logró una victoria significativa: los lituanos en su totalidad eran demócratas. El propio Sajarov fue elegido como diputado por una organización científica. Lo más decisivo fue que, después de la reunión del Congreso y de la elección de su presidente, desde el punto de vista político, la URSS empezó a convertirse en otro país. Desde el primer momento, en el Parlamento se habló con absoluta libertad, aunque también con bruscos cambios de actitudes y poca articulación de las mismas. Sólo a fines de 1990 existió una verdadera y precisa división interna de los diputados, fragmentados entre docena y media de grupos, de los que el más importante era el comunista (730 escaños), seguido del conservador Soyuz. Gorbachov nunca trató de aglutinar a un partido, ni siquiera al comunista, con un programa concreto tras de sí; por el contrario, se movió en un mundo exclusivamente gubernamental. Ello demostraba su difícil adaptación al mundo del liberalismo o, más aún, a la democracia. Pero, al mismo tiempo, en diciembre de 1988 su Gobierno se dijo inspirado por "valores humanos universales", lo que significaba un rompimiento esencial con los principios del marxismo-leninismo, que hasta el momento eran la esencia misma del régimen soviético.

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