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Datos principales


Desarrollo


Cómo el Almirante decidió fundar un pueblo en el paraje donde habitaba el mencionado rey, y le llamó Villa de la Navidad Miércoles, a 26 de Diciembre, llegó el rey principal de aquella isla a la carabela del Almirante, y mostrando gran tristeza y dolor, le consolaba ofreciéndole generosamente todo aquello de lo suyo que le gustase recibir, diciendo que ya había dado tres casas a los cristianos, donde pusieran todo lo que habían sacado de la nave; y que daría muchas más si hacían falta. En tanto llegó una canoa, con ciertos indios de otra isla, que llevaban algunas hojas de oro, para cambiarlas por cascabeles, estimados por ellos más que otra cosa. También de tierra vinieron los marineros, diciendo que de otros lugares concurrían muchos indios al pueblo, llevaban muchos objetos de oro, y los daban por agujetas y cosas análogas de poco valor, ofreciendo llevar mucho más oro si querían los cristianos. Viendo el gran cacique que esto gustaba al Almirante, le dijo que él hubiese hecho llevar gran cantidad del Cibao, la región donde más oro había. Luego, ido a tierra, invitó al Almirante a comer ajes y cazabe, que es el principal alimento de los indios, y le dió algunas carátulas con los ojos y las orejas grandes de oro, y otras cosas bellas que se colgaban al cuello. Después, lamentándose de los caribes, que hacían esclavos a los suyos y se los llevaban para comérselos, se alentó mucho cuando el Almirante, para consolarlo, le mostró nuestras armas, diciendo que con aquellas lo defendería.

Se asombró mucho viendo nuestra artillería, la que les daba tanto miedo que caían a tierra como muertos, cuando oían el estruendo. Habiendo el Almirante hallado en aquella gente tanto amor y tan grandes muestras de oro casi olvidó el dolor de la perdida nave, pareciéndole que Dios lo había permitido para que hiciese allí un pueblo y dejase cristianos que traficaran y se informasen del país y de sus moradores, aprendiendo la lengua y teniendo conversación con aquel pueblo, para que, cuando volviese allí de Castilla con refuerzo, tuviese quien le guiase en todo aquello que hiciera falta para la población y el dominio de la tierra. A lo que se inclinó tanto más, porque entonces se le ofrecían muchos, diciendo que se quedarían allí gustosos y harían su morada en aquella tierra. Por lo cual, resolvió el Almirante fabricar un fuerte con la madera de la nave perdida, de la que ninguna cosa dejó que no sacase fuera, y no llevara todo lo útil. A esto ayudó mucho que, al día siguiente, que fue jueves, a 27 de Diciembre, vino nueva de que la carabela Pinta estaba en el río, hacia el cabo de Levante, en la isla. Para saber esto de cierto, mandó el cacique Guacanagari una canoa con algunos indios, que llevaron a dicho lugar un cristiano. Este, habiendo caminado veinte leguas por la costa, volvió sin traer alguna nueva de la Pinta. De donde resultó no darse fe a otro indio que dijo haberla visto algunos días antes. Pero, no obstante, el Almirante no dejó de ordenar la estancia de los cristianos en aquel lugar, pues todos conocían bien la bondad y riqueza de la tierra; los indios llevaban a presentar a los nuestros muchas carátulas y cosas de oro, y daban noticia de muchas provincias de aquella isla donde tal oro nacía.

Estando ya para partir el Almirante, trató con el rey acerca de los caribes, de quienes se lamentan y tienen gran miedo. Y tanto para dejarlo contento con la compañía de los cristianos, como también para que tuviese miedo de nuestras armas, hizo disparar una lombarda al costado de la nave, que atravesó a ésta de una banda a otra, y la pelota cayó al agua, de lo que recibió el cacique mucho espanto. Hizo también mostrarle todas nuestras armas, y cómo herían, y cómo con otras se defendían; y le dijo que quedando tales armas en su defensa, no tuviese miedo ya de caribes, porque los cristianos matarían a todos; que los quería dejar para guardarle, y que los tendría en su defensa mientras volvía a Castilla para tomar joyas y otras cosas que llevarle de regalo. Luego le recomendó mucho a Diego de Arana, hijo de Rodrigo de Arana, de Córdoba, de quien se ha hecho mención. A éste, a Pedro Gutiérrez y a Rodrigo de Escovedo, dejaba el gobierno de la fortaleza y de treinta y nueve hombres, con muchas mercancías y mantenimientos, armas y artillería, con la barca de la nave, y carpinteros, calafates y con todo lo demás necesario para cómodamente poblar, esto es, médico, sastre, lombardero, y otras tales personas. Después, con mucha diligencia, se preparó para venir derecho a Castilla, sin más descubrir, temiendo que, pues ya no le quedaba más que un sólo navío, le sucediera cualquier desgracia que diese motivo para que los Reyes Católicos no tuviesen conocimiento de los reinos que recientemente les había adquirido.

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